domingo, 24 de diciembre de 2006

Un Cuento De Navidad

A Harlock, cómplice de esta insólita aventura

Eran poco más de las dos de la tarde de aquel 24 de diciembre. No había nada más que hacer por los pasillos del lugar, de no saber que en ese mismo momento, Roger se encontraba trabajando en su oficina. Ante tales circunstancias entonces, la tentación de espiarlo subrepticiamente una vez más, no se haría esperar. Me asomé lo más silenciosamente posible hacia la puerta de ese departamento en el que supuestamente lo hallaría. Y no me equivoqué, pues desde su pequeña ventana, pude observarlo con detenimiento. Se hallaba exactamente de espaldas (¡Dios, qué espalda!) sentado en su escritorio, trabajando muy concentrado mientras no dejaba de observar la pantalla de su computador. Creo que en aquel momento, aún así hubiese irrumpido en su oficina armando un tremendo escándalo, difícilmente habría robado en algo su atención.

Sé que Roger es una persona tremendamente lacónica. Es más. Siempre se autodefine como un hombre de pocas palabras, lo cual muchos interpretan (equivocadamente, según él) como un tremendo gesto de arrogancia y altivez. Bueno, con lo irresistible y apuesto que es, de seguro que cada cinco minutos no deja de toparse con cretinos (as) de toda especie que intentan abordarlo buscando cualquier tipo de acercamiento. Ergo, razones no le faltan para comportarse tan fría e indiferentemente ante cualquier otro mortal.

El furtivamente observarlo trabajando en sus labores, acrecentaba mi morbo cada vez más. Quería acercarme a él, conversarle, ganar su confianza... y quién sabe. Con un poco de suerte, recibir un día de éstos un delicioso abrazo de su parte, impregnando en mí ese rico aroma suyo de macho que siempre conservo en la memoria. Que cuando me vea, sonría de par en par y me pregunte cómo estoy. Que siquiera una vez en la vida se interese algo por mí. Y que cuando nuestros cuerpos se encuentren circunstancialmente apegados, muy juntos uno del otro, poder percibir la densidad y turgencias de cada milímetro de sus piel, a merced de que él también pueda advertir el trémulo palpitar de todo mi ser, por sólo tenerlo al lado mío.

Este sueño imposible, salvaje deseo y lacerante perversión, puede más que cualquier aprensión, atreviéndome entonces a invadir su oficina, sin llamar a la puerta para anunciarle mi ingreso. No tengo idea de cómo tomará este atrevimiento, sin embargo poco me importa. Supongo que en el camino algo se me ocurrirá, pues lo que más deseo en ese momento es divisarlo lo más cerca posible, aunque sea por unos breves segundos, antes de que lo poco que conservo de dignidad me obligue a abandonar el lugar y no vuelva a osar acercarme (¡ni con el pensamiento!) a un dios tan regio como él.

Ingreso pues a la oficina y me dirijo exactamente a un escritorio, contiguo y algo apartado de donde se encuentra trabajando ahora. Él por su parte, ni intenta siquiera volver la mirada hacia aquel intruso que acaba de irrumpir en su aislado ambiente laboral. Aprovecho entonces para seguir observando, examinándolo minuciosamente y con aguda vehemencia. Como si de pronto, me invadiera un absurdo e inmenso temor de que en cualquier momento, unas inmensas manos me cojan de hombros y me arranquen del lugar, como si en territorio prohibido o vedado me hallase.

Seguí contemplándolo. Llevaba puesto esos lentes suyos tan característicos y que no mellaban para nada en su encantador atractivo. Lucía el cabello ordenado, algo alterado producto del stress y las labores del día seguramente. Sus rebosantes y carnosas mejillas lucían más estimulantes que nunca, pues podía divisarse en ellas incipientes y gruesas cerdas de copiosa barba que inevitablemente a estas horas de la tarde comenzaban a aparecerle, y que de seguro muy temprano había afeitado. Sus dedos algo gruesos, que una y otra vez golpeaban las teclas del computador, seguían despertando mi incontenible lascivia. Imaginé entonces la gloria que debía sentirse al ser explorado y acariciado por aquellas velludas (y seguramente ásperas) manos. Y no sólo eso, pues la prenda que llevaba puesta (una camiseta color blanco, manga corta) dejaba al descubierto sus robustos y aceptablemente lanudos brazos. Las ganas de abalanzarme hacia él, eran pues ya demasiado evidentes.

"Hola", respondo tímida y sorpresivamente, luego que de súbito Roger desviase la vista desde su monitor hacia donde yo me hallaba, notándole una (muy) ceñuda extrañeza en su mirada. Levanta en algo la cabeza, observándome con cierto desdén. Como si mi presencia no mellara en absoluto su grandiosa omnipresencia dentro de la oficina.

- Entré porque quería sacar unos papeles... aparte de que pensaba imprimir unos documentos que necesito más tarde, antes de irme y que cierren todo... -continué justificándome.

