miércoles, 9 de mayo de 2007

F/F


Aunque parezca mentira o una curiosidad insólita, hasta hace unos pocos días no sabía de la existencia de la palabra fan-fic, ni tenía la más remota idea de lo que pudiese significar o consistir. Y todo a raíz de cierto libro que anda circulando por la ciudad, cuyos comerciantes aseguran se trataría del séptimo libro que daría fin a la saga de historias de Harry Potter, cuya autora es la británica Joanne Kathleen Rowling (Jotaká para los amigos), una de mis escritoras favoritas durante estos últimos meses.

Sobre el punto en cuestión, ya una página especializada en el tema se ha dado abasto en aclarar que el último libro de Rowling (Harry Potter and the Deathly Hallows) aún no se encuentra oficialmente a la venta en idioma español y que la obra titulada Harry Potter y la Sombra de la Serpiente (que sorprendentemente ya está a la venta en varias ciudades latinoamericanas), se trataría de una novela espuria elaborada como pasatiempo por una fanática "potteriana" y que bajo ninguna circunstancia intentó comercializar su trabajo, tal como presuntamente lo vienen llevando a cabo ajenas e inescrupulosas manos.

Al punto. Este desconocido hábito (para mí) de "tomar prestados" personajes de ficción y escribir sobre ellos todo lo que se nos ocurra, se denomina fan fic (una mejor e ilustrativa idea de lo que consiste este "novedoso" género, puede encontrarse en la definición que ofrece Wikipedia). Y buscando precisamente empaparme más sobre el tema, fue que me topé con una interesante historia de tinte slash* (cuya autora Elenis, ya lo ha publicado en su propia página web) la cual transcribo y comparto a continuación. Espero sea de su completo agrado y la disfruten tanto como yo.


* sírvase enterarse de la definición del informadísimo Wikipedia.


* * *


Amanecía en Hogwarts un cálido día de verano. En particular, el día que acababan las clases. Aquella tarde, todos los alumnos harían las maletas para marcharse a la mañana siguiente a sus respectivas casas. La noche anterior había reinado un clima de juerga y distensión muy típico de los días previos a las vacaciones, y todo hacía pensar que dicho ambiente no iba a cambiar el último día en el colegio; se gastarían bromas, habría llorosas despedidas y grajeas de todos los sabores, quizá alguna confesión de amor.

Sin embargo, ese día..., ese día había algo extraño, Harry Potter pensó. Se incorporó en la cama, soñoliento, y trató de averiguar qué era lo que le hacía distinto al día anterior.
Pronto lo descubrió: era gay. Se relajó al comprobar que, por tanto, su estado eufórico no tenía nada que ver con tener que encontrarse con los Dursley en menos de treinta horas. Pero aun así, se preocupó un poco, porque desconocía los recovecos de su nueva sexualidad. Estuvo cavilando unos minutos, hasta que finalmente resolvió que ser gay era maravilloso, moderno y sensual, y por tanto lo único que casaba con un héroe como él, tan valiente y atrevido. Sería toda una aventura -mejor que las chorradas que solía vivir- descubrir las excelencias de ser homosexual. Así que Harry se levantó con una sonrisa en la boca.

Era temprano, y Seamus Finnigan, Dean Thomas y Neville Longbottom todavía dormían. La cama de Ron, por contra, estaba vacía, con las cortinas descorridas. Harry se encaminó al pequeño aseo contiguo a la habitación para lavarse y ponerse la capa (bañarse era algo que sólo hacían los prefectos, o sea, la gentuza no digna de su alcurnia), pero nada más abrió la puerta, encontró allí a su amigo. Ron tenía la cabeza metida en el water y emitía un sonido gutural de arcadas que a Harry le puso los pelos de punta.

- ¿Qué haces, Ron? -preguntó en voz baja.

Ron se volvió y le miró como si fuera el mismo Voldemort. Estaba muy pálido; el labio inferior le temblaba. Harry reparó en que tenía abierta la camisa del pijama, y pensó en lo sexy que podía resultar un Weasley recién levantado, con el rojo cabello revuelto. Pero antes de que pudiera decir nada, Ron le espetó:

- Anochecenémuchísimomeencuentrofatal -sorbió, se levantó y caminó hacia Harry-. NomemolestesahoravoyarevisarmisapuntesdeHistoria.

Pasó hacia su lado sin rozarle un centímetro. Harry se quedó sorprendido, no sólo por el hecho de que Ron se mostrara tan seco con él (él, tan bueno, tan valiente y tan listo, a quien sus mejores amigos debían amor y obediencia), sino porque Ron no se había puesto a revisar apuntes desde que le conoció, y de eso ya hacía muchísimo tiempo. Se encogió de hombros y pensó que era su problema.

Se lavó y vistió, y por primera vez en su vida consideró la posibilidad de tejer unos puños bordados a los extremos de las mangas de su capa. Después salió del baño atusándose el pelo -el pelo moreno alborotado era lo más sexy para un gay que se preciara-, y comprobó que Ron estaba llevando a la práctica lo que había dicho. Neville estaba alimentando a Trevor, Dean no se encontraba en su cama, y de la de Seamus salían una serie de ruidos obscenos que llamaron a Harry la atención. No obstante, como no era curioso, tomó su mochila y se marchó de allí cerrando delicadamente la puerta.

Fue en busca de aquella persona a quien sólo hacía caso cuando Ron le ignoraba deliberadamente, o cuando quería pasar el rato, o cuando necesitaba aprobar un examen: Hermione Granger. Consciente de que era probable que aún estuviese en el dormitorio de las chicas, decidió esperarla en la sala común. Ésta se encontraba casi vacía, con excepción de un par de figuras que se daban el lote apasionadamente sobre un sofá. Al acercarse más, comprobó que se trataba de Lavender Brown y Parvati Patil..., no, Parvati no. ¡Padma! Carraspeó y se dirigió a ellas:

- Lavender -dijo con voz acusadora-. Padma no puede entrar aquí. Ella es de Ravenclaw.

Lavender gruñó y le miró con un ojo, mientras el otro seguía recorriendo el cuerpo de Padma de forma lasciva.

- Ya sé que es de Ravenclaw, Harry -logró decir entre los besos-. Pero ¿qué más da? Tú has infringido bastante más reglas que yo.

Padma no dijo nada. Se limitó a tratar de levantar el faldón de la capa de Lavender mediante un hechizo; Lavender rió y la detuvo. Harry intentó recordar si existía algún héroe que, además, fuese chivato. No encontró ninguno, así que pensó que ser chivato no era una característica típica de los héroes, y decidió dejarlas en paz. Preguntó:

- ¿Habéis visto a Hermione?
- Sí -respondió de nuevo Lavender a duras penas-. Me dijo que se iba... mmmmm, Padma... cuando nos levantamos, ella me dijo que iba... a la biblioteca.
-Vale, gracias -dijo Harry, y se encaminó hacia allá.

No le costó trabajo encontrar a Hermione. Era la única que podía estar allí a esas horas. Harry observó cómo hojeaba ejemplar tras ejemplar, casi enterrada bajo una pila de libros tres veces más grande que ella misma. Parecía concentrada al cien por cien en su trabajo, y eso que acababan de pasar los exámenes finales.

- ¿Qué haces? -dijo.
- ¡Oh... Harry! -respondió ella-. Nada, sólo intentaba documentarme un poco.

Harry paseó la mano por el dorso de un libro.

- ¿De qué va tu investigación esta vez? ¿Los derechos de las veelas en su consideración de mujeres objeto?
- No -contestó Hermione-. Verás, Harry, de pronto siento un interés desmesurado hacia ciertos temas que... bueno, nunca antes había sentido. -Harry levantó el libro. Se llamaba Homo. Cogió uno aún más gordo, que resultó ser Comportamiento sexual de la mujer por Alfred Kinsey. -Estoy fascinada por todo lo relacionado con la homosexualidad. -Harry asintió, algo absorto, mientras hojeaba un volumen titulado Manual de sexo lésbico II.- En particular por el lesbianismo -aseguró Hermione, que se mordía el labio. Harry dirigió una mirada ávida a la enciclopedia Mil años de magia gay y clavó la vista en sus ojos.

- ¿Y a qué se debe ese súbito interés? -preguntó suavemente.
- Bueno -Hermione parecía nerviosa-. Soy lesbiana, Harry.
- ¡Vaya!, ya somos dos.
- ¿Eres lesbiano?
- No, soy gay.
- ¡Ah!

Hermione se puso contenta.

- ¡Qué bien! -dijo-. Ya creía ser la única. He pasado aquí más de una hora, leyendo como loca. Creo que debo prepararme para todas las posibilidades que me ofrezca mi opción sexual. Como sabes, opino que el estudio sirve de mucho en la vida. ¿Tú has buscado información sobre el asunto?
- No, ni pienso hacerlo -"la sinceridad, aunque dolorosa, es digna de los héroes", pensó Harry -. Prefiero vivir, Hermione, no encerrarme en la biblioteca. -automáticamente se felicitó a sí mismo, la frase era realmente preciosa.

Ella meneó la cabeza de un lado a otro.

- Así nunca llegarás a nada. ¿Cómo que Ron no está contigo? ¿Os habéis peleado?
- No, se ha quedado en el dormitorio. Por cierto, ¿cómo vas a decírselo?

Hermione se quedó callada. Por lo visto, había olvidado completamente que estaba saliendo con Ron. Harry no estaba seguro de que una lesbiana no pudiera salir con chicos, pero no le parecía que la cosa quedara bien en cualquier caso. Por otra parte, Ron no era la típica persona que se tomara esos asuntos a la ligera... Hermione, pensó, iba a tener la cosa un tanto cruda. Por supuesto, él apoyaría a Ron si se enfadaba con ella. Después de todo, era el único que le importaba. Y estaba bueno.

- No lo sé -confesó Hermione-. Algo se me ocurrirá, espero.
- Más te vale -corroboró Harry-. ¿Vamos a desayunar? Ya va siendo hora.

Ambos bajaron al Gran Comedor. Cogidos del brazo, porque una vez visto lo visto, no les importaba extender un poco sus confianzas sin que Harry pensase que Hermione tenía un interés desmedido en él. Una vez allí, se quedaron un tanto sorprendidos al ver la decoración del lugar: cielo lluvioso (¿en junio?), candelabros rosas y arco iris. Muchos arco iris, dispuestos por toda la enorme sala, de la misma forma que hacía unos días se había forrado el comedor con los colores de Slytherin. Sí, Slytherin había ganado la Copa de las Casas... Era toda una vergüenza para Gryffindor, pero tanto Ron como Hermione le habían dicho a Harry que estaban hartos de pertenecer a la Casa de los Guays, así que el sentimiento "godriquista" de ambos no había sufrido demasiado con la victoria de los de Slytherin. A Harry, para ser sinceros, le daba igual si Gryffindor ganaba o no, mientras él siguiera pasando por el héroe humilde y puro que era.

- ¿Qué es esto? -preguntó Hermione, y repitió la pregunta cuando vio pasar a Alicia Spinnet y Angelina Johnson. Pero ellas no le hicieron ningún caso. Iban de la mano, riéndose por lo bajo y con caras de haber subido al cielo, y se sentaron a la mesa muy juntas.

Harry entornó los ojos. Lo cierto era que el comedor presentaba un aspecto ligeramente diferente que otras veces. No era sólo por los estridentes arco iris, o porque los de Slytherin pareciesen haberse integrado en una dinámica más global, en vez de formar su habitual círculo cerrado; los alumnos que iban llegando parecían... alegres. Exceptuando unos cuantos que miraban a izquierda y derecha con estupor, la gente mostraba sonrisas de oreja a oreja y hablaba sin parar. Hablaba y besaba, como constató Harry. Por ejemplo, Justin Finch-Fletchley estaba muy ocupado comiéndole la boca a otro chico de Hufflepuff, Ernie, quien sentado en su regazo le hacía señas de triunfo a un amigo. Colin Creevey intentaba alcanzar la misma dinámica con un jovencito de su curso. Incluso Millicent Bulstrode parecía perseguir el mismo objetivo tonteando ostensiblemente con Pansy Parkinson, que sin embargo permanecía agarrada a la cintura de una de sus compañeras de Slytherin ("las chicas tontas", como las llamaba Ron, o "las niñas pijas" según Hermione).

Vio a Cho Chang en la mesa de Ravenclaw, y le invadió un profundo sentimiento de alivio al comprobar que ya no se quería morir cuando los brillantes ojos negros de la chica escudriñaban en su dirección. Por fin se había librado de esos instintos suicidas que tan mal le quedaban a un héroe satisfecho de sí mismo. Sin embargo, aún sentía una profunda admiración por el encanto de Cho, y se sorprendió un poco cuando comprobó que lo estaba luciendo exclusivamente para... una chica de largo cabello rubio y atractivo indiscutible, que se hallaba sentada a su lado.

- Oye -dio un codazo a Hermione, turbado-. ¿A ti te habían dicho que iba a venir Fleur Delacour?
- ¿Fleur Delacour? -repitió Hermione-. ¿A qué te refieres? Si es una broma...

Pero Harry señaló hacia la mesa, y a su amiga no le quedó más remedio que creerle. Se quedó con el ceño fruncido y la boca abierta de par en par, viendo cómo la cañón de Hogwarts se enrollaba con la cañón de Beauxbatons. Ambas estaban vestidas con capas oscuras, y Fleur lucía una llamativa pulsera. Abría y cerraba su boca roja sobre los labios cetrinos de Cho. Era un espectáculo interesante, Harry pensó, pero Hermione -pese a su nuevo lesbianismo- parecía algo enfadada.

- Pues no sé que ve en ella -dijo al fin-. Vamos, una chica como Cho, que podría tener a quien quisiera con sólo proponérselo...
- ¿Te siguen sin hacer efecto las veelas?
- Ella no -gruñó Hermione-. Déjalo, Harry, vamos a sentarnos.

Tomaron asiento al lado de otra parejita y automáticamente aparecieron los manjares en la mesa. Todo el desayuno consistía en frutas selectas y bollos dulzones, que Harry acabó encontrando demasiado empalagosos. Habría dado lo que fuera por una buena tostada. Sin embargo, cuando recordó que era gay, se esforzó por acabarse toda la comida del plato y se limpió la boca con muy buenos modales. A su lado, Hermione no encontraba pegas; devoraba los bollos con avidez.

En el momento en que Harry dejaba sus cubiertos formando una perfecta X, vio a Ron que se acercaba a ellos con pasos apresurados. Tenía muy mala cara; Harry se preguntó qué le pasaría.

- Hola -saludó Ron, y se inclinó para estrellar un rudo beso en los labios de Hermione-. No sabía que era tan tarde. Me muero de hambre.

Hermione se limpió la boca, y Harry imaginó que no era sólo por las migas.

- No queda mucho, pero ven, siéntate -dijo con amabilidad.
- ¿Qué tal Historia? -preguntó Harry. Ron hizo un gesto vago mientras elegía una silla. La capa que llevaba no estaba abotonada del todo, de modo que un trozo de carne asomaba por el escote. Ron tenía un pecho blanco y tierno; Harry hizo un esfuerzo por recordar las veces que se habían desnudado juntos. Sí, él era alto y esbelto, pero su cuerpo aún tenía el aspecto de un niño grande. Usaba calcetines de lana. Calzoncillos blancos...

De pronto, Harry fue consciente de que la mecánica estaba funcionando en su cuerpo. Trató de impedirlo, pero era demasiado tarde. Se encogió cuanto pudo, puso un brazo de través sobre su vientre y se regañó a sí mismo, pero se disculpó asegurándose que no estaba acostumbrado a aquellas reacciones. Ron le miró; él se puso algo colorado. Fue a decir algo, pero entonces Dumbledore se levantó de la mesa de profesores y alzó una mano pidiendo silencio.

- ¡Hogwarts! -comenzó, una vez los alumnos se hubieron medio callado-. Hoy es vuestro último día de curso. Mañana volveréis a vuestros hogares, libres ya de la presión de los exámenes, con la seguridad de que sois un poco mayores. Como este año daba la casualidad de que el último día que pasaríais aquí coincidía con una celebración del mundo muggle que personalmente comparto... -Dumbledore sonrió mientras se oía algún abucheo procedente de la mesa de Slytherin-. Los profesores y yo decidimos que podíamos divertirnos un poco. Así que es mi placer informaros de que esta tarde habrá una fiesta, baile incluido.

