viernes, 23 de junio de 2006

Clase

Un día cualquiera por la tarde, en un aula llena de estudiantes, concentradísimos en resolver sus respectivos exámenes. Y entre ellos me encontraba yo, mirando por momentos mi carpeta, pero distrayéndome además con mi entorno. Tratando de distinguir algo más que largas cabelleras y raros peinados, entre todos los chiquillos y chiquillas que me rodeaban en ese momento. Algunos extraños, otros no tanto. Pero todos, sin excepción, absortos cada uno en tratar de descifrar los enigmas vertidos en la hoja de papel que el profesor del curso nos había asignado resolver.

Él, por cierto, hombre maduro, de un metro ochenta aproximadamente. Asegura tener poco más de cuarenta años, pero en honor a la verdad, aparenta más. Me gusta verlo por momentos, quizás porque su aspecto de hombre mayor es inherente a mis gustos personales. Aunque el rictus de su rostro pareciera delatarlo como alguien más bien antipático. Ni gordo ni delgado, de contextura normal y dueño de una calvicie cada vez más predominante, pero igual... me agrada la idea de verlo así, de lejos, de la cabeza a los pies. Usando el tipo de traje que este trabajo le ha impuesto: de camisa-corbata-saco-pantalón. Corroborando una vez más, mi añeja y sabia teoría de que hay hombres que suelen verse cada vez más sugerentes y excitantes cuando visten de manera formal. Como cuando van a una boda, al trabajo de oficina u otro compromiso. Y a algunos, esos atuendos suelen quedarles encantadoramente bien.

Sigo contemplando al maestro furtivamente. No es mi tipo, lo sé. Sin embargo, hay algo inexplicable en él que me insta a seguir observándolo. Afortunadamente nadie a mi alrededor se percata de mi éxtasis, lo cual me da absoluta libertad de seguir estudiando minuciosamente a mi objetivo. El profesor tampoco lo nota, y eso me parece estupendo. Sin embargo, mi placer no está completo, pues en ese mismo momento deseo tenerlo cerca mío.

Levanto el brazo y sin moverme de mi asiento le hago un gesto. Él, me observa y deja lo que estaba haciendo, de leer unas hojas que convenientemente deja en su escritorio y se aproxima hacia mí. Cualquier pretexto es bueno para tentarle un acercamiento: preguntar bobadas como si la prueba de diez preguntas necesariamente consta de diez respuestas, que si puedo contestar con lápiz o lapicero, o cualquier otra chorrada que se me ocurra en ese momento.

Logro mi objetivo al tenerlo por fin a mi lado, más exactamente a mi derecha. Con mi codo a unos pocos centímetros de su muslo. Y precisamente ello no deja de hacerme sentir nervioso. Desearía mover disimuladamente mi brazo para sentir el calor de su pantalón, de su pierna, o de cualquier otra convexa superficie de su cuerpo, pero me reprimo. La tensión se apodera de mí cada vez más, al comprender que me encuentro prácticamente al frente del instrumento viril de este hombre, separándome de aquel apenas una cremallera de pantalón. Condición para nada adversa o novedosa para quien escribe. Todo lo contrario: una situación como aquella bien podría entenderse como una sugerente invitación, como un encantador regalo que este maduro galán oculta entre sus caderas y que motiva a desentrañarlo con mucho apremio y deleite... pero bajo otras circunstancias o condiciones, claro está.

Y en medio mi sofocante tensión, el profesor responde la inquietud que lo obligó a atenderme. La verdad que en ese momento ni recuerdo qué pregunta le formulé. Pero eso no importaba, igual quería llamar en algo su atención y abducirlo de la clase y mis compañeros, por unos cuantos minutos a lo menos. Por cierto, creo que ninguno de ellos se ha dado cuenta de que él se encuentra atendiéndome. Mas luego de algunos segundos, aclarada mi interrogante, da la media vuelta y secamente, opta por retirarse.

