sábado, 28 de enero de 2006

Los Ojos De Esa Tarde


Viernes 23 de diciembre del 2005. Aproximadamente 4:00 pm. O quizás algo más.

Me encuentro en el lugar de siempre. Al lado de ese supermercado que incontable número de veces nos ha servido de punto de reunión. Sin embargo, esta no sería una cita más. Había un especial motivo que me impulsó a coordinar con Diego para encontrarnos y charlar personalmente el día de hoy. Obviamente, él ignoraba el real motivo de esta cita, pero igual concordó en que deberíamos vernos antes de navidad.

Estaba en falta. Debía de estar a las tres de la tarde más ó menos. Pero sabía que Diego igual esperaría algo de tiempo más hasta encontrarnos. Como pocas veces, con una actitud algo altiva, me hice esperar por más de hora y media. Para cuando por fin llegué al lugar de la cita, le envié un mensaje de texto al celular indicándole que "por fin había llegado" disculpándome por la tardanza. A los cinco minutos y a lo lejos, divise luego su risueña figura, acercándose cada vez más a mí. El momento me ruborizó, mas ello no fue impedimento para regalarle una nerviosa sonrisa. Ya frente a frente me extendió la mano, para luego aferrar su cuerpo junto al mío en su tierno abrazo habitual de siempre. Y una vez más, su embriagante aroma de colonia varonil despertó esos instintos -a veces salvajes, a veces tiernos- que solo él puede provocar en mí.

Mientras él pregunta sobre el por qué de mi tardanza, lo observo detenidamente. Hay veces que no termino de comprender por qué hasta el día de hoy sigo tan embelesado por este niño. Y precisamente, para responder esta pregunta es que lo examino detenidamente mientras me platica. Esos tiernos ojos claros, sus rebosantes y lozanas mejillas, aquella riquísima barba que afeita interdiariamente y que lo hace ver tan estimulante, sus labios siempre húmedos, su gruesa y blanda contextura, su ensortijado cabello algo castaño, el viril magnetismo que emana su cuerpo (algo no tan frecuente en jóvenes de su edad), aquel suave aroma de tabaco impregnado en su piel... Ha de saber seguramente que cuando por momentos lo observo de esta forma tan particular, lo hago simple y llanamente porque me gusta. No hay por qué buscar pretextos tontos para querer tocar su cabello, colgar mi brazo en sus hombros, o sencillamente deleitarme contemplándolo y verlo así, al natural.

A grosso modo le comento que demoré en llegar puesto que el tráfico por estos días es cada vez más insoportable. Estábamos a menos de 24 horas para navidad y era lógico que las avenidas principales sufran un tráfico exasperante. Él por su parte, lamenta dicho percance, sobre todo porque por ello hayamos perdido buena parte de tiempo, pues horas más tarde había acordado asistir a un compromiso que lo obligaba a disponer de pocas horas libres, máximo hasta las siete de la noche.

Para cuando me sugiere que tomemos una combi para llegar lo más rápido posible a Miraflores, a regañadientes no me queda más que aceptar. Las combis no son precisamente un medio de transporte agradable para mí (creo que para nadie que se precie de ser humano), pero si eso nos ahorraría tiempo en dirigirnos a un sitio más tranquilo para conversar, pues ni vuelta que darle.

Para cuando enrumbamos a Miraflores en una de esos odiosos vehículos, ocupamos los únicos asientos disponibles en ese momento: en la ultima fila, pegados al lado izquierdo. Al lado de la ventana yo; y Diego por su parte apretujadísimo al lado mío. Creo que fue la primera vez que tuvimos un contacto corporal tan cercano, sin embargo preferí no darle importancia, concentrado buena parte del viaje observando por el vidrio al caótico tráfico y a sus ajetreados transeúntes. Allí estaban las calles, adornadas todas ellas con motivos referentes a la navidad, mientras Diego por su parte, algo agitado me contaba de sus planes para celebrar este fin de año. Hablaba sobre una fiesta a la que planeaba asistir el mismo día 31 y pasarla con algunos compañeros de la universidad. Es entonces que lo observo y noto en su rostro numerosas gotas de sudor, consecuencia del calor de temporada que comenzaba a sentirse en estos días. Y sofocado seguramente por la incomodidad de encontrarse semi-comprimido viajando en un medio tan incómodo. Su transpiración y jadeos mientras conversa, me despierta una vez más el morbo, aunque disimulo muy bien de hacerlo notar. Peor aún si tomamos en cuenta que el vehículo en donde nos encontramos se encuentra abarrotado de gente.

