sábado, 31 de diciembre de 2005

MMV


Dos mil cinco. Trescientos sesenta y cinco días que encerraron en su momento cosas inimaginables por quien escribe. Hechos y actitudes que jamás pensé que sucederían, o que por lo menos tuviese yo las agallas de siquiera esbozar o planificar, sino que sencillamente ocurrieron tan naturalmente, como si de leyes naturales de la física se tratasen.

Aún recuerdo tales imágenes, como por ejemplo las discusiones con Diego, la peleíta de rigor con la que empezamos este año que ya se nos va. Ese mail en el que por enésima vez le comenté que lo mejor para los dos era separarnos, que esperaba de él mucho más de lo que verdaderamente podía ofrecerme, que estaba harto de descorazonarme cada quince minutos por su grandísima culpa, que esta situación ya no la soportaba más... Fue tan gracioso que él a su vez aceptara mi decisión y resolviera también "cortar por lo sano", acceder a la idea de no querer verme nunca más y deseándome la mejor de las suertes... para días después arrepentirme espantosamente de mi decisión, escribirle que lo extrañaba un montón y que no deseaba volver a separarme de él.


Sin embargo, durante ese lapso de incomunicación no me quedé de brazos cruzados. Intenté buscar por ahí uno que otro compañero que de alguna forma llene ese vacío que me dejaba la ausencia/dependencia de Diego. Exploré en internet y en mi vieja agenda algún contacto interesante por ahí... pero nada. O todo el mundo se encontraba demasiado ocupado para mí, o sencillamente tenían mejores cosas que hacer, que disponer de algo de tiempo para un encuentro lo suficientemente convincente como para ser tomados seriamente en cuenta.


La sorpresa del año ocurrió (¿coincidentemente?) el mismo día de San Valentín, cuando vía messenger Diego me propone escaparnos a un balneario y pasar la tarde juntos, solos, él y yo. No podía creer lo que me pedía, además de parecerme un preciado sueño encarnado por fin en bendita realidad la posibilidad de verlo junto a mí, echados juntos en la arena en la arena, frente al mar, y sobre todo deleitándome con su velludo torso desnudo, placer tantas veces vedado desde la primera vez que lo conocí y que finalmente pude disfrutar. Unas tarde definitivamente encantadora y que para regocijo de este servidor, hasta la fecha mantenemos en la memoria.


Para marzo, las vacaciones de verano ya habían concluido y la rutina de los estudios nuevamente nos alejó. Tuve que resignarme a privarme de su presencia, sobre todo porque Diego mismo -de cuando en cuando y vía internet- me comentaba lo atareado que se encontraba. Acepté entonces las cosas tal como eran: Diego no era mi pareja, a lo mucho un amigo cercano muy especial. Y si no quería volver a discutirle por su falta de tiempo y atención, no me quedaba otra cosa que abrir mis horizontes y conocer otras personas que sí estuviesen dispuestas a satisfacer mis necesidades. Fue entonces cuando Vicente hizo su aparición.


Riquísimo como él solo, aún gozo de recordar las deliciosas tardes que pasábamos juntos él y yo, en su departamento. Hombre maduro, separado de su familia y con ganas de disfrutar de alguien que lo deseara tan intensamente como yo. ¿Qué más podía pedir? Era mi fantasía hecha realidad, pues siempre he tenido predilección por los hombres maduros. Aparte de disfrutar de una envidiable privacidad en nuestros momentos de intimidad, descubrí también que Vicente era un hombre muy culto. Recuerdo una vez, cuando luego de haber disfrutado una deliciosa tarde de besos y caricias, de pronto y a raíz de una inquietud que le comenté en ese momento, saltó sorpresivamente de la cama, cogió un libro (la verdad no recuerdo cual) y volvió a recostarse al lado mío, para leerme un aleccionador párrafo que hablaba muy probablemente de un punto existencial sobre nuestra conversación de ese momento. Inolvidable la escena de tenerlo desnudo, al lado mío, con gafas, tratando de reconfortar cariñosamente mi impetuosidad leyéndome valiosos textos... cuando me encontraba más que satisfecho al disfrutar cada tarde de su cuerpo, sus besos y abrazos.


Preciosa etapa, quizás la mejor de este año, que lamentablemente no duró mucho, pero que durante su existencia mitigó deliciosamente la fatigante y terrible rutina que a la fecha aún no termino por acostumbrarme. Toda esa pasión y deseo comprimido por la frustrante situación de no tener a Diego a mi lado, la volqué tan avasalladoramente en Vicente que la verdad no me arrepiento para nada de haberlo disfrutado (si hasta me atrevería a pedir volver a vivir tal experiencia una -y otra- vez más). Fue entonces que sin pensar, llegamos a mayo y reparé que la última vez que vi a Diego personalmente fue en aquel mágico balneario, tres meses atrás. La ocasión se presentaba para volver a vernos, a raíz de un popular film que se estrenaba por esos días y que tiempo atrás, tanto Diego como yo manifestamos el deseo de ir juntos a su estreno, por motivos más que suficientes. Desafortunadamente nuestros horarios no coordinaron y la intransigencia de ambos al no llegar a un acuerdo armó otra repetida discusión, logrando como resultado no volver a dirigirnos la palabra, hasta por más de un mes.


Las cosas no podían estar peor. Por un lado, Vicente comenzaba a alegar falta de tiempo para vernos debido a sus actividades laborales. Y por otro lado, el más importante, Diego mismo me había quitado el habla so pretexto de no comprender su complicada situación y escaso tiempo libre para poder disfrutarlo juntos. Otra vez, no quedó más que esperar pacientemente y ver qué podía suceder durante los próximos días. Y así me perdí -entre otras cosas- de la oportunidad de saludarle por su onomástico, bajo la justificable consigna de no ceder otra vez ante sus ya manoseadas excusas de falta de tiempo y atención para mí. Afortunadamente, para mediados de junio, Diego recapacitó acerca de nuestra última discusión y decide desbloquearme de su messenger, reiniciando nuevamente nuestra singular relación, no sin antes reconocer a regañadientes (tanto él como yo) nuestra errónea actitud de priorizar en cosas en las que no valía la pena redundar una vez más.


Sin embargo, a pocos días de este amiste (y sin visos de concretarse en un encuentro personal) vía messenger, me atreví a lo inimaginable: declararme a Diego diciéndole que me gustaba. Craso error cometerlo justo días después de reiniciar nuestra tan vapuleada amistad. Y obviamente ello lo asustó sobremanera, además de no ser ni la forma ni el momento adecuado para hacerlo... principalmente porque esto iniciaría algo de lo que estaba muy consciente que ocurriría: una dolorosa y probablemente absoluta separación.


Fue entonces, que luego del golpe que me significó tomar conciencia que quizás no volvería a tener a Diego a mi lado nunca más y en un intento por volcar mis frustraciones de alguna forma, decidí por fin hacerlo mediante un blog. Es así que nace El Futuro Se Fue, bitácora que en su momento cumple la noble función de expresar todas las inquietudes, temores y dudas que por ese entonces me acosaban. Y es que las complicaciones ya no eran sólo sentimentales. Tantos vaivenes afectivos habían dañado seriamente mi rendimiento académico y en ese momento poco me importaba continuar con los estudios o pasar todo por el desagüe de una buena vez, pues lo más importante para mí, sencillamente había dejado de existir.


Julio acaba sin pena ni gloria, salvo con la muy buena noticia de que, a pesar de mis reveses académicos, aún podría continuar con mis estudios. Pero ello poco importó al cumplirse un mes del silencioso adiós de Diego a mi vida. Vanamente revisaba mi correo, casi a diario, con la esperanza de que éste se manifestase, aunque sea con algún reproche, maldición o lo que fuere, pues me sentía con todo el derecho del mundo de exigirle al menos una despedida digna, principalmente en nombre de todos los buenos momentos que pasamos juntos por casi tres años.


Quizás hubiese podido esperar más de agosto. Total, mal que bien, aún contaba con la cómplice amistad de Vicente, que de cuando en cuando, me aconsejaba sobre esta situación, reprochando por ejemplo la mala estrategia al declararme tan estúpidamente por messenger a Diego de forma tan blandengue. La cosa -según él- era ser más osado y audaz. Tomar al toro por los cuernos, aprovechar el momento oportuno, abrazarlo sorpresivamente y... besarlo; luego, ver qué pasaba. Lamentablemente para ese entonces, Vicente comenzó a alejarse cada vez más de mi vida, bajo el pretexto de que la visita de unos familiares hacía imposible que nuevamente lo buscase y disfrutar de unos deliciosos momentos juntos. Me sugirió darle chance hasta los primeros días de setiembre, cuando las cosas para él estuviesen más calmadas y poder así gozar juntos el uno del otro, tal como solíamos hacerlo meses antes.


Solo y sin perro que me ladre, no quedaba más que esperar hasta la fecha propuesta por Vicente, mientras mi corazón sentía con igual o mayor dolor la ausencia de Diego. No había día u hora en que no extrañase su presencia, su imagen, su voz... añorándolo incluso hasta límites patológicos. Y de cuando en cuando, evocaba también las sabrosas caricias, besos y abrazos de mi otro (maduro) galán. Será por eso que di mi brazo a torcer y acepté los requerimientos de un oscuro e interesante personaje que hizo su aparición por ese entonces, cuya propuesta era simple: gozar eventualmente de furtivos encuentros íntimos bajo la más absoluta confidencialidad. Y contra todo pronóstico, acepté.


En vista de que tenía planes trazados para mi primer blog y como me sucedían otras tantas cosas que no encajaban como para colocarlas allí, lanzo a la red otra bitácora con la sencilla intención de expresar hechos más rutinarios, de forma mucho más concisa (¡!) a como lo había intentado hasta la fecha. Nace pues -con un guiño/tributo a la inolvidable Jeanette- Un Día Es Un Día.


Quedaron en el tintero tantas cosas que me hubiesen gustado postear en este nuevo blog, pero que determinadas circunstancias imposibilitaron, como la cada vez más considerable ausencia de Vicente, pero sobre todo, por no tener noticia alguna sobre Diego. Quizás como última esperanza es que decido enviarle un mensaje con la intención de obtener alguna respuesta, pues no saber absolutamente nada de él era un martirio tenaz. Imaginaba lo solo que podría sentirse, el odio que a lo mejor tendría de ahora en adelante por mí... y otras tantas especulaciones que cruzaban mi cabeza, volcándolas en plegarias al Ser Supremo para que de alguna forma intente conmover su pequeño corazón y logre recapacitar en esa actitud tan cortante que tuvo para conmigo, sin siquiera darme la oportunidad de explicarle con más claridad acerca de mis desconcertantes sentimientos.