Casi sin notarlo, ya Roger había vuelto la mirada hacia el trabajo en el que se encontraba inmerso segundos antes. Continuaba observando la pantalla del computador, como si de pronto me hubiese vuelto invisible y ya no hubiese nada interesante que observar. Me sentí un mísero insecto.

- ¿Cuándo vas a terminar con la compu..? Tengo que hacer unas impresiones y quisiera saber cuánto tiempo te va a tomar lo que estás haciendo.
- ¿Estas apurado? -me preguntó con cierto tono amedrentador.
- No, la verdad no mucho. Pero quisiera saber de todos modos, para terminar mis cosas y volver más tarde... para hacerlas con calma.

Parecía sentirse fastidiado de sólo escucharme. Golpeó con ambas manos su escritorio, haciendo un lado el teclado y dispuesto a abandonar la silla en donde se hallaba apoltronado.

- ¡No no no! No te estoy pidiendo que te vayas... sólo quería saber si vas a demorar mucho, cosa que regreso luego y te dejo trabajar tranquilo -intenté disculparme.
- Qué cosa quieres imprimir... -refunfuñó muy seriamente.

Sentí como si todas mis explicaciones las hubiese expresado un mimo. O peor aún, como si cualquier palabra mía no pudiese ser advertida por sus masticables oídos de dios.

- Es poca cosa la verdad... termina nomás tu trabajo -respondí-. Yo puedo darme una vuelta por ahí, hasta que acabes y ya. Así que normal hombre, no te angusties...

Roger se acercaba más a mí. Noté entonces que vestía uno de esos bolsudos pantalones térmicos color rojo, de esos que se usan en temperaturas extremadamente frías. Algo curioso si tomamos en cuenta que en esta temporada de verano, abrigarse así resulta por demás absurdo. Mas el gélido ambiente que se respiraba en el recinto, producto del aire acondicionado (a temperatura mínima), me hacía comprender el motivo por el cual vestía así. Lamenté no tenerlo tan cerca con alguna otra prenda menos holgada, como un pantalón de vestir o unos jeans (vaqueros) que dejen poco a la imaginación... contemplando más torneadamente su gruesa contextura, sobre todo de la cintura para abajo. Su amplio tórax que cada vez se acercaba más -apenas cubierto por aquella clara y delgada prenda suya-, aceleraba más mi palpitar. Noté entonces que las manos comenzaban a sudarme y que los latidos en mi pecho martilleaban con más violencia. Dejé escapar un tímido y ahogado suspiro, lo más imperceptiblemente posible.

Y antes que los nervios continúen traicionándome, raudamente cogí una carpeta que convenientemente estaba sobre mi escritorio. Me aferré entonces a ella, como un náufrago lo hubiese hecho ante su tabla de salvación en medio del océano. Roger la observó con poca atención y luego de ofrecérsela, se dispuso a revisar de su contenido. Examinaba con cierto interés hoja por hoja, mientras -esta vez sí- escuchaba mis explicaciones.

- Hay algunas cosas que debo corregir todavía, por eso debo volver a hacer algunos detalles que faltan... no me tomará mucho tiempo, así que... no sé si prefieres que espere que termines tú, o me dejas acabar a mí antes...
- Mmmmm... ahorita estoy trabajando prácticamente contra el tiempo. Mañana a primera hora, toda la diagramación que estoy haciendo, debe estar ya lista. No sé a qué hora voy a terminar la verdad... pero por lo que leo, lo que vas a imprimir de este folder está bien. No veo por qué tendrías que corregirlo, si todo está en orden... no es necesario que lo tengas que volver a hacer.
- Sí pues, yo también pienso lo mismo... pero ya sabes cómo es esta cuestión. Cuando hice la chamba y se la mostré a los que la supervisan, me dijeron que tenía que pulir algunos detalles que faltan. A mí también me chocó un poco quedarme más tarde que el resto y volver a terminar con todas estas hojas... pensé que no había nadie cuando me dijeron que podía trabajar en esta oficina.
- Siempre me quedo los sábados un poco más tarde que el resto. Para el mediodía ya no hay nadie más aquí, salvo yo. Pero esta vez, todo esto de las fiestas me ha quitado un poco de tiempo y tengo ahora que recuperarlo como sea, así me quede toda la tarde... e incluso la noche.
- Asumadreee... ¡Eso sí que es responsabilidad! -exclamé con cierta sorna.

Algo forzado, Roger intento reír por mi comentario.

- Vete nomás Ponticel. Va a ser en balde que te quedes a esperar que acabe con la diagramación. Si todo lo que tienes en ese folder ya lo tienes grabado y lo has enviado a mi correo...
- Ajá...
- ...entonces no tienes de qué preocuparte. Cuando termine de hacer mi chamba, chequeo tu nota. Y si hay algo que corregir, lo termino yo... pero la verdad, no hay nada más que añadirle. De todos modos le daré una revisada más tarde.

Me apenó sentir en su voz un evidente tono de despedida. "Vete nomás Ponticel". Cuánto hubiese dado porque me llamase por mi nombre... y no de otra forma tan impersonal.