Siento entonces todo su calor junto a mí. Y no contento con eso, mientras me habla de futuros prodigios que podrían surgir en su complexión física a raíz de que ha comenzado a asistir al gimnasio estos últimos días, me invita palpar uno de sus bíceps, mientras se despoja del pesado suéter que lleva puesto, dejándolo en una camiseta que le hacía lucir sus delgados y velludos brazos. La tentación era demasiada y obviamente no me cansé de tocar y sentir la aparente turgencia de la cual se jactaba en ese momento. Y a decir verdad, no pude distinguir en ellos dureza o musculatura alguna... pero ¡qué rayos! Tocar los brazos del que alguna vez fue mi objeto de obsesión y placer, era un gusto el cual no estaba dispuesto a rechazar.

Y así, mientras hablábamos de todo un poco hasta llegar a nuestro destino -deseando por momentos sentir no sólo los brazos de Diego, sino también aquella encantadora y velluda barriguita suya-, sorpresivamente éste trae a colación un tema el cual pensé que ya estaba zanjado entre los dos.

- Esa canción preciosa de Miranda que me mandaste... "Casualidad" creo que se llama...
- Ajá... ¿qué hay con ella? - le pregunto.
- Escuché su letra. Y sé por qué me la enviste al correo.
- ¿Ah sí?
- Me la mandaste porque habla de nosotros ¿verdad?

Su ocurrencia me dejó mudo. Me sentí abochornado. ¿Cómo podía ocurrírsele comentar eso, tan imprudentemente dentro de un vehículo público? ¿Acaso es o se hace el estúpido? ¿Quería acaso que todos los demás pasajeros voltearan a ver a la parejita enfrascada en tan romántica discusión?

Apenas le hice un gesto indicando guardar silencio y poder discutir tan delicado tema más adelante, en el lugar y momento adecuado. Asintió y no volvimos a conversar hasta bajar del vehículo y dirigirnos a uno de los parquecitos de siempre. Y mientras inspeccionábamos el lugar buscando alguna banqueta en donde pudiésemos conversar tranquilamente, pensaba en la osadía de Diego al hablar de "nosotros" de forma tan natural, cuando la última vez que tocamos ese tema, fue precisamente él quien optó por no querer volver a mencionarlo más, bajo la amenaza de cortar definitivamente cualquier vinculo amical entre los dos. Recordé que justo unos días antes de aquella "despedida relámpago" y sin planificarlo siquiera, se me ocurrió comprar lo que sería su regalo para esta navidad. Me apenó que por el simple hecho de hacerle notar que sentía algo especial por él, nos mantuviésemos distanciados otra vez. Y lo que era peor, a unas pocas semanas de las fiestas de fin de año. Precisamente, para no echar a perder su regalo navideño -aunque valgan verdades, también porque no quería volver a perderlo otra vez-, a la mañana siguiente de aquel incidente, le envié un email proponiéndole olvidar todo, absolutamente todo aquello que nos había separado estos últimos días, llámese mis sentimientos, sus aprehensiones... y comenzar de cero, como los amigos que (casi) siempre fuimos y que sinceramente esperaba nunca dejásemos de serlo. Precisamente ese email fue el que salvó tan crítica situación y que hoy por hoy hacía posible encontrarnos en lo mejor de nuestra (amical) relación.

Establecidos ya en el parquecillo miraflorino aledaño al Faro, las ansias de Diego no se hicieron esperar. Quería ver las fotos que nos tomamos días antes, en este mismo lugar a como dé lugar. Ubicados ya en una de las banquetas, cumplo con lo prometido y le muestro las fotografías que días antes mandé revelar. En ellas puede apreciarse a un Diego fresco, alegre, feliz, sin complicaciones, al natural... al más puro estilo Testino (salvando las distancias, claro está). También puede distinguirse a un no mal parecido Diego, dueño de una cautivadora mirada que encierra por momentos hálitos de infantil madurez, de agraciada ternura, de acertada seducción...

- Salgo muy gordo en varias, no me gustan tanto la verdad...- comenta él.
- ¿Qué dices? Si en ésta sales riquísim... ejem... sales bien, con buena pinta...
- Noooo... na' que ver, si hasta orejón y medio pelao' se me ve.

Recordé que hasta hace unos meses, moría por perder mis dedos en su ensortijado cabello. Que me idiotizaba por completo la idea de poder cumplir tal fantasía alguna vez. Su menguada cabellera era más que estimulante como para colmarla no sólo de reconfortantes caricias, sino además de tiernos y apasionados besos en cada uno de los rizos que la conformaban y bailaban en su frente. Curiosamente, hoy por hoy, esa extraña manía u obsesión ha dado paso a la calma y podría asegurar incluso que dichos deseos se encuentran convenientemente controlados. Afortunadamente.

- No digas huevadas Diego, se te ve muy bien en casi todas las fotos. Déjame mostrarte mi favorita.