A mediados de setiembre y justo un día después de un accidentado encuentro sexual con aquel oscuro personaje mencionado líneas atrás, es que recibo sorpresivamente en mi bandeja de entrada un correo de Diego, a casi tres meses de mantenernos incomunicados. Desafortunadamente no con muy buenas noticias. "Será lo mejor, cada uno por su lado" es como bien podría resumir su mensaje final luego de reflexionar sobre nuestra compleja situación, alegando además sentir una sensación de temor y hasta repugnancia de mis sentimientos por él. Tal parecía que todo ya estaba dicho, la respuesta final estaba dada y nada más había por hacer o esperar... salvo el respectivo "reply", tratando de explicar y defender mi posición ante los acontecimientos. Y de ahí, nada más.


Octubre me encontraba en la desesperanza total. Con la fatal y permanente desaprobación de Diego a seguir frecuentándonos, las cosas no mostraban síntomas de mejoría. Para colmo de males, contaba con la presencia de Vicente... ¡a cuentagotas! Prácticamente era yo quien le insistía cada vez con mayor razón para volver a encontrarnos lo más pronto posible. Postergamos tantas veces nuestras pactadas citas, que la situación comenzaba a caldearse a puntos irritantes. Tal parecía que el interés de Vicente hacia mí, poco a poco iba extinguiéndose, al punto de que casi nada le importaba saber cuánto me incomodaba sentirme tan relegado por él. Y un desliz de mi parte fue la coartada perfecta para ponerle punto final a nuestra relación, acusándome arbitrariamente de ser demasiado impaciente y que ello no podía tolerarlo más. Qué mejor suerte ¿no? Dos hombres que se me van al tiro y sin siquiera darme chance de despedirme por lo menos.


Y si bien es cierto que octubre es el mes de los milagros, pues el mío ocurrió en noviembre, un día domingo. A pocas semanas de celebrarse el Matsuri, fiesta que irremediablemente me recordaba a Diego, éste sorpresivamente hace su aparición vía messenger desbloqueándome (¡otra vez...!) para saludar e indagar si de todas formas había posibilidad de ir juntos a dicha celebración, como años atrás, proponiendo además que demos vuelta a la página respecto al confuso incidente que nos alejó estos últimos meses. Sin pensarlo dos veces acepté, aún a sabiendas de "admitir" que mi insólita declaración hacia él meses atrás, fue producto de la confusión que ambos vivimos en ese momento.


Y bajo la consigna de recuperar el tiempo perdido, nuevamente volvimos a vernos las caras después de nueve largos meses, momento que tanto él como yo disfrutamos aquella tarde, en un encuentro tan imposible de concebir meses atrás. Sin embargo el camino no sería un lecho de rosas, puesto que nuestra reunión en el Matsuri fue tan accidentada (debido sobre todo a la impertinente presencia de una amiga de Diego, invitada precisamente por él) que terminó por deprimirme y odiarme aún más por caer en el interminable juego que Diego me hacía partícipe, de tomar las cosas lo más esperanzadoramente posible, hasta que algo termine por echar a tierra todo y acabar terriblemente frustrado, con el corazón hecho añicos.


Llegaron pues, nuevamente las predecibles discusiones, broncas y enemistes de rigor. Insultos van, insultos vienen, otra vez cortamos comunicación... hasta que como acto de hidalguía reconocí lo mal que me había comportado por intentar ofenderlo con adjetivos de grueso calibre, tanto a él como a su ocasional compañera. Aceptó pues las disculpas y toda disputa quedó en foja cero. O al menos eso fue lo que pensé.


Diciembre llegó en buen momento, anunciando por fin las merecidas vacaciones que quiéranlo o no, nos hacen pensar con la cabeza más fría. Y ya algo más libres de presión alguna, Diego y yo volvimos a frecuentarnos. Aunque poco ayudó su evidente e imprudente actitud "romántica" hacia esa amiga suya (sí, la misma) y que no cesaba de hacerme notar. La cosa fue tan exasperante que sin más ni más, me saqué el clavo de hablarle cara a cara sobre el tema y una vez más le expresé mis sentimientos, para perplejidad (y hasta sorna) suya. Y tras el fallido intento de manifestárselo de la forma más adecuada y madura posible, es que Diego evalúa (nuevamente) la posibilidad de alejarse definitivamente de mi lado, como respuesta ante mi "sorpresiva" (¿?) actitud.


Las cosas volvieron pues a su cauce, cuando a la mañana siguiente, tratando de enmendar las cosas, le envío un mail expresándole muy puntualmente que no quería perder su amistad, pues a pesar de muchas cosas, era lo más valioso que podía conservar en estos momentos, arriesgándome además al proponerle que demos vuelta a la página (una vez más) acerca de este tan enojoso tema. Quizás su ingenuidad (o su ingenio) le hizo aceptar mi proposición para que las cosas volviesen a ser como antes. Y esa fue la última (y definitiva, espero) conciliación con Diego en este año que ya finaliza.


Mas, de todas las imágenes de este 2005, me quedo finalmente con dos. La primera, una muy enternecedora en la que Diego abre su corazón y con lágrimas en los ojos, al pie de su lugar favorito, busca (con justa razón) consuelo y apoyo en este servidor al sufrir un hiriente abatimiento, producto -entre otras cosas- del rechazo de esa misma amiga por quien guardaba aún interés y que ésta tontamente desdeñó. Pero la segunda, más optimista aún, ocurrió poco más de una semana después, en el mismo lugar donde la tristeza nos conmovió días atrás... cuando me regala esa entrañable mirada suya y me deleita con sus ojos llenos de desbordante alegría, a raíz de un pequeño presente -muestra de mi cariño y afecto hacia él-, con motivo de estas fiestas navideñas. Un modesto regalo que al parecer lo reconfortó muchísimo e hizo que me lo agradeciera en esos momentos por más de una ocasión, a viva voz y con efusivos e intensos abrazos, sin reparar en absoluto que los eventuales transeúntes del parque donde nos encontrábamos se extrañasen por su actitud por momentos lindante en lo escandaloso. Tierna y encantadoramente escandaloso, dicho sea de paso.


Y con ese regocijo en mi corazón, el mejor regalo que Diego pudo ofrecerme hasta la fecha, es que quiero despedir este año. Un año que, a Dios gracias, pude acabarlo de la mejor forma. Con una imagen impensable en su más crítico momento, pero que hoy por hoy agradezco infinitamente, más que nada porque reconozco que volver a tener a Diego al lado mío, es el mejor presente que a fin de cuentas Dios y la vida misma me han podido ofrecer.


Es por ello queridos amigos, que toda esa buena energía, ese cariño, ese regocijo cuasi mágico que experimenté junto a este niño al que quiero de una forma tan especial... Sí, esa misma buena onda es la que quisiera transmitirles a todos y cada uno de ustedes que leen estas líneas, deseándole lo mejor en estos próximos doce meses que se nos avecinan. Que la dicha, el amor y la prosperidad sea lo que más abunde -lo más pronto posible- para todos ustedes. Y sobre todo, al lado de los seres que más quieren y por quienes sienten un cariño y amor muy especial.


¡¡¡ FELICES FIESTAS A TODOS USTEDES... DE TODO CORAZÓN !!!!

sábado, 17 de diciembre de 2005

Un Hombre Solo


El lunes 12 parecía no tener nada de particular. Por la mañana vía messenger interrumpiste una conversación con un amigo muy querido, para pedirme que por favor luego te llame al celular para acordar una probable cita horas más tarde. Y bien sabes que nunca he podido decirte que no cuando de verte se trata.

Cuando horas más tarde llegué a tu casa, no podía sentirme más dichoso. Ingresé por la puerta principal, como pocas veces lo he hecho. Y tú, con una sonrisa de oreja a oreja, feliz por verme y cumplir contigo una vez más. Ya dentro, con la puerta cerrada me diste ese tierno abrazo de costumbre que sólo tú sabes darme. Y eso me reconfortó muchísimo, no sé si puedes imaginar de qué modo, pero no dudo que lo intuirás.


Allí estabas, en la sala y en medio de una vorágine de chucherías propias de estas pascuas de fin de año, pero dispuesto a continuar en tu labor de seguir adornando tu no tan pequeño árbol de navidad y sorprender una vez más a la familia con tu esforzada labor. Y mientras colocabas uno a uno los adornos que debían de colgar en sus ramas, yo te observaba algo lejos y muy atentamente... desnudándote interiormente y deseando una vez más tu cuerpo, querer asirlo contra el mío y abrazarte deliciosamente por detrás, sentir tu blanca piel junto a la mía, perderme en la ruta exquisita que separa tu nívea nuca de tus cabellos y embriagarme con tu aroma, curiosa mezcla de nicotina y colonia for men.


Mientras me embelesaba en tu encantadora figura, en tu rala cabellera, en tus velludos brazos, tu esponjoso torso, tu voluptuoso trasero y tu cándida voz, noté que con algo de pesar tratabas de contarme lo no tan bien que te fue éste último fin de semana. Hasta me dieron ganas de decirte que a mí tampoco me fue tan bien estos últimos días, pero no me pareció nada prudente comentarte acerca del primer y último amante que he tenido hasta la fecha y que no hace mucho prefirió decirme adiós. Ese mismo hombre al que alguna vez le hablé de ti, de cuánto perturbabas mi espíritu y mi corazón cada vez que yo te recordaba y que quizás muy sabiamente me recomendó como bendita solución a todos mis males esperar el momento oportuno e impulsivamente robar un furtivo beso a tus castos labios.


Pero una vez más guardé silencio para escuchar tus pesares, como siempre lo hago, mirando fijamente tus ojos y dejando que ellos orbiten en la nada mientras evocan cada unas de las imágenes que tanto perturban tu corazón cuando éste se siente herido. Sin embargo en ese momento preferiste callar y optaste por que mejor salgamos a caminar por esos lugares tan lindos que disfrutas recorrer, antaño solitario y hoy de cuando en cuando bajo mi humilde compañía. Apuraste lo más que pudiste de terminar con los adornos de tu árbol navideño, tomaste una chompa para el frío, pues sabes muy bien que por Miraflores y sus alrededores corre mucho viento horas más tarde y raudamente salimos en dirección al destino de siempre.