Sorprendidos, los alumnos intercambiaron murmullos y aplaudieron. Ron, Hermione y Harry también; nadie se esperaba aquello.

- Esta vez no tenéis que traer pareja, aunque por supuesto, podéis hacerlo si es vuestro deseo -continuó Dumbledore-. El o los alumnos que encuentren algo muy preciado que está escondido en los terrenos del colegio, recibirán un premio especial. Sólo os daré una pista: es pequeño y todo el mundo sabe que lo adoro. En la fiesta actuará el grupo Las Nimbus Se Lo Montan Solas... (Profesora McGonagall, deje a la señora Pomfrey, ya habrá tiempo luego), como iba diciendo, actuará ese grupo, y tendremos también una coreografía dirigida por la señorita Delacour. ¿Señorita Delacour?

Cho Chang dio unos golpecitos en el hombro de la medio veela, quien levantó la cabeza y saludó a todo el mundo con una sonrisa fría.

- Fleur Delacour se ha aparecido expresamente en Hogwarts para participar en nuestra fiesta -anunció el venerable mago-. Y ha tenido la amabilidad de preparar un número especialmente para nosotros. En fin, sin otro particular (¡Minerva, por favor!), espero que lo paséis bien... Ah, se me olvidaba comentarlo: hemos convocado un pequeño hechizo inofensivo sobre el colegio... Nada serio... Sólo era para que pudiéseis gozar de la celebración con verdadera ilusión. Espero que todos estéis complacidos, y que podáis atender a las clases de hoy. ¡Tened buen día!

Dumbledore se volvió a sentar. La mayoría de los profesores ya estaba recogiendo sus cosas, aunque McGonagall seguía con la mano sobre los hombros -o un poco más abajo- de la señora Pomfrey. La profesora Trelawney las miró y movió la cabeza. "Esto no va a salir bien, nonono", dijo en un tono perfectamente audible.

- Me pregunto qué hechizo habrán lanzado -dijo Harry, mientras se colocaba al hombro su mochila.
- Podemos investigar -propuso Hermione-. Hagrid debe saber algo...

Ron murmuró algo incomprensible.

- ¿Qué? -preguntó Harry.
- He dicho maricas -gruñó Ron-. Maricas. Maricas. ¡Miradlos! Estamos rodeados de maricas.

Harry y Hermione observaron a su alrededor, pero no vieron nada fuera de lo común, o al menos nada que justificara el tono escandalizado de Ron. Quizás era cierto que no se habían esperado aquel ambiente a la hora de levantarse, pero se sentían bastante a gusto en él.

- ¿Te refieres a esas dulces, excitantes parejitas de chica-chica? -preguntó Hermione, que se había quedado con la vista fija en Hannah Abbott y Parvati Patil.
- ¡Hermione! -se quejó Ron-. Harry, ¿entiendes tú lo que quiero decir? Es asqueroso. Menos mal que sólo es por hoy.
- ¿Qué? -dijo Harry, a la vez que desviaba los ojos de Dean y Seamus, que habían bajado tarde y se estaban acabando los restos del desayuno, no sin llevar de cuando en cuando el tenedor a la boca del otro.
- Oh -dijo Ron, y sus ojos brillaban de furia-. Por lo visto, Harry, tú no has visto lo que yo ahí arriba. Dean grita y Seamus gime. Asqueroso. Bien, hasta que no tengáis un poco de sentido común no me vengáis a buscar, quedaos con vuestros amigos maricones y tortilleras -y dicho esto, se cargó la cartera a la espalda y se alejó de ellos, con la cabeza muy tiesa.
- ¡Es un homófobo! -dijo Hermione dolida-. Nunca me hubiera esperado esto de él.
- Mmm -comentó Harry, que todavía tenía en la mente el aspecto del trasero de Ron, o lo que había podido ver con esa maldita capa. Si tan sólo se la levantase...
- ¿Crees de verdad que el hechizo ha sido ése? ¿Volvernos a todos gays?
- ¿De qué hablas, Granger? -dijo detrás de ellos una voz que arrastraba las palabras-. Tu voz suena cada vez peor. Quizá deberías comprarte un esclarificador, aunque supongo que con tus padres muggles, sólo te dará para hacer gárgaras de menta.

Hermione y Harry se volvieron al instante. Draco Malfoy, su mortal enemigo, estaba allí, flanqueado por los enormes Crabbe y Goyle. Draco era un chico delgado, de bello rostro afilado ("muy bello", como constató Harry) y cabello rubio platino. Su túnica, al igual que su peinado, estaba impecable.

- Draco, vete a tomar por culo -dijo Hermione, privada ese día de la censura usual, y Harry estuvo a punto de ofrecerse voluntario.
- Qué fuerte, no digas más que me das miedo, Granger -respondió Draco con desprecio-. Potter, tu amiguita debería contener su lengua, a no ser que quiera conservarla fresca para utilizarla con Fleur Delacour o con cualquiera de las otras. ¿Te gustaría, Granger?

Si Draco esperaba una negativa, se vio seriamente frustrado, porque Hermione se embarulló con las palabras y acabó roja como un tomate.

- Draco -dijo Harry-. ¿No notas hoy un ambiente distinto? ¿No sientes como si algo... cambiase dentro de ti? -comenzaba a pensar que, después de todo, tenía razón aquel poema que decía que los Slytherins eran los más sexys de todas las casas.

Draco Malfoy levantó una ceja y observó a Harry con recelo. Esbozó una sonrisa.

- ¿Qué diablos dices de cambiar, Potter? ¿Y desde cuándo te diriges a mí de esa manera?
- Bueno -dijo Harry, a quien comenzaba a guiarle en línea recta aquello que se estaba volviendo a despertar entre sus piernas-. Hemos sido enemigos mucho tiempo, ¿no? Quiero decir, que tú seas de Slytherin, un jodido elitista mimado hijo de un mortífago, un chuloputas y un creído, y que encima odies a mis dos mejores amigos, no es razón para que tú y yo sigamos distanciados, ¿verdad? Después de todo, somos luz (brillante y pura luz) y oscuridad. Nos complementamos muy bien.

Draco se quedó sorprendido. Después rompió a reír, coreado por Crabbe y Goyle.

- ¡Potter, a veces eres tan gracioso! ¿Qué es lo que has pensado de mí? O mejor dicho... ¿de mí y de ti?

Harry no supo qué contestar.

- Lo siento mucho, pero tengo que ir a clase. Retuércete de pasión, pequeño, mientras yo estoy fuera -dijo Draco, y le lanzó un beso a Harry, lo que provocó una nueva oleada de risas en sus amigos. Y en Pansy Parkinson, que como siempre, observaba la escena junto a las Niñas Pijas.

Hermione y Harry fueron a clase en silencio. Harry ardía de rabia.

- Seguro que también tiene el hechizo, y sólo hace eso para disimular -intentó consolarle Hermione.
- ¡No! -aulló Harry, que siempre contestaba del mismo modo cuando alguien le hacía arrumacos. Era cosa del orgullo de los héroes-. ¡Y deja ya esa tontería de que me he vuelto gay por un hechizo! Esas cosas sólo pasan en los cuentos.



La mañana fue muy aburrida. Harry había pensado que la "celebración" a la que se refería Dumbledore animaría las clases, o que los profesores les dejarían tiempo libre por ser el último día; pero no ocurrió ni lo uno ni lo otro. En clase de Historia, dieron la caza de brujas lesbianas y sus costumbres rituales en el siglo XIX. En Herbología, la profesora Sprout -que parecía un tanto frustrada- les enseñó la reproducción asexual por gemación. En Transformaciones, una animada (¡más que nunca!) profesora McGonagall les mostró cómo había que hacer para convertir un simple zapato en un complejo objeto sexual (que, en la opinión de Harry, sólo podían usar las chicas, pues a él le daba grima la sola idea de meterse aquello).

- ¡Muy bien, muy bien! -dijo la profesora McGonagall, mientras se comía el juguete de Parvati Patil con los ojos. Era dos pulgadas más grandes de lo normal-. Pero no le has puesto correas. Las correas son indispensables para atárselo, si se desea tener sexo lésbico. De todas formas, parece que funciona muy bien... ¿alguien podría probarlo para comprobarlo? Una chica, por favor.

Pero los ruegos de la profesora no fueron atendidos por ninguna de las compañeras de la clase de Harry, demasiado ocupadas en sus propios asuntos. Al final de la hora McGonagall les pidió sus objetos transformados ("para evaluarlos", aseguró) y salió disparada con ellos hacia la enfermería. Hermione fue practicando con la varita mientras caminaban hacia la siguiente clase, Adivinación, hasta que se despidió de Harry en la puerta. Para entonces, había convertido unos diez candelabros en juguetes de forma parecida.

La profesora Trelawney se encontró seriamente molesta por el comportamiento de sus alumnas predilectas, Lavender y Parvati. Lavender parecía haber pensado que Padma y Parvati se parecían demasiado, al menos físicamente, y su flirteo con su amiga resultaba tan evidente que hasta Dean y Seamus dejaron sus juegos para observarlas. Harry miró a Ron. Estaba en un rincón, solo y con la nariz pegada a la bola de cristal, mientras que la profesora Trelawney predecía catástrofes, desengaños y ETS varias para quienes tuvieran sexo en los próximos días. Tuvo ganas de hablar con él, pero se contuvo; él era el héroe, y su amigo-vasallo debía aceptarle tal como fuera. No podía ponerse a su nivel.

La última clase del día era Pociones. Los alumnos de Gryffindor y Slytherin fueron a la mazmorra de Snape, pero allí se encontraron con el profesor Flitwick, quien les informó de que Snape se hallaba indispuesto y no podía atenderles. Más adelante se enteraron de que Snape estaba en desacuerdo con las ideas de Dumbledore sobre determinadas fiestas muggles, y que había tomado una poción de su inventiva para evitar los efectos del hechizo que Dumbledore había lanzado sobre Hogwarts. Pero dicha poción, por lo visto, había entrado en conflicto con ciertos sentimientos escondidos en lo más recóndito de Snape -algunos les ponían nombre: James Potter, Lockhart, Lupin-, lo que había causado que el profesor se descompusiera y se encerrara en su despacho, clamando que no quería ver a nadie. En cualquier caso, Harry y los demás Gryffindors estaban contentos de no tener que ver la ganchuda nariz de Snape aquel día, no así como un amplio grupo de chicos de Slytherin, que parecían desilusionados. Uno apretaba contra su pecho un osito negro con una serpiente enroscada, y otro miraba con desolación una tarjeta que llevaba estampada un gran corazón.

Hermione y Harry pasaron el tiempo que quedaba en la biblioteca (para disgusto de Harry, que comenzaba a echar seriamente a Ron de menos) y luego fueron a comer. Se sentaron enfrente de Ginny, que como siempre se sonrojó. Sólo que esta vez a Harry le dio la sensación de que no era él quien provocaba esa reacción en la chica.

- ¿Sabes si alguien ha encontrado la cosa esa tan preciada? -preguntó Hermione.
- No. No tengo ni idea -respondió Ginny-. Pero creo que no. Malfoy y sus amigos están buscándolo. También Cho y esa chica de Beauxbatons..., pero como no saben siquiera qué es...
- Pequeño, y Dumbledore lo adora -meditó Hermione.
- Dumbledore estaba últimamente obsesionado por la música -aseguró Harry, recordando la última vez que había visitado el despacho del director-. Hacía cantar a Fawkes todo el rato. Apuesto a que tiene algo que ver con eso.
- Bueno Harry, tú sueles apostar mucho y pocas veces se cumple -metió cuchara Seamus, que estaba sentado cerca.
- ¡Calla! -dijo Harry con aspereza-. ¿Dónde está Ron?

Ginny señaló al extremo más alejado de la mesa.

- Allí -dijo-. Está enfadado.

Ron comía en silencio, medio tapado por su pelo rojo, con tanta rabia que dejaba caer en el mantel la mitad de cada cucharada que se llevaba a la boca.

- ¿Más todavía? -Hermione hizo girar los ojos-. ¿Qué ha pasado ahora? ¿Neville ha intentado ligar con él?
- No... Es que ha visto eso -Ginny se ruborizó de nuevo, e hizo un gesto en dirección al otro lado.

Harry miró, pero entre tantas dulzuras no pudo distinguir nada especial. Mucho chico guapo de Gryffindor, sí... De pronto Hermione le tiró de la manga. Tenía que ser muy fuerte, se dijo, o Hermione no se comportaría así. Entonces lo vio. Era un cuadro muy tierno, muy interesante y también algo excitante, pero sin duda alguna no apropiado para niños, a su modo de ver. Lee Jordan estaba en medio, como un sandwich, y los gemelos parecían tener desde luego más interés en él -y en el otro Weasley- que en la comida. No cabía duda de por qué el conservador Ron se había molestado.

- ¡Twincest! -siseó Harry-. Qué mentes más pervertidas tienen algunos.
- Bueno, supongo que estaban demasiado unidos -dijo Ginny-. Nunca se separaban el uno del otro. Pensaban igual... tenían los mismos gustos... Y supongo que tampoco podían dejar aparte a Lee Jordan. Se había convertido en su amigo del alma.
- Uf -dijo Hermione, moviendo la cabeza-. Desde luego, lo está disfrutando. No sé. El único twincest que me resultaría sexy es el de Padma y Parvati.

Harry arrugó la nariz. En ese momento, Angelina Johnson y Alicia Spinnet, que se sentaban delante de los gemelos y Lee, dejaron escapar algo parecido a un ruido ahogado de disgusto. Ginny, Hermione y Harry observaron y comprobaron que sus bocas estaban pegadas, de forma que no podían separarse. Fred y George, aún abrazados a Lee, se reían y bromeaban sobre el asunto. Fred dijo que se les pasaría en tres minutos, contados con reloj.

- Bueno, aun con el fluff romántico les queda algo de su carácter inicial -comentó Hermione, y Ginny la miró con tal dulzura que Harry llegó a preguntarse si no estaría estorbando.

Terminaron de comer en silencio. Hermione y Ginny se echaban vistazos cada vez más descarados, y cuando Hermione extendió la mano para coger la nata (había fresas, todo un lujo para Hogwarts), Ginny puso la suya sobre la de la joven bruja. "Tranquila, yo te la alcanzo", pudo escuchar Harry; Hermione le dedicó una sonrisa. Al poco tiempo, las dos chicas estaban mirándose la una a la otra con ternura. Harry, que se estaba aburriendo bastante con el tema, vio que estaban coloradas, y al levantar ligeramente el mantel observó que había más actividad debajo de la mesa que encima. "Genial", se dijo, "ahora están haciendo piececitos. Sin Hermione, ¿qué voy a ser? ¿Un héroe solitario? Bueno, no está tan mal... Pero ¡no!, yo soy Harry Potter, El Niño Que Vivió. Tengo derecho a tener admiradores, quiero decir amigos".

Volvió a mirar a Ron. Parecía tan abandonado; se secaba los ojos con el dorso de la muñeca. Y seguía siendo sexy. Harry se levantó decidido.

- Hermione -dijo-. Voy a buscar a Ron. No podemos seguir enfadados con él.
- ¿Uh? -preguntó Hermione, momentáneamente distraída de su magreo pedal-. Harry, tú eres siempre el que no quiere reconciliarse...
- Me da igual -aseguró, y se encaminó hacia su viejo amigo.

Hermione suspiró y lo detuvo:

- Harry, espera, voy contigo.
- No, si no hace falta que vengas, no sé si te has dado cuenta en todo este tiempo de que no podrías importarme menos... -Harry se calló, porque se percató de que estaba siendo demasiado sincero.
- Ya lo sé -dijo Hermione furiosa-. Pero mira, Ron a mí sí me importa, y después de todo sigue siendo mi novio.

Y dicho esto, se encaminó hacia el chico pelirrojo. Ginny llamó la atención de Harry:

- ¿Es verdad lo de que aún es su novio? -dijo, incrédula.
- En teoría, sí -respondió Harry. Ginny pareció desencantada ("¿Por qué tuve que nacer la última?").