Me queda entonces el consuelo de divisar su trasero (que por cierto no es la gran cosa, pero se defiende). Tan encantadoramente enfundado en el oscuro pantalón que viste, mientras se aleja (por fortuna, el saco lo dejó colgado en su asiento momentos antes). Sin embargo, ni bien ha dado unos pasos al dirigirse hacia su escritorio, cuando de pronto algo lo detiene. Vuelve sus pasos nuevamente a donde me encuentro, hasta detenerse al lado mío. Me observa directamente a los ojos. Desde mi ubicación, lo veo y nuevamente me siento intimidado, paralizado, sobresaltado. Sin saber qué es lo que lo empujó a regresar. El estar de pie al frente mío, le da un aire de inconfundible superioridad y creo que ello lo disfruta. Mientras yo, del otro lado, sentado en mi carpeta, me siento minimizado, inmóvil y muy tenso. Como en suspenso por lo que pueda ocurrir a partir de ese momento.

El primer movimiento en seco lo da él. Súbitamente, una mano suya recoge mi mentón y lo eleva de manera suave, mientras lentamente acerca su rostro contra el mío cada vez más... hasta estampar un sorpresivo beso por unos segundos a mis labios.

Quedé estupefacto. No sabía qué estaba pasando, ni mucho menos si todo esto era real o parte de un desvarío. Para cuando sus labios se despegaron de los míos, me regala una sonrisa muy pícara de su parte. Trata de justificar su actitud respondiendo con una encantadora frase: "Chico simpático". Y se va.

Aún sentía la huella de sus labios en los míos, mientras disimuladamente trataba de fingir algo de repulsión e incomodidad ante algún eventual compañero que notara esta inexplicable escena. Pero muy dentro de mí, había disfrutado intensamente y como nunca, aquellos cinco preciosos segundos. Aquel seductor gesto de un maduro tan galante, de robarme un beso de esta forma furtivamente encantadora, era como para terminar de derretirme por completo por un dandy como él.

No terminaba aún de comprender (y saborear) el cómo y por qué de este incidente, cuando intempestivamente desperté. Era aún de madrugada y la mala fortuna quiso que todo se tratase de una mala jugada por parte de mi subconsciente. Sin embargo, que yo recuerde, es la primera vez en toda mi vida (o por lo menos en mucho tiempo atrás) que he experimentado un sueño de esta naturaleza. Tan delicioso, tan idílico, tan candoroso y tan de tinte adolescente, que jamás antes se me hubiera ocurrido (ni en sueños, obvio) alguna otra interesante y efectiva forma de seducción.

¿Será acaso que hombres así existen sólo en mis sueños?

domingo, 11 de junio de 2006

Fútbol: "Cosa Estúpida... "

Pensaba en continuar el curso natural de este blog, pero la verdad con tanto bombardeo por parte de los medios, no podía pasar de largo este enojoso tema. Y es que, ¿alguien puede explicarme QUÉ CARAJO TIENE EL FÚTBOL, por favor? La sola pronunciación de esa palabreja de por sí me genera tanto escozor y fastidio, que la verdad dudo mucho que algún día pueda entender siquiera medianamente la fascinación que sienten muchos hombres de este planeta por el aberrantemente denominado "deporte rey".

Creo que desde que nací, mi predilección por el balompié siempre fue nula. Jamás me llamó la atención siquiera el intentar practicarlo en el barrio, pues me parecía estúpida la idea de perseguir como un desquiciado una pelota, aún a costa de exponer estúpidamente mi integridad física (para eso, mejor me hubiesen dejado manejar una moto desde los seis años). Y felizmente, poco menos de un año atrás, Vicente me hizo ver que uno de mis escritores favoritos (Jorge Luis Borges) opinaba tan igual que yo sobre el tema.

No se me olvida hasta hoy aquella imagen que vi a muy temprana edad y por primera vez como sinónimo de fútbol: dos a tres tipos (incluso más, creo) enredando violentamente sus piernas, uno contra el otro, en pos de conseguir patear un simple y corriente balón. El solo hecho de imaginar cuántas contusiones podría ganar por imitar alguna vez semejante "hazaña", castró definitivamente cualquier minúscula intención de interesarme por aquel juego tan bárbaro y salvaje; a costa claro de que, por ese entonces (mucho más que en la actualidad, creo) en varias oportunidades me ganase el apelativo de "mariquita" o "mujercita" de parte de otros mocosos de mi edad. Y todo por el sólo hecho de no practicar un deporte mal llamado "de hombres".