Cuando llegamos al San Isidro más despejado y acogedor, decidiste entonces que lo recorriésemos a pie, mientras buscabas desesperadamente algún vendedor callejero que calme tus ansias del bendito e infaltable cigarrillo que hasta el día de hoy no te atreves a abandonar. Yo me encontraba feliz de que nuevamente tú y yo estuviésemos juntos, así fuera sólo para caminar sin decirnos absolutamente nada nuevo. Total, qué más podríamos decirnos ya. Creo que lo más sabio que pudo ocurrírseme en estos días fue decirte que a estas alturas, luego de tantas adversidades, discusiones, peleas y reconciliaciones, sería absurdo que algo nos separase nuevamente. Y la verdad, no quiero volver a enojarme contigo, pues sé que la mayoría de veces en que nos mantenemos alejados es por la irremediable razón de siempre. Ya sea por una u otra, vives siempre al pendiente de que alguna muchacha se fije en ti y acepte estar contigo. Así yo te haya hecho ver también y en dos oportunidades, que siento algo muy especial por ti. Te lo dije unos meses atrás por messenger y ahora, hace un par de semanas, en persona. Muy torpemente eso sí, pero de verdad, en ese momento no podía ocultar nuevamente mis sentimientos. Y cuando te lo dije, lo tomaste tan a la ligera, cual broma ridícula, mientras yo no sabía qué hacer o decir para que lo entiendas. ¿Acaso es tan difícil comprender mis sentimientos? Tu inmadurez hizo que bromearas sobre la situación y minutos después, muy seriamente me tendiste la mano para despedirte silenciosamente, con evidente intención de no volver a buscarme nunca más.


De todas nuestras separaciones, créeme que ésa es de la que más orgulloso me siento, ya que fue la más corta, apenas con unas horas de duración, pues a la mañana siguiente te escribí un correo contándote que no quería perderte, que eras lo mejor que me había ocurrido en la vida hasta este momento y que estaba dispuesto a dar vuelta a la página con este maldito asunto y no volver a mencionarlo nunca más. Consentiste en que así fuera y esa misma tarde nos volvimos a ver en El Olivar, tomándonos unas preciosas instantáneas como testimonio de lo gratificante que fue volver a aceptar las cosas como siempre fueron, así no me dejes escapar del papel de tu eterno confidente, del que siempre tiene una palabra de aliento especialmente formulada para regocijo de tu corazón.


Pues bien, volviendo a nuestra cita de aquel lunes, oscurecía mientras tú y yo caminábamos por las apartadas calles sanisidrinas, al mismo tiempo que poco o nada querías adelantarme sobre lo que te había ocurrido. La verdad, no me encontraba tan interesado en saberlo, pues sabía muy bien de qué se trataba. Además no era tan difícil imaginar, por lo que me has contado hasta la fecha, que todo giraba en torno a la tipa ésa, de la que tanto me hablas últimamente y que más de un desaire gratuito te ha hecho. Pero tú, empecinado con la idea, sigues al pendiente de lo que ella hace o dice, guardando celosamente la tierna esperanza de que aún sienta algo de interés por ti.


No soy el indicado para decírtelo. Es más, no sé por qué me consultas estas cosas si imaginarás muy bien lo que pienso al respecto pero... la única vez que vi a tu amiga aquella fatídica noche que arruinó nuestro Matsuri, no me pareció nada simpática. O quizás lo más importante, no me pareció la más adecuada para ti. Y muy al margen de que ella se fije o no en ti de una buena vez, pero por lo que me has contado hasta el momento, francamente no termino de comprender por qué te empecinas tanto en que ella te acepte. Quizás sea esa misma terquedad la que me impulsa a seguir aquí contigo, a tu lado, pero no... no se puede comparar, la verdad. Yo te seguiría hasta el fin del mundo si quisieras, porque sé, conozco tu corazón y he tenido la suerte de que me compartas tantas inquietudes, dudas, miedos y sueños... Eres verdaderamente alguien tan especial, que estoy seguro de que no soy el primero ni seré el último que piense así sobre ti.


Tus ojos se perdían en el vacío mientras evocabas algunos malos momentos que viviste con ella este último fin de semana. Mientras yo, por otro lado, tenía la esperanza de que callaras, quería que te cansaras de repetirme una vez más tus angustias, o de que a lo mejor recibieras alguna llamada al celular desde tu casa, exigiendo que retornes lo más pronto posible y cortar por fin esta fatal entrevista. Pero no, preferiste callar nuevamente y esperar hasta que lleguemos al final, al lugar de siempre, ese que por una extraña razón te encanta visitar y que tantas veces compartiste conmigo... y alguna vez con ella también.


Llegamos pues, finalmente al Faro miraflorino que tanto adoras, cuando la oscuridad ya se apoderaba del cielo, mientras a nuestro alrededor existían sólo una que otra valiente pareja de enamorados que embestían los enérgicos vientos nocturnos únicamente con unos cálidos, fuertes y envidiables abrazos. Algo lejos de ellos, al pie del Faro mismo, sentados muy cerca el uno del otro, estábamos los dos. Dispuesto tú a confesarme una vez más tu idílico pesar, y codiciando yo que alguno de esos abrazos tiernos que divisaba entre la oscuridad tuvieses a bien de ofrecerme en algún momento, aprovechando nuestra estratégica y clandestina ubicación.


Hasta que por fin, hablaste de lo que tanto te apesadumbraba. Nuevamente la niña esa te había desairado de una manera no tan diplomática que digamos y hasta se atrevió a confesarte que muere por un tipo que está por invitarle a salir uno de estos días. No entiendo Dios, por qué te has de sentir tan afligido por una tipa así. Comprendería tu dolor si verdaderamente se tratase de alguien que valga la pena. Hijo mío, si hasta tú, que tanto la veneras, me has contado cosas no tan santas sobre ella... Es lógico pues que me sea tan incomprensible tu dolor (o sorpresa) acerca de su comportamiento. Dudo pues, que ella busque en un hombre lo que yo he tenido la suerte de encontrar en tu corazón, pero... de qué forma puedo hacerte entender. Obviamente no soy el indicado para decírtelo, a menos claro de que sufras de amnesia selectiva y no recuerdes que alguna vez te confesé mis lacerados sentimientos.


Pero esta tarde mutada ya en noche, me habías citado específicamente para hablarme sobre ello, ese pesar que no es el primero que sientes en la vida, pero del cual te sientes harto, cansado, rabioso. Ese mismo pesar que también me envuelve cada vez que nos encontramos, cuando me sonríes, cuando me abrazas, cuando sueles decirme que me quieres mientras me pierdo en esos traviesos ojillos tuyos... y momentos más tarde me hablas de cosas como éstas, de tipas a las cuales estás dispuesto a ofrecer tu corazón en bandeja de plata -para maldición mía- y que ellas muy estúpidamente rechazan, para desazón tuya.


Te escucho, pero dentro mío deseo callar tus labios con mis manos. No es prudente, no lo entenderías, creo que ni con todo lo que nos ha pasado hasta el momento lo puedes comprender completamente. Sólo siento en la vibración de tu voz, cada vez con más fuerza, tus palabras de desaliento, de impotencia, de profunda congoja mientras, de cuando en cuando veo tus ojos tristes y se me viene a la mente esa vieja canción de Jeanette que no dudo que la imaginaron pensando en muchachos como tú. Preferí entonces guardar silencio, escuchándote, mientras que por momentos, tu voz se quebraba y seguías hablándome sobre tu pesar, de sentirte relegado por la gente, de no sentirte sentimentalmente correspondido alguna vez en la vida. Y de pronto, tus palabras cesaron, dando paso a un llanto contenido momentos antes.


Allí estabas, al pie de tu lugar favorito, con el alma quebrada, reclamando lo injusta que ha sido la vida contigo, no sólo por negarte el amor, sino además por otras tantas experiencias personales no tan gratas que no vienen al caso mencionar aquí, pero que comprendo muy bien lo terribles que han de ser. Cediste al llanto querido amigo, y de verdad que me sentí impotente, sin saber qué hacer o decir. O mejor dicho, me hubiese encantado en ese momento tener a la mano la palabra adecuada para calmar tu dolor. Ironías de la vida que le dicen: reclamabas a la vida, al mundo, a Dios mismo por no tener alguien con quien compartir tu vida, mientras al lado tuyo me encontraba yo, dispuesto a entregarte todo eso y más... pero que lamentablemente no estás dispuesto a aceptar. Más eso no fue impedimento para abrazarte lo más firme y consoladoramente posible, tratando de darte ánimos con una que otra gastada frase, que fue lo único que pudo ocurrírseme en ese momento.


Tus lágrimas me enternecieron. Sé que no eres ningún cobarde, ni mucho menos. Y he de sentirme muy honrado para que hayas cedido al llanto en mi presencia, o lo que es mejor, respaldándote en mí, pues eso significa la gran confianza y cariño que me tienes. Para aquellos (y aquellas) ignorantes que no comprendan el significado absoluto de todo esto, poco me importa la verdad. No existe nada más valioso en la vida que una persona a la cual quieres mucho, te abra su corazón de esta forma y sienta esa plena confianza en ti, esperando quizás unas palabras de aliento para seguir adelante, tal como ocurrió esa noche y que efectivamente, te las hice llegar.


Luego de ese momento muy personal, te sentiste aliviado por descargar todo tu pesar. Me agradeciste el apoyo y una vez más me hiciste saber cuán importante he llegado a ser para ti durante todos estos años que nos conocemos. Sabes muy bien que el sentimiento es recíproco y te lo dije. Lamentablemente el tiempo nos quedó corto, las horas habían pasado volando y cuando te diste cuenta, te sentiste perdido. Tomamos un taxi que nos llevase rápidamente a tu casa y la incomodidad de tener que soportar al taxista como acompañante hizo que no mencionaras palabra alguna mientras nos dirigíamos a nuestro destino de regreso. Apenas podía divisar desde el asiento trasero tu rostro adusto en el espejo retrovisor durante el viaje. Y para cuando llegamos a tu hogar, imploraste que te esperase un par de minutos, cuadras más abajo mientras avisabas de tu llegada a la familia.


Ya no había nada más que esperar en esta noche especial. Me sentí tan cerca de ti horas antes, tan galardonado por confiarme tu vida una vez más. Quizás sea muy estúpido de mi parte seguir pensando así de alguien por quien siento algo más que una simple amistad. Recordé lo que te dije horas antes, que hoy por hoy somos algo más que amigos, pero... no sé si entiendas lo que significa esto. Eres un maldito deleite, una perversa esperanza, un amor pérfido que no sé a fin de cuentas si me hace daño o si sólo se trata de un angustiante preámbulo para lo que se viene en el futuro. Por lo pronto, lo único claro es seguir aquí, ahora, contigo, esperándote tan furtivamente como aquella noche cerca de tu casa, mientras nuevamente tú salías de allí buscando ese sincero abrazo que jamás olvidas de ofrecerme al despedirte y que yo ansío cada día que extraño a mares tu presencia.


Tiempo después, llego a mi casa y luego de cenar, me lanzo a la cama pues el cansancio es fulminante. Horas y horas caminando junto a ti merecen un reparador descanso. Pero antes de entregarme al sueño más profundo, recuerdo una vez más tu deliciosa figura, tu encantadora belleza. Deseo entonces que estés al lado mío, en mi cama, para entregarte esos millones de besos y caricias que desesperan por ser entregados a tu bendito cuerpo. Me excita la idea de poder cumplir mis pretensiones y doy rienda suelta al placer onanístico más infame, mientras este sueño prohibido me carcome los sentidos y se apodera completamente de mí.