Harry se volvió hacia Ron. Hermione se había sentado a su lado, al final de una mesa casi vacía, y le hablaba en voz baja. Ron negaba testarudamente con la cabeza y en varias ocasiones trató de ignorarla. Harry captó las palabras ("inmoral", "contra natura" y "vicioso"). Ron se ponía más y más rojo. Finalmente Hermione, harta, gritó:

- ¡¡¡¡NO SEAS GILIPOLLAS, QUE A TI TE PONE HARRY COMO AL QUE MÁS!!!!

Varios chicos de Hufflepuff y Gryffindor, que aún pululaban por el comedor, dieron su aprobación al respecto. La cara de Ron adquirió entonces un tono más intenso que su cabello. Después de eso, pareció volverse dócil como un corderito. No pasó mucho tiempo antes de que Hermione lo trajera de la mano.

- Ya está -dijo con una sonrisa-. Pide perdón, Ron.
- Sssientohabersidotanborde -murmuró el mago en tono apenas audible-. A partir de ahora, intentaré abrirme de mente. Y soy... soy...
- Gay -le ayudó Hermione con un susurro.
- Gay -musitó Ron. Tras esto, pareció relajarse un poco. Tomó aire y fue capaz de mirar a Harry a la cara.
- Magnífico -dijo Hermione, y se puso de puntillas para darle un sonoro beso en la mejilla-. Ahora creo que debes saber la verdad, Ron. Yo soy lesbiana.
- No me digas -Ron puso los ojos en blanco-. Por un momento casi llegué a creerme que las miradas que le lanzabas a mi hermana el verano pasado eran puro cariño fraternal.
- ¿El verano pasado? -preguntó Hermione, extrañada.
- En cualquier caso -dijo Ron, y apretó la mano de ella entre las suyas-. ¿Esto significa el final de nuestro gran amor?
- Puesss... creo que no se puede hacer nada por evitarlo, Ron -dijo Hermione, y acarició con tristeza la cara de su ex novio-. Pero yo siempre te querré, aunque sea de manera platónica, recuérdalo.
- Éramos la pareja perfecta... -se quejó Ron, y besó aquella otra mano.
- Pero Ron, ¿qué somos nosotros, una sola pareja hetero interesante, frente a todas las maravillas del slash? ¿No merecemos ser sacrificados en aras de un bien mayor? -dijo Hermione, angustiada.
- Sí..., claro que sí- le dio Ron la razón. Ambos se echaron una mirada que rivalizaba con las de los mejores pairings slasheros.
- ¡Ejem! -llamó Harry la atención-. Bueno, ya que estamos poniendo las cosas en claro, me gustaría decir que también soy gay. De los buenos, los llenos de glamour, cicatriz incluida -dijo, y se levantó un poco el pelo para que sus amigos la viesen.
-¿Y tú, Ginny? -preguntó Hermione-. ¿Eres lesbiana?

La hermana pequeña de Ron estaba escribiendo algo en una servilleta. Al notar que se dirigían a ella, se sobresaltó e hizo desaparecer la pluma mediante un hechizo. Le entregó la servilleta a Hermione.

- Lee esto y después me dices lo que tú crees -dijo, y salió corriendo como alma que lleva el diablo, a la vez que gritaba algo que sonaba como "¡Hermione Granger está como un tren!".

El rostro de Hermione volvió a adquirir una tonalidad rosácea mientras leía lo que Ginny había escrito. Ron estiró el cuello.

- ¿Qué es, Hermione?
- Leedlo si queréis -Hermione les pasó bruscamente la servilleta-. Me voy. No me busquéis en toda la tarde, nos veremos en la fiesta.
- No irás a estudiar, ¿verdad? -se escandalizó Ron.
- Voy a orientar hacia otro lado mis investigaciones -Hermione babeaba con anticipación-. Lo dicho. Hasta luego.

Se marchó, probando el encantamiento que McGonagall les había enseñado: "¿Cómo era? ¿Cunnifellatio? No, no, cunnilinguae. Sí, eso, cunnilinguae". Ron soltó un profundo suspiro de cansancio cuando leyó el poema de Ginny:


Tiene los ojos marrones como excrementos de gato,
y el pelo enmarañado como las ramas de árbol.
Quisiera que fuera mía, porque de todos es la favorita,
la chica más empollona lista, diestra y hábil con la varita.

(Hermione, estaré en el cuarto de baño de Myrtle... No creo que un fantasma se escandalice por nada, y tampoco puede ser considerado voyeurismo, porque está muerta)


- ¡Pero esto es una vulgar copia de aquello que me escribió a mí en segundo! -se quejó Harry, herido en su orgullo.
- Mi hermana sigue mostrando el mismo talento y delicadeza para la poesía que siempre -se burló Ron, y lanzó la servilleta lejos-. Excrementos de gato... algún día tendré que decirle que esas comparaciones no son románticas. En fin, con Hermione sí le ha funcionado. ¿Qué hacemos ahora, Harry?

Harry se percató de que se había quedado a solas con Ron. Y nunca mejor dicho, porque el Gran Comedor se hallaba completamente desierto.

Si no hubiera llevado gafas, la pasión de su mirada habría deslumbrado a Ron. Las palabras de Hermione, "que a ti te pone Harry como al que más", le retumbaban en los oídos. Ron le devolvió la mirada tímidamente. Tímido era aún más sexy, Harry pensó.

- ¿Qué crees tú que podemos hacer? -dijo, y el último verbo fue prácticamente un jadeo ronco.
- Bueno -contestó Ron, y se frotó la barbilla-. Podríamos buscar ese algo maravilloso, a ver si lo encontramos. Con nuestra habitual fortuna... Tú te llevarás los honores y yo me quedaré al margen como siempre, pero ya lo tengo asumido.
- ¿Sólo eso? -preguntó Harry decepcionado.

Ron se encogió de hombros. Al ver que Harry extendía las manos hacia él, se puso nervioso.

- Es-escucha, Harry, no estoy preparado para esto. Aún no tengo tan asumida mi homosexualidad. ¡Que me dejes, joder! -se enfadó-. Mira, vamos a buscar la cosa esa y no se hable más. Después ya veremos, ¿vale?

Harry tuvo que ceder. Ron y él caminaron por el hall, discutiendo dónde podría encontrarse; no tenía ningún sentido ponerse a buscar por el primer lugar de Hogwarts que se les ocurriera. Eso si no consideraban que "la cosa" podía estar en Hogsmeade o sus afueras... No, Dumbledore se había referido exclusivamente a los terrenos del colegio.

- Dices que ha de ser algo relacionado con la música -meditó Ron-. ¿Qué puede producir música aquí?
- Los gramófonos, Snape cuando se ducha, las sirenas...
- ¡Eso es! -gritó Ron-. ¡Las sirenas! Harry, probablemente a lo que se refiere Dumbledore es a un niño tritón. ¡Por eso decía lo de "es pequeño"! ¡Y lo adora, porque Dumbledore sabe comunicarse con las sirenas!
- Pero ésa no es razón suficiente, Ron -dijo Harry. Su amigo frunció el ceño.
- ¿Y tú qué sabrás de las correrías de Dumbledore? A lo mejor no es tan bueno como lo pintan... Yo voto por que nos acerquemos al lago y al menos echemos un vistazo. Además, hace calor. ¿Tienes branquialgas o algo parecido?
- No -respondió Harry.
- Bueno, ya nos inventaremos algún hechizo con latinajos. ¡Venga, date prisa! No querrás que Malfoy lo encuentre antes que nosotros.

Ron echó a andar hacia el enorme lago de Hogwarts, seguido por Harry, a quien no le hacía ninguna gracia la idea de volver a bucear allí. En las profundidades vivía un pulpo gigante, además de grindylows y unas sirenas que nada tenían que ver con las representaciones tradicionales; eran criaturas grotescas, de pelo verde y brillantes ojos amarillos. Harry sintió un escalofrío al pensar en la última (y única) vez que se había metido en el lago, para salvar a Ron... Sí, si es que él era tan bondadoso, tan capaz, tan noble, tan...

-¡Harry!

Los pensamientos de Harry se desvanecieron y se dio cuenta de que estaba frente al lago. Ron miraba la superficie del agua con recelo, como si esperase ver a un sirenito surgiendo de pronto de ella. Después, con un suspiro, comenzó a desabrocharse la capa.

- ¿Qué haces? -preguntó Harry.
- Habrá que zambullirse para buscar, ¿no? No quiero mojarme la única capa limpia que me queda.
- Oh, sisisisisisí- dijo Harry, cuyas partes bajas recobraban súbitamente la alegría de aquella mañana-. Espera, que te ayudo.

Pero no bien hubo posado sus manos en Ron, un tremendo grito rasgó el aire. Oyeron chapoteo unos metros más allá, y a una voz clara gritar "¡Relaxo!". Después de eso, hubo gruñidos y más chapoteos. Ron y Harry, consciente de sus deberes de héroe, corrieron hacia ese sitio. Vieron cómo Fleur Delacour trataba de liberarse de un par de sirenas que pretendían arrastrarla hacia el fondo, mientras que Cho Chang les lanzaba hechizos que apenas servían de nada, pues las sirenas eran criaturas muy lujuriosas. Y más aún si la que se les ponía delante era en parte veela, como ocurría en ese caso.

- ¡Quetejodanunpocus! -chilló Harry, apuntando a la sirena de la izquierda.
- ¡Sueltaalatiabuenus! -aulló Ron.

Dio resultado. Las sirenas soltaron un rugido de dolor y dejaron libre a Fleur, que nadó hasta la orilla. Allí la recogió Cho, la abrazó y la tumbó sobre la hierba. Fleur tenía cortes y heridas por todo el cuerpo, y su pelo plateado parecía verde de tantas algas que tenía encima.

- Muchísimas "ggacias"- jadeó Fleur -. Os "daguía" un beso, "pego cgueo" que hoy no "pgocede".
- Estábamos buscando el ser preciado de Dumbledore -gimió Cho-. Pensamos que podría ser un pequeño tritón, o una criatura marina... Por lo visto, nos hemos equivocado de medio a medio.
- ¿Por qué? -preguntó Ron.
- Bajé con el casco-"bugbuja" a la "mogada" de las "siguenas" -explicó Fleur-. "Follag", follan más que los humanos, a su "manega", "pego" sólo se "guepgoducen pog" huevos. De ellos salen ya adultos. ¡Nunca nos habían explicado eso!
- Y sin embargo, casi me la violan -dijo Cho, y apuntó a las heridas de Fleur-. Curo, curo y curo -su acción trajo una sonrisa a los labios de la francesa.
- Me "cugan" más tus besos, ma chérie -susurró, y la atrajo hacia sí. Harry estuvo a punto de sugerir marcharse, pero Ron parecía irritado.
- Os está bien empleado. ¡Tritones y sirenas! ¿Quién podría pensar en tritones pequeñajos y sirenas pariendo? No hace falta ser Hermione para saber que las sirenas se reproducen por huevos. Si después de todo, son como pescadillas.
- ¿Vendréis a la fiesta? -preguntó Cho Chang, ignorando los comentarios hirientes de Ron.
- Claro -aseguró Harry.
- He "pguepagado" un "númego" bastante bueno -Fleur se sentó y empezó a quitarse las algas del pelo-. Supongo que "gustagá". Va "acogde" con el día. "Kgum" iba a "venig" también a "haceg" una "demostgación" de quidditch, "pego" se "fgactugó" una "piegna" en el último momento.
- Vaya, lo siento -dijo Harry-. ¿Mantienes contacto con Krum? -recordó aquellos tiempos de penas y glorias, cuando había vencido a los otros campeones (Durmstrang-Krum, Beauxbatons-Fleur, Hogwarts-Cedric). Él era el mejor, por supuesto.

Fleur pareció algo incómoda.

- Es mi novio -dijo-. "Ahoga" vivimos juntos en "Paguís".
- Oh -sólo pudo articular Harry, mirando alternativamente a Fleur y a Cho.
- ¿Cómo? -Ron se rascó la oreja-. Creo que no entiendo.
- No tienes que "entendeg" nada -dijo Fleur molesta-. "Fgancia" es la "tiega" de los ménages à trois.
- Pero yo ya te he explicado mil veces que lo que quiero es sólo un rollete de verano, Fleur -aseguró Cho-. No tienes que comerte la cabeza con esas cosas.
- ¿Y si "estuviega enamogada"? -se obstinó Fleur.
- ¿Tú?... Bueno, en ese caso, siempre queda Hermi...
- Vámonos, Harry -suplicó Ron con un escalofrío, y Harry le hizo caso.



De vuelta al castillo, no pronunciaron palabra. Ambos iban chafados por aquel primer intento, y se devanaban los sesos intentando pensar en algún otro sitio donde pudiera estar escondido... "eso". ¿Pero qué era "eso"?

- No tiene sentido buscar si ni siquiera sabemos lo que buscamos -se quejó Ron.
- Tenemos que pensar de forma racional y heroica -dijo Harry-. Vamos a ver, Ron. Si tú fueras Dumbledore, ¿a qué instrumento musical tendrías más cariño?
- Una gaita... Como dicen que Dumbledore es un soplagaitas...
- Mmm. Utilicemos la lógica. ¿En Hogwarts hay alguien que sepa tocar?, la gaita o alguna otra cosa.
- No -dijo Ron-. Claro que...

Se detuvieron. Estaban tan compenetrados, Harry pensó, que incluso tenían telepatía.

- ¡Peeves! -dijeron a la vez.

Ambos sabían que el poltergeist sabía tocar. Nick Casi Decapitado había hecho referencia al asunto, contándoles que cuando a Peeves le dio por ser artista itinerante, todo el mundo echó la culpa de los chirridos a los fantasmas, los habituales torturadores de los vivos. Nadie pensaba que aquellos sonidos pudieran venir de un simple poltergeist.

Fueron a buscarle, pero Peeves tenía la maldita manía de aparecer cuando no se le necesitaba y desaparecer justo cuando era requerido. Tanto Ron como Harry estaban convencidos de que Peeves era la clave; pequeño y muy querido por Dumbledore, tanto que el director permitía su estancia en Hogwarts, pese a la oposición de la mayoría del colegio. Finalmente se encontraron con Filch y éste les orientó de mala gana: tercer piso, torreta oriental, me acaba de ensuciar la alfombra de la sala.

Ron y Harry fueron hacia allá. No obstante, cuando todavía no habían llegado, oyeron un sonido HORROROSO que provenía del lugar hacia donde se dirigían. Se pararon en seco y se miraron; o era el verdadero retorno de Lord Voldemort, o la búsqueda de Peeves no parecía tan buena idea de repente. Estaban todavía dudando, cuando la puerta de una sala se abrió y de allí salieron Malfoy, Crabbe y Goyle.

- ¡Corred! -aullaba Malfoy, con el rostro desencajado y las manos en los oídos. Sus amigos no parecían necesitar su permiso para ello. Tras ellos iba Peeves, tocando algo que parecía una especie de violín desvencijado. Se reía de forma macabra.
- ¿Con que queréis oírme tocar, pequeños? ¿Con que soy el niño bonito de Dumbledore? ¡Ah, siento la sangre de artista correr por mis venas! Aunque esperad un momento, no tengo venas... ¡da igual!, ¡siento la inspiración recorrer todo mi flotante y tenebroso cuerpo de poltergeist!

Draco Malfoy, Ron Weasley, Crabbe, Goyle y Harry Potter no habían corrido tanto en toda su vida. Ni siquiera cuando, en el laberinto, la Copa de los tres magos le llamaba como la miel a las moscas, se dijo Harry a sí mismo. Volaron literalmente por las escaleras y los pasillos, y no se detuvieron hasta que se encontraron en un lugar desierto, detrás de una puerta con rejas entornada. La "música" de Peeves se oía ya muy lejana.

- Vaya -gimió Ron, y se deslizó hasta el suelo.
- Eso ha sido... mortal -Draco se sopló el flequillo rubio y se pasó la mano por la frente.
- ¿Pensábais que Peeves era "la cosa"? -preguntó Harry.

Draco se apartó un poco de él. Como si de repente se hubiera dado cuenta de lo cerca que estaban.

- Al menos se me ocurren más ideas que a ti, Potter -dijo. Y lo miró con ojos entrecerrados, con esos ojos entrecerrados Slytherinianos que a Harry le volvían loco por momentos.
- No lo creo -intervino Ron-. Nosotros también íbamos tras Peeves.
- ¿Sí? -dijo Draco, incrédulo-. En cualquier caso, ya da igual, Weasley. No creo que Dumbledore, por muy imbécil que sea, elija eso para regalarse los oídos.