- De todos modos, también vine a ordenar unas cosas de la oficina antes de irme -comenté, aún esperanzado en quedarme unos minutos más.
- ¿Ah sí? ¿cuáles? ¿vas a trabajar necesariamente con la impresora?
- Noooo... se trata de papelitos que siempre dejo desordenados en mi escritorio y que es mejor que los organice ahora, porque el lunes no me daré tiempo. -mentí.
- Ahhhh... bueno, igual. Pero, por tu nota no te preocupes... yo lo chequearé antes de terminar con esto -puntualizó antes de dar la media vuelta y dirigirse a su lugar.

Y mientras Roger se alejaba a trabajar con su computadora (pudiendo así divisar la amplia complexión dorsal de su voluptuosa anatomía), pensé que bien valía la pena inventar cualquier pretexto absurdo, con tal de compartir con este inalcanzable ejemplar una misma habitación... así sea completamente separados, vestidos y ubicados cada uno en su respectivo y alejado escritorio.


* * *


- ¿Y qué tal las fiestas? ¿cómo la vas a pasar? ¿en familia? ¿todo bacán...? -le pregunté, tratando de romper la gélida monotonía que gobernaba nuestros respectivos quehaceres.
- Ahí... con la familia... como debe de ser. -contestaba él, sin dejar de mirar su monitor.

Por lo corta de su respuesta, parecía que no deseaba continuar conversación alguna, tal vez por la labor en la que se hallaba inmerso... o más exacta y seguramente por el hecho de que yo también intentara sumarme tan ingenuamente a la larga fila de pavazos que pretendieron alguna vez granjearse su confianza, fracasando aparatosamente en el intento.

- Ah vaya... bien. Eso es bueno... pasarla con los viejitos... ésta es una fiesta familiar, así tiene que ser -respondí-. Uno nunca sabe cuándo será la última navidad que pasemos todos, al lado de nuestros seres queridos...

Transcurrieron varios fulminantes y castigadores segundos antes que Roger volviese a pronunciar una palabra.

- Voy a llevar a mi señora y a mi hijo a la casa de mis papás, a pasarla todos juntos allá...
- Ah, qué bonito... mejor todavía. -respondí, tratando de celebrar su "genial" ocurrencia (que dicho sea de paso, no me entusiasmó en absoluto).

Sabía que Roger era casado. Desgraciadamente, cuando lo conocí -hacía unos dos o tres años atrás-, las circunstancias eran completamente diferentes. Él, hombre guapísimo y soltero (ignorándole por ése entonces si tenía novia o compromiso alguno). ¿Y yo? Bueno... perdiendo el tiempo junto a un "amigo" para el cual únicamente tenía ojos (¿les digo de quién se trataba?). No obstante, cuando Roger apareció en mi camino y desde el segundo mismo que noté su presencia por primera vez, no dejé de admirar y contemplarle día tras día, sea bajo cualquier circunstancia o momento en que tuviese la dicha de topármelo por los corredores de la universidad. Mas, dada mi condición por aquellos días, de hombre-embabosado-por-un-mocoso-tarado-e-inmaduro, hizo desechar por completo la idea de indagar más sobre él o intentar llamar su atención.

Repentinamente al año siguiente de conocerlo, me sorprendo con la noticia de que Roger engrosaba la fila de los casados. El hecho me descorazonó profundamente (sobre todo al ver por foto a la mujer con quien de ahora en adelante compartiría su lecho). Peor aún, cuando a poco menos de nueve meses después, la tipa en cuestión alumbrase a quién sería su primogénito, al cual no tardaron en llamar "consensualmente" David (las lenguas viperinas decían que tal idea pertenecía exclusivamente a la tipa). Y tal como suele ocurrir con todo progenitor primerizo, tal acontecimiento lo había idiotizado más que nunca.

- Ya debe de estar crecida tu criaturita ¿no? La otra vez me pareció ver una foto de un bebito bien lindo cerca a tu escritorio ¿era de David? -pregunté lo más afable posible.
- Ehhhhm... sí. Era de él. Ya va a cumplir dos añitos el próximo año...
- Ah manya... qué bonito.

Al hablar sobre su vástago, cambió completamente de actitud. De pronto, lo sentí más amable y risueño al referirse de él.

- Se ve bien lindo mi angelito. Y no lo digo porque sea su padre ah, pero cada día que pasa, mi hijo se pone más y más guapito. Es un sol... Davy y mi esposa son lo mejor que tengo en la vida... mi enano me ha salido tan lindo como su mamá...

¡Putamadre! Ya tenía que mencionarme a la tipeja ésa de su señora. Aunque nunca la conocí en persona, tuve la (mala) fortuna de verla en más de una imprudente instantánea por ahí... y la verdad, francamente me parecía un ENORME DESPERDICIO que una mujer tan "poco agraciada" como su cónyuge, tuviese por marido a un hombre tan atractivo, tan guapo, tan viril y estimulante como Roger. Una y otra vez no dejaba de preguntarme qué coño le habría visto un papasote como él a una mujer tan... tan... ¡¡diablos!! ¡¡Tan FEA, por Dios!! ¡¿Qué mierda estaba pasando en el mundo, carajo?!