Y ya, para cuando todo acaba, mientras la mirada se me pierde en la oscuridad de la habitación, me quedo pensando una vez más si alguna vez tú te has excitado pensando en mí, si alguna vez me has deseado tan lascivamente como yo a ti, o si por lo menos has deseado alguna vez de esta forma a otro mortal. Pienso, recapacito... y hasta el día de hoy no puedo hallar una respuesta completamente satisfactoria. Creo por momentos que no puedes entender un deseo tan febril como el que siento yo por ti, querido Diego. Aún así no me encuentre tan seguro de poder esperarte durante tanto tiempo, pero cada vez me convenzo más de ésta idea. ¿En verdad, habrá que esperarte diez años más para que puedas comprenderme?


God only knows...

sábado, 3 de diciembre de 2005

Chao Chao Vicente

Este sábado 3 no distaba mucho de otros tantos. O quizás sí. Hace siete días exactamente, la había pasado de lo más bien con... bueno, ya han de imaginarse, no quiero redundar (por lo menos hoy) en lo mismo. El punto es que esperaba que ocurriese exactamente lo mismo este fin de semana. Me sentía algo inquieto, ansioso, pero ¿cómo hacer para que las cosas sucedan de forma natural y repetir el maravilloso sábado 26 de noviembre, hoy 3 de diciembre? Sólo quedaba esperar agazapado hasta que las cosas de una u otra forma se den.

Mientras tanto...

Mientras tanto, no me quedaba nada más que entrar al messenger de cuando en cuando a ver qué novedades por ahí. Claro, las mismas noticias de siempre: uno que otro compañero universitario en problemas por sus notas finales, leer (una vez más) sus maldiciones y hablar soez sobre lo hijos de puta que pueden resultar muchos profesores por el solo hecho de no subir un maldito e insignificante punto de más al promedio final y cosas como ésas...

Por otro lado, un colega blogger en otra ventanita me comenta que últimamente redundo única y exclusivamente sobre cierto niño que me vuelve loco y que ustedes conocen bien. No lo culpo cuando este amigo me acusa de aburrido, qué se le va a hacer... así es el amor, dicen. Y en parte pues, hay que reconocerlo, tiene mucha razón. ¿Dónde quedó el interés sobre otros temas tan variados como estimulantes? Si pues, creo que antes, mis puntos de conversación eran más diversos, como cuando compartía con poquísimos contactos del messenger mis aventurillas con uno que otro interesante prospecto que aparecía en el camino.

De pronto, mi mente me sorprende viajando a aquellos meses en que conocí a Vicente. Riquísimos eran los días en que solíamos comunicarnos para vernos lo más pronto posible y disfrutar el uno del otro. Imágenes tan lejanas como especiales las que flotaban en mi cabeza mientras la amonestadora conversación con Daniel reincorporaba la imagen de Vicente a mi cabeza. No aguanté más y ni bien el tipo encargado de controlar el ciber donde me encontraba señalaba que mi tiempo ya se había vencido... ni corto ni perezoso volé apresuradamente a buscar un teléfono y llamar nuevamente a Vicente para tratar de recuperar la magia y magnetismo que empujaba a ambos a frecuentarnos tan licenciosamente meses atrás.

La última vez que supe de él fue el 6 de octubre, a dos días de un próximo encuentro previamente pactado y ansiado por quien escribe. Por cosas del destino, a tempranas horas de ese día ocurrió un incidente entre los dos que provocó que horas más tarde recibiera un email suyo en el que claramente reflejaba su incomodidad por el hecho de haber osado visitarlo tan temprano a su departamento aquella mañana. La verdad no creo que estos "trapitos sucios" interesen ser leídos por alguien en particular, salvo la aclaración de que en ese momento me pareció sensato dejar que las cosas se calmen, desapareciéndome prudentemente y por un buen tiempo de su vida. Total ¿qué era lo peor que podía ocurrir?

Mentiría si dijese que durante todo este tiempo lo he extrañado. De cuando en cuando, claro que sí. Pero la verdad, mi atención estaba fija en otras cosas, a lo mejor más importantes, a lo mejor más absurdas... lo dejo a criterio de quienes han leído ésta bitácora desde su primera entrega hasta las líneas que en estos momentos recorren. Esa, definitivamente es otra historia.

Volviendo al punto, decía que de cuando en cuando, en algunas ocasiones (tan solitarias como febriles) a veces tenía puesta la atención en Vicente. Y la verdad me hubiese gustado que durante todo este tiempo en que nos mantuvimos incomunicados, al menos se hubiese tomado la molestia de enviarme un mensaje, o siquiera responder el último mail que le envié hace algunas semanas, en un arranque de fogosidad incontenible y que única pero explícitamente rezaba una sola línea:

Deseo verte, espero que tu también.

El Vicente de los últimos meses no se caracterizaba por ser precisamente propenso a responder mis mensajes, así que poco me sorprendió que no enviase alguna señal de vida o manifestación al respecto. Sólo quedaba pues, echar mano de la agenda y marcar una vez más aquel número de casa que nunca llegué a memorizar. Y ese día, para bien o para mal, había llegado hoy.

- Hola, cómo estás...
- Bien bien, gracias... - respondió en su clásico tono habitual.
- Qué haciendo... no he sabido nada de ti en estos días.
- El trabajo, las obligaciones, uno que otro familiar que viene a visitarme... pero ahora estoy solo, trabajando en unas cosas...
- Ah vaya, eso suena bien... entonces... ¿sabes? Se me antoja que a lo mejor podríamos conversar más tarde... personalmente... qué dices...

Ahhh, los viejos tiempos. Antaño, ni bien terminaba de pronunciar esas palabras, Vicente ni corto ni perezoso asentía para vernos en una hora a más tardar y encontrarnos en su casa, bajo la cómplice oscuridad que nos ofrecía su sala, únicamente él y yo. Momentos después no tardábamos en subir a su habitación y concluir nuestro encuentro de la mejor manera. Obvio que el apático Vicente que vi por última vez dista mucho del encantador Vicente de ese entonces. Y la verdad, me encontraba preparado para que soltase cualquiera de sus clásicas respuestas; más que probable que echase mano de la excusa de siempre, responsable -dicho sea de paso- de nuestra separación estos últimos meses: que se encontraba cansado, que mejor lo dejásemos para otro día, que más tarde tendría visita, que su mamá se encontraba mal o qué se yo...

Sólo quedaba esperar con qué saldría esta vez. Venga pues Vicente... estoy esperando.

- ¿Sabes qué? Olvídalo, de verdad... es mejor que te lo diga directamente... no me gusta andar en dianas.

Su respuesta (obviamente) me sorprendió.

- Ah, vaya. ¿Lo dices en serio?
- Así es, me he dado cuenta de que la verdad, los dos no tenemos química. Y contra eso nada se puede hacer...
- Claro, sí tú lo dices... - comenté algo aturdido.
- Así que, mejor lo dejamos aquí...

La escena me dejó idiota. Nunca antes me había ocurrido algo como esto, ni mucho menos me dio tiempo de responder de forma alguna ante una actitud así. Pero ¿qué podía hacer además? ¿decirle que su respuesta me hacía sentir mal? ¿qué lo odiaba? ¿rebajarme a pedirle más explicaciones? Me sorprendió, eso sí. Pero no imaginé que en algún momento alguien como él llegase a poner punto final (y de qué forma) a una relación que no sé muy bien cómo podría calificarla. En su momento fue algo riquísimo, placentero, estimulante. Y la verdad no me hubiese gustado de que acabase de esta forma tan fría y apática: por teléfono y tan... cortante.

Después de todo, si queda alguna definición, utilizaré la que Vicente mismo me dijo alguna vez: que la nuestra era una relación de amantes, ni más ni menos. Y me sorprende la idea de que él comente que entre ambos (¿ya?) no existiese química, cuando en el sexo sabía muy bien que era todo lo contrario. Me estimulaba mucho compartir a su lado estos momentos íntimos y no dudo que con él también ocurría lo mismo. En todo caso, lamentable que use una excusa tan imprecisa como esa para justificar este break.

En fin, no se tiene todo en la vida. Hace siete días, alguien a quien quiero muchísimo me decía al pie del faro de Miraflores que soy un enviado de Dios para su vida. Y hoy, el hombre con quien compartí más de una vez el lecho, prefiere no verme más por no tener ya más química que disfrutar conmigo. Pero bueno querido Vicente, la verdad no te guardo rencor ni nada parecido. Si no has de quererme ver más, tus razones tendrás y no te puedo culpar. A Dios gracias, esta noticia no me encontró en la desventura y muy por el contrario, quiero agradecerte por todos los buenos momentos que permitiste disfrutásemos juntos. Ten por seguro que parte de tu experiencia me servirá de mucho, para más adelante, cuando descubra a aquella persona especial que continúo esperando y que quién sabe, a lo mejor está más cerca de lo que imagino.

Muchas gracias Vicente por tus vigorosos abrazos, por tus deliciosos besos, por tu estimulante presencia, por tus especiales atenciones, por tu reconfortante comprensión, por tu valioso tiempo... y por otras tantas cosas más que supiste ofrecerme. De corazón querido Vicente, te deseo lo mejor del mundo y ojalá que el Creador me permita encontrar (y sobretodo no perder) otro amigo tan interesante y especial como lo fuiste tú, porque bien sé que así nomás no se encuentran.

Una pena nomás que esta despedida no se haya podido dar de una mejor forma, pero... desde ya, te hago saber que formas parte de mi vida. Y eso es algo que así queramos, no se puede desligar.

Qué más agregar... pues, aunque no leas este mensaje, te mando un beso.

Y hasta siempre.

domingo, 27 de noviembre de 2005

Juát!!!

Cambiando por un momento de tema, he decidido en esta ocasión responder una encuesta (sí, otra encuesta) que encontré en una revista de estos lares. Para quienes no viven en Lima, les diré que los "derechos reservados" de este interrogatorio pertenecen a una publicación chismosona dedicada exclusivamente a la farándula local (Magaly Te Ve se llama la revista en cuestión). Y si bien es cierto que estas preguntas son única y exclusivamente dirigidas a populares luminarias del mundo del espectáculo... pues como que en estos momentos ayudaría mucho a oxigenar este rincón, que de un tiempo a esta parte se ha tornado "algo" diegocéntrico.

Y bueh... este interrogatorio no me pareció tan incisivo, sorprendente, ni nada del otro mundo, pero ayuda a pasar el rato creo yo. Espero en el mejor de los casos que también los entretenga mientras lo escudriñan. Ahí les va.

¿Cuál es tu mayor atractivo?
Ja, ja ja... comenzamos con las preguntas capciosas. Creo que mis ojos, al menos eso me dijeron alguna vez.

¿En que te gustaría reencarnarte?
En una linda y genial canción pop.