Se quedaron en silencio. Estaban en una parte del castillo que conocían muy bien, pero que nunca se habían parado a explorar; era el descansillo que daba entrada a las mazmorras, en una de las cuales impartía clase el profesor Severus Snape.

Una de las baldosas estaba algo desvencijada. Parecía no encajar bien en el suelo, como si hubiese algo que la hiciese sobresalir. Crabbe y Harry lo notaron al mismo tiempo, y Crabbe dio con el pie a la baldosa. Al notar que había algo que crujía debajo, Ron y Goyle se agacharon para levantar la piedra. Ésta se elevó poco a poco; Harry extendió la mano.

- ¡Un disco! -dijo, pero Malfoy era más listo:
- ¡Accio! -dijo, y el CD voló a sus manos.

Draco lo examinó cuidadosamente, mientras empalidecía de forma gradual.

- No me lo puedo creer -dijo-. Simplemente, no me lo puedo creer...
- ¿Qué pasa? -preguntó Goyle-. ¿Es tecno o algo por el estilo?
- ¡Un muggle! -chilló Draco, y les mostró el disco-. ¡Hemos estado empleando nuestro tiempo..., todo el día... para buscar el compact de un jodido muggle, sólo porque le gusta a un vejete chiflado!

En la carátula del CD ponía: Elton John - Love Songs 1995. Malfoy lo agitaba tan rápido que Harry apenas podía verlo, pero aparecía un hombrecito con gafas y traje negro que bien habría podido ser un mago, de no ser porque su foto no se movía, como ocurría con todas en el mundo mágico.

- Al menos es típicamente británico -argumentó Crabbe.
- ¡Hey, yo he escuchado Made in England! -dijo Goyle.
- ¡Sois idiotas los dos! -Draco Malfoy hizo ademán de romper el disco, pero se contuvo-. Bien. Muy bien. Entregaré este CD al viejo y sus amigotes y me llevaré el premio yo solo. Ahí os quedáis.

Draco se dio la vuelta e inició la huida, pero Harry le cortó el paso.

- YO soy el héroe -protestó, con más mala leche de la habitual-. Eso es mío.
- ¡Apártate, Potter! -dijo Draco con aspereza, al tiempo que le apuntaba con la varita.
- No.

Era bravo. Era valiente. Era temerario. Era bobo, porque no le había dado tiempo a sacar la suya.

- ¡Expelliarmus!

Harry dio con sus huesos contra una pared. Entre pajaritos, pudo ver cómo Draco Malfoy se marchaba con el disco. Sin embargo, Ron Weasley -el leal, testarudo y también valiente Weasley, reducido a la categoría de acompañante- consiguió agarrarlo de la capa. Draco se tambaleó y cayó al suelo. El disco salió despedido de su mano; Ron corrió a cogerlo, pero Crabbe y Goyle también, y eran mucho más fuertes que él. Harry podría haberlo ayudado, pero aún no se había recuperado del golpe, y además, estaba entretenido mirando el escote de Draco.

- ¡Harry! -gritó Ron, que se agarraba al disco como si en ello le fuese la vida.

Haciendo un esfuerzo, se pudo de pie.

- ¡Fak! -dijo, apuntando a Goyle-. ¡Fakiutu! -y como su varita era la más poderosa, que no en vano la pluma de fénix procedía de la cola de Fawkes, logró aturdir a sus dos enemigos. Draco también había levantado la varita, pero ésta se había descascarillado con el golpe y no funcionaba bien. Draco sopló sobre ella y le dio cuerda.
- Mierda...

Harry no se dejó impresionar.

- ¡Pagarás por esto, Malfoy! -dijo-. Por quererte apropiar de la gloria que sólo me pertenece a mí..., a mí y a Ron. Por ser tan malvado. Por dejar que te tiren de la capa y se te vea todo el escote. Por ser tan jodidamente, terriblemente, lamentablemente sexy y atreverte a rechazar al mejor de los magos, el famoso Harry Potter, el Niño Que Vivió -con las últimas palabras casi se le saltaron las lágrimas; se estaba emocionando demasiado-. ¿Cómo puede ser que no te haya afectado el hechizo, a ti, que tenías una obsesión insana conmigo, a ti que eres de los personajes más gays que hayan podido crearse nunca en el harryverso?
- ¡Harry! -intervino Ron-. ¿Qué estás diciendo?
- No interrumpas, sidekick -dijo Harry-. Sí, lo reconozco. Tú me gustas, siempre me has gustado, eres mi amigo, me preocupo por ti y no me importaría follarte. Pero él..., él es mi némesis. Él me atrae de una manera que tú no podrías soñar. Es tan hijoputa, tan seductor, tan mortífago en potencia. Me atrae, Ron. Pero no se ha dejado hechizar, y ahora va a pagar por eso.

Draco y Ron permanecieron callados. Se miraron un instante. Draco fue a decir algo, pero no pudo.

- Harry -dijo al final Ron, con suavidad-. ¿No has pensado que a él no le ha afectado el hechizo por la simple razón de que ya era maric... quiero decir, gay?
- ¿Ah, sí? -Harry bajó el brazo y reflexionó-. Pues ahora que lo dices, podría ser. No lo había pensado.

Draco se levantó y se limpió el polvo con dignidad.

- Bien, después de este paréntesis, me gustaría irme -dijo-. ¿Me devuelves el disco, Weasley?
- ¡Nunca! -escupió Ron.
- Espera -dijo Harry-. Espera, Ron. Si de verdad es gay... bueno, creo que podríamos compartir el premio. Después de todo, yo tengo todos los galeones que pudiera soñar, a ti no te afectará ser un poco menos pobre que las ratas, y él viene de una familia de rancio abolengo. En cuanto a los dos adoquines -señaló a Crabbe y Goyle, que roncaban a dúo-, no les importará mucho.
- Yo no quiero compartir el premio con él -Ron levantó el dedo como un niño pequeño-. ¿No te das cuenta, Harry? Es Draco Malfoy, nuestro mortal enemigo. Se supone que le odiamos. Es malo. ¿Por qué íbamos a tenerle en cuenta?
- Weasley -el tono de voz de Draco se había tornado algo más sereno-. Mírame a los ojos.

Ron lo hizo. La expresión de su cara pasó de la ira a la confusión, y de ésta a la sorpresa. Draco desvió la mirada mientras Ron parpadeaba, visiblemente impresionado.

- Ya lo ves -dijo el mortifaguito-. Me odias. Yo te odio a ti, eso es cierto. Pero soy adorable y no puedo evitarlo. Es un don del que incluso mi padre se ha dado cuenta; yo soy adorable, Potter es heroico y tú... eres sexy. Creo que los tres estamos de acuerdo en eso.

Ron y Harry asintieron. Lenta, muy lentamente, Ron fue relajando los nudillos de la mano que sostenía el disco. Miró a Harry. Después miró a Draco. Más lentamente aún, se acercó a Draco y le alargó el CD.

- De acuerdo -gruñó-. Es tuyo.

Draco sonrió, lo que le hizo parecer más adorable todavía.

- Eres muy amable, Weasley. Supongo que tu parte del premio te servirá para que el año que viene no traigas calzones raídos al colegio.
- Que te den por el culo, Malfoy -siseó Ron.
- ¿Lo harías tú, Weasley? -susurró Draco, al tiempo que daba un paso hacia él.
- Nunca... yo... ¡SÍ!

Sorprendido, Harry fue testigo de aquello que jamás había pensado que vería: Ron Weasley y Draco Malfoy engarzándose en uno de los besos más apasionados de la historia de Hogwarts. La tierra tembló, el lago se agitó por un momento, Peeves tocó un alegreto con su violín, mientras las cabelleras roja y platino se entremezclaban. El beso duró unos tres minutos, durante los cuales Harry se limitó a golpear la varita contra su muslo y a pasarse los dedos por el pelo. A los dos minutos y treinta segundos aproximados, escuchó sonido de llanto. Crabbe y Goyle acababan de recobrarse para ver a su Malfoy besando a otro. Se abrazaron y permanecieron consolándose hasta que Ron y Draco terminaron.

- Hmmmmm -murmuró Draco mientras se separaba de Ron con un sonido claro.
- Fiu -gimió Ron, y se colgó de su rostro una sonrisa boba.
- Oye, Ron... -dijo Harry.
- ¿Qué?
-Decías que aún no estabas preparado para estas cosas... Que aún no tenías tan asumida tu homosexualidad...

Ron se rascó la cabeza. Era evidente que no sabía qué decir.

- Bueno, se puede cambiar de opinión, ¿no? -protestó-. De todas formas, que le bese no quiere decir que me lo vaya a tirar ya mismo.
- ¿Ah, no? -dijo Draco, y Harry supo por la mirada de Ron que su casta voluntad sólo tardaría unas horas en quebrarse. Enfadado, se dio la vuelta.
-Será mejor que vayamos a la fiesta -dijo-. Ya es hora.



Aquel 28 de junio fue recordado como uno de los mejores días en el colegio. La fiesta fue todo un éxito, aunque desgraciadamente la mayoría de las personas se hallaban demasiado ocupadas con su lujuria para establecer una buena comunicación. Fleur Delacour se lució como corista; la actuación de sus veelas, que incluía poses orgásmicas y tan sugerentes como algunas que sólo pueden encontrarse en imágenes de libros (o en las mentes de los escritores de fanfic), derrochó aplausos, sobre todo del sector femenino. Hermione, muy a su pesar, no pudo evitar gritarle un "¡maciza!" a Fleur. Incluso muchos chicos sintieron revitalizado su lado heterosexual al ver danzar a las veelas. Entre ellos estaba el ex capitán del equipo de quidditch de Gryffindor, Oliver Wood, que dio grandes muestras de alegría con el espectáculo. Aunque jugaba de reserva en el Puddlemere United, aún no había visto a las mascotas del equipo de Bulgaria en acción, puesto que había llegado tarde al partido el año de los mundiales.

- ¿A ti no te ha afectado el hechizo? -le preguntó Lee Jordan al verle tan entusiasmado.
- ¿El hechizo? -Oliver Wood se rió-. El hechizo sólo vuelve del revés lo que no lo está. Pero verás, yo soy capicúa. (Incluso mi dorsal reza: 101) A mí no me pueden reciclar ni volver del revés. Soy completo y perfecto -él parecía muy satisfecho de sí mismo, aunque ningún Gryffindor pareció entender bien a lo que se refería.

Neville, para lástima de Hermione, Ron y Harry, no parecía pasarlo demasiado bien. Les explicó que el día anterior había salido con su abuela a Hogsmeade a tomar un carajillo nocturno, y que había vuelto a Hogwarts pasada la medianoche. Al levantarse a la mañana siguiente, nada parecía estar en su sitio habitual. No entendía una mierda, todo parecía escapársele de las manos aquel día, y por si fuera poco, Ginny -su amor platónico- bebía los vientos por Hermione.
Neville comentó también, no sin un escalofrío, que Percy Weasley le había enviado una lechuza "sólo para saber si se lo estaba pasando bien el 28 de junio, y si querría volverle a ver". Por supuesto que quería volverle a ver, pero... Neville estaba un poco asustado ante el cariz que estaban tomando las cosas. ¿Qué pasaba, en Hogwarts se habían vuelto todos locos de repente? ¿Por qué no podía encontrar una chica, una sola chica, a la que le gustasen los tíos? ¡Nada! Había probado a invitar a Parvati a la fiesta, a Lavender... pero las preferencias de todas iban por otros lados. ¿Qué había hecho de malo? ¿O es que se había puesto una colonia que apestaba?

Mientras Hermione trataba de calmar a Neville, Harry y Ron se sentaron en una mesa y charlaron.

- ¿Estás bien, Harry? -preguntó Ron.
- Psá...
- ¿Qué quiere decir "psá"?
- Quiere decir que me habéis dejado sin nadie. Hermione con Ginny, tú con Draco... ¿quién me queda a mí? ¿Snape?
- No -observó Ron, al girar la cabeza y ver a Snape y el Barón Sanguinario brindando, muy acaramelados. Se suponía que los fantasmas no comían ni bebían, pero a saber qué había puesto Snape en las copas.
- Entonces, ¿quién? ¿Quién?
- Bueno...
- Dilo.
- Está Hagrid.

Harry soltó un profundo gemido. La parte entre sus piernas que había tenido tanta actividad aquel día pareció conforme, pero él era demasiado..., demasiado... demasiado heroico (y demasiado joven) para Hagrid. No obstante...

- Bien, de acuerdo -dijo, y tragando saliva, se levantó.
- ¡Oh, no! -dejó escapar Ron.
- ¿Qué pasa?
- Míralo -un dragoncito pequeño acababa de salir de lo que Ron y Harry habían tomado como un simple huevo de gallina tratado con el hechizo engorgio. Hagrid parecía feliz, apretando al dragón entre sus brazos y besándolo como si de un niño se tratase. Snape y McGonagall le dirigieron una mirada desaprobadora; Dumbledore sonreía.

- Creo que no va a tener tiempo para ti -dijo Ron.

Harry se deprimió. Cuando llegó la hora de bailar, Las Nimbus Se Lo Montan Solas salieron al escenario; Ginny tomó a Hermione con gracia de la cintura y comenzaron un suave movimiento; Draco se acercó a Ron, con la mano extendida en ademán caballeresco, y ambos se abrazaron también. Era muy bonito, muy romanticón y muy digno de fics fluffys, porque Hermione estaba tan guapa como sólo ella sabía ponerse, porque Ginny había dejado de ser "la hermanita pequeña" para convertirse en un verdadero personaje, porque Ron cobraba pleno protagonismo y porque Draco hacía relucir su atractivo como el oro. Pero Harry se aburría soberanamente, tanto que llegó a desear que llegara la hora de irse con los Dursley y no volver a Hogwarts en una larga temporada, porque por primera vez en su vida estaba cuestionándose -de verdad, no con falsas humildades- su condición de héroe.

Al final de la velada, Draco, Ron, Crabbe, Goyle y Harry subieron a la tarima para recibir el premio de manos de Albus Dumbledore. El director recogió su CD de Elton John y lo miró con ojos brillantes, por encima de las gafas de media luna.

- Adoro este CD -dijo-. ¡Camonmiusic! -y los acordes de I guess that's why they call it the blues llenaron el Gran Comedor-. Elton John es uno de mis artistas favoritos del mundo muggle. Sí, muggle, aunque no te guste, Malfoy. También allí tienen grandes cantantes. Bien, ahora vuestro premio.

Entonces hizo una seña con la varita, y del Sombrero Seleccionador -que había depositado sobre la mesa de profesores- comenzó a surgir una figura. Era un hombre, un hombre castaño, con aire lobuno, tan perfecto como sólo pueden ser algunos de los seres que habitan esta tierra. Les miró con sus ojos penetrantes. Harry no podía creer lo que veía.

- ¿Profesor Lupin? -dijo-. ¿Es realmente usted?

Lupin dejó caer la negra capa que llevaba. Bajo ella, sólo había unos calzoncillos tarzanescos y un cuerpo bien proporcionado. El comedor se llenó de ovaciones, pero Remus Lupin le guiñó un ojo sólo a Harry.

- Feliz día, Harry -dijo-. Sirius te envía recuerdos.

Todos parecían haber olvidado que aquel hombre era un licántropo que estuvo en su momento acusado de proteger a un asesino; también había sido su profesor, el señor Lupin, con el que más habían aprendido. Y desde luego, no conocían aquella faceta de Lupin. Su encanto, que rebasaba el de Draco, aumentaba en curva exponencial a medida que bailaba. Bailó para Draco, para Ron, para Crabbe y Goyle y, por supuesto, también para Harry. Todos quedaron rendidos a sus pies. Harry pensó que se quería morir cuando Lupin acercó su cuerpo sudoroso al suyo y le dedicó un beso especial en la frente, y después llegó a la conclusión de que, en fin, ser un héroe bobo tenía sus cosas buenas, como chupar páginas gracias a otros. Y las gracias de otros no eran comparables a nada...

- Profesor Dumbledore -Harry llamó la atención del director cuando la fiesta comenzaba a decaer-. Dígame, ¿le costó mucho hacer este hechizo? Quiero decir, me gusta ser homosexual. ¿Cómo hizo para "convertir" a todo Hogwarts en un mismo día?