- Seguramente... pero como aún no tengo la suerte de conocer a la señora "de Solís", no puedo hablar mucho al respecto. -respondí, tratando de sonar halagador ante algo tan improbable de halagar.
- Mi esposa es una mujer muy bella. Para mí lo es y mucho. Con eso me basta y sobra, así el resto del mundo me diga lo contrario.
- Debe ser. Por algo es tu señora ¿no?
- Así es.
- Pero la foto de la que te hablo, de tu pequeñito... debe ser de tiempo atrás. Ahí se le ve bien chiquito... no llegaba ni al año casi.

Repentinamente, Roger abre una gaveta de su escritorio. Busca en su contenido, entre varios papeles refundidos, algo que segundos después se dispone a enseñarme.

- Esta es la foto que seguramente viste de mi Davy ¿no?
- Aja... claro.

Inmediatamente me puse de pie, abandoné mi apartado lugar y me acerque a su escritorio. Él me enseñaba muy orgulloso aquella imagen y contaba las circunstancias en que dicha fotografía fue tomada, mientras yo prefería reparar en la mano derecha con que la sostenía. Observé detenidamente sus gruesos dedos, que de alguna forma delataban la robustez de su complexión física. Allí estaba yo, a solas y cerca de aquel hombre por quién más de una vez confesé -ante un buen número de ciber-amigos-, un tremenda y encendida morbosidad sexual. Sutilmente intenté colocarme detrás suyo, mientras él seguía contándome más acerca de su hijo y de aquella latosa imagen suya.

Observé su cabello lacio y algo entrecano, que lo hacía verse tan maduro e irresistible. Sus gruesos brazos y los notorios vellos que parcialmente cubrían su clara piel -acentuando aún más esta perversa peculiaridad suya-, me tenían en vilo. Sentí entonces unas enormes ganas de colocar mis manos sobre sus desnudas extremidades y restregarme en ellas una y otra vez, mientras mis labios explorasen cada centímetro de ese tentador cuello, hasta llegar al pabellón de sus orejas. Y sólo allí, detenerme para comenzar a mordisquear intensamente de esos deliciosos cartílagos, haciéndole disfrutar como ninguna otra persona en toda su aburrida existencia

- ...salió bien bonita la foto después de todo ¿no? Mi cuñada, que casi todas las que toma le salen tan mal... en esta foto se esmeró como nunca y mi Davicito salió tan regio como siempre, una preciosidad.... Es la única foto de él que tengo acá. Quería ponerle un cuadro para colocarlo sobre el escritorio, pero no me he dado tiempo aún. Se ve muy lindo ¿verdad?
- Sí, muy bonito. -respondí mientras mi morbo, ya fuera de control, se enfrascaba en lo excitante que habría resultado deleitarme de todas sus carnales y maravillosas embestidas, al momento de concebir al mocoso ése.

Y en ése instante, sólo por aquella única vez, lamenté no haber venido al mundo en otras favorables "condiciones". Pues sólo así, bajo aquella disparatada posibilidad, hubiese podido complacer los paternales anhelos de este guapísimo hombre: pariéndole un hijo (de hecho, muchísimo más guapo que el susodicho David) y que desafortunadamente hoy por hoy, lo había engendrado junto a una inmerecida (y fea, muy fea) mujer.


* * *


- ¿Y por qué el traje de bombero, ah? -pregunté minutos después, luego de que ambos ya alejados, retomásemos nuestras respectivas labores y escritorios.
- ¿Traje de bombero...? ¿cuál traje de...? ¿de qué bombero...?
- Los pantalones...- respondí, señalando sus piernas.
- Ahhhhh... éste buzo... pero no es de bombero pues. Es del último viaje que hice este año... no sé si te llegaste a enterar...

Claro que lo sabía. De Roger conocía absolutamente todos sus pasos. Y si bien es cierto que él era muy discreto en todas sus actividades, igual me las ingeniaba en buscar más y más información que me diese algún alcance de lo que se encontraba haciendo. Y efectivamente, el último viaje que realizó fuera del país, fue hacia unas gélidas tierras que lo obligaban a usar una ropa especialmente confeccionada para soportar tan frías temperaturas. Esas imágenes suyas en medio de la nieve y que secretamente había capturado de internet, lo mostraban incontroladamente seductor. Tan perturbador y excitante, que aún así se mostrase tan arropado en esos bolsudos trajes, igual despertaban mi lascivia, haciendo trabajar mi imaginación a mil por hora