¿Qué es lo peor que has hecho en una borrachera?
A ver... la más fuerte de todas pasó en el 94 ó 95 creo. Me la pasé libando y bailando salsa como loco toda la tarde con reverendas desconocidas, pero lo más feo ocurrió camino a casa: la pasé vomitando en una combi llena de gente (¡qué roche!).

¿Cuál es el regalo más huachafo* que te han hecho?
No sé si llamarlo huachafo, pero una vez me regalaron un CD original (mi regalo ideal, dicho sea de paso) de un disco de Queen (Queen II) hace unos años atrás. En toda mi vida lo habré oído unas tres veces, nada más.

¿Cuál es el piropo más original que te han dicho?
Me lo dijeron ayer: "Eres un enviado de Dios".

¿Cuál fue el mejor día de tu vida?
Uno de los más fuertes candidatos sería la primera vez que asistí al Matsuri con Diego (sí, ya estaba demorando mucho sin mencionarlo ¿no?).

¿Cuál fue el peor día de tu vida?
¿El peor? La verdad que no lo he pensado, he tenido varios días malos, eso sí. Pero aunque suene curioso, en estos momentos no recuerdo alguno.

¿En que lugar jamás harías el amor?
Casi en todos los lugares donde lo he hecho hasta la fecha.

¿Con quien te gustaría tener un romance?
Consuma lo que el Perú produce: cada vez que lo veo en pantallas, Carlos Cornejo me despierta el animal que llevo dentro.

¿Qué harías con el dinero, si te sacaras la lotería?
Pago mis deudas, las de mi familia, los colmaría de las comodidades que en algún momento se privaron. Y ahorrar pan para mayo.

¿Dos libros que llevarías en un viaje?
Uno de Isabel Allende y otro autobiográfico de algún "pintoresco" personaje de la farándula peruana.

¿Qué parte del cuerpo le ves primero a un hombre?
Siempre los veo de la cintura para arriba. En serio.

¿Con que slogan te venderías?
No lo dudes, elígeme.

¿A que le tienes miedo?
A la soledad absoluta.

_____________________

* Huachafo (sust.) persona cursi, ridícula (sust. huachafería, acto huachafo), según la web
Jergas de Habla Hispana (Perú)

domingo, 13 de noviembre de 2005

Trago Amargo (En Diez Sorbos)

I

Me siento mal. Terriblemente mal. Incluso anoche he tratado de dormir tal como siempre, pero como un castigo divino me he despertado cada veinte minutos y con el sueño espantado. Y por más que lo intentase, sencillamente no podía descansar. De alguna forma u otra volvían nuevamente estos malditos pensamientos que me asaltaron anoche y que me impulsan a escribir en estos momentos.

Maldito Diego (sí... él para variar). Todo comenzó exactamente hace siete días, cuando después de cuatro meses y medio, vía messenger resolvió cortar su distanciamiento conmigo y "decidió" que las cosas volvieran a ser como antes. No puedo negar que tal idea me pareció buena Y sobretodo de que partiera de él mismo, bajo ninguna presión o intervención de mi parte. Hasta allí, todo ok.

Cuando horas más tarde de aquel chat, hace una semana nos volvimos a encontrar personalmente luego de tanto tiempo, la cosa fue sorprendente. Para variar, llegando tarde a la cita (algo nada fuera de lo normal en él) pero asombrosamente con unos ánimos y actitudes de lo más naturales para conmigo. Aquel mocoso que un par de meses atrás me había pedido nos distanciemos por el bien de los dos, que decía sentir miedo y hasta asco de mi presencia, definitivamente no era el mismo al que tenía al frente en ese momento. Incluso hasta me abrazó como siempre, tanto cuando nos encontramos como cuando nos despedimos, poco más de media hora después.

Esa tarde hablamos -habló más él, mejor dicho- de cualquier estupidez, nada en particular. La verdad que yo me moría de nervios de que algo malo pasase. No sé, quizás que en algún momento se comportase algo perturbado conmigo... ustedes entienden. Después de mi "declaración", obviamente las cosas no podían ser las mismas, ni mucho menos pensé que esto podría sobrellevarse tan normalmente, como si nunca hubiese ocurrido. Cosa que sorprendentemente Diego hizo. Sencillamente para él, todo esto fue como si nunca hubiese sucedido y nuestra cita no paso de ser una de las tantas que alguna vez sostuvimos, como en nuestros mejores tiempos. Y la verdad, no quise arruinarla tocando el espinoso tema que nos separó meses atrás.

Para no hacerla larga, les diré que acabando nuestra cita ese domingo -sin conversar de un tema verdaderamente relevante que transmitir en estas líneas- y antes de despedirnos, una vez más me preguntó si la próxima semana contaba con mi presencia en el Matsuri de este sábado 12. Le expresé mis dudas (¡carajo, en ese momento tenía dudas hasta de donde estaba yo parado!). No sabía qué decir, sobre todo por los prejuicios (míos, valga la aclaración) de que todavía pudiese acarrear mi presencia, ya sea por lo que le dije alguna vez, o yo mismo... o qué se yo. La situación era confusa y la verdad no sabía qué responder.

Con tono algo suplicante, Diego comentó:

"Vamos, ve. Por favor..."

Mierda. Ahora sí que las cosas estaban más confusas... pero ¿cómo podía negarme ante un pedido así, de quien más de una vez me robó el sueño y hasta me hizo conocer uno de los sentimientos más sublimes que pueden existir en el universo? En ese momento, tomé pues mi decisión, aunque guardé la respuesta junto a mi compostura, sellando el final de este encuentro con un tibio abrazo de despedida y sobre todo, con una esperanzadora perspectiva hacia el futuro.


II

Durante los próximos siete días la duda no dejaba de corroerme. Sí, ya sé. Sueno como disco rayado, pero no me pueden culpar. Ustedes no saben muchas cosas que han pasado entre Diego y yo durante estos últimos tres años. Como cuando mi fijación por él fue tan fuerte que no había día en la semana en que no me comunicara con él -ya sea por teléfono o cualquier otro medio- acordando la habitual y correspondiente cita de rigor. Ni qué decir cuando en algún momento por su parte, él me consideraba en TODO. Cada vez que se sentía mal anímicamente o algo malo le ocurría, pues no dudaba un segundo en llamarme para que esté a su lado y mandar juntos al carajo a toda esa gente y malas vibras que sólo nos amargaban la existencia y muy por el contrario, alegrábamos nuestros breves y valiosos momentos juntos, única y exclusivamente con la presencia y apoyo incondicional del uno al otro.

La cosa se volvió tan adictiva que creo que en algún momento sobrepasé la raya y obviamente ello lo perturbó. De pronto un buen día me di cuenta que yo cumplía más con él, que él conmigo. Cada vez que me necesitaba, presto yo acudía a su llamado, sin embargo pocas o nulas veces ocurría lo mismo cuando de alguna forma yo lo necesitaba. Ello me enervó y en un momento dado se lo hice saber.

Para no alargar la historia tanto, les diré que esa actitud desigual y el hecho de que yo se lo haga notar, le incomodó. Y muy por el contrario comenzó a distanciarse más de mí, pues por momentos mis actitudes "le hacían sentir algo de miedo", recordándome que "solo éramos amigos, nada más" y no otra cosa que pudiese parecer "algo raro". Su respuesta me chocó, me hirvió la sangre. No pude evitar sentirme ofendido y hasta me parecía injusto que hiciera ese deslinde, sobre todo porque con eso disimulaba su grandísima falta de dejarme a la deriva en los momentos que me hubiese gustado tenerlo a mi lado, apoyándome.

¿Resultado? Diego decidió cortar por lo sano y ante mis justificadas aprensiones, un buen día hasta se atrevió responderme al teléfono espetándome de que no lo busque, lo llame o le escriba nunca más. Touché.

Claro, tiempo después reconsideró su decisión, aunque deba aclarar que durante todo ese tiempo en que nos mantuvimos distanciados (unos seis meses aproximadamente) de nada valieron mis e-mails, llamadas, visitas a su universidad o lo que fuere. Su actitud fue incólume. Sencillamente no quiso volver a saber de mí, según él porque la situación entre los dos le parecía que se estaba tornando medio "extraña" y que por ello prefería cortar por lo sano.

Sólo queda agregar que por ese entonces, fueron los seis meses más desgraciados de mi existencia.


III

Las dudas me asaltaban. Poco más de un año después, las cosas ya no eran como antes. ¿Qué amenaza de "sentimientos raros" podían existir ahora entre los dos, si abiertamente en junio de este año, en un arrebato de ira, por fin y de una buena vez le dije al mocoso éste de que me gustaba? Me cagaba de miedo cuando lo hice, pero en honor a la verdad, ya estaba harto de que las cosas se manejasen así, con el maldito fantasma de "Mauricio El Gay Pervertido" rondándonos y amenazando en cualquier momento nuestra cada vez más alicaída relación amical. Si Diego quería distanciarse de mí, pues que lo haga por una buena razón, por algo que por último era verdad. Así con ello arruine todo y mande al diablo también estos últimos tres años juntos: una colección de preciosos momentos como también de tragos amargos y terribles sinsabores.

Y cuando se lo dije (cobardemente por messenger, creo que jamás lo hubiera hecho en persona) supongo que eso lo espantó. Habría entrado en shock, se traumatizó o quizás le pareció lo peor que hubiera podido esperar de mí. Y después de ello, muy temerosamente se despidió, cortó muy solemnemente toda comunicación conmigo, al parecer de forma perenne. No volví a tener contacto o noticia alguna de su parte desde aquel 17 de junio... hasta hace siete días, este domingo 6 de noviembre.

Fue durante este periodo cuando me escribió una sucinta carta a comienzos de septiembre, explicándome que no sabía qué decirme, que se encontraba aturdido sobretodo por haberle confesado algo tan delicado:

"...Bien sabes lo mucho que te agradezco por todo el tiempo que me has prestado, horas de estudio, paciencia, entre otras cosas. Y de que te estimo, te estimo; pero me perturba lo que me dijiste esa última vez acerca de la afinidad medio fuera de lo normal que tuviste conmigo (sabes de lo que hablo). La verdad me da miedo y hasta asco también, porque lo intuí alguna vez. Por eso me alejé una vez de ti y lo hago ahora porque en todo el sentido de la palabra me da miedo. Más te digo lo siguiente, no quiero ser para ti tal vez una dependencia psicológica, ni quiero que tu seas una para mí. Así que pienso que como hemos decidido está bien, de esta forma los dos podremos crecer como personas..."

Obvio que este mensaje tenía un sabor a despedida. Por ahí que uno que otro amigo me dijo que la cosa era ya definitiva. Que no guardase esperanzas, que lo más normal era pensar de que Diego ya no volvería a acercarse a mí nunca más y que deje de esperanzarme en quimeras. Eso quizás fue lo que más me descorazonaba y cada día que pasaba me encontraba más y más seguro de que efectivamente, ya no volvería a saber más de él.

