Clase
Un día cualquiera por la tarde, en un aula llena de estudiantes, concentradísimos en resolver sus respectivos exámenes. Y entre ellos me encontraba yo, mirando por momentos mi carpeta, pero distrayéndome además con mi entorno. Tratando de distinguir algo más que largas cabelleras y raros peinados, entre todos los chiquillos y chiquillas que me rodeaban en ese momento. Algunos extraños, otros no tanto. Pero todos, sin excepción, absortos cada uno en tratar de descifrar los enigmas vertidos en la hoja de papel que el profesor del curso nos había asignado resolver.
Él, por cierto, hombre maduro, de un metro ochenta aproximadamente. Asegura tener poco más de cuarenta años, pero en honor a la verdad, aparenta más. Me gusta verlo por momentos, quizás porque su aspecto de hombre mayor es inherente a mis gustos personales. Aunque el rictus de su rostro pareciera delatarlo como alguien más bien antipático. Ni gordo ni delgado, de contextura normal y dueño de una calvicie cada vez más predominante, pero igual... me agrada la idea de verlo así, de lejos, de la cabeza a los pies. Usando el tipo de traje que este trabajo le ha impuesto: de camisa-corbata-saco-pantalón. Corroborando una vez más, mi añeja y sabia teoría de que hay hombres que suelen verse cada vez más sugerentes y excitantes cuando visten de manera formal. Como cuando van a una boda, al trabajo de oficina u otro compromiso. Y a algunos, esos atuendos suelen quedarles encantadoramente bien.
Sigo contemplando al maestro furtivamente. No es mi tipo, lo sé. Sin embargo, hay algo inexplicable en él que me insta a seguir observándolo. Afortunadamente nadie a mi alrededor se percata de mi éxtasis, lo cual me da absoluta libertad de seguir estudiando minuciosamente a mi objetivo. El profesor tampoco lo nota, y eso me parece estupendo. Sin embargo, mi placer no está completo, pues en ese mismo momento deseo tenerlo cerca mío.
Levanto el brazo y sin moverme de mi asiento le hago un gesto. Él, me observa y deja lo que estaba haciendo, de leer unas hojas que convenientemente deja en su escritorio y se aproxima hacia mí. Cualquier pretexto es bueno para tentarle un acercamiento: preguntar bobadas como si la prueba de diez preguntas necesariamente consta de diez respuestas, que si puedo contestar con lápiz o lapicero, o cualquier otra chorrada que se me ocurra en ese momento.
Logro mi objetivo al tenerlo por fin a mi lado, más exactamente a mi derecha. Con mi codo a unos pocos centímetros de su muslo. Y precisamente ello no deja de hacerme sentir nervioso. Desearía mover disimuladamente mi brazo para sentir el calor de su pantalón, de su pierna, o de cualquier otra convexa superficie de su cuerpo, pero me reprimo. La tensión se apodera de mí cada vez más, al comprender que me encuentro prácticamente al frente del instrumento viril de este hombre, separándome de aquel apenas una cremallera de pantalón. Condición para nada adversa o novedosa para quien escribe. Todo lo contrario: una situación como aquella bien podría entenderse como una sugerente invitación, como un encantador regalo que este maduro galán oculta entre sus caderas y que motiva a desentrañarlo con mucho apremio y deleite... pero bajo otras circunstancias o condiciones, claro está.
Y en medio mi sofocante tensión, el profesor responde la inquietud que lo obligó a atenderme. La verdad que en ese momento ni recuerdo qué pregunta le formulé. Pero eso no importaba, igual quería llamar en algo su atención y abducirlo de la clase y mis compañeros, por unos cuantos minutos a lo menos. Por cierto, creo que ninguno de ellos se ha dado cuenta de que él se encuentra atendiéndome. Mas luego de algunos segundos, aclarada mi interrogante, da la media vuelta y secamente, opta por retirarse.
Me queda entonces el consuelo de divisar su trasero (que por cierto no es la gran cosa, pero se defiende). Tan encantadoramente enfundado en el oscuro pantalón que viste, mientras se aleja (por fortuna, el saco lo dejó colgado en su asiento momentos antes). Sin embargo, ni bien ha dado unos pasos al dirigirse hacia su escritorio, cuando de pronto algo lo detiene. Vuelve sus pasos nuevamente a donde me encuentro, hasta detenerse al lado mío. Me observa directamente a los ojos. Desde mi ubicación, lo veo y nuevamente me siento intimidado, paralizado, sobresaltado. Sin saber qué es lo que lo empujó a regresar. El estar de pie al frente mío, le da un aire de inconfundible superioridad y creo que ello lo disfruta. Mientras yo, del otro lado, sentado en mi carpeta, me siento minimizado, inmóvil y muy tenso. Como en suspenso por lo que pueda ocurrir a partir de ese momento.
El primer movimiento en seco lo da él. Súbitamente, una mano suya recoge mi mentón y lo eleva de manera suave, mientras lentamente acerca su rostro contra el mío cada vez más... hasta estampar un sorpresivo beso por unos segundos a mis labios.
Quedé estupefacto. No sabía qué estaba pasando, ni mucho menos si todo esto era real o parte de un desvarío. Para cuando sus labios se despegaron de los míos, me regala una sonrisa muy pícara de su parte. Trata de justificar su actitud respondiendo con una encantadora frase: "Chico simpático". Y se va.
Aún sentía la huella de sus labios en los míos, mientras disimuladamente trataba de fingir algo de repulsión e incomodidad ante algún eventual compañero que notara esta inexplicable escena. Pero muy dentro de mí, había disfrutado intensamente y como nunca, aquellos cinco preciosos segundos. Aquel seductor gesto de un maduro tan galante, de robarme un beso de esta forma furtivamente encantadora, era como para terminar de derretirme por completo por un dandy como él.
No terminaba aún de comprender (y saborear) el cómo y por qué de este incidente, cuando intempestivamente desperté. Era aún de madrugada y la mala fortuna quiso que todo se tratase de una mala jugada por parte de mi subconsciente. Sin embargo, que yo recuerde, es la primera vez en toda mi vida (o por lo menos en mucho tiempo atrás) que he experimentado un sueño de esta naturaleza. Tan delicioso, tan idílico, tan candoroso y tan de tinte adolescente, que jamás antes se me hubiera ocurrido (ni en sueños, obvio) alguna otra interesante y efectiva forma de seducción.
¿Será acaso que hombres así existen sólo en mis sueños?