- Cuando viajé la última vez, nos dieron estas ropas especiales para combatir el frío de allá. Eran este pantalón y una casaca gruesa que también traje ahora, pero la dejé en mi casillero.
- ¿Y para qué has venido con todo esto hoy? ¿estás con mucho frío o qué?
- Noo... imagínate. Con este calor, qué frío voy a tener. Los traje para la actividad que hubo en la mañana. Por cierto, tú no estuviste aquí a las nueve ¿no?
- Ahhhh... ¿te refieres a la vaina ésa de navidad? Noooooo... yo llegué hace un par de horas más o menos... la verdad me había olvidado que iban a hacer eso.
- Ajá, la entrega e intercambios de regalos con la gente del taller. Inicialmente iba a ser sólo una reunión entre todos los chicos, pero por ahí a alguien se le ocurrió que una persona podía venir disfrazada de "Papa Noel" a amenizar un poco la cosa. Y como no había otro gordito disponible...
- ¡Noooo...! ¡No me digas! ¡¿Acaso tú hiciste de Papa Noel?! -pregunté sorprendido.
- ¿Acaso conoces a otro gordito de cien kilos por acá?
- Ja ja ja ja... pucha... ¡Cómo pude perderme eso! ¡Roger Solís haciendo de Papa Noel ante toda la gente del taller! ¡Cómo no llegué más temprano...! ¡Miérrrrcoles! -me reproché una y otra vez..
- Hay que levantarse más temprano pues...
- Pucha... pero el otro año serás fijo también ¿no? Esa sí no me la pierdo, así tenga que participar del intercambio de regalos también.
- ¿Y por qué no participaste ahora?
- Ummmhhh... no me gusta mucho esa cuestión, la verdad. Estar regalando cosas a gente que no conoces y que ellos también hagan lo mismo conmigo, sólo por compromiso, pucha... puede sonar sobrado, pero no va conmigo.
- Deberías animarte a participar. Es bien divertido y la gente se conoce más y mejor.
- Bueno, sí te animas a disfrazarte de Papa Noel la próxima vez, me apunto como sea.
- Pues el otro año, quién sabe. Lo de ahora me lo propuso una chica del taller: Incluso llamó a mi casa bien temprano... antes de salir para acá, pues ya se había conseguido el gorrito y la barba, sólo faltaba el traje. Y como me hizo acordar de este uniforme rojo, pues mucha diferencia no hay con el que viste Papa Noel. Faltaba el cinturón negro nomás... porque lo demás ya estaba.
- Incluyendo la pancita... je je je.
- Si pues, incluyendo la pancita. -repitió algo resignado.

¿Por qué quienes se ven tan encantadoramente gorditos, se acomplejan tanto con su peso, digo yo?


* * *


- Oye ¿y la barbita de San Nicolás? ¿ya se la llevaron, o la tienes ahí todavía?
- Todo está en mi casillero. Cuando acabó la reunión y todos se fueron, guardé todo ahí, para terminar con la diagramación y luego ya irme a la casa.
- Ahhhh... ¿y no me la puedes mostrar? Digo, para verla junto con la gorra..

Roger titubeó un poco. Dejó de trabajar en su computadora, tomo unas llaves de un cajón y se dispuso a abrir un casillero metálico, que se encontraba a unos cuantos metros de donde nos situábamos. Regresó a su ubicación, trayendo consigo una blanca y lanosa barba artificial, así como también una abultada prenda roja, de la misma tonalidad que el pantalón que llevaba puesto. Se trataba de la casaca que me había hablado momentos antes.

- Esta es la ropa que improvisamos en la mañana para hacer de Papa Noel. La casaca la tuve puesta un buen rato y me asfixiaba un montón. En uno de sus bolsillos está la gorrita también. -contaba mientras me alcanzaba los trajes.
- Asumadre.. ¡cómo pesa esta cuestión...!
- ¡Claro! Si con esto tienes que soportar varios grados bajo cero, durante todo el día que te encuentres en la nieve o guarecido de ella.
- Imagino.
- Y ya. Ten un rato esto mientras termino mi trabajo... me he distraído mucho conversando y aún no acabo con la diagramación.
- Okey okey... deja probarme esto un toque.

Luego de colocarme aquellas barbas mas el gorro y al no tener un espejo en donde observarme, una vez más importuné a Roger.

- ¿Tienes espejo?
- Nop. No tengo espejo...
- Pucha ¿y ahora? ¿dónde me podré ver?
- No tengo nada Ponticel. Ni siquiera ropa para cambiarme. Le dije a mi esposa que empaquetara en una bolsa una camisa y pantalón para usarlos después de la reunión con los chicos del taller, pero por el apuro dejé el paquete en casa. Así que ya puedes imaginarte cómo me he estado achicharrando desde temprano. Al menos el aire acondicionado acá, me refresca un poco...
- Sí... ya me di cuenta, con todo el frío que se siente en el ambiente.
- ¿Te molesta?
- No, para nada.

La curiosidad, la malicia y el morbo inspiraron a que se me ocurriese una brillantísima idea.

- Oye, Roger... ¿no te molestas si te pido algo? No te tomará mucho tiempo...
- Qué cosa... -respondía, sin despegar los ojos de su trabajo.
- Esteeeee... ¿podrías ponerte las barbas y la casaca para saber cómo te veías de Papa Noel?
- Ponticel... ya te dije que estoy ocupado.
- Un ratito nomás... no te tomará mucho tiempo. Es más, te pones como Papa Noel, el gorrito y la barba, nada más... y ya no te vuelvo a fastidiar. Por último... si quieres, después me voy de acá y ya no vuelvo a molestarte.
- Olvídalo, no hago el ridículo dos veces el mismo día. ¿Crees que me gusta vestir de viejo panzón rojo, para que se me note más chancho todavía? Lo siento, muchacho. Tengo además cosas más importantes que hacer ahora.
- Ya pues... no seas malo. Además, acuérdate que estamos en navidad. Si quieres, después de esto, puedes pedirme cualquier cosa y me comprometo desde ya a cumplir contigo -rogué, mientras le ofrecía las falsas barbas y la gorra.
- Pucha Ponticel, ya estás bien grande para estar pidiendo estas niñerías ¿no?
- Por favor... ya pues... no te tomará mucho tiempo. -insistí.