Fue por eso que su reaparición me tomó de sorpresa. Más aún cuando comentó a grosso modo de que quería que las cosas volvieran a ser como antes, como si nada hubiese pasado.

¡Quien lo hubiera creído!


IV

Estos últimos siete días las cosas marchaban de forma inusitada. Jamás pensé que pudiese vivir una situación así. De pronto tenía a Diego como si nada, encontrándomelo por messenger un par de veces, hablándome muy tranquilamente y sondeando si contaba -sí o sí- con mi presencia para el Matsuri del día sábado. Parecía que de todas formas este chico estaba realmente interesado en que yo asistiera a la fiestecita en cuestión. Afortunadamente y con los pies en la tierra, le contesté que , que era muy probable que acuda y que bueno... que no coma ansias, que no valía de nada ser impetuoso y a esperar tranquilamente el bendito sábado.

En un momento dado no pude evitar el preguntarle cómo tan de la noche a la mañana había cambiado de actitud y prácticamente me exigía que lo acompañase al Matsuri, si meses atrás me había escrito cosas no tan optimistas que digamos. Respondió algo así como que durante todo este tiempo que nos conocemos, yo había sido muy bueno con él, que estos últimos meses me extrañó y que sentía la necesidad de que las cosas volvieran a ser como antes. Robó mis palabras y agregó algo así como que prefirió tomar mi última "declaración" como producto de una mente confundida. Que no valía la pena echar por la borda algo tan bueno como nuestra amistad y bueno... a seguir para adelante.

Vaya actitud, la verdad me sorprendió. Quizás hasta me dio un poquito de esperanzas al respecto, aunque no me encontraba tan seguro de volver a sentir lo mismo por Diego. Esa actitud tan amistosa me despertaba algo de sospecha y hasta por momentos me aterraba, sobre todo por venir de quien viene: del mismo mocoso que cuando más de una vez me hacía tocar las nubes, no tardaba en alcanzarme un pesadísimo yunque para hacerme caer aparatosamente y estrellarme al piso hecho una grandísima mierda.

¿Sexto sentido que le dicen?


V

Sábado 12 de noviembre, 3:00 pm. Una llamada telefónica. La primera de Diego desde... ya no recuerdo cuánto tiempo la verdad. Supongo que la última fue cuando acordamos para irnos a un balneario al sur de Lima a finales de febrero de este año. Quién diría que ahora sería yo el que respondería de manera casi "rutinaria" tal llamada, cuando meses e incluso años atrás, por esperar una fucking llamada suya oré, supliqué, maldije y hasta sollocé. Los tiempos cambian, qué duda cabe.

"Vas a ir ¿no? Yo iré más o menos a eso de las 5.30 porque voy a recoger a unos amigos antes... por fin, llegó el día... washoi... washoi..." fue su curiosa declaración telefónica.

Quien llegó, poco antes de esa hora al AELU (lugar donde se celebra el Matsuri) fui yo. Cuando entré al lugar, no pude evitar desviar la mirada una y otra vez tratando de ubicar a Diego. No lo puedo negar señores, en ese momento me sentía tan feliz la verdad, que si me lo hubiese cruzado en ese instante, no dudaba en abalanzarme hacia él y abrazarlo muy fuertemente... hasta de levantarlo, girando juntos e infinitamente, tal y como suelen hacerlo las parejas en las series o comedias cursis que se ven en el cine y en la tele. Busqué y busqué... más no lo hallé. "Vaya, ya llegará" pensé. Me entristecí del hecho de que esa emoción inicial se apagara algo por este percance, pero no permití que ello me amilanara, mucho menos que arruine esta fiesta. Una fiesta que en algún momento consideramos Diego y yo como algo nuestro, como si fuese nuestro cumpleaños simultáneo, nuestra ceremonia secreta, nuestra fiesta cómplice... y media hora de tardanza no podía arruinar esta gran noche. ¿Nuestra? gran noche.


VI

Habría pasado casi una hora desde que llegué y ni rastros de Diego. No pude evitar entonces llamar a su celular y preguntar dónde diantres se encontraba. La muchedumbre cada vez se hacía más numerosa y me jodía la idea de saber que a lo mejor Diego ya estuviese dentro del AELU y que sencillamente no nos podíamos encontrar por estar en plan de buscarnos el uno al otro en medio de tanto gentío.

"Todavía no llego, voy a demorar un poquito porque recién estoy pasando por unos amigos. Dime ¿hay mucha gente ya?"

Pregunta estúpida. Eran más de las seis de la tarde, el ambiente comenzaba a oscurecerse y por ende era más difícil ubicar a alguien en estas circunstancias. La gente no cesaba de abarrotar los ambientes del local cada vez más. No podía evitar sentirme más frustrado. Regresé entonces al lugar donde se celebraba el espectáculo no sin seguir buscando con la mirada y de cuando en cuando algún rastro de Diego o de uno de sus amigos con los que algunas veces me crucé en años anteriores, pues era lógico que si veía a alguno de ellos, de hecho que podía darme razón de donde se encontraban reunidos todos.

La verdad, no podía disfrutar del espectáculo, pues cada vez me encontraba más intranquilo. Salí de mi asiento una y otra vez tratando de ubicar a Diego. Sé que él no es bueno buscando a la gente en medio de tanta muchedumbre, ni mucho menos posee de visión "a largo alcance". Yo tampoco tengo vista de lince, pero no podía quedarme de brazos cruzados y continué mi búsqueda recorriendo cada una de las estancias del inmenso AELU, pues sabía que tarde o temprano Diego no tardaría en aparecer.

Entre las siete ú ocho de la noche aproximadamente y luego de varios intentos por seguir buscándolo entre la muchedumbre, por fin lo encontré. Estaba de espaldas conversando con una parejita. No me sorprendió encontrarlo comiendo, mucho menos que estuviese acompañado de una chica. He tenido la suerte de conocer a una amiga suya en este mismo evento años atrás, muy buena onda y que para nada era una amenaza. Además, vamos... esta noche era una noche diferente. Por fin Diego había llegado y no dudaría en saludarme y "comenzar" la noche oficialmente.

"Ella es una amiga de la universidad, permíteme presentártela..."

Mierda, a esta cojuda no la conocía.

"Y él es mi amigo que también es de la universidad..." concluyó.

Observé a los dos, estudiando sobre todo a la maldita guarra. La típica ridícula que con celular en mano, hace/recibe llamadas o lee los mensajes de texto de sus "múltiples" amigos que en ese preciso momento le están enviando y que le da ese inconfundible aire de muchacha estúpida y superficial.

Luego de las presentaciones de rigor, me sentí como un invitado de piedra. Por su lado, hablando de lo más felices y tranquilos ellos tres, sobretodo Diego y la tipeja en cuestión. Parecía como si yo estuviese pintado en ese grupo. Y mientras la ridícula amiga de Diego llamaba por su celular a Dios sabe quién, comentando que tenía poco tiempo para quedarse en la fiesta (¡lárgate pues cojuda!), el amigo de Diego explicaba algo risueño que la tardanza en haber llegado al AELU se debía a que la muy insensata "no sabía qué ropa ponerse" y eso los llevó a demorarse más de la cuenta (¡!).

"¿Ya no hay asientos disponibles para ver el espectáculo no?" preguntó Diego.

"Claro pues imbecil, si te demoras un culo por esperar a esta babosa de mierda, qué esperabas" me dieron ganas de escupirle como respuesta. Me mordí la lengua y apenas hice un gesto negativo con la cabeza.

"¿Estas molesto" se atrevió a preguntarme por su parte la insolente e igualada ésta, cuya sola presencia me llegaba a la punta del glande.

"No cojuda, me pongo así sólo cuando putas como tú me cagan la noche", pensé mientras se me venía a la cabeza la idea de que, de no haber sido por culpa de esta maldita infeliz, Diego hubiese llegado a la hora acordada y sin ningún problema, como para alcanzar a conseguir los asientos respectivos y disfrutar juntos del espectáculo.

Me revolvió el estómago pensar que Diego no sólo se había tomado el trabajo de buscar (desde muy lejos, al parecer) a la mentecata ésta que trajo al lugar. Y no sólo eso, sino que ni siquiera se haya tomado la molestia de ubicarme, a sabiendas de que con mi llamada telefónica a su celular, sabía que lo estaba esperando en un determinado lugar de la fiesta. O lo que era peor, que le daba lo mismo que yo esté ahí paradote a su lado, esperando siquiera que me pregunte en qué sector del local me encontraba, para ubicarnos juntos (ya, qué importa... que traiga a la horrorosa compañía que arrastraba consigo) y disfrutar del espectáculo.

Pero nada. Su atención la tenía fija en la ridícula ésta. Apenas pude escuchar que la tipeja le comentaba estupideces sobre cosas y gente de su universidad supongo. Y Diego concentrado única y exclusivamente en lo ésta le decía, como si de algún personaje importantísimo se tratase. Bien podía partirme un rayo en ese preciso momento en sus narices y ni cuenta se hubiera dado. Apenas volteó un rato y me compartió un bocado de una melcocha que no sé que era y que por lo visto Diego y la susodicha estaban disfrutando desde que llegaron al lugar, hace ya buen rato. Lo acepté e inmediatamente capté la figura del asunto. Definitivamente en esta escena quien sobraba era yo. Y obviamente hubiera sido ridículo que siguiese como un imbecil parado al lado suyo, cuando cada minuto que pasaba Diego me seguía ignorando escandalosamente.

"Debo volver a mi ubicación. Tengo compañía y no puedo dejarla sola" le dije.

Respondió algo así como que él tampoco podía hacer lo mismo e inmediatamente di media vuelta y me largué de su "grupo". Durante el camino escupí aquel bocado insípido que me había ofrecido por lo amargo que había resultado. Aunque no tanto como la maldita actitud que nuevamente Diego estaba tomando conmigo. Una especialidad que hasta el momento nadie en este mundo ha podido superarle: la de hacerme sentir como una basura absoluta.


VII

Los minutos y las horas pasaban. Había llegado el momento del brindis con el tradicional sake. La verdad, estaba hecho una pinga, maldiciendo mi perra suerte porque una vez más, le había dado gusto al maldito mocoso éste de hacerme sentir mal. Si esto hubiese ocurrido en cualquier otra noche o lugar, la verdad poco o nada me hubiese importado. Pero coño, estábamos hablando del Matsuri. Hasta esa noche, había creído ciegamente que esta era una fiesta especial para él y para mí. Qué mierda.... está bien. Acepto que a lo mejor Diego y yo nunca llegaremos a ser algo. Eso es más que evidente, pero putamadre... esta noche era especial. Siempre ha sido una noche que nos ha acercado más. Que reafirmaba nuestros lazos amicales, cuasi fraternales. Una noche en que nada, absolutamente nada, podía salir mal, salvo la vez en que el año pasado, por oscuros motivos (relativos seguramente a nuestra "tensa" situación de ese entonces, ver trago "II") prefirió no asistir y por mi parte yo cometí el masoquista acto de acudir sólo, y luego del brindis de rigor, lamentádome a mares por su ausencia, no aguanté más. Tomé un teléfono público y lo llamé casi suplicantemente expresándole lo desdichado que me sentía sin su presencia y que en esos momentos me sentía un ser desgraciado, quizás el peor de este planeta, acabando la escena tirado boca arriba en una de los asientos del estadio del AELU mirando el oscuro y frío cielo, bajo los efectos de los varios vasos de sake que había consumido y que amplificaban aún más mi profunda tristeza.