La verdad, eso siempre me llegó al carajo. Buena parte de mi vida tomé conciencia de que lo que opinasen los demás sobre mí, jamás iba a darme de comer, ni mucho menos. A todas esas chácharas sencillamente debía darle la importancia que se merecen: la de un soberano corno. Pero lamentablemente, cuando se es niño aún no se cuenta con la fortaleza suficiente de asumir los comentarios de los demás. Y soportar las crueles burlas de otros chiquillos, ni se diga. Aunque afortunadamente, de este tipo de golpes casi siempre se aprende algo bueno.

Quizás sea esa la causa por la cual se me hinchen soberanamente las pelotas cada vez que veo que algunos padres jóvenes tratan de "enseñar" a sus pequeñines -que apenas pueden caminar asistidos por ellos-, a pelotear y tratar de buscar su interés en un deporte tan burdo como este. ¡Coño! Si al mocoso le interesa jugar alguna vez con esa mierda de pelota, ya se buscará la forma de querer hacerlo por su cuenta y no porque un idiota como su viejo lo vista de shortcitos y camisetas de clubes deportivos (¡de lo peor, deberían castrar a estos padres imbeciles!), presionando a como dé lugar que su pequeño vástago patee una puta pelota ¡... cuando aún el niño sigue cagándose en los pantalones...!

Será por eso que muchos hombres desde ya encuentran su sino marcado, al seguir con un alienado interés cualquier incidencia pelotera, por el resto de su existencia. A algunos -qué duda cabe- no les queda otra, pues no pueden razonar más que de la forma en que han sido educados. Pero a otros, que pensamos de una forma diferente, afortunadamente podemos discernir entre lo que nos conviene y lo que no; optando por alternativas mucho más iluminadas. Y sobre todo, siendo honestos con nosotros mismos y con lo que en verdad disfrutamos.

Ahora bien, resulta que éste Mundial que acaba de comenzar, es el suceso mundial (valga la rebuznancia), la noticia de la semana, el non plus ultra de cualquier medio informativo que se preste de serlo. ¡Diosssss...! A lo mejor la ceremonia y eventos de inauguración pueda que hayan resultado algo interesantes (no lo vi, mis horas de dormir son muchísimo más sagradas que saciar alguna curiosidad mundialista). Pero los partidos (que siendo honestos, es lo que la mayor parte de gente ve del mundial en sí) ¿A quien podría interesar, verdaderamente? Mi país hace SIGLOS que no asiste a un mundial (y la verdad no me interesa si alguna vez la cosa cambia). Y el sólo hecho de ver un evento deportivo en donde juegan un huevo de países... menos el mío, termina dejándome perplejo, citando muy sabiamente a Condorito: "¡Exijo una explicación!"

Si, ya sé. Seguramente más de uno saldrá con el cuento ese de la pasión de multitudes, de seguir las jugadas, las incidencias, los pases y otros mamarrachos más. De arranque, para mí, ver 90 minutos la misma huevada (una pantalla verde invadida por tipos diminutos persiguiendo un balón) me asfixia las neuronas terriblemente. Y si a eso le añadimos las narraciones propias de estos espectáculos (un tipo que describe el cotejo bajo el mismo y soso tono de voz, de cuando en cuando in crescendo cada vez que la jugada comienza a variar dramáticamente), me parece de lo más insípido. Tanto así que preferiría mil veces abrir la guía telefónica y ponérmela a leer desde la página uno hasta el final, antes de continuar viendo semejante soponcio expectorado a tantos millones de televisores, por todo el planeta.