Dumbledore se mesó la barba y rió.

- ¿Homosexuales? ¿Quién ha dicho eso?

Harry se sintió descolocado.

- Bueno, obviamente... -señaló a las parejas del Gran Comedor, pero Dumbledore le interrumpió.
- Ya, es cierto. Pero Harry, para mí eso es secundario. Si quieres, puedes pensar que el hechizo era para volveros homosexuales por un día -dijo el mago-. Pero a lo mejor prefieres creer otra cosa: que yo sólo os hice alegres por un día. El cómo no importa. Por otra parte, no sé por qué has pensado que la mayoría del colegio no podría tener tendencias gays, sabiendo que aquí se cuecen cantidad de habas.

Dumbledore hizo ademán de retirarse. Harry le retuvo:

- ¡O... oiga! Una última pregunta: ¿por qué Remus Lupin? ¿Y si la que hubiese encontrado el disco fuera una chica?

Dumbledore hizo un gesto gracioso.

- ¡Vamos, Harry! ¿Quién se resistiría a Remus? ¿No te acabo de decir que eso es secundario?



Aquella noche, todo Hogwarts dormía en paz; algunos más, otros menos, pero bueno. Algunos acababan de caer rendidos, mientras que otros llevaban un buen tiempo en brazos de Morfeo. Unos habían tenido sexo salvaje, otros sexo romántico, un par se había contentado con alguna que otra paja. Pero todos dormían a gusto, sintiéndose felices por un día, viviendo cada momento del presente... sin pensar en lo que ocurriría (en el) mañana.

jueves, 19 de abril de 2007

Volviendo A Casa

responsable de alumbrar
este oscuro
camino de regreso...


Luego de "autoexiliarme" indefinidamente del mundo de los blogs (por varias y comprensibles razones), he optado por publicar en esta ocasión un cuestionario con el que me topé el mes pasado en un diario. Y como este tipo de preguntas me resultan inevitables no contestarlas, me pareció interesante compartirlas aquí... mientras termino de dar los últimos toques a la remodelación de esta bitácora y vuelva a adaptarme a mi ritmo de trabajo habitual, continuando así con las publicaciones pendientes (las cuales por cierto, para nada he olvidado).

Antes de dejarlos con este post, quiero agregar que durante todo este tiempo extrañé mucho volver a escribir aquí y leer vuestros gratificantes comentarios. Por tanto, espero sinceramente reanudar este delicioso y catártico training lo más pronto.

Un fuerte abrazo para todos.



¿Cuál es el recuerdo más bonito que tienes de tu niñez?
Aunque mucho tiempo tardé en notarlo, pero creo haber tenido una niñez muy afortunada. Mi familia a pesar de todo, siempre estuvo al tanto de cubrir mis necesidades y creo que eso dice mucho de cuán feliz he podido ser en esa etapa de mi vida.

¿Qué tal eras en el colegio?
Como alumno, muy ingenuo. De pronto hubo un momento en el que buscaba apegarme a un grupo para ser aceptado por el "resto" y no ser etiquetado como un extraño. Ahora todo eso me causa mucha gracia, la verdad.

¿En qué curso destacaste?
Como todo el mundo, al comienzo era un trome en casi todos los cursos. Ya cuando llegó la secundaria, noté que me gustaba bastante Historia Universal y Literatura. Las matemáticas nunca han sido mi fuerte, pero me defendía.

¿Quién fue tu primer amor?
Creo haberme "enamorado" por primera vez entre los seis y siete años, de una chiquita muy bonita que era aplicadísima en sus estudios. Sigo pensando que de haber formado pareja con ella, hubiésemos sido felices por mucho tiempo.

¿En el amor cómo te defines?
Es una pregunta que ni yo mismo sabría cómo responderla. Pero supongo que como alguien comprensivo y que le gusta escuchar. Soy así con muchos de mis amigos cercanos.

¿Qué importancia tiene el sexo para ti en una relación?
Es importante, sí. Pero no indispensable. Creo que la gente que antepone el sexo en una relación puede estar perdiéndose de conocer una persona muy interesante.

¿Eres de tomar la iniciativa?
Si y no. No soy un lanzado para nada, pero de pronto puedo tomar una iniciativa sutil, como esperando a que la otra persona pesque el anzuelo. Como el coyote cuando espera al correcaminos... aunque no creo haber fallado tanto, je je je.

¿Y por dónde empiezas?
Depende de las circunstancias, pero... básicamente iniciaría un acercamiento con una conversación interesante.

¿Cómo fue tu primera vez?
Un momento lleno curiosidad y con algo de pena, por causa de una desilusión amorosa. En el momento que ocurrió, sabía que tenía que suceder. Pero si no hubiese sido por aquella decepción amorosa, quizás no me hubiese atrevido a hacerlo.

¿Y con qué soñabas para ese bonito momento?
Definitivamente debía ser con alguien atractivo. Y no lo digo porque deba tener una cara bonita o un cuerpo escultural. Hay detalles muy estimulantes en una persona -más allá de lo físico- que pueden convertir una relación sexual en algo inolvidable.

¿Cuáles son o eran tus fantasías sexuales?
Sigo pensando que hacerlo con Carlos Cornejo o "Roger Solís" ha de ser una experiencia MUY estimulante.

¿Y te has disfrazado en la intimidad?
Disfrazado, la verdad no. Pero me fascina que la otra persona se encuentre inmaculadamente presentable: el cabello recortado, una fragancia estimulante, de vestir muy cuidadoso y religiosamente aseado.

¿Cuál es el lugar más insólito donde lo has hecho?
Detrás de un mostrador, en una tienda. Eran mi etapas de "experimentación".

¿Y eres exigente en el sexo?
Tanto como la otra persona lo es conmigo, creo.

¿Y eres de acrobacias en el ring de las cuatro perillas?
Ja ja ja... no, todavía no. Aunque quién sabe cómo serán las cosas el día de mañana ¿no?

¿Has hecho alguna locura de amor?
Durante estos últimos cinco años, sí. Bastantes: entre buenas, malas, feas y absurdas.

¿Qué es el orgasmo para ti?
Un momento importante en una relación sexual, como una última etapa, la culminación... pero me gusta más el "previo" y el "durante", como todo el mundo ¿no?

¿Alguna vez fingiste un orgasmo?
No, aún no aprendo las facultades histriónicas de Meg Ryan. Por cierto, ¿es necesario?

¿Para ti es importante el tamaño?
Una pregunta bien graciosa. Y para ser franco, la verdad que para mí, el tamaño no me importa en absoluto. En todo caso lo más importante es saber manejar la situación y de la mejor manera.

¿Qué es lo que más buscas en un hombre?
Comprensión, madurez, cariño.

¿Qué tan importante es el olor de él?
Una de las cosas más importantes, creo. Un aroma agradable y estimulante (como el de las colonias for men) pueden resultarme un poderoso afrodisíaco.

¿Qué opinas de la infidelidad? ¿Y te han sido infiel?
Un absurdo. Si teniendo pareja, de pronto conozco a otra persona que me gusta ¿para que complicarse la vida engañándola? Es mejor decir las cosas de frente, tal como son. A la larga es lo mejor para todos.

¿Una hora ideal para hacer el amor?
Aún no he tenido la suerte de experimentarlo, pero una de mis horas ideales sería de noche, antes de ir a dormir y antes de levantarse por las mañanas.

¿Una pareja inolvidable?
Para quienes me conocen o han leído los post anteriores de este blog, creo que resulta innecesario responder esta pregunta. Y no se equivocan, pues se trata de ése mismo.

¿En un futuro qué quisieras que la gente diga de ti?
La verdad no me importa lo que piense la gente de mí. Pero de darse el caso, pues me gustaría que pensarán que sólo soy un hombre que ama y que busca ser amado.

viernes, 2 de febrero de 2007

Siempre Nos Quedará Miranda!
(a.k.a. Sin Restricciones - I)


A
Diego,
aquel voluble individuo digital...


La toma comenzaría presentando -a golpe de tres de la tarde- el agitado ritmo de la gente. Deambulando todos de un lado para otro y sin cesar, por aquella inmensa plaza comercial tan atiborrada de salas de cine, concurridas heladerías, tiendas de ropa fashion, selectas panaderías y finas dulcerías, ofreciendo todas ellas manjares de diversas especialidades... entre otros surtidos negocios más. Hombres y mujeres, adultos y jóvenes, ancianos y niños... todos ellos departiendo de un agradable momento juntos y sin dejar de atestar cada uno de estos exclusivos establecimientos, que por estos felices días de verano resultan punto obligado de encuentro para más de un parroquiano o extraño. Radiante y concurrida plaza que por más de tres años transité frecuentemente -solitario o en grata compañía-, deleitando mi vista con sus agraciados concurrentes. Y en la mayoría de ocasiones muy, pero muy feliz y con gustosísimo placer.

Mas la imagen no quedaría allí. La escena continuaría dando un giro gradual, exhibiendo luego la autopista principal que bordea a dicha plaza. Tan congestionada de toda clase de vehículos y de apresurados peatones circulando desorientadamente como en un hormiguero alborotado. Y todos ellos, autos y transeúntes, recorriendo sus destinos por aquella cegadora, amplia y desgastada alfombra incendiaria en que -como de costumbre y por efectos de los candentes rayos solares- se ha tornado aquella deteriorada calzada azabache.

El tercer giro de esta toma mostraría finalmente el frontis del confortable hogar de Diego, pues el inicio de estos acontecimientos se desenvolverían en el interior de su domicilio.

Lo olvidaba: los primeros segundos de "Ven" de Miranda! acompañarían muy convenientemente estas imágenes iniciales.



Aquella tarde del 2 de febrero del 2006 Diego y yo nos encontrábamos en su habitación. Sin embargo, por más turbadora que pudiese resultar esta circunstancia (sobre todo para quienes leen este blog buen tiempo atrás), lo cierto es que motivos completamente ajenos a mis lascivas pretensiones, empujaron a que de pronto y sin pensarlo, ambos nos halláramos en esta curiosa situación. Esa tarde sin embargo, mis habituales turbaciones se hallaban de licencia.

Ahí estaba yo, al interior de su dormitorio (y no por primera vez, dicho sea de paso). De pie y al lado de ésa amplia cama donde cada noche pernoctaba el responsable de mis más compulsivas y apasionantes lujurias. Mientras Diego por su parte, se hallaba algo lejos, a poco más de una cama -su cama- de distancia. Exactamente en su escritorio, algo exaltado y revisando entre sus pertenencias de no olvidar alguna cosa antes de salir.

- ¿A qué horas comienza la cuestión ésa? -preguntaba él, mientras proseguía alborotando frenéticamente un cúmulo de hojas de papel, cuadernos, separatas y fotocopias propias de sus estudios.
- La verdad no lo sé, me enteré de casuela por internet que la cosa se iba a dar en Sur Plaza, pero no tengo muchos datos la verdad. Ojalá que no haya sido una volada nomás... -respondí.
- 'Ta mare... juraba que lo había dejado acá... anoche estaba acá, sobre esta mesa... ¡mierda! -comentaba visiblemente fastidiado, mientras seguía desordenando todo aquello que saltaba a la vista sobre el escritorio.
- Justo ahora que venía para acá, la radio de la combi anunciaba que la presentación se iba a dar de todas mangas, pero no dijeron la hora exacta. Dijeron que hoy iban a estar también allí uno de esos grupos de reguetón que van a presentarse en el festival de mañana.
- ¿Ah sí? ¿Y cómo se llamaban ellos? ¿no sabes?
- Nooseeee Diego... para mí todos esos grupos de reguetón son la misma mierda. Lo que estoy viendo es que por culpa de esos huevones, la cosa allá se va a llenar más de la cuenta y se va a poner jodida.
- 'Ta mare, rollo de mierda, lo había dejado por acá, justo sobre estos libros... de qué nos sirve contar con cámara si no tenemos rollo -maldecía en voz baja.
- Cálmate muchacho, si dices que lo tienes entre tus cosas, pues ya aparecerá. Además, aún es relativamente temprano. Si salimos de acá, a más tardar en media hora, entonces estaremos llegando a Sur Plaza a poco más de las cinco. Y sobrado que la hacemos, porque este tipo de eventos en lugares como ésos fácil comienzan a golpe de seis.
- Pero tú no sabes a qué hora empieza puesss...
- Bueno, sí. Pero igual, con ese grupo hasta el culo de reguetón que irá... para serte franco, ya estoy comenzando a desanimarme de ir.
- Ja ja ja... no seas así. El reguetón no es tan malo después de todo.
- ¡Ésa es TÚ OPINIÓN, muchacho! -resalté-. Para mí, ésa "música" es la peor basura que he podido haber escuchado desde que tengo uso de razón.

A pesar de estas pequeñas divergencias, Diego escuchaba muy atentamente mientras trataba de encontrar desesperadamente aquel rollo fotográfico que nos hacía falta para poder partir juntos, en esta ocasión a un destino algo inusual. Lo oía maldecir en voz baja, una y otra vez, al buscar infructuosamente entre sus gavetas y papeles. Lamenté en aquel momento no haber traído otra cámara fotográfica, pues la mía se hallaba completamente inútil.

- Ni modo. Parece que esta vez la cuestión tendrá que ser sin fotos -comentaba él, visiblemente resignado.
- Ya pues, qué se le va a hacer. Total, no creo que sea la última vez que vengan a firmar autógrafos en Lima... esperemos.
- ¡Pucha! Y todo por un maldito rollo de mierda que... -prosiguió, antes de interrumpirse abruptamente.

De pronto su rostro se iluminó y salió atolondradamente de la habitación. "Espérame un toque, ya vengo" exclamó, mientras el eco de su voz se perdía en el vacío de la casa. Transcurrieron poco más de dos minutos hasta que nuevamente lo escuché desde otra estancia, esta vez más jubiloso:

- ¡Lo encontré! ¡Ya tenemos para las fotos...!

Esperé que regresara al dormitorio para por fin preguntarle.

- ¿Ah si? ¿Y dónde estaba el rollo de tu cámara por fin? ¿dónde la habías dejado?.
- Ehhhmmm... la verdad, no he encontrado el rollo. Ésta es la cámara de mi viejo -respondió, mientras mostraba el artefacto entre sus manos.
- ¿Y no se molestará si la usas?
- No, no lo creo. Además esta cam tiene flash, rollo... está casi nueva, así que igual tendría que usarla sí o sí. El rollo que yo tenía de la mía, pues no sé donde michi está. Seguro que alguien ha entrado a mi cuarto y lo ha movido. Aparte de que esta situación es una "emergencia" ¿no?

Sonreí satisfactoriamente.

- Bueno, sí. Tampoco creo que tu papá vea algo de malo en que tomes unas fotos en Sur Plaza -comenté, intentado justificar su decisión.
- ¡De hecho! Mas bien quiero asegurarme, cholo. Quiero ver si esta vaina funca, así que voy a probarla ahorita tomando una foto. No vaya a ser que esta huevada esté jodida, malograda o algo así...
- Claro, claro ¿en dónde quieres tomarla?
- Al cuarto. Que salga la cama, el escritorio, mis cosas...
- Bacán. ¿Dónde quieres que me ponga entonces? ¿Junto al escritorio? ¿Sentado en la cama? ¿Al lado de tus cosas?

De pronto, noté que el semblante de Diego mostraba algo de tensión. Su repentina incomodidad era evidente.

- No te vayas a molestar hermano, pero creo que si tomo esta foto... creo que no deberías salir en ella. Es que... -titubeó-, si mi viejo se entera que has estado aquí, en mi cuarto... no le va a gustar. Se va a empinchar conmigo y no va a dejar de joderme por eso.

Comprendí perfectamente su posición, pues sabía que su padre no pertenecía precisamente a la directiva de mi club de fans.

- Claro muchacho, está bien, comprendo. Toma la foto que dices para ver si funciona la cuestión ésa, que es lo más importante. Ya para irnos de una vez.

Diego no tomó muchos segundos para retroceder algunos pasos hasta la puerta de su habitación y encuadrar su objetivo. Tras el único disparo que efectúo luego, guardó el aparato en su funda rápidamente mientras lo colocaba dentro de su inseparable y desgastada mochila.

- ¡Ya está hermano! Ahora sí, a irnos al toque antes de que nos ganen sitio -comentó más entusiasta.