Por un momento pensé que a lo mejor quien estuviese tomando las cosas de forma algo egoísta era yo. Diego había traído a ese par de chicos a la fiesta y bueno, lo más probable era que no podía dejarlos solos a su suerte, en medio de la celebración y sólo para irse conmigo (aunque en años anteriores ya había obrado de esa misma forma con sus otros amigos -los que yo conozco- sólo por el simple hecho de querer perderse conmigo por ahí). El momento del brindis se acercaba y no quería ser yo el inmaduro que arruine la foto, el aguafiestas que siempre echa a perder la navidad. Una vez más, salí de mi asiento y me di el trabajo de ubicarlo, tragándome el orgullo y mal rato que me había hecho pasar momentos antes, para hacer nuestro tradicional brindis y quien sabe, a lo mejor con una fotito de recuerdo por ahí.

Tardé en ubicarlos. Al parecer los chicos éstos se perdían de un lugar a otro. Conociendo a Diego, era más que probable que lo encontrase junto a uno de los expendedores de sake. Dicho y hecho, lo hallé junto a uno de ellos, al lado siempre de su amigo, quien mantenía una prudente distancia de los acontecimientos, más no así la susodicha tipeja, quien no cesaba de robar la atención de Diego, contándole sabrá Dios qué otras idioteces más.

Acotación necesaria. Todo esto que estoy contando puede sonar con cierto sabor a celos, de que me arda la idea que una simplona y corriente tipa me robe la atención de Diego o algo por el estilo. La verdad, no me jode la idea de que Diego pierda su tiempo con una tragabolas del montón como la que se tomó la molestia de traer esa noche (con quien por cierto, no pasa nada... ni como para considerarla algo "agraciada"). Lo que SÍ ME JODE es la idea de que ME IGNORASE CASI TODO EL TIEMPO. Que para Diego lo mismo le daba que estuviese al lado suyo, al costado, o de cabeza, que me coma el tigre, haciendo maromas... o lo que fuere. Sencillamente para el muy bastardo lo mismo le daba que yo estuviese paradote ahí como imbecil o de que me esfumase. Apenas me dirigió la palabra un par de veces para brindar. Por compromiso acepté, pero nada más.

Minutos después, la "orden real" de la (no tan) niña fue de querer ir al baño. Obviamente, el galante Diego no podía dejarla sola y la acompañó. Sugirió entonces que yo los siguiera. O mejor dicho, de declararme oficialmente ser su huelepedos particular de la noche, mientras él por su parte cumplía la honorífica misión de ser el huelepedos oficial de su amiguita. No lo toleré y con un gesto, algo fastidiado, le dije que mejor los "esperaba" aquí mismo, donde nos encontrábamos parados en ese instante. Acto seguido, Diego dio media vuelta y desapareció entre la muchedumbre junto a su trouppe.

Volví pues, nuevamente a mi asiento con el hígado hecho puré. Pero recapacité y me repetí a mí mismo que no podía permitir que esta estupidez me arruinara la noche. Continué "disfrutando" del espectáculo de baile y música que se presentaba en ese momento, aunque por momentos me alcanzaba la ira de recordar que este maldito imbecil se había esmerado precisamente una noche tan especial como la de hoy para hacerme sentir así. Como una mierda, una vez más.

Los efectos de los vasos de sake que momentos antes había consumido, comenzaron a surtir su embriagante efecto.


VIII

El ambiente comenzó a disiparse. Ya había ocurrido la exhibición de los mikoshis y poco o nada quedaba por ver ya... Decidí entonces ir al baño a cumplir con las necesidades fisiológicas que obligan la ingesta de licor. Para cuando salí de allí pude observar arriba en el estadio, a ese grupito tan lindo que había convertido esta noche en algo inolvidable. Allí estaban Diego, su amigo y su "simpática" compañera. Para variar, mi adorado binomio prosiguiendo la interminable conversación de horas atrás (creo que el amigo de Diego se habrá sentido igual que yo -de haber aceptado a quedarme con ellos- haciendo de imbecil pintado y mudo testigo de estos vergonzosos acontecimientos). Con el poco valor que aún me ofrecían los vestigios del sake que aún corría por mi organismo, subí a las gradas del estadio exclusivamente a conversar con el miserable en cuestión. Interrumpí su gratísima conversación con la tipa, le hice un gesto para que viniese a donde estaba yo para conversar más privadamente y le vomité por fin esa horrible sensación que tenía atravesado en la garganta desde que lo vi esta maldita noche.

Le increpé acerca de su maldita actitud. Me parecía un absurdo que después de todo este tiempo en que estuvimos separados, fuese él quien me buscase para volver a ser amigos. Y no sólo eso, que una y otra vez, ya sea por messenger o por teléfono, me jodiera con que le diese una respuesta confirmando mi asistencia a este Matsuri. ¿Para que mierda llamó a mi casa preguntando si iría, cuando luego, teniéndome frente a frente, sencillamente me ignoraba y se comportaba de esta forma tan baja conmigo? Putamadre, a esa cojuda de su universidad la ve todos los días. A mí ¿cuántas veces en todo el año me ve? Diego sabía muy bien el significado de esta fiesta para mí, pero eso sencillamente poco le importó a la hora de venir a traer a una tipa con la cual única y exclusivamente mantenía conversación por casi toda la noche. ¿Para eso quería que yo viniera? ¿Para ser testigo de tamaña estupidez? Lo más lógico es pues, pensar que si va a venir con su gente y no tuviese tiempo de conversar conmigo... ¿entonces para que mierda tendría que preguntarme e interesarse en que si yo asistiría también a una fiesta en la cual SE LUCIÓ de ignorarme absolutamente durante toda la noche. ¿El plato frío de la venganza acaso?

"¿Sabes? Estoy harto de tus arranques de hembrita despechada" fue lo que más o menos puedo resumir en su "inteligente respuesta". Y Dios sabe que tuve oportunidad de armar una escena de antología en ese momento, pero no quise darle gusto. Aunque pensándolo bien, si había un momento para hacerlo, pues era precisamente ese instante, delante de su par de amigos y embarrándolo de mierda hasta el cuello, echando su tan bien cuidada reputación por los malditos suelos. En pocas palabras, su más cruel pesadilla hecha realidad.

Mas no lo hice. Me di la media vuelta y me largué del lugar. Debo acotar que por unas milésimas de segundo antes, Diego hizo lo mismo y podría jactarse con justa razón de que me dejó con la palabra en la boca.

Maldito sake que aturde nuestros reflejos, carajo.


IX

La fiesta ya estaba por concluir. Para cuando mi fiel (y única) acompañante me pidió que le acompañase un momento a los servicios higiénicos ya todo estaba dicho. Observé por un momento la cima del estadio por donde minutos antes Diego y yo sostuvimos nuestra última conversación. Ya no estaban ni él, ni mucho menos alguno de sus "alegres" acompañantes. Ya poco interesaba volver a encontrarme con él una vez más. Las cosas estaban claras, de eso ni vuelta que darle. Esta era la noche de Diego y la tipa que trajo consigo para la ocasión. Y esto no lo podía cambiar nada, ni siquiera si se hubiese estrellado en ese mismo momento un cometa por nuestras narices.

Pero el destino juega sus pasadas de la forma menos imaginable. Y sin quererlo, ni mucho menos haberlo planeado, de pronto nuevamente nos encontramos todos (sí, todos) juntos. Tomé esto entonces insulsamente como una buena señal... A lo mejor podríamos acabar la fiesta juntos, todos, de la mejor manera. ¿Por qué no?

- ¿Y a donde van? - fue mi ingenua pregunta.
- Mi amiga ya se va y vamos a acompañarla... -respondió Diego.
- Pero regresan ¿no?
- No, ya de acá cada quien para su casa...
- (¡!)

Mierda... grandísima mierda. MALPARIDO DE MIERDA... BASTARDO HIJO DE PUTA...

Se largaron, dejándome con un sabor amargo. Terrible y abrumadoramente frustrado.

¿Alguna duda sobre la actitud olímpicamente desdeñosa que Diego tuvo para conmigo durante toda esta noche?

Sin comentarios.


X

Anoche no he podido dormir. Ni bien llegué a casa cuando acabó todo, me dieron ganas de escribir volcando toda la maldita ira que me provoco esta miserable noche. Mas me ganó el cansancio y opté por ir a la cama, esperando que todo esto se borrase de mi mente por lo menos unas horas, dejando el campo libre a Morfeo. Sin embargo cada media hora despertaba, haciendo casi imposible conciliar el sueño. O bien no podía dormir, o cuando por fin lo hacía, me asaltaban pensamientos de esta funesta noche. Hasta soñé dos o tres veces con el maldito Diego apareciéndose en medio de la muchedumbre de gente de este Matsuri, desplantándome una vez más... no queriéndome hablar, comportándose tan basura como siempre.

Luego de dos o tres veces de despertar de estos malditos sueños, prendí la luz y miro el reloj. Mierda, no eran ni las cuatro de la mañana. Quiero dormir, quiero que se me borré de una maldita vez los recuerdos de esta infausta noche. O lo que es mejor, que se borre de una buena vez la imagen del maldito Diego de mi vida, pero para siempre.

Una vez más, me siento hecho una mierda. Mucho más mierda que nunca. Aunque esto ya no debería de extrañarme la verdad. Espero comprendan y disculpen queridos amigos lectores que me haya extendido demasiado en contar todo esto, pero bueno... este es un trago amargo, muy amargo para quien escribe y la verdad me siento tan solo y miserable que ya ni sé qué pensar o expresar a estas alturas.

Solo espero superar este aciago momento pronto, muy pronto... ojalá que de la mejor manera y de una buena vez.

lunes, 7 de noviembre de 2005

Otra Vez

Hasta que por fin se decidió y regresó. Luego de meses en tensa espera, este domingo 6, pasadas aproximadamente unas horas del mediodía, me sorprendió enterarme de su retorno a través de la red.

Para nadie es un secreto que este regreso era un deseo largamente acariciado por quien escribe, aunque muchos lo considerasen desde una inútil pérdida de tiempo hasta una grandísima aberración. Mas no puedo evitar reconocer que esta reaparición me tomó como un baldazo de agua fría, sobre todo por la forma cómo tiempo atrás decidió desaparecer y mantener un perfil bajo (por no decir inexistente) quizás de manera temporal, quizás permanente.