Le enseñé la que mejor me quedó de todas. Aquella en la que se le ve, viendo fijamente al lente, con una mirada cautivante, en un interesante gesto entre adusto y sonriente. Cuando la vi por primera vez, definitivamente me dije que ésta era LA FOTOGRAFÍA que mejor pude haberle tomado hasta el momento.

- No sé, se me ve medio pelado... y cachetón...
- Putamadre, este huevón...- respondí.- Ni yo, que sí salgo hasta las huevas.

Reímos de nuestros comentarios, de las fotografías, de nosotros mismos. Y luego de intercambiar tantas impresiones sobre nuestras imágenes, tratando de que el tiempo no nos quede más corto, decido revelarle el motivo fundamental de nuestra cita.

- En vista de que mañana es navidad, pues se me ocurrió traerte algo que espero te guste...- mencioné mientras sacaba de mi mochila una bolsa plástica oscura que escondía un paquetito envuelto en un simpático papel de regalo.

Los ojillos de niño travieso de Diego se iluminaron. Recordé entonces otra de las intensas razones por las que este niño me cautivó alguna vez. Impaciente como él solo, prácticamente me arrebató de las manos su obsequio, dispuesto a desempaquetarlo lo más rápido posible, mientras su curiosidad y emoción no impedían agradecerme con una sonrisa de oreja a oreja, expresándose en trilladas palabras que se estilan en ocasiones como éstas.

- No estaba seguro de regalarte el devedé del último concierto de Chickfactor, o el otro que contiene sus clips. Como no quería preguntártelo para evitar arruinar la sorpresa, pues mejor te conseguí los dos. Ojalá te guste.

Embargado pore la emoción, Diego no podía creer lo que tenía ante sus ojos. Mas luego de la sorpresa inicial, reaccionó.

- ¡¡¡ HUEVÓN... GRACIAS...!!! ¡¡¡ DE VERDAD GRACIAS... TE PASASTE...!!!

Los ojillos de Diego contemplaban deslumbrados lo que tenía en sus manos. Revisaba y tarareaba cada una de sus canciones favoritas listadas en la funda de ambos discos. Parecía vivir un sueño, una maravillosa fantasía hecha realidad.

- Pero dime, te gusta ¿no? A lo mejor no era lo que esperabas, dime algo...

Diego seguía escudriñando ambos estuches, parecía que tal gesto lo hubiese transportado a otro mundo. De pronto, tomó conciencia y regresó al mundo real. Apunta su mirada directamente a mis ojos y en medio del clímax de su felicidad, frena aquel automático mantra que una y otra vez no cesaba de repetir frenéticamente la palabra "gracias". Se puso de pie, no dejándome tiempo siquiera de poder hacer lo mismo. Y una vez más, retribuyó mi presente con un dulce, estimulante y hasta apasionado abrazo, mientras me agradecía por ser el responsable de la alegría que le estaba otorgando en ese momento ¡...a voz en cuello!

- ¡¡¡ GRACIAS... DE VERDAD, MUCHÍSIMAS GRACIAS... ES EL MEJOR REGALO QUE HE PODIDO RECIBIR...!!!

Cubierto únicamente por sus la fuerza de sus brazos, tuve por un breve pero gratísimo momento lleno de éxtasis, su blando pecho apegado a mi rostro. Respiré por breves segundos su tibio aroma. Su mullida complexión me hizo sentir seguro y reconfortado en aquel instante. Meses atrás hubiera dado la vida por vivir un momento como éste, sin embargo tuve los pies bien puestos en tierra y acepté gratísimo esta extraordinaria muestra de afecto de quien hasta la fecha fue alguna vez mi más ferviente obsesión.

Apenas pude distinguir, en medio de su apabullante muestra de agradecimiento, que el pequeño álbum de fotos casi se nos caía al suelo. Y lo que era peor, que un grupo de chicas y chicos, metros más allá, observaban curiosos tan peculiar escena. Los chillidos de felicidad de Diego bien pudieron haber llamado la atención de todos los transeúntes del parque en más de un kilómetro a la redonda pero... ¡qué carajo! Si antes no me importó para nada lo que la gente opinase sobre mí, sobre él o sobre los dos... ¿a estas alturas comenzaría a guardar compostura por lo que pudiesen pensar los demás sobre un muchacho loco, abrazando a otro y gritando destornilladamente lo feliz que éste le hacia sentir? Evidentemente, no.

Luego de aquel enternecedor gesto y que las miradas curiosas de hace un momento paulatinamente se esfumasen, reparé en la vista que teníamos al frente nuestro.

- Mira el mar. Dime si no se ve precioso con el sol a pocos centímetros de ocultarse en él.

Ante nuestros ojos, teníamos una privilegiada vista al Pácífico. Caía un atardecer más, algo nublado, mas no lo suficiente como para ocultar al astro rey descendiendo poco a poco a la profundidad del horizonte, dibujando una zigzagueante e intensa línea naranja en la superficie del grisáceo océano. Un precioso espectáculo, la verdad.