Bajo el umbral de la puerta del cuarto y dispuestos ya a marcharnos, Diego lo observó por última vez, notando en él algo extraño.

- ¿Qué pasa? -pregunté.
- Chesss... 'ta mare, no me había dado cuenta...
- ¿De qué?
- El cajón de mi ropero estuvo abierto todo el tiempo. Allí, donde guardo mi ropa interior... -señaló avergonzado.

Apenas volteé hacía el lugar que me indicaba con la mirada, cuando recién me di cuenta que efectivamente, un cajón de aquel vetusto mueble se hallaba semiabierto. Sin embargo, no transcurrieron ni dos segundos cuando raudamente Diego volvió hacia allá, cerrándolo de golpe. Mas aquel instante bastó para divisar someramente en el interior de su gaveta, algunas prendas blancas (color que alguna vez Diego me confesó que primaba en sus prendas íntimas) que presumiblemente eran mudas de truzas, boxers... o lo que fuere que él exquisitamente usara bajo los pantalones. Quedé absorto, pero sobre todo me sentí estúpido.

- Felizmente esa parte no saldrá en la foto. No me había dado cuenta sino hasta ahorita... ni habìa enfocado allí. En fin, ahora sí... somos fuga hermano -comentó más aliviado, mientras cruzaba presuroso delante mío dispuesto a bajar las escaleras para fugar de su casa una vez más.

Y mientras lo veía descender por los escalones, interiormente maldije mi grandísima torpeza de no haber aprovechado esos valiosos minutos junto a aquella gaveta que por un descuido providencial estuvo abierta. Favorable y tentadoramente abierta durante todo el tiempo en que Diego me dejase a solas en su habitación.


* * *



Habían transcurrido aproximadamente ya cuatro años de conocer a Diego Mardones. Cuarenta y ocho meses desde que me lo cruzara por primera vez bajo insólitas circunstancias, en marzo del 2002. Y cuarenta meses desde que programáramos nuestra primera cita -como amigos, se entiende-, allá por noviembre de ése mismo año. Mucha agua había corrido bajo el puente desde ese entonces hasta la fecha. Parecía pues increíble que hubiese transcurrido tanto tiempo entre los dos, sin siquiera haberlo percibido... como un chasquido de dedos. Y es que todo era tan diferente para ambos, desde aquel momento en que nos vimos las caras e intercambiamos impresiones por primera vez. Podría incluso afirmar categóricamente, que ninguno de los dos jamás imaginó que el curso de nuestras vidas cambiaría desde ese entonces, de una manera particular. Nunca antes se me había ocurrido toparme con alguien tan diferente y auténtico a la vez, como lo era Diego. E imagino que él tampoco pensó toparse tan de la noche a la mañana con un sincero cariño y apoyo que -anteriormente y en más de una ocasión- trató de encontrar infructuosamente en aquellos "amigos" que por ese entonces le rodeaban

Parecería entonces parte de un cuento de hadas, o de una increíble y fantástica aventura, revisar los incontables y valiosos momentos que sin pensar, Diego y yo vivimos durante todo este tiempo. Desde aquella primera vez en que inexplicablemente me propusiera acompañarlo a solas, rumbo a su lugar favorito -un fresco y alejado parque miraflorino-, o aquella otra extraña invitación a una fiesta de la cual yo no tenía ni la más absoluta idea que existía y que tiempo después se convertiría en compromiso ineludible para ambos -la celebración anual del Matsuri-, así como también compartir a su lado tantas penas y alegrías, algunas objetables discusiones y otras tantas reconciliaciones, amén de uno que otro sinsabor o desaire... pero sobre todo, de disfrutar junto a él de esos emotivos e inolvidables abrazos que no dudaba en ofrecérmelos cada vez que se le venía en gana.

Todo esto parecía pues, algo increíble. El hombre por quien había tomado una especial simpatía y cariño, continuaba a mi lado luego de cuatro imperceptibles años. Muy a pesar de que en el camino sobraran circunstancias que en algún momento amenazaron seriamente en distanciarnos. Por un lado, el aislamiento que le imponían sus padres ante cualquier otro individuo, mas el natural encono que ellos sentían hacia mi persona (por ser alguien peligrosamente mayor, como para buscar amistad o acercamiento en un bisoño Diego que por aquel entonces acababa de cursar la secundaria), sin contar con los exabruptos que por momentos mi apasionada y egocéntrica actitud le provocaban, de una u otra forma mellaron en la conducta y decisiones que Diego resolvería tomar ante tales circunstancias. En un par de ocasiones había decidido cortar por lo sano ante mis "preocupantes" aprensiones. Y el mismo número de veces dio su bendición para retomar nuestra excepcional amistad, que al parecer se fortalecía cada vez más, luego de enfrentar estos serios embates. Ya no nos tratábamos sólo como dos amigos, sino que juntos elevamos un grado más a nuestra peculiar relación. De pronto, Diego se transformó en el "hermano menor" que siempre quise tener. Y él por su parte, veía en mí a aquel "hermano mayor" que por cosas de la vida, el mundo real le negó... ofreciéndole en su lugar a individuos de auténticos vínculos consanguíneos, pero que poco o nada de simpatía o cariño (según me contaba) podían sentir hacia él.

Durante todo ese tiempo, estuve consciente que mis sentimientos hacia Diego estaban colmados de las más nobles y respetables intenciones. Pero también noté que poco a poco, comenzaba a nacer en mí algo más. Algo que nunca antes había sentido por otra persona bajo esa misma intensidad, sea ésta hombre o mujer. Un sentimiento que jamás imaginé pudiese albergar mi corazón con tan osada devoción, que precisamente en nombre de ese cariño y respeto especial que sentía hacía él, traté de ocultar lo más que pude. Hasta que un día, cansado de sobrellevar tanto dolor y decepción ante circunstancias que se tornaban cada vez más indolentes e insoportables, decidí confesarle torpemente mi verdad. Una verdad que a fin de cuentas no le sorprendió tanto, pero que sí le tomó poco más de cuatro meses asimilar, luego de un nuevo distanciamiento entre ambos, acaso el más crítico de todos.

Recordé cuando años atrás, bordeando los dieciséis años, viví un hecho similar. Un amigo cercano de más o menos la misma edad, un buen día decidió confesarme que tenía problemas con su familia por ciertas "actitudes y decisiones" que había asumido por aquel entonces. Yo no imaginaba en absoluto a lo que se refería, hasta que momentos más tarde y en absoluto privado, me confesó de golpe lo que se trataba: todo se resumía a que su familia se había enterado sobre su homosexualidad. En aquellos años, yo no me encontraba preparado para recibir una noticia como ésa (además que por ese entonces, jamás podría haber imaginado tener un amigo mío "así"). Y lo que más recuerdo luego de enterarme de su verdad, fue sentir una enorme sensación de asco y repudio hacia él, al punto que luego de aquella confesión suya, las cosas entre los dos jamás volvieron a ser las mismas, para finalmente terminar por disolver nuestra amistad. Y por un buen tiempo, el estigma de su nombre o de cualquier otra cosa que me lo recordase, de pronto me provocaban miedo, vergüenza... y otros tantos sentimientos encontrados y negativos, que sólo un homofóbico adolescente puede sentir ante una circunstancia similar.

Diego no era un adolescente de dieciséis cuando le dije que me gustaba. Pero su conducta lo revelaba como un chiquillo mucho menor, a pesar de sus diecinueve años, edad que tenía cuando le revelé lo que sentía por él. Eso sí, cuidando mucho de mencionar la palabra "homosexual" en todo este rollo -creo que hasta el día de hoy, me cuesta mucho "rotular" algo bajo ese término-. Sin embargo, a pesar de lo más simple y elemental que pudiese resultar una confesión como esa, comprendí exactamente todo lo que Diego pudiese haber sentido luego. Era natural (y doloroso) verlo reaccionar así, escribiendo que no quería volver a verme nunca más, que sentía un enorme miedo de continuar a mi lado. Pero sobre todo, advertir en sus palabras el enorme desengaño y deslealtad que sentía hacia alguien tan estrechamente cercano como yo y que en aquel momento le confesaba un sentimiento que le parecía tan "repugnante".

Entendí en aquel momento que la suerte estaba echada y obviamente, sabía a lo que me estaba ateniendo. Mas era eso: o decirle toda la verdad, aún a costa de ganarme su desprecio y no volver a verlo nunca más, o callar y seguir lacerando mis heridas ante cada nueva e indolente actitud suya de las cuales ya estaba harto. Y en aquella oportunidad, estaba casi seguro que una vez más tendría todas las de perder. Tal como actué casi trece años atrás con aquel amigo con quien rompí toda clase de vínculo o relación por el solo hecho confesarme su autentica orientación sexual, era un hecho que Diego se comportaría conmigo exactamente de la misma forma. Sabía que a partir de ese momento, las cosas no volverían a ser igual para los dos jamás y que tardaríamos un buen tiempo antes de que pudiésemos olvidarnos el uno del otro, no sin una que otra furtiva lágrima en el camino. Y sin cabida a la más remota esperanza de que esta situación pudiese acabar de mejor manera.

Quien diría que aquel 2 de febrero, a poco más de cinco o seis meses de aquella despedida "definitiva" que Diego me alcanzara por email, nuevamente nos hallaríamos juntos. Y esta vez, rumbo a encontrarnos frente a frente con uno de nuestros grupos favoritos que providencialmente se encontraba en nuestra ciudad. Me refiero a los responsables directos de "Casualidad", canción que tanto disfrutamos los dos y por la cual sentimos una plena identificación durante uno de los momentos más difíciles de nuestra última separación. Y es que esa tarde, de no mediar inconvenientes, nos encontraríamos personalmente con los argentinos de Miranda!

(¿La palabra "bendición" se le pasó por la cabeza a alguien por ahí?)


* * *



- Hoy en la mañana estaba hablando con la gente de la facu y les conté que vendría a conocer a Miranda en la firma de autógrafos de Sur Plaza.
- ¿Ah sí? ¿Y qué te dijeron?
- Pucha, es que esa gente es... 'ta que... comenzaron a joderme, a batirme. No debí de haberles dicho, creo. La otra vez que les dije que me gustaba Miranda, no se cansaron de joderme con eso.
- ¿Joderte? ¿diciendo qué...?
- Que Miranda es un grupo rochoso, que su música, su imagen... es bien faltosa pues. Que es un grupo que sólo hace música para gays, que sólo lo escuchan esa gente "rara"... y comenzaron a batirme con esa huevada. Me sentí palteado, la verdad.
- Ahhhh muchacho... Y tú que le haces caso a las cosas que te dice cualquier huevón. Dime ¿Te fías sinceramente de lo que te dicen esos tipos?
- No puessss, eso ya lo sabes. Es sólo que, esos comentarios joden pues. O sea, me llega que me fastidien de esa forma... y sólo porque me gusta un tipo de música.
- Qué, ¿te batieron feo con eso?
- Noooo... na' que ver, sólo que luego que les conté esa vaina, comenzaron a huevearme más tarde con esa nota y pucha... me sentí palteado.
- Mira Dieguín, a estas alturas como que es un poco tonto que me digas que te sientes "intimidado" por comentarios tan idiotas como esos ¿no? Además, el hecho de que escuches cierto tipo de música no te hace ni más, ni menos gay. Total, tú sabes muy bien lo que eres. Y la música que escuchas o lo que piensen los demás sobre eso, no tienen por qué hacerte sentir mal ¿no?
- Claro, lo sé. Es sólo que... no sé. He visto a Miranda en sus videos, al menos los que salen por la tele. Mira cómo se visten o cómo canta Alex por ejemplo... creo que por ese lado, la gente está en su derecho de pensar que este grupo es medio... "raro".
- Bueno, a mí me gusta su música y el concepto que manejan. Y para serte sincero, me importa bien poco lo que opine la gente de mí, sólo por cantar una de sus canciones.
- Igual... pero ponte... a mí por ejemplo si pudiera, me gustaría preguntarle a Alex si es gay.
- ¡¿What?! ¿y eso para qué?
- No sé... para saber.
- ¿Te estás dando cuenta de lo que me estás diciendo muchacho? ¿quieres saber en verdad si Alex Sergi es gay?
- Uhmmm... seehhh... pero, ¿por qué me miras así...? Es sólo por curiosidad... aparte que, la gente dice tantas cosas del grupo que...
- Oye... no te vayas a molestar por lo que te voy a decir, pero igual me lanzo...
- Habla.
- Sinceramente ¿a ti te gustaría que te preguntasen si eres gay?
- Pues...
- Dime, ¿cómo te sentirías? ¿te gustaría...?
- Estooo... no.
- Entonces ¿no te fastidiaría "un poquito" que alguien te haga una pregunta tan absurda como ésa?
- Mmmmmhhh.... creo que seeeh...
- Okey. Entonces, muy al margen de que seas gay o no (cosa que por cierto, no deseo saber ni es de mi incumbencia) obvio de que una pregunta así, le jode a cualquiera ¿no? Además, si Alex lo fuera... es su culo por último. A nadie debería importarle lo que los demás hacen o dejan de hacer con su vida. Peor aún si son artistas creo. El público, tú y yo consumimos su arte, su música a fin de cuentas. Lo que cada artista haga con su vida bajando del escenario, es cosa suya... sea homosexual, heterosexual, o lo que fuera ¿no lo crees?
- Ehhh... creo que tienes razón.
- Vaya, qué bueno que lo entiendas... y a todo esto cuéntame ¿cuál canción de todo el disco que te he pasado (aparte de "Casualidad" obviamente) te ha gustado más?
- Uhmmm, no he tenido tiempo de oírlo mucho en estos días para serte franco... por esto de los estudios, tú sabes. Pero una cosa sí te digo: mañana, tarde y noche no he dejado de oír "Don", pero más "Casualidad". ¿Te dije que ésa canción cada vez que la escucho me sigue pareciendo de la putamadre?
- Sí, lo sé.
- Peroooo.... a veeeeeeer... aparte de esaaa... uhmmm... en verdad, todo el disco está paja... bien chévere. Pero otra canción... uhmmm... ¡Ya está! "Traición". Ésa también me parece bacán, me está comenzando a vacilar.

Sonreí. Y creí innecesario agregar que dicho tema fue también uno de los primeros que me gustaron cuando había comenzado a escuchar "En Vivo Sin Restricciones" meses atrás. Y es que, algo me decía que Diego ya lo sabía.


* * *



Se venían días difíciles. Muy al margen de que las cosas entre Diego y yo se conducían de la mejor forma por aquellos días, interiormente sabía que conmigo no todo marchaba muy bien que digamos. Había comenzado el año con mal pie: con uno que otro miedo o dificultad familiar asomando por ahí... pero sobre todo, con serios problemas que se avecinaban por causa de la universidad y que cada día que pasaba me hacían entender que el asunto podía tornarse más peliagudo de lo que alguna vez imaginé.

Cuando atravesaba algún problema como ese, muy pocas veces se los comentaba a Diego con detalles. Una que otra vez me franqueé con él, compartiéndole algún pesar u objetable motivo que me estropeaba el día, la semana o el mes... mientras él me escuchaba lo más atentamente posible. Sin embargo, en casi todas las ocasiones en que le confiaba mis pesares, percibía que de alguna forma lo metía en aprietos. Sentía su tensión, su impotencia de no poder ocurrírsele algo "inteligente" para decirme y calmar mi desazón. "Tal vez no tenga las palabras adecuadas para reconfortarte... y es que no tengo ni la edad ni la experiencia que tú tienes, pero trato lo más que puedo en ayudarte y apoyarte cuando lo necesites" comentó alguna vez. Y precisamente, a causa de esa "dificultad" suya de no poder brindarme lo que en más de una ocasión presumí de ofrecerle en sus momentos de más álgida tristeza, es que decidí no comentarle más de mis problemas. Rollos que fin de cuentas, alguien tan joven e inexperto como él, tardaría en asimilar y comprender.

Cada vez que Diego me preguntaba si todo estaba bien conmigo por estos días, solía responderle que sí. Que con uno que otro problemilla por ahí asomando, pero nada del otro mundo que no pudiera resolverse. "Nada de importancia muchacho, no vale la pena detallar... y es que no quiero contaminarte con mis problemas", puntualizaba antes de que me formulase otra pregunta más sobre el tema.