Pero no, no me refiero al personaje de la semana Alberto Fujimori y su sorpresivo retorno a la palestra pública, sino a nada más ni nada menos que al mismísimo Diego, quien sorpresivamente decidió poner punto final al lúgubre aislamiento al que me tuvo acostumbrado por más de cuatro meses y por fin se atrevió a dirigirme la palabra (previa desbloqueada de su messenger, seguramente) tratando de iniciar una conversación con un tema que sabía muy bien concitaría mi interés.

"¿Vas a ir al Matsuri?" fue su ingenua pregunta.

Carajo, un cúmulo de ideas me cruzaron por la cabeza cuando de pronto lo vi tratando de querer conversarme desde su ventana, sobre todo porque en un último mail suyo, aclaraba muy bien que lo más preferible para ambos era dejar de depender sicológicamente el uno del otro, que el haberle dicho que me gustaba lo había frikeado al punto de sentir cierta repugnancia, mucho miedo y que por tanto lo mejor era permanecer alejados el uno del otro, sin visos siquiera de asumir esta decisión como algo temporal o definitivo.

En ese instante pensé -como la mayoría de muchos seguramente- que esa preguntita suya, luego de tanto tiempo se debía definitivamente al descarte. Obvio, "si me dice que va, no voy" o viceversa. Bueno pues, la cosa fue verdaderamente tan sorpresiva que ni siquiera se me ocurrió responder con un "buenas tardes" o "cómo has estado". Putamadre, algo que estuve esperando un huevo de tiempo... y no sabía cómo coño responder, qué mierda decir o cómo carajo actuar para no salir mal parado de la situación.

Al obtener de mí como respuesta cierta indiferencia sobre el tema, no le quedó otra cosa que agregar que por su parte, él sí asistiría. Y no sólo eso, sino que hasta se había atrevido a invitar a algunos amigos de su universidad y que por ello muy gentilmente hacía de mi conocimiento que si casualmente él y yo nos cruzábamos en esta fiesta...

"Sí, ya sé... seguramente 'sí te vi no te conozco' ¿no?"

Nada más alejado de la verdad. Al menos en ese momento Diego trató de ofrecerme la rama de olivo, sugiriéndo que de darse el caso, me una su grupo si es que nos cruzábamos esa noche (¡!).

No sé por qué, pero en ese momento no me pareció muy honesta tal proposición. ¿Cómo podía fiarme de alguien que meses atrás había confesado tenerme miedo, hasta asco... y que ahora, de buenas a primeras sugería que nos volviéramos a encontrar como si nada hubiera pasado? ¿Qué mierda estaba pasando? La verdad todo era algo confuso para mí. ¿Es que acaso se puede cambiar de sentimientos y actitudes tan de la noche a la mañana?

"La verdad estoy pensando en retomar las cosas a como eran antes" fue su respuesta, antes de que yo continuara especulando con respecto a su actitud.

Mierda, eso significaba muchas cosas. Muchas más dudas sobre todo de mi parte respecto a lo que estaba sucediendo realmente. ¿Que si todo el país estaba en ese mismo momento sorprendido por las últimas noticias sobre la llegada de Fujimori a Santiago de Chile? ¿Y a quién le importaba? Diego había decidido comenzar de cero, hacer de lado traumas, ideas y qué se yo qué otras cosas que habrán deambulado por su cabeza en estos últimos meses.

La cosa no era tan simple la verdad. Esto no puede compararse para nada con una relación straight en la que uno de los dos es rechazado por el otro y que después de todo continúan siendo amigos como si nada. No sé si me dejo entender. ¿Es posible "reiniciar" una amistad con Diego, sobretodo luego de haberle declarado tan "temerariamente" de que me gustaba? ¿Sabrá él acaso el riesgo que realmente asume con esta actitud, o es que sencillamente ha optado por el "borrón y cuenta nueva"? ¿No podría ser acaso que se haga el de la "vista gorda" e interiormente él sienta también que...?

¡Jesucristo! Este sí que es un espinoso tema. Escapa de toda lógica e idea que ya me había hecho estos últimos meses. En el sentido común de ambos o en alguna otra parte, debería de estar escrito que Diego ya no volviera a aparecer en mi vida, por lo menos en dos o tres años más; sin embargo él está ahora, aquí, sorprendentemente como si nada... y tratando de sobrellevar (¿o salvar?) una amistad que la verdad ya no tengo idea de lo que es en realidad.

Sinceramente, tampoco quiero arruinar esto, aunque con ello me trague las dudas que tengo al respecto, como por ejemplo qué opina del hecho de que me atraiga alguien como él, qué cosas siente verdaderamente por mí luego de este confuso episodio, qué lo empujó a retomar nuestra peculiar relación, saber si me extrañó con la misma intensidad que yo... o quizás lo más importante, si el asco y miedo que alguna vez declaró sentir por mí se esfumaron cuando descubrió que yo era tan igual que él.

La verdad, me quedo corto en mis divagaciones. Por lo pronto les puedo adelantar que ese mismo domingo en la tarde y luego de nueve largos meses... por fin nos vimos las caras nuevamente.

Ya habrá tiempo y espacio para hablar (o mejor dicho, escribir) al respecto... eso espero.

sábado, 15 de octubre de 2005

La Hele-Encuesta

Visitando uno de mis blogs favoritos (el de Claudia, curiosamente conocida también como Helefanta) me di con la sorpresa de que en uno de sus (no tan) recientes post, elaboró una suerte de encuesta para ser desarrollada (al parecer) por un grupo de ciber-lectores que cumplieran ciertos requisitos. La verdad, ignoro hasta la fecha si cumplo o no con tales requisitos y muy por el contrario, me tomé la libertad de responder dicho interrogatorio. Y no contento con eso además, hoy cometo la osadía de reproducirlo a continuación.

La idea de este cuestionario -como bien lo dice su autora- es responder sobre "curiosidades que surgen en este universo intercambiante de imágenes y palabras" en el que habitamos todos los bloggers. Ocurrencia que celebro e impulso, dicho sea de paso.

Hecho pues el aclare concerniente a todos los derechos de (su) autor(a), insto a todos aquellos que lean este cuestionario a que se tomen la molestia de responderlo en sus respectivos blogs, ya que siempre es bueno conocer un poquito más acerca de quienes estamos detrás de ellos. ¿O acaso no es ese también el propósito de todos los que tenemos un weblog colgado en el ciberespacio?

Finalmente (y no por ello, menos importante) aprovecho la oportunidad para enviar desde aquí un afectuoso saludo a Claudita, cuyo blog hasta la fecha sigue despertándome más de una curiosidad.

Los dejo pues a continuación, con la famosa Hele-Encuesta.

01.- ¿Qué relación tienen en común los dos blogs que administras? (* esta pregunta es elaborada por el propio administrador del blog y puede referirse tanto a él como a su propio blog)
Luego de formularme esta interrogante, recién caigo en que ambos blogs, en sus respectivos títulos hacen alusión al tiempo. Y mientras uno hace un viaje por el pasado y todo el tiempo transcurrido (bajo el irónico título de El Futuro Se Fue), este otro hace hincapié en el día a día, en el presente mismo.

02.- ¿Desde cuándo te gusta tu blog?

Creo que a partir del tercer post para adelante. Lo hace ver más consistente.

03.- ¿Qué es lo que más te gusta del hecho que lo comenten?
Los consejos, el afecto expresado en cada una de sus palabras y que lo sigan con interés.

04.- ¿Qué te hace linkear a una persona?
La empatía, el hecho de que me dejen pegado al "qué ocurrirá después"

05.- Si fueras un asesino a sueldo ¿Cuál sería tu alias?
No lo he pensado como para un asesino, pero creo que Ramiego no suena mal.

06.- ¿Cuál ha sido el comentario más lindo que te han dejado?
Varios, sería injusto señalarlos. Pienso que todos los que se han tomado la molestia de visitar, leer y comentar algo, merecen tanto mi retribución como mi más completa gratitud.

07.- ¿Qué post te ha hecho decir "je, cómo postee eso?"
Aún no lo publico, pero ya lo tengo en mente.

08.- ¿Cuál es tu post favorito? ¿Y el más criticado, comentado, elogiado?
Aunque no lo escribí con la intención de que me quedase como "para la foto", pero creo que "I Want You" (de mi otro blog) es el que por momentos me asombra, tanto por su extensión como por su elevada carga de honestidad al haber expresado de esa forma mis sentimientos más reservados y sobre todo, ante un arriesgado número de anónimos espectadores. Precisamente, sobre este mismo post, por ahí alguien dijo -en onda algo sarcástica, supongo- que le parecía digno de una novela made in Televisa o algo por el estilo. La verdad, no lo consideré tanto como crítica negativa, si hasta suavecito y casi casi como un elogio me pareció de que pensaran algo así.

09.- Si fueras presidente por un día ¿qué harías con los spammers?
Desaparecerlos, obvio. Aunque no se me ocurre cómo.

10.- ¿Alguna vez has posteado como anónimo para hacer una broma?
Alguna vez. Pero como broma, no tanto.

11.- Si reencarnaras en un spammer automático ¿qué dirían tus mensajes?
No me leas, elimíname.

12.- ¿Te has sentido platónicamente atraído a alguien por su blog?
Sí. Son los riesgos que se corren al ser blogger/ciber-lector.

13.- ¿Alguien se ha sentido platónicamente atraído hacia ti por tu blog?
No lo sé. Eso tendrían que responderlo otras personas creo.

14.- ¿Qué te haría cerrar tu blog?
El vivir (y publicar posteriormente) un final plenamente feliz.

15.- Si te encontraras en una botella a un genio ¿qué poderes especiales le pedirías para tu blog?
Tanto como especiales, no lo sé. Pero si me gustaría disponer de un servidor donde cada uno de quienes me visiten, descarguen gratuitamente y sin límites la música a la que hago alusión en mis comentarios.

16.- ¿Qué buscas en los blogs de otros?
Vivencias, conocer un poco más de otros puntos de vista respecto a determinadas situaciones que como seres humanos experimentamos.

17.- ¿Qué hace que no te agrade un blog?
El egocentrismo, la banalidad, la autocompasión en su más decadente expresión.

18.- ¿Algo escrito en tu blog te ha traído problemas en la vida real?
Aún no, pero estos últimos días pienso que en cualquier momento ocurrirá.

19.- Si estuvieras a punto de morir ¿de qué trataría tu último post?
Vaya... agradecimientos. Quizás uno que otro consejo y un sincero abrazo final.

20.- ¿Cuántos blogs de los Top 25 no te gustan?
Del único Top que me fío, es el de Policarpo Avendaño (mayor información, hacer clic aquí)