Claro, claro... habrá alguien quien diga "¿pero acaso no te has fijado en los jugadores?" Sí, obvio de que lo he hecho; hay algunos que definitivamente dan la hora. Pero la gran mayoría no dejan de ser, o bien terriblemente feos, o nada interesantes como para perder el tiempo echándoles un ojito por un instante. Además, desgraciadamente, las cámaras de televisión en su mayoría de veces, derrochan minutos valiosísimos, transmitiendo una y otra vez imágenes de las jugadas del momento, en lugar de mostrar a uno que otro jugador simpaticón tirado en el césped, esperando ser vislumbrado (¿o debería decir devorado?) de manera conveniente por algún discretísimo hincha. Aparte de que, dos o tres minutos de imágenes de una interesante pelotero... por ochenta y siete restantes de un pesado juego, no es rentable pues. Mejor me conecto a internet y encuentro videos de HORAS de riquísimos ejemplares EN ACCIÓN. Y no precisamente en pantalones cortos, mucho menos jugando en cancha alguna.

La fiebre del fútbol le da a casi todos los hombres. Eso es ley, nadie lo puede refutar. Compadezco desde ya a todas las mujeres del mundo que en los próximos treinta días serán descuidadas por sus maridos, novios, enamorados, amantes y demás. No hay nada más humillante que dejar de lado una interesante velada romántico-sexual... por ver un partido de mierda jugado por unos tipejos más feos que una patada en las gónadas y que se nota han ganado tan alabada experiencia futbolística con más de un pelotazo en esas caras (¡y qué caras!), que para nada elevan la moral.

Doy fe de esta orfandad instigada por la maldita pelota, pues alguna vez Vicente hizo eso conmigo y me dejó de lado en varias oportunidades; todo por ver esos partiditos cojudos. Por un lado, yo... muy ansioso y con ganas de devorármelo y de que él haga lo mismo conmigo. Pero no, para el señor era mucho más importante ver el partidito entre dos naciones ubicadas en los confines de un mapamundi y que verdaderamente importaban una soberana mierda en un momento tan serio como lo es el de la intimidad con la pareja. El resultado de este "cotejo" fue como se esperaba: el balompié me sacó una tarjeta roja y me eliminó del partido hasta el día de hoy (a ver pues Vicentito, ¿qué harás ahora cuando estés en tu cama y tengas ganas? Fácil, consuélate viendo a esos jugadores negrazos africanos e imagina a uno de ellos a tu costado, metiéndote un TREMENDO PENAL... pero a punta de patadas y por donde no te de la luz del sol).

Ya ni Rogercito se escapa de esta fiebre de babosos. Anda tan excitadísimo con este acontecimiento pelotero, que ni corto ni perezoso anda siguiendo todas las incidencias de este mundial, pues se ha animado a apostar -junto a sus amigos del trabajo- por los probables ganadores en los próximos partidos. O sea, otro huevas más que anda perdiendo el tiempo viendo como estúpidamente se persigue un balón... y por los próximos treinta días. Decepcionante, ¿verdad?

Ni hablar de la horrible mascota que han escogido para este mundialito de marras: un mamarracho de dunlopillo que dudo que pueda generar simpatía a alguien. Y sorprende el hecho de que, para un mundial EUROPEO se haya diseñado a un personaje tan poco carismático y de medio pelo (aunque su lanuda anatomía pretenda emular la de ¿un león?), pues dejándose de vainas, más de una vez me he topado con muñecos del mismo tamaño (de esos que estilan para animar fiestas infantiles) mucho menos rimbombantes, más bien franciscanos, pero con mucha más gracia y simpatía que el esperpento mundialista ese. En fin... un bodrio más, para este bodrio mundialista.