Desvió su mirada hacia mí. Suspiró como si le hubiesen encomendado una hercúlea faena.

- Todo sea por la navidad, Ponticel. Y espero valores el tiempo que estoy perdiendo por estar haciéndote caso... -sentenció.
- ¡Biennn...! De hecho, cualquier cosa que necesites broder... cualquier cosa que me pidas, puedes desde ya contar conmigo. -aclamé entusiasmado, mientras cruzaban por mi cabeza imágenes de Roger forzándome a tomar parte de sus lujuriosos instintos (y por consiguiente, de los míos también).


* * *


- Ya está. Ahora sí... ¿contento? -decía él. De pie y al frente mío, con todos los accesorios encima que lo hacían verse como un encantador Santa Claus. Parecía sentirse incómodo, mientras trataba de apartar de sus labios la blanca y copiosa lana de barbas que ahogaban aún más su voz.
- Te ves bien Roger. No sé por qué tanto complejo con esto disfrazarse de Papa Noel. ¡Cómo no tengo una cámara ahoritita para tomarte una foto ya...!
- Felizmente no tenían una tampoco en la mañana. Todos los chicos estaban fastidiándome por esta cuestión... un rato puedo soportarte eso. Pero más de una hora, la verdad que irrita.
- ¡Bah...! No les hagas caso. Créeme que has sido la elección perfecta para esta caracterización. Así hubiesen otros chicos en el taller digamos... mas de tu talla. Igual, tú eras el indicado para llevar con mucho aplomo este traje. Te lo digo en serio.
- Claro, como a ti nunca te han dicho "¡eh, gordo... panzón...! ¡por qué te has cenado ya a Rodolfo, si todavía no son las doce...!"

No pude evitar carcajearme por su comentario.

- Es que debes tener correa, Roger. La gente es así de jodida y siempre lo será... y si no tienes aguante para este tipo de bromas, ya perdiste.
- Bueno bueno... ¡ya! -aplaudió varias veces-. Terminó la función... tengo que terminar mi trabajo y ya llevo más de media hora hablando sin hacer nada.

Cuando ya se disponía a quitarse el gorro y arrancarse las falsas barbas, le interrumpí.

- Aún no has terminado, San Nicolás. Te faltó un detalle más...
- ¿De qué hablas? -preguntó intrigado.
- El "jo jo jo", pues.
- ¡Oye Ponticel, no friegues! Ya me puse esta vaina para que me dejes trabajar en paz y ahora quieres que también me comporte como payaso de navidad. ¿No quieres que te siente en una de mis rodillas también?

"No sería mala idea", pensé.

- No te sulfures hombre. Total, ya hiciste lo mismo en la mañana. Qué te cuesta entonces hacer de Papa Noel un ratito más. Para ver lo que me perdí por no venir más temprano.
- ¡No, no y no! ¡Se acabó! Apúrate más bien en dejar tus cosas en orden, ya para que te vayas. Tengo que terminar mi chamba y ni bien acabe, cierro todo y no regreso hasta el lunes a primera hora. Así que si te olvidas de algo, mala suerte porque nadie más te va a atender hasta la próxima semana.
- ¿Qué, el portero no está? ¿tampoco la gente de limpieza?
- No. Todos ya se han ido y hoy soy el encargado de tener todo en orden, antes de cerrar y volver el lunes a primera hora a trabajar. Por eso debo acabar cuanto antes la diagramación, no pienso quedarme toda la tarde en esta nota... y por tu culpa me estoy retrasando aún más.
- Nah... ¿retrasando? Si tú eres un lobo en esto de trabajar diagramaciones con la compu. Lo que pasa es que me estas floreando para que me vaya y no te friegue con esto de ponerte los trajes de Papa Noel.
- También. Igual, ya me viste haciendo el ridículo. Así que te agradecería si cumples con lo tuyo y me dejas trabajar...
- Esta bien.

Guarde algunos papeles en la gaveta de mi escritorio. Noté que Roger había regresado a su puesto sin quitarse la gorra ni las barbas. Se le veía cómico.

- Entonces... ¿ni un "jo jo jo"? -rogué por última vez.

Roger giro su silla hacia mí y con las piernas algo abiertas (que lo hacían verse mucho más viril que nunca) ensayó una desganada carcajada navideña.

- No. Así no. Tiene que ser de pie y con más entusiasmo. ¿O quieres que deje de creer que Papa Noel existe? -le increpé.