Y mientras Diego se embelesaba en la belleza del horizonte, una vez más lo observé sin dejar de sentir un profundo cariño por este chiquillo. Aquel momento de alegría que me regaló minutos antes, me enterneció. Es cierto, a estas alturas no siento por él esa misma enfebrecida fijación que me despertó meses, incluso años atrás. Aquella desesperante obsesión, ese fortísimo deseo de tenerlo a mi lado y ser correspondido alguna vez, poco a poco había menguado para dar paso a la sensatez. Diego probablemente nunca sería mío. Difícilmente conocería el sabor de sus labios, tal vez jamás podría arrancarle un "te amo", mucho menos podría disfrutar de un intenso romance junto a él. Quizás, era mejor así. No creo que él se encuentre completamente preparado para asumir compromiso alguno, ya sea con una mujer u otro hombre. Menos aún creo estar preparado yo para enseñarle sobre el tema. Quizás lo más lindo sería que ambos compartiésemos el aprendizaje de experimentar nuestros sentimientos juntos, pero...

No quiero pensar en guerras perdidas, ilusas conjeturas, ni mucho menos. Hoy por hoy Diego se encuentra feliz a mi lado y afortunadamente no aspiro a tener algo más que su sincero cariño y leal amistad. Me alegra saber que aquella tarde, los dos, fuimos especialmente muy felices. Y minutos antes de partir de aquel lugar, se lo hice saber.

- ¿Sabes algo? Hoy tú me has dado el mejor regalo que he podido recibir.- comenté.
- ¿Cuál? Si no te he traído nada...
- Sí. Sí me has dado algo y no te has dado cuenta...

Diego me miró algo extrañado.

- Hace unas semanas, en este mismo lugar, estuviste profundamente triste, contándome tus problemas... hasta lloraste. Y eso me apenó bastante. Pero hoy, sin mentirte o usar floro barato alguno... verte así tan feliz, con esa sonrisa de oreja a oreja, gritando como loco y agradeciéndome por algo tan sencillo... aunque no lo creas, me ha llenado el espíritu y ha alegrado bastante. De verdad.

Mis palabras lo dejaron mudo. Observó una vez más mi obsequio. Trató de explicarme lo feliz que le hacía sentir que me acordase de él de esta forma. Parecía por momentos que la voz se le entrecortaba.

- Ah no. Yo no te he regalado esto para que de nuevo te pongas a llorar, huevón. Te lo quito si lloras otra vez.-bromeé. - Dime ¿vas a llorar de verdad?
- No sé hermano, creo que sí...

La escena era conmovedora. Desafortunadamente no quedaba mucho tiempo para continuar conversando. Minutos después, partimos del lugar, enrumbándonos hacia una avenida cercana para que Diego continuase su camino. Iría de todas formas a reunirse con sus compañeros, a encontrarse -para variar- con aquella amiguita suya que semanas atrás le cerró las puertas de su corazón. Y mientras caminábamos juntos, observando los vitrales de las tiendas, de cuando en cuando se detenía a observar el reflejo de su imagen en los cristales.

- Dime, se me ve más duro, corpulento, con más músculos ¿verdad?

"Te ves riquísimo, como para abrazarte fuerte, muy fuerte" era la respuesta que más tenía a la mano confesarle. Sin embargo, preferí callar y contestar sus inquietudes asintiendo con la cabeza... y con una que otra broma sobre su peso para hacerle pisar tierra. De pronto, repentinamente Diego me sorprende al despedirse de mí con un débil y rápido abrazo, pues su custer se aproximaba. Me quedo entonces solo, en medio de la vereda y el trajín de los transeúntes que vienen y van, cada uno más rápido que el otro esta noche víspera de nochebuena. Me detengo en uno de los vitrales de las tiendas donde momentos antes Diego contemplaba su figura. Veo reflejado mi rostro, algo cansado, con el cabello atrozmente revuelto, pero con aspecto risueño. Sonrío aún más cuando recuerdo un anecdótico incidente ocurrido momentos antes. Cuando Diego y yo observábamos juntos el atardecer en el parque. Y de pronto él sufre un tímido, pequeño y furtivo escape de flatulencia. Tras las disculpas de rigor, segundos después recae otra vez en su falta. No pude entonces evitar carcajearme muy sonoramente por lo ocurrente del momento.

Y sonriendo maliciosamente ante mi reflejo, recuerdo aquel pasaje del libro de Jaime Bayly. Más exactamente a Gonzalo, uno de sus personajes, refiriéndose al primer día que junto a su novia, experimentó un incidente similar.

"Ese día [que ella se tiró su primer pedo conmigo] sentí que nos teníamos una confianza total, que éramos una pareja súper sólida"

Quizás Gonzalo tenga razón. A lo mejor.