Y el colmo de los colmos. A las firmas más importantes no se les ha ocurrido mejor idea que colocar a Ronaldinho como imagen representativa de varios de sus productos. Y no es que tenga nada en contra de los negros, o sea racista, ni mucho menos pero.... ¡Qué negro más feo, por Dios! Que sea probablemente el mejor jugador del mundo, nadie se lo quita. Que la dinámica de ciertas marcas sea el buscar la imagen de un personaje para que los identifique por laaaaaaaaargas temporadas, tampoco es novedad. Pero ¡putamadre! ¿Tenían que escoger a un tipo tan "poco agraciado" para eso? ¿Es que acaso no existe el photoshop? ¿No hay asesores de imagen, maquilladoras, o lo que fuere para corregir "ciertas" imperfecciones faciales tan, pero tan grotescas? Obvio, por último el tipo éste no tiene la culpa de haber nacido con esa cara. Pero carajo, ver ese cacharro tan matadazo en cualquier momento y por todas partes (periódicos, afiches, paneles -algunos de ellos descomunales-, spots televisivos, portadas de revistas, álbumes de cromos, buses, portales de internet... ¿sigo?), pues claro que desmejora el ánimo a cualquiera. Y si a estos "creativos" publicitarios no se les ocurrió anotar un mejor gol perpetrando este atroz crimen visual, pues al menos deberían usar EXTRA maquillaje o hacer uso de algún trucaje fotográfico para atenuar en algo aquel desafortunado rostro, cuyo dueño al día de hoy, habrá de seguir ganando millones de millones por estas tan fatales campañas de publicidad.

En lo que a mi concierne, el fútbol, Ronaldinho, y todo aquello que me los recuerde, me representan lo mismo: a lo grotesco, desagradable y ramplón. Y cuando veo que alguno de estos esperpentos comienza a acecharme muy peligrosamente, pues le huyo como alma que lleva el diablo. Vade retro Satanás, que a mí el fútbol jamás me va a engatusar. Salvo cuando... por cosas de la vida, me topo con ejemplares tan deliciosos como el que les dejo a continuación. Su nombre es Angelo Peruzzi y juega (o jugaba, ¿alguien me puede datear?) por el Lazio de Italia. Desde que lo vi, me percaté que este pelotero está... ¡como para comérselo con chimpunes y todo! Ya quisiera yo que un día de estos, un cuerote como éste me invite a jugar en su cancha y recibir de él un incontable número de penales, una y otra vez.

Y ustedes ¿qué opinan?

lunes, 5 de junio de 2006

Contactos Sin Tacto ( I )

Inicialmente titulado "Los Chicos Sólo Quieren Divertirse (Pero Los Heteros No)"

¿Qué rayos pasa con los hombres? Lo digo porque, de un tiempo a esta parte no dejo de enterarme de que, muchos patas lindos e interesantes -e incluso conocidos míos, que consideré muy seriamente como probables candidatos para iniciar algún contacto- o bien se hallan sumergidos en sus cada vez más absorbentes actividades laborales/estudiantiles, o se encuentran viviendo unas crueles paradojas perpetradas por un destino que no se cansa de sacarme la lengua cada vez que intento ver la forma de salir con alguien y esperar que algo bueno resulte de ello.

Y no lo digo por el Señor D. (es decir, Diego), de quien ya buen tiempo atrás no tengo noticias suyas (y que por momentos alguna canción de Miranda! me lo recuerda efímeramente). Eso es lo de menos; que viva feliz con o sin mí, es lo que menos me importa en estos momentos. La gesta de este enérgico manifiesto comienza a raíz de una comunicación vía messenger hace unos pocos días, con otro muchacho amigo mío (mocoso de 19 años, para variar) y que valgan verdades, desde la primera vez que lo ví (el 2001 si mal no recuerdo) quedé sumamente prendado e interesado en buscar algún acercamiento y ver qué pasaba.

Como adivinarán, éste niño en cuestión no demostró en ningún momento algún pequeño indicio que me diese a entender que gustaba de un interés sexual por gente de su mismo sexo. Pero, qué rayos... Ni yo me encontraba "enamorado" de él, ni mucho menos él buscaba un contacto conmigo como para intentar un acercamiento -por lo menos- amical y tal. Se trataba sencillamente de un muchachito simpático y punto, nada más.

Sin embargo, cuando acabó el ciclo que compartimos en nuestro centro de estudios de ese entonces, ya las esperanzas de volverlo a ver (aunque sea de lejos) se esfumaban. Afortunadamente, semanas antes me las había ingeniado de buscar algún recurso para acercármele y por lo menos averiguar cómo se llamaba aquel bombón adolescente, casi único ejemplar rescatable de aquel ramillete de tipejos -desafortunadamente no tan agraciados como él-, con quienes compartí aulas en aquella oportunidad.