Y cerrando los ojos, como tratando de hallar la poca paciencia que aún conservaba, Roger se dispuso a ponerse de pie.


* * *


- ¡JO JO JO JO! ¡FELIZ NAVIDAD PONTICEL! ¡Y POR TU SANTA MADRECITA, YA NO ME JODAS MAS! -exclamó fuerte y mordaz, con ambas manos colocadas en su amplio abdomen, mientras impostaba la voz mucho más grave que de costumbre.
- ¡Ése es el San Nicolás que yo conozco! ¡De verdad existes! ¡No lo puedo creer! -exclamé bastante emocionado.

El entusiasmo se me escapó entonces de las manos, al punto de abalanzarme hacia él, abrazándolo muy efusivamente.

- ¡Ya ya ya ya...! Tampoco te pongas en plan de hacer tus payasadas también... -respondió, tratando de zafarse de mí.
- ¡Ups...! Sorry, sorry... lo siento. Es que tú sabes, la emoción... -me disculpé torpemente, mientras sentía en ese mismo instante un calor intenso en mis mejillas.
- Ya, ahora sí. Déjame trabajar porfa... y cuando salgas, no te olvides de cerrar bien la puerta ¿si?

Me quede de pie, inmóvil. Apenas había notado que Roger me estaba hablando.

- Ahora qué te pasa... ¿vas a seguir interrumpiendo mi trabajo toda la tarde, o qué? -me cuestionaba él, antes de intentar regresar a su escritorio.
- No, no es eso.
- ¿Entonces? ¿por qué sigues ahí paradote, observándome como si fuese un fenómeno? ¿te gusta fregarme, no?
- No, no es eso. -repetí sin notarlo, lo más serio posible.
- ¿Entonces?

Avancé un par de pasos hacia él. Temí por las próximas palabras que salieran de mis labios.

- No sé si decírtelo, o si tomarás a mal lo que pienso... por eso no estoy seguro de comentártelo.
- ¡Maldita sea Ponticel...! ¡qué miércoles quieres ahora! Ahora si ya me estás haciendo perder la paciencia...

Me acerqué medio paso más.

- Te lo diré entonces...

Divisé bajo la lanuda gorra, ambas cejas suyas levantándose impacientes.

- ¿Y?
- Pues... que... eres el Papa Noel más precioso que he visto en toda mi vida -le confesé bajo una tímida y (aún más) ahogada voz.

Roger quedó completamente estólido. Durante los primeros y brevísimos segundos que le tomó asimilar semejante confesión, había asumido una pétrea rigidez. Era pues, el momento preciso para actuar.

Me acerqué aún más hacia él. Y teniendo sus labios a unos pocos centímetros de los míos, me atreví a coger sus mejillas con ambas manos, asiéndolo fuertemente contra mí y estampándole de esta forma un violento y apasionado beso. Él por su parte, mansamente permitió que mis labios mojaran los suyos, mientras las pelusillas de su postiza barba cosquilleaban mi nariz.

Para cuando todo terminó, sentí que debía decir algo antes de retirarme.

- Siempre me han excitado los papanoeles... lamento el exabrupto. -me disculpé.

Cuando di la media vuelta y me disponía a abrir la puerta de la oficina, unas palabras me detuvieron.

- ¿Sólo los papanoeles o particularmente éste papanoel que besaste? -preguntó.

Volví la mirada hacia él.

- Los papanoeles me han gustado desde siempre. Pero a decir verdad, tú me gustas mucho más.

Roger me observó de pies a cabeza. Hizo un leve gesto indicando que me acercara hacia él. Y al hacerlo, percibí cierta serenidad en su voz

- Hay que tener agallas para hacer lo que hiciste ¿sabías?
- Si. Y te pido disculpas si esto te...
- Acércate -me interrumpió-. Más, hombre... más. ¿O tienes miedo acaso? ¿crees que voy a hacerte daño? -hablaba más pausadamente, intentando quizás tranquilizarme.

Volví nerviosamente hacia la ubicación donde minutos antes alcancé a robarle ese furtivo beso.

- Siempre supe que yo te gustaba -comentó mientras miraba directamente mis ojos-, sólo que nunca pensé que te atrevieras a hacer esto. O lo que es más increíble, que yo accediera a que lo hicieras.
- ¿Ah sí?
- Aja. ¿Y sabes algo más? Nunca me hubiese imaginado poder disfrutar de algo así.
- ¿Nunca te ha besado otro hombre?
- La verdad, no...

Bajé la cabeza.

- ... pero más de una vez deseé que eso ocurriera. ¿Tú lo disfrutaste, Ponticel?
- Si, fue lo mejor que pudo haberme sucedido en mucho tiempo.
- ¿Y te excitó?
- Si.
- ¿Bastante?
- Si.
- ¿Aún ahora?
- Si.
- A mí también.

Cogió una de mis manos y la colocó muy por debajo de su cintura. Sentí una cálida y crecida turgencia dentro de su pantalón.

- ¿Lo notas? ¿Crees ahora que te digo la verdad?

Mi corazón galopaba. Sentía que podía explotar en cualquier momento.