Y es que era verdad. ¿Para qué complicarle la vida a Diego con lo que pudiera estar ocurriéndome? ¿Acaso él tendría la solución a mis problemas? ¿Tendría una palabra mágica que de pronto calmara mi ansiedad, solucionando cualquier dificultad que se me presentaba en el momento? Sin saberlo o manifestarlo, él hacía mucho más de lo que imaginaba al no contarle los aprietos en los que me encontraba. Y es que, al compartir junto a él de estos memorables momentos en los que se transformaron nuestros inevitables encuentros, sencillamente lo demás no importaba. Su forma de ser, su candor, su inocencia, su infantil conversación, era una magnifica bienvenida para ingresar a ese mundo mágico tan suyo y tan libre de cualquier tipo de tensión o preocupación. Ese universo alterno de donde Diego parecía proceder, era la panacea universal ante cualquier malestar o nube negra que pudiese avecinarse por mi camino en cualquier momento. Qué diantres si luego de separarnos, las preocupaciones y agobios nuevamente mellaran en mí. Que si la siguiente semana se destapaba la olla de grillos que había escondido meses atrás. O que estallase la bomba y una vez más me encontrase en un problema bien gordo, aún a costa de peligrar una vez más con mi estabilidad familiar.

Es cierto que durante el último año y medio, me había comportado como un grandísimo irresponsable en varios aspectos de mi vida personal. Pero, ¿qué ganaba compartiendo estos detalles con Diego? ¿qué conseguía contándole que me había dado al abandono total estos últimos meses, a causa de una tremenda depresión "difícil de explicar"? ¿qué responderle si me preguntaba por la razón de mi desgano hacia todo, meses atrás? ¿debía ser honesto y confesarle que la causa principal por la cual casi mando al tubo todo lo que había alcanzado en los estudios, era debido a su -por momentos- desconcertante actitud hacia mí? ¿decirle que las consecuencias, lo que estaba pagando en estos días, el problemón en el que me hallaba metido... se debía fundamentalmente al hecho de que una vez me dijo que no quería saber de mí nunca más, mandando todos mis alcances universitarios literalmente a la mismísima mierda?

Estúpidamente, me di al abandono en aquel entonces. Y los días siguientes a aquel 2 de febrero pagaría las consecuencias de aquella torpeza. Mas nada ganaba en comentarle a Diego de aquellas preocupaciones. Lo único cierto aquella tarde era disfrutar lo más que pudiese de estar a su lado y pasarla lo mejor posible juntos, ante esta ocasión tan especial que se nos presentaba. Algo que -de una forma u otra- sabíamos sería muy difícil que volviese a repetirse.

Seguía tan ensimismado con estas preocupaciones y demonios internos, cuando repentinamente unas palabras me interrumpieron.

- La otra semana va a estar chévere. Van a dar "La Tormenta", la nueva novela donde sale Christian Meier... no me la quiero perder -comentaba él, como tratando de iniciar una interesante conversación durante el largo trayecto que nos esperaba hacia Sur Plaza.

Aquella ingenuidad suya, era algo realmente envidiable ¿Comprenden ahora a lo que me refiero?



* * *



- Mira, hagamos algo bien bacán. Quiero proponerte algo bien chévere... -comentaba él semanas atrás, mientras viajábamos en una custer que en aquel momento se perdía por las calles de Miraflores, su distrito favorito.
- A ver, tú dirás.
- Esto ya se lo propuse a otros patas de la facultad. Bueno, hace unos días a un par de amigos que son bien cercanos... y también quiero que tú participes.
- De qué.
- Bueno.. hay que comprometernos a que cada año, uno le escriba al otro un testimonial, así todo bacán... en su respetivo 'jaicinco'.

Diego se refería al Hi-5, página virtual muy "popular" de internet.

- ...cosa que así, uno conserva del otro un recuerdo bien paja -prosiguió-. Y así, año tras año, seguir con la costumbre. Qué te parece, está chévere ¿no?

Lo observé con gesto de poco entusiasmo. Nunca me llamó la atención preocuparme por escribir (o que me escriban) palabras que en la mayoría de casos, quedarían registradas únicamente en una pantalla de computador, compartiendo así ante el mundo lo vacías que pudiesen resultar.

- ...aparte que tú escribes chévere pues -continuaba, tratando de convencerme-. Me gustaría que también participaras y me dejes otro nuevo testimonial en mi perfil de 'jaicinco' para los próximos días. El primero que me dejaste la otra vez, estaba bacán. Me gustó bastante.

Recordé el primero y único testimonial que -como respuesta al texto que le dediqué aquella ocasión- recibí de Diego en mi deslucido perfil de Hi-5. Entre otras cosas, rezaba: "Para la próxima, pon más fotos tuyas pues cholo... ya nos desquitaremos en el Matsuri que se nos viene el 2005." Éstas últimas, fatales palabras para quienes saben lo que ocurrió tiempo después.

- Entonces muchacho, ¿qué dices? Ya mis otros dos broders de la facultad han aceptado. ¿Te apuntas también?

Sonreí con evidente resignación.

- ¡Chévere! Entonces, en los próximos días me mandas tu testimonial, mientras yo también estaré pensando qué cosa poner en el tuyo. Quiero que esta vez me salga algo bien bacán, con unas palabras que te merezcas de verdad... aunque de hecho que no me saldrán tan bien como a ti, señor comunicador.

Al mismo tiempo de compartirme tan "importantes" propósitos, el vehículo en el que viajábamos asomaba por la calle de un conocido y discreto sauna "para hombres". Me preparé entonces para divisarlo por la ventana de al lado. Y en el preciso instante en que dicho frontis se desplazaba frente a mí y por detrás de su inocente mirada, imaginé que difícilmente alguien como Diego Mardones pudiese conocer (o visitar) un lugar así.


* * *



Si bien es cierto que no existía un transporte directo que nos llevase hacia Sur Plaza, en esta ocasión ambos nos la ingeniamos para viajar una vez más hacia Miraflores, y de allí tomar algún otro vehículo que nos despachase a nuestro lejano destino. Lugar que dicho sea de paso, ni Diego ni quien escribe conocíamos del todo, salvo de a oídas. Viajábamos pues, únicamente guiados por nuestro "instinto"... y con algo de sentido común.

Aquella veraniega tarde lucía un encanto como pocos. Afortunadamente el agobiante calor de horas antes, daba paso a una deliciosa frescura que desde ya prometía este especial atardecer. Los tibios rayos solares bañando nuestra piel, la interminable fila de gente tras los ventanales del coche, transitando de un lugar a otro y vistiendo cortas prendas propias de esta sofocante temporada, inmensos y diversos árboles que por momentos nos proporcionaban adecuada sombra durante el camino, formaban parte del radiante conjunto de elementos que animaban aún más nuestra alegre marcha.

Particularmente, muy pocas veces soy dado a la conversación en vehículos públicos, entre otras razones por el bullicio del entorno que dificulta escuchar a quien me esté charlando. Creo que nunca se lo había comentado a Diego, sin embargo esto parecía no refrenarlo en absoluto como para seguir hablándome en circunstancias como ésas.

- Dime ¿y ya chequeaste los videos que te presté? ¿qué te parecieron?

Días antes, Diego me había alcanzado unos videos en devedé de una de sus historias favoritas. Mas exactamente, de una suerte de películas en formato de anime, su pasatiempo y obsesión.

- La verdad, no he podido darme tiempo en chequear aún del todo tus películas. Habré visto a lo mucho una hora, u hora y media de todo ese material.
- Okey, entonces de lo que has visto ¿qué te parece?

Aquellos días mi cabeza estaba en cualquier parte, menos en prestar algo de importancia a una película de anime por la cual no me despertaba mucho interés examinar.

- No pues Diego. Yo no puedo dar una opinión de algo que apenas he visto una cuarta parte o incluso menos. Tampoco seas malo, pues. Esa vaina consta de varios discos. No he llegado a la mitad siquiera y ya quieres que te comente mis impresiones. Lo que apenas he visto es algo abstracto, no tendría sentido comentártelo ahora... -respondí, tratando de excusar el desgano que me despertaba afrontar el reto de visionar todo ese material.
- Bueno... la trama de esa película es interesante ¿eh? Como adelanto te cuento que es algo que a mí me sorprendió, me pareció una historia muy bien hecha, con sus cositas y truculencias bien puestas. Tienes que verla un día de estos, para poder conversar sobre el tema, pues me interesa mucho saber tu opinión. Aparte de que la animación en sí... es otra cosa, broder. Tienes que verla de principio a fin, de todos modos... Por lo menos, di que te ha parecido la animación o lo que has visto hasta ahora ¿te convence?

Si alguna vez en la vida me crucé con lo que el mundo conoce como mangas y animes, pues la verdad nunca me llamó la atención lo suficiente como para consagrarme "en cuerpo y alma" ante esta forma de entretenimiento (tal como sí lo hacen sus fanáticos, denominados despectivamente "otakus"). Si he de ser sincero, este mundo tan apasionante para muchos adolescentes, jóvenes y adultos me es tremendamente indiferente. Y me costaba creer (o entender) que todo ese universo fantástico poblado de guerreros justicieros, robots humanoides de otra dimensión o esferas de dragón pudiesen capturar tan impunemente la atención de un individuo, al punto de identificarse buena parte de su vida con tales personajes. Peor aún, si uno de esos individuos se trataba nada más ni nada menos que de Diego Mardones. Curioso que antes de conocerle, yo creyese firmemente en que lo peor que podía tener este género del manga y el anime, eran precisamente sus incondicionales.

- Bueno sí... hasta donde he visto está bonito. Creo que lo han hecho bien. -respondí con las primeras palabras que se me ocurrieron en el momento.
- Bacán, tienes entonces que apurarte en ver los discos que te faltan para que antes que acabe este mes, te preste otra serie que quiero que veas, para que podamos comentarla más adelante.

Por momentos, me parecía que Diego me hablaba con la convicción de convertirme en otro ferviente y tonto "otaku" más.

- Pasa que tú no has visto mucho anime, pues. En todo estos años que nos conocemos nunca hemos hablado de esto y la verdad que me gustaría compartirte algunas películas que tengo para que veas y conozcas un poquito más de lo que a mí me gusta... ese mundo que por ahora no conoces. ¿Te acuerdas que por navidad te iba a regalar un devedé de una serie que quería que tengas...? Ya vas a ver cuando veas éstas y otras películas que tengo. Muchas de ellas son de la putamadre...

Recordé que a su edad, lo último que me interesaba eran los animes. Es más, aberraba profundamente la atención y moda que habían generado uno de ellos por doquier, hacía diez años atrás ("Saint Seiya"). Claro que en la actualidad, toda esa onda me es absolutamente indiferente. Mas la incansable devoción que despertaba esta afición en Diego a sus casi veinte años, por momentos me preocupaba.

- Ya habrá tiempo de ver esa película muchacho... sobre todo cuando me quite otras sogas del cuello -comenté.
- No entiendo ¿de qué estás hablando?
- Nada, nada... que en su momento veré tu película y te avisaré cuando lo haga.
- Bacán broder.

Aprovechando de estar ubicados en un asiento doble, a corta distancia del chofer, asomé ligeramente la cabeza con la intención de divisar mi reflejo por el espejo retrovisor. Podía notarse allí también la mirada de Diego aún sin que éste lo notara, sus pequeños ojos tras las emblemáticas gafas y aquel ondeado cabello que danzaba desordenadamente a merced de las corrientes de aire, que desde diversas ventanas abiertas del bus azotaban por doquier.

Y aunque no pude advertir del todo cómo habían castigado estos vientos mi corta cabellera, no me costó mucho imaginar que de seguro una vez más estaría luciendo como el desgreñado de siempre. Con aquel tipo de corte que poco o nada podía notarse, a pesar de salir de casa lo mejor peinado posible. Con ese cabello rebelde tan característico en mi apariencia, que ni las entusiastas manos de Diego pudieron intentar domesticar alguna vez.


* * *



Una de las tantas noches del 2003, ambos nos hallábamos recorriendo los pasillos del inmenso Cultural, lugar que por ese entonces Diego disfrutaba frecuentar en varias ocasiones bajo mi modesta compañía. Y salvo acompañarle a visitar este sitio y toparnos con uno que otro compañero suyo por ahí, no existía otra cosa que me atase a tan ajeno lugar. Sin embargo me hallaba muy a gusto de visitarlo, pues sus instalaciones asemejaban a un colegio muy moderno y silencioso, lleno de pasillos y aulas donde todo el tiempo en que lo frecuentamos, no dejaban de impartir clases de todo tipo: desde cursos de idiomas y manualidades, hasta clases de dibujo de mangas o animes (razón por la cual Diego llegó a estudiar allí alguna vez). Y como bien señalé líneas atrás, si bien la única razón que me empujaba a visitar el Cultural era simplemente acompañarle en sus andanzas, debo reconocer que también disfruté mucho del discreto y particular encanto que este lugar mantenía (espero que hasta el día de hoy).

Muchas veces, mientras Diego se perdía por una de sus aulas conversando con uno que otro compinche suyo, yo decidía prudentemente distanciarme de ellos para dejarlos disfrutar a sus anchas de la trivial conversación que en breve estarían a punto de enfrascarse. Y cuando me alejaba, me dirigía hacia el fondo, a la parte más extrema del pasillo de aquel segundo o tercer piso donde nos hallábamos. Y es que allí, bajo ese mirador y la complicidad nocturna, podían divisarse los jardines del Cultural, rincón que aparte de ser uno de los más apacibles del lugar, capturaba mi atención por su envolvente silencio y tranquilidad. Para nada me sentía relegado al confinarme hacia aquel espacio tan acogedor que invitaba a disfrutar de una paz y sosiego absolutos. Tiempo después, Diego me confesaría que dicha zona apartada de aquel pasillo era también uno de sus lugares preferidos.

En una ocasión, ambos nos hallamos a solas y dentro de los servicios higiénicos del Cultural, próximos al pasillo en cuestión. Al notar en el desgastado espejo cuan desaliñado me encontraba, humedecí mis manos en el lavabo con clara intención de acomodar en algo mi enrevesado cabello. Diego por su parte trataba de hacer lo mismo (con mucho mayor éxito, dicho sea de paso), mientras ambos observábamos al mismo tiempo y sin preocupación alguna nuestras respectivas imágenes. Y si bien es cierto que poco o nada podía hacer yo en mejorar mi desbaratado aspecto, ello poco me importaba pues disfrutaba mucho más al ver la figura de Diego reflejada en el opaco cristal. Contemplándole bajo una furtiva sonrisa esa encantadora y explícita diligencia suya al momento de acomodar tan primorosamente algunos rizos de su limitado cabello.

- ¿Qué pasa? ¿por qué sonríes? ¿se ve mal? ¿o estoy mal peinado acaso? -preguntó algo inquieto.
- Nada, nada... al contrario. Te ves muy bien.
- ¿En serio?
- No tendría por qué mentirte ¿no?
- Pensé que te estabas riendo porque me veía chistoso o algo así...
- Nada que ver, ya te dije que te ves muy bien. Es solo que, admiro esa dedicación que le pones a tu imagen cada vez que tienes un espejo al frente. Me gusta ver ese empeño, esa seriedad, esa concentración y "profesionalismo" que le pones al momento de tener tu cabello entre las manos...
- ¿Ah sí?
- Espero que no pienses mal en lo que te voy a decir, pero... a ver, déjame pensar las palabras adecuadas para que no se malinterprete.
- A ver, habla.
- Se nota que eres bien vanidoso... no. Mejor dicho... eres bien celoso al momento de ver las cosas de tu apariencia. Por ejemplo tu aroma: esa colonia que usas y que huele tan bien, tu peinado bien ordenado y todo eso... Te preocupas bastante en lucir lo mejor posible cuando sales a la calle, ¿verdad?
- Ehmmm, sip ¿por qué lo preguntas? ¿has notado que tiene algo de malo?
- Noooo... todo lo contrario. Pocos chicos de tu edad se preocupan así por la forma de verse ante los demás. Es más, el logro al que has llegado en ese aspecto, sinceramente merece mis felicitaciones.
- Ja ja ja... ¿lo dices en serio?
- ¿Por qué tendría que mentirte? Ese detalle que veo de ti, si quieres que te sea franco, me gusta. Y en verdad, lo celebro.
- Ja ja ja... bueno, gracias... pues, la verdad que sí. Me gusta ver que cuando salgo a algún lugar, las cosas estén arregladas lo mejor posible: una buena colonia, una ropa que me quede bacán, el pelo lo mejor acomodado posible... ¿sabes que cada cierto tiempo cambio de corte de cabello para variar y que se me vea mejor?
- ¿Verdad? Francamente no lo había notado...
- Bueno, es que el poco pelo que tengo también... no deja mucho que mostrar ¿no? Pero igual, me mando y hago uno que otro cambio a mi imagen para variar un poco, que no tiene nada malo. Por cierto, también deberías hacer lo mismo...
- ¡¿Yo?! ¿en qué?
- En cambiar de corte de pelo, pues. Un día deberías dejártelo crecer un poco más y probar con un corte o peinado diferente para que mejores más tu imagen. Deberías intentarlo, en serio.