Braian (algún nombre hay que darle aquí) era diferente. No se trataba de un tipo de un metro ochenta, ni mucho menos disponía de un cuerpo admirable (contextura normal, ni gordo ni flaco, algo chato pues no llega al metro sesenta). Pero me llamaba la atención el hecho de que, aparte de no ser feo, la ropa que usaba SIEMPRE le entallaba encantadoramente bien: piernas, brazos, pechos, abdomen, bragueta... uhmmm, deliciosa vista que contemplaba diariamente cada vez que me lo topaba por las mañanas, e incluso buena parte de la tarde.

Ya para cuando separamos nuestros caminos y cada quien se dedicó a sus estudios, siempre me las ingenié para comunicarme con Braian y coordinar una visita a su casa para conversar alguna tarde. Y para ser sinceros, cuando ello ocurría, poco me importaba lo que Braian me contase sobre su vida o de sus novísimas hazañas universitarias; pues mientras él me contaba de sus últimas andanzas, yo aprovechaba para devorármelo con la mirada cada minuto. Y con mayor razón cuando muchas de las veces me recibía en su casa, bien sea usando unos pantalones afranelados grises, u otros de material sintético color azul oscuro (ambos de los que se usan para hacer deportes o ejercicios, para que puedan hacerse una idea). ¡Dios mío! Tenía no sólo a un tipo interesantemente simpático conversando muy de cerca, frente a mí... sino también al dueño de un predominante paquete por debajo del ombligo y que sinceramente, no iba a la par -¡para nada!- con su estatura (ahora entiendo muy bien aquel adagio del "perfume caro en frasco chico").

Entre pausa y pausa de los (muchas veces inmensos) monólogos de Braian -mientras yo asentía con la cabeza o le respondía con frases tipo "tienes toda la razón", "así es", "efectivamente", "seguramente", "opino lo mismo que tú"-, varias veces mi vista se desviaba una y otra vez a contemplar ese irresistible campo magnético que escondía entre sus piernas. Sutilmente y bajo cualquier pretexto, lograba por momentos hacer que se pusiera de pie y observarle así mejor aquel codiciado paquete. Y por visto, ese miembro viril en estado de reposo -aún bajo ropa interior- sí que manejaba una muy respetabilísima dimensión, al punto de preguntarme calladamente una y otra vez de manera muy acuciosa, cuánto podría medir aquel tentador pene que desafortunadamente nunca pude contemplar en su absoluto esplendor, ni mucho menos auscultar de forma visual o más tangiblemente. Cosa que sin embargo no fue impedimento para arrancar del propio Braian la confesión de no haber tenido sexo alguna vez en su vida, ser cut desde el nacimiento y nunca haberse masturbado hasta la fecha (¡!). Con tremenda joya bajo su pantalón, quién lo diría, ¿no?

Y bueno, pasaron los meses (un par de años incluso) en esta situación. Poco me importaba ser yo quien se diese el trabajo de llamar y buscarle en su casa, si con ello tenía la recompensa de verlo frente a frente y disfrutar hasta la saciedad de contemplar sus manjares, provocándome cada vez que me charlaba, más de una erección que muy disimuladamente traté de ocultar. Lástima que nunca pude contemplar de Braian una situación similar en nuestras horas de horas de charla que sosteníamos en la salita de su casa. Mi promedio de visitas no pasaban de dos o tres al año (dada su condición de anfitrión, tampoco podía abusar) y pensé que ese ritmo continuaría por mucho tiempo más, hasta quien sabe... que quizás muy remotamente me otorgarse la oportunidad de ir un poquito más allá de lo acostumbrado.

Mas, hace un año y medio que no lo he vuelto a ver personalmente, ni mucho menos tengo noticias suyas. Durante todo ese tiempo, cuando lo he visto conectado al messenger y he saludado, casi siempre se excusa diciendo que no tiene mucho tiempo para responder, pues sólo ha entrado a la red por un par de minutos. Le pregunto cómo está, cómo se encuentra, si todo marcha bien con él. Y escuetamente me responde sí, que está bien, pero que me tiene que dejar... y se desconecta. En otras ocasiones, he tratado de sonsacarle qué día libre dispone para visitarlo (bajo cualquier pretexto, cumpleaños, vacaciones o lo que fuere) y sus respuestas siguen siendo las mismas: que se encuentra ocupado, que tiene que viajar o huevadas similares... para luego culminar con un "tengo que cortar porque sólo entré un toque nomás" (sí huevón, chuchetumadre).