- Dime ¿de veras te gusto Ponticel? ¿te gusto mucho?
- Sí... me encantas huevón.
- Vamos, no me llames así... llámame por mi nombre. O como me dicen en la cama: "hairy".
- Sí hairy... como quieras. -susurraba en su cuello, mientras lo despojaba de esas incomodas barbas blancas que cubrían la viril aspereza de sus mejillas.

Sentí entonces sus manos recorrer mi espalda. Ni corto ni perezoso, intente luego desenfundarlo de la pesadísima casaca que llevaba puesta. Y al fracasar torpemente en mi intento, Roger colaboró en terminar de quitársela. Mis manos escapaban de mí voluntad y muy temblorosas ellas, cogieron el borde inferior de su camiseta hasta elevarlo por los aires lo más posible; terminando así de descubrir su desnudo pecho, tan abundante de copiosos y lacios vellos que me despertaban una lascivia casi antropófaga. Colmé entonces aquel campo soñado de su piel con incontables besos, ardientes caricias, lamidas intensas y efusivos mordiscos. Y con cierto temor de despertar de este fantástico sueño.

- Espera... espera... -decía él, con voz suave y más encendido a causa de mi éxtasis.- Detente un rato... déjame asegurarme antes.

Me quedé de pie, con el cabello completamente revuelto. Contemplando cómo se alejaba por unos segundos aquel codiciado macho que increíblemente había accedido a ser devorado por la enfebrecida pasión que había despertado en mí, desde el primer momento en que lo vi.

Sigilosamente Roger abrió la puerta de la oficina. Asomó la cabeza de un lado a otro, cuidando de toparse en el pasillo con algún intruso o visitante indeseable. Y al no encontrar a nadie alrededor, cerró la puerta. Esta vez, convenientemente asegurada por dentro.

- La llave principal y de todo el edificio la tengo yo. Y nadie más volverá por acá hasta el lunes...- comentó mientras sonreía con picardía.

No había más que darle la razón, pues se respiraba un silencio absoluto en el lugar.

- ¿Dónde estábamos? ¡Ah si...! El niño Ponticel que quería conocer a Papa Noel ¿verdad?

Sonreí. De seguro, tan maliciosamente como él en ese instante

- Deja que este viejo del polo norte se siente un rato, para poder atenderte mejor muchacho. Dime ¿te has portado bien durante todo este año?
- No... nunca suelo portarme bien.
- Pues hasta ahora conmigo te estás portando muy bien. Ahora hazme un favor y apaga los interruptores de luz... creo que será mejor así.

Luego, toda la oficina oscureció, siendo iluminada únicamente por el haz emitido desde el monitor de la computadora aún encendida de Roger.

- Bueno niño Ponticel, qué es lo que quieres para esta navidad...

Volví entonces la mirada hacia él. Se encontraba sentado, con las piernas convenientemente separadas y ambas manos sobre los muslos. Aún en la penumbra podía distinguir ese amplio y velludo torso, su grande y esponjoso vientre, el varonil y oscuro pelambre cubriendo casi toda su piel, el grosor de esos manos y dedos que minutos antes exploraron afanosamente mi espalda, su entrecano cabello algo desordenado por despojarse de aquel pintoresco gorro de navidad (pero más aún, al ser revuelto tan ávidamente por mis dedos), provocando que lo escudriñara detenidamente de la cabeza a los pies, cual fiera dispuesta a atacar a su presa en cualquier momento. Roger comprendió perfectamente mis intenciones e hizo un gesto para acercármele aún más.

- Ponte lo más cómodo posible... ¿o acaso no quieres continuar? -preguntó.

Me acerqué aún más, colocándome luego de hinojos. Dispuesto a devorar aquel amplio y exquisito torso, completamente descubierto sólo para mí. Y mientras besaba una y otra vez ese enorme y rígido pecho suyo -bañado ahora de una deliciosa y embriagante mezcla de colonia y sudor-, gozaba al mismo tiempo del sublime hormigueo que provocaban sus cuantiosos vellos en mis labios, lengua y mejillas. Mis manos no cesaban de amasar descontroladamente aquel osuno tórax, durante cada divino segundo. Y así, escuchando los deliciosos jadeos de mi hombre, de pronto me detuve en seco.

- ¿Qué pasa? ¿por qué te detienes? -preguntó extrañado.

Observé por última vez su excitante figura. Me placía imaginar que de alguna forma, mi interrupción lo torturaba. Entonces, más violentamente que nunca, me abalancé hacia sus labios, probando con mayor éxito del sabor de su aliento. Sentí claramente su lengua invadiendo vorazmente mi boca.

- Besas riquísimo ¿te lo han dicho antes? -alcanzó a susurrarme en una pausa.

No respondí. Mis manos se deslizaban lentamente por su cuello, pecho y vientre... hasta sentir el incómodo elástico que sujetaba sus caderas. Sus manos acariciaban dócilmente mi cabello, mientras aquella maliciosa sonrisa suya parecía leer por completo mis pensamientos.

Lentamente, empecé a tirar del elástico que aún lo ceñía a su pantalón...