Me carcajeé tan sonoramente ante semejante ocurrencia, que no dudo que tal resonancia bien pudo haberse escuchado aún en las aulas más alejadas del Cultural.

- Imposible Diego, mi pelo es más rebelde que el carajo. Haga lo que haga, así me peine como me peine, igual se desacomoda y lo único que consigo es lucir como el despeinado de siempre. Sólo rapándome tal vez, podría verse diferente...
- ¿Tanto así? déjame ver... -comentaba él, mientras dejaba de prestar atención al espejo para ver más de cerca mi cabello.
- En serio, no te miento. Mira, por más que lo acomode de una forma u otra, igual no cede, ¿vez? -le explicaba yo a su vez, mientras trataba de aliñarlo con mis dedos, demostrándole así su osada rebeldía.
- Uhmmm, no se te ve trinchudo para nada. A ver, déjame acomodarlo si se puede hacer un tipo de peinado o corte diferente....

Y así, frente a frente y tan cerca uno del otro, Diego posaba sus manos en mi revuelto cabello, tratando de ordenarlo a sus estéticos caprichos. Mas el hecho de sentir esos delgados y tímidos dedos suyos, recorriendo y acariciando mi cabellera una y otra vez, parecía como un sueño que sin proponérmelo, se había tornado en bendita realidad. Cerré los ojos disfrutando interior e imperceptiblemente de aquel maravilloso instante.

- Tu pelo es un poco jodido, pero no creo que algo de gel o reacondicionador que puedan ponerte en una peluquería, no arreglen ese problema... -me comentaba luego de desbaratar mi cabello (aún más) por varios largos segundos.
- Yo te dije, no es algo fácil... y que me cambie de corte o peinado, para serte franco lo veo bien difícil. Tendría que ver cuál corte me queda bien. Y que sobre todo, no me quede huachafo o ridículo.
- Eso es lo de menos Mauricio, además te digo algo. A mí me gusta mucho la idea de estar manyando y craneando esto de los cortes de pelo, ver cuál queda bien, cual queda mejor... y franco que sigo pensando que un buen corte te haría ver mucho mejor que como te ves ahora.
- Uy curuju... no me digas que ahora te gusta esa huevada del estilismo y esas cosas...
- No puessss.. yo te hablo en serio. La vaina de los cortes de pelo y peinados, alucinar cómo lo llevarían mejor algunos patas, me parece algo bacán y hasta importante, porque la apariencia dice mucho de las personas ¿no?
- Tienes razón, mi querido "Diego's Coiffure"
- Ja ja ja... ¡huevón!
- Bueno, cuando decida hacer algún cambio radical a mi look, pues te avisaré para que me recomiendes a tu peluquero de moda y ver qué se puede hacer.
- ¡Ah! Por siaca, quien me corta el pelo es una chica... bien buena gente ella. De hecho que encontrará una solución para ese corte tan pasado de moda que tienes... pásame la voz entonces.
- Hecho.

Para cuando salimos de los desiertos baños del Cultural, aún no terminaba de creer que minutos antes, Diego había acariciado una y otra vez mi cabello con sus tiernas y adolescentes manos. Y es que en toda mi vida, nunca antes hombre alguno se había atrevido a hacer lo mismo... salvo mi peluquero, claro está.


* * *



La tarde se tornaba cada vez más templada. Por momentos, los refulgentes rayos solares pretendían ocultarse, percibiéndose luego un nublado y tibio ambiente alrededor. Aquella atmósfera generaba entonces un entorno perfecto para disfrutar aún más de las variadas escenas veraniegas proyectadas ante nuestros ojos, tras las ventanas de aquel custer que nos despachaba hacia el destino más viable a Plaza Sur. El deambular callejero de gente que parecía cada vez más jovial, la nutrida policromía de helados y refrescos que grandes y pequeños degustaban en el camino, el rozagante verdor distinguible en cada plaza, parque o berma que atravesábamos en cada calle, el alborozo que minutos antes Diego provocara al expresarme la felicidad que sentía de tenerme a su lado una vez más, el breve roce de una de sus rodillas junto a la mía, la tenue percepción del calor de su cuerpo en mi piel, componían una escena perfecta. Una más de las tantas que este verano procuraba prometernos. Tal y como efectivamente ya había acontecido durante estos últimos cuatro años juntos.

- ¿Sabes una cosa? Somos muy afortunados -decía él, en el preciso momento que me hallaba distraído con el agradable panorama divisado tras el vidrio.
- Ah vaya, ¿crees tú? ¿y por qué lo dices?

Sabía que Diego se encontraba tan a gusto como yo en ese momento. La idea de pasar una tarde fuera de casa, disfrutando de un ambiente completamente diferente al que forzosamente nos había impuesto la rutina, era de por sí reconfortante. Y anteriormente, en más de una ocasión yo también le había comentado que su compañía era algo muy valioso e invaluable para mí. En un principio, la impresión de mis palabras le generaban cierto desconcierto ("¿a qué te refieres con eso de que he cambiado tu vida más de lo que imagino?"). Posteriormente comenzó a tomarlas de muy buen grado y con el pasar del tiempo hasta se atrevía a retribuir bajo insólitas muestras de afecto, cada vez que le hacía entrever que su compañía en estos últimos años me hacía inmensamente feliz.

- Te voy a dar un tiempo para que lo adivines ¿ok? -contestó él, con una inevitable sonrisa dibujada en su rostro.

Su respuesta me preocupó por un momento. Si bien es cierto que cuando lo conocí, Diego era un muchacho muy escrupuloso y hasta algo prejuicioso en público, he de reconocer que con el tiempo "colaboré" en que se soltara un poco más. Por un lado ello me parecía genial, pues por fin su cándida cabecita había comprendido que ciertas "composturas" que estúpidamente le inculcaron algunos cretinos compañeros de colegio en los últimos años, no le servían absolutamente de nada. Pero por otro lado, me ruborizaba la idea de que soltara alguna confesión personal -de esas que habitualmente tratábamos a solas- dentro de un vehículo considerablemente lleno de pasajeros. Y a decir verdad, aún me ruborizaba el incidente de "Casualidad" en la última navidad.

- ¿Lo dices porque vamos a ver a quienes tú sabes? -pregunté con cierta reserva.
- Uhmmm, también... pueder ser. Pero aparte de eso.
- ¿Por tus clases que ya van a acabar?
- Nop. Por eso no.

Temía preguntarle si se refería a lo "otro", es decir a nosotros dos. O más exactamente, a mí. Miré de un lado a otro con la intención de ver si había alguna otra persona lo demasiado cerca como para escuchar nuestra conversación. Y a pesar de sentirme completamente inseguro de continuar, señalé mi pecho con el pulgar mientras en voz baja pero lo más audible posible, pregunté:

- ¿Lo dices entonces... por mí?
- Hermano, eso es obvio. Pero no, no lo decía por eso. Aunque sí... también es otra de las razones.

Respiré aliviado. Aún no me acostumbraba a la idea de platicar con Diego sus impresiones sobre "nosotros" en lugares tan incómodamente públicos, como un bus por ejemplo. Pero no se malentienda, no me avergonzaba para nada que Diego me expresara tan libremente sus sentimientos ante tales circunstancias, sino más bien por la dificultad de responderle a mis anchas todo lo que sentía u opinaba ante sus sorprendentes declaraciones. Y es que hasta el día de hoy, conversar de estas cosas frente a extraños, me cohíbe tremendamente.

- Pues no sé. No tengo idea qué cosa puede ser lo que nos hace tan afortunados -manifesté rendido.

Diego me observó directamente a los ojos. Su mirada eran tan fulminante que sentía me atravesaba hasta el pecho. Tenía ganas de decirle lo que en más de una ocasión y en otras circunstancias, ya le había confesado. Que el sólo hecho de tenerlo al lado mío era ya de por sí, un enorme privilegio para mí. Y que no quería que nada, absolutamente nada nos volviese a separar. O como bien me dijo alguna vez, que estaríamos juntos para siempre, hasta el final.

- Mira todo esto, a nuestro alrededor: los parques, los árboles, las calles... -apuntaba la mirada de un lado a otro hacia los ventanales del vehículo-. Miraflores es lo máximo, de hecho. Te apuesto que en ninguna otra parte del mundo las calles son tan bacanes como acá. Habrán mejores quizás, pero... como las que conocemos, ni hablar. Has visto cómo el sol se pone tan paja cuando atardece... el mar, cuando se hunde allá, en el fondo... las playas, tan radiantes y con tanta gente visitándolas... la brisa del mar, refrescándote la cara todo el tiempo... Dime, ¿acaso no te parece de putamadre todo esto, Mauricio?
- Si te refieres a la parte donde estamos ahora...
- Claro, claro. Te hablo de esta zona... más allá también, cerca al Faro. También por el otro extremo, por la ruta hacia Larcomar y a los otros parques que siempre vamos...
- Bueno, sí. Es bonito. No lo puedo negar.
- ¿Ves? Dime, ¿dónde vas a encontrar otro lugar así de paja en Lima? No lo vas a encontrar porque simplemente no lo hay. Por eso me encanta venir por acá... sentir la libertad que se respira aquí... el aire fresco ingresando a mi interior, sentir el viento rozando mi cara mientras imagino tantas cosas...

Entendía perfectamente a lo que se refería. Más que al escenario al que describía con tanto entusiasmo, Diego disfrutaba mucho más de la libertad, su vulnerable libertad. Por un momento cerró los ojos, como tratando de capturar interiormente aquel mágico momento.

- Ojalá podamos salir de nuevo cuando acaben mis clases, cholo. Se vienen mis evaluaciones y por lo menos hasta quincena de febrero estaré con los libros y las tareas que para variar, una vez más no me dejarán respirar. Lo de San Bartolo fue tan de putamadre, que ojalá este año se pueda repetir también... -comentó luego, ya más sosegado.

Lo observé directamente. Tras la ventana, se distinguía el agradable paisaje en movimiento al que minutos antes se refería. Pero más importante era verlo, deleitarme con su tierno mirar, sus claros ojos, su deliciosa sonrisa. De ser un poquito más sinvergüenza, en aquel mismo instante hubiese tomado sorpresivamente con ambas manos sus rebosantes mejillas, estampándole un sublime beso a sus tiernos labios de niño, sin importarme en absoluto la gente alrededor.

Diego también clavaba sus ojos en los míos. Por momentos sonreía, moviendo la cabeza al ritmo de una imaginaria melodía, bajo una expresión carente de malicia. ¿Acaso estaba adivinando mis deseos? ¿Conocía tan bien sobre mí, que leía mis pensamientos aún considerando que éstos le inspiraron miedo y repulsión alguna vez? ¿Qué era lo que realmente pensaba él, luego de haberle confesado que me gustaba, hace pocos meses atrás? ¿Le era tan simple dar vuelta a la página e imaginar que este episodio nunca ocurrió? ¿Había olvidado lo que yo sentía por él? O mejor dicho ¿qué era lo que realmente Diego sentía por mí, después de todo? ¿Volveríamos a tocar el tema alguna vez? ¿Era posible que Diego también sintiera lo mismo que yo? Por momentos el corazón me daba leves esperanzas.

- Tenemos que bajar en el Cine Pacífico, muchacho. De allí tomamos otro carro que nos deje en Plaza Sur, pero no sé cuál exactamente, ni cuánto tiempo nos tomará ir hasta allá. Supongo que de treinta a cuarenta y cinco minutos -le comenté, como tratando de justificar nuestro intercambio de miradas.
- Ajá.
- Lo malo es que no sé a qué altura, o por dónde está Plaza Sur. Supongo que el cobrador o la gente que suba al micro tendrá una idea.
- Fácil. Ojalá no lleguemos muy tarde nomás.
- Esperemos que no.

Cuando el vehículo ya se encontraba a pocas cuadras de nuestro paradero, me acordé de agregar algo más.

- Oye, cuando bajemos me das un time para llamar por teléfono a un pata de la universidad. También le pasé la voz para que vaya a Plaza Sur y me dijo que le avise cuando estemos rumbo para allá.
- Ah ya, bacán. ¿Y tu pata es de confianza...? O sea ¿no tiene paltas con lo que se dice de Miranda?
- ¡Para nada! Más bien, por poco y hasta me exigió que lo mantenga informado con el itinerario de ellos. Poquísimos sabemos lo que han hecho desde que han arribado a Lima (entre ayer y hoy, eso no lo sé muy bien) y lo que harán después del concierto. Hasta donde pude enterarme, lo de la firma de autógrafos ha resultado bien caleta. Vieras lo que me costó encontrar esa información.
- ¿Ah sí? Bueno... yo no estaba enterado por ejemplo. Supongo que nadie más sabe.
- No tanto... pero para eso existe internet. ¡Bendito internet!
- ¡Viva internet carajo...! -comentó, levantando la voz.

Debido al fuerte tráfico, la custer se había detenido a poco menos de media cuadra de nuestro paradero. Cuando lo advertimos, de inmediato dejamos nuestros asientos bajando raudamente del vehículo. Ya en la acera, traté de ubicar con la mirada algún teléfono cercano. Por fortuna, había una cabina disponible a casi treinta metros de donde nos encontrábamos. Entonces con mucha prisa me adelanté lo más que pude hacia allá, serpenteando el paso entre la muchedumbre que transitaba por todos lados y que por momentos obstaculizaba exasperadamente el camino. Para cuando llegué a la cabina y cogí del auricular, volteé ligeramente hacia mi derecha, mientras hurgaba en los bolsillos del pantalón por mi pequeña agenda telefónica.

- No tardaré mucho, muchacho. Llamo, le digo que ya estamos por Miraflores y que en un toque llegamos a Plaza Sur. Lo bueno de esta avenida es que a cada rato salen carros para allá, así que no creo que perdamos mucho tiem...

Mas cuando por fin lo noté, no había absolutamente nadie a mi lado. Y no sólo eso, pues no había rastro alguno de Diego en varios metros a la redonda. "¿Y este huevón, dónde miércoles se ha metido?", pensé. Por un momento me aterró la idea de que hubiese desaparecido tan rápidamente, como si de un parpadeo se lo hubiese tragado la tierra. Entonces recordé que de ocurrirle cualquier cosa, la responsabilidad sería únicamente mía.

Colgué el teléfono y salí disparado de la cabina, mirando de un lado a otro entre la multitud de transeúntes que se atropellaban entre sí. Con un temor cada vez más creciente y hasta de puntillas, revisaba por todas partes una y otra vez, buscando algún indicio que me diese razón sobre Diego: los escaparates de las tiendas, los kioskos de golosinas y cigarros, algún escaño donde estuviese sentado o agachado atándose las zapatillas quizás... ¡lo que fuera! Era imposible que se hubiese extraviado tan rápidamente, pues tanto él como yo conocíamos a la perfección esta calle. Sin embargo, a la luz de los hechos Diego sencillamente había desaparecido.

No habían transcurrido ni dos minutos de comenzar a especular sobre su paradero, cuando a una prudente distancia por fin pude localizarlo. Se hallaba de pie, detrás de un mar de cabezas, exactamente en el mismo lugar donde minutos antes el bus nos había despachado. Se le notaba preocupado, mirando de un lado a otro y con la nariz levantada. Parecía un conejito asustado que por primera vez trataba de salir de su madriguera. Y más que molestarme, verlo así sinceramente me enterneció.

Cuando a los pocos segundos por fin sus ojos me encontraron en la lejanía, esbocé una paciente sonrisa. Mientras él, ya más aliviado, acercaba lentamente sus pasos hacía mí.

"El día que deje de estar a tu lado, qué será de ti...", pensé.