Luego de ese par de perlas, las siguientes ocasiones en que lo volví a ver conectado sencillamente decidí ignorarlo. Total, para qué escribirle algo siquiera, si me iba a responder las misma estupidez de siempre (Dios sabe como detesto esa respuesta de mierda del "no tengo tiempo, por mi trabajo/estudios"). No lo eliminé definitivamente de mis contactos; pero luego de esas respuestitas suyas, obviamente que al tipo le eché tierrita, cremé e hice la misa del mes. Que se joda, yo no le ruego a los hombres. Ya tuve suficiente en mi vida con esa cantaleta que a nada bueno lleva.

Sin embargo, el mes pasado, me sorprendió entrar al messenger y de pronto ver una ventanita abierta, dispuesta a darme un saludo. Se trataba de Braian, quien muy cortésmente preguntaba cómo me encontraba. ¡Corcholis! El chico del codiciado paquetón estaba interesado en conversarme luego de mucho tiempo, y ni idiota que fuera de no responderle siquiera por cortesía. Y saludos van, saludos vienen, comentarios por aquí, por allá, me comenta escuetamente que las actividades universitarias lo mantienen ocupado (una de las razones por las cuales odio más a esas instituciones educativas) y que no veía la hora de sacarse todo ese rollo de encima. Motivo más que suficiente para proponerle un próximo encuentro en los próximos días, digo yo. "Lo siento, ahora los estudios me dejan muy poco tiempo, además estoy metido en asuntos de negocios que ya no me dan tiempo de nada... gusto en saludarte, debo irme".

¿Juat? ¿"Asuntos de negocios"? ¿Ahora se bota a la gente con ese rollo de "asuntos de negocios"? Putamadre. El mismo huevas que hace dos o tres años atrás me contaba que las chicas más interesantes, carnosas y "fuertotas" de su facultad -según él- no le hacían caso, a lo mejor por su baja estatura (babosas, ¿acaso nunca lo han visto de la cintura para abajo?), o por ser poco popular en su entorno al no tener mucha maña o experiencia con las chicas (las mocosas de hoy en día tienen caca en cerebro, definitivamente) ahora me salía con encontrarse hiperactivísimo en sus actividades diarias... y hasta de "negocios". Recontraplop. ¿Será que además habrá encontrado novia? ¿Habrá dejado ya de ser virgen y estrenado por fin esa pistola de extraordinarias dimensiones? ¿Sabrá por fín lo que siente una "corridita"?

Vaya uno a saber qué habrá ocurrido con Braian estos últimos meses. Por teléfono o messenger, esas son cosas difíciles de arrancar (sobre todo si apenas dispone de cinco minutos -a lo mucho- para charlarme). Lo cierto de todo esto es que, una vez más, el destino pone al frente mío un interesante ejemplar, delicioso como él solo, ahogadísimo en sus tribulaciones adolescentes (mocosas "lindas" pero estúpidas que no hacen caso a sus requerimientos ¿dónde oí eso antes?) y del cual me encuentro dispuestosísimo de acogerlo -y cogérmelo- bajo las más nobles de las intenciones... pero que desafortunadamente una vez más, me da forata bajo maneras no muy diplomáticas que digamos. Pero como ya me aburre ser ese "protagonista de telenovela mexicana" que clama solitario en el desierto, ahora no pienso quedarme de brazos cruzados. Si la justicia tarda en llegar, como dicen... pues no dudo que me otorgue la oportunidad de aprovechar el momento indicado para jugar mis cartas y como sea, dar el ansiado jaque mate. El fin justifica los medios, es otro dicho muy popular. Y ese delicioso cuerpo, con todos los pulposos manjares que contiene, alguna vez tendrá que ser mío (¡alabadas sean las pastillas!).

Aunque soñar tampoco cuesta ¿no?