sábado, 31 de diciembre de 2005

MMV


Dos mil cinco. Trescientos sesenta y cinco días que encerraron en su momento cosas inimaginables por quien escribe. Hechos y actitudes que jamás pensé que sucederían, o que por lo menos tuviese yo las agallas de siquiera esbozar o planificar, sino que sencillamente ocurrieron tan naturalmente, como si de leyes naturales de la física se tratasen.

Aún recuerdo tales imágenes, como por ejemplo las discusiones con Diego, la peleíta de rigor con la que empezamos este año que ya se nos va. Ese mail en el que por enésima vez le comenté que lo mejor para los dos era separarnos, que esperaba de él mucho más de lo que verdaderamente podía ofrecerme, que estaba harto de descorazonarme cada quince minutos por su grandísima culpa, que esta situación ya no la soportaba más... Fue tan gracioso que él a su vez aceptara mi decisión y resolviera también "cortar por lo sano", acceder a la idea de no querer verme nunca más y deseándome la mejor de las suertes... para días después arrepentirme espantosamente de mi decisión, escribirle que lo extrañaba un montón y que no deseaba volver a separarme de él.


Sin embargo, durante ese lapso de incomunicación no me quedé de brazos cruzados. Intenté buscar por ahí uno que otro compañero que de alguna forma llene ese vacío que me dejaba la ausencia/dependencia de Diego. Exploré en internet y en mi vieja agenda algún contacto interesante por ahí... pero nada. O todo el mundo se encontraba demasiado ocupado para mí, o sencillamente tenían mejores cosas que hacer, que disponer de algo de tiempo para un encuentro lo suficientemente convincente como para ser tomados seriamente en cuenta.


La sorpresa del año ocurrió (¿coincidentemente?) el mismo día de San Valentín, cuando vía messenger Diego me propone escaparnos a un balneario y pasar la tarde juntos, solos, él y yo. No podía creer lo que me pedía, además de parecerme un preciado sueño encarnado por fin en bendita realidad la posibilidad de verlo junto a mí, echados juntos en la arena en la arena, frente al mar, y sobre todo deleitándome con su velludo torso desnudo, placer tantas veces vedado desde la primera vez que lo conocí y que finalmente pude disfrutar. Unas tarde definitivamente encantadora y que para regocijo de este servidor, hasta la fecha mantenemos en la memoria.


Para marzo, las vacaciones de verano ya habían concluido y la rutina de los estudios nuevamente nos alejó. Tuve que resignarme a privarme de su presencia, sobre todo porque Diego mismo -de cuando en cuando y vía internet- me comentaba lo atareado que se encontraba. Acepté entonces las cosas tal como eran: Diego no era mi pareja, a lo mucho un amigo cercano muy especial. Y si no quería volver a discutirle por su falta de tiempo y atención, no me quedaba otra cosa que abrir mis horizontes y conocer otras personas que sí estuviesen dispuestas a satisfacer mis necesidades. Fue entonces cuando Vicente hizo su aparición.


Riquísimo como él solo, aún gozo de recordar las deliciosas tardes que pasábamos juntos él y yo, en su departamento. Hombre maduro, separado de su familia y con ganas de disfrutar de alguien que lo deseara tan intensamente como yo. ¿Qué más podía pedir? Era mi fantasía hecha realidad, pues siempre he tenido predilección por los hombres maduros. Aparte de disfrutar de una envidiable privacidad en nuestros momentos de intimidad, descubrí también que Vicente era un hombre muy culto. Recuerdo una vez, cuando luego de haber disfrutado una deliciosa tarde de besos y caricias, de pronto y a raíz de una inquietud que le comenté en ese momento, saltó sorpresivamente de la cama, cogió un libro (la verdad no recuerdo cual) y volvió a recostarse al lado mío, para leerme un aleccionador párrafo que hablaba muy probablemente de un punto existencial sobre nuestra conversación de ese momento. Inolvidable la escena de tenerlo desnudo, al lado mío, con gafas, tratando de reconfortar cariñosamente mi impetuosidad leyéndome valiosos textos... cuando me encontraba más que satisfecho al disfrutar cada tarde de su cuerpo, sus besos y abrazos.


Preciosa etapa, quizás la mejor de este año, que lamentablemente no duró mucho, pero que durante su existencia mitigó deliciosamente la fatigante y terrible rutina que a la fecha aún no termino por acostumbrarme. Toda esa pasión y deseo comprimido por la frustrante situación de no tener a Diego a mi lado, la volqué tan avasalladoramente en Vicente que la verdad no me arrepiento para nada de haberlo disfrutado (si hasta me atrevería a pedir volver a vivir tal experiencia una -y otra- vez más). Fue entonces que sin pensar, llegamos a mayo y reparé que la última vez que vi a Diego personalmente fue en aquel mágico balneario, tres meses atrás. La ocasión se presentaba para volver a vernos, a raíz de un popular film que se estrenaba por esos días y que tiempo atrás, tanto Diego como yo manifestamos el deseo de ir juntos a su estreno, por motivos más que suficientes. Desafortunadamente nuestros horarios no coordinaron y la intransigencia de ambos al no llegar a un acuerdo armó otra repetida discusión, logrando como resultado no volver a dirigirnos la palabra, hasta por más de un mes.


Las cosas no podían estar peor. Por un lado, Vicente comenzaba a alegar falta de tiempo para vernos debido a sus actividades laborales. Y por otro lado, el más importante, Diego mismo me había quitado el habla so pretexto de no comprender su complicada situación y escaso tiempo libre para poder disfrutarlo juntos. Otra vez, no quedó más que esperar pacientemente y ver qué podía suceder durante los próximos días. Y así me perdí -entre otras cosas- de la oportunidad de saludarle por su onomástico, bajo la justificable consigna de no ceder otra vez ante sus ya manoseadas excusas de falta de tiempo y atención para mí. Afortunadamente, para mediados de junio, Diego recapacitó acerca de nuestra última discusión y decide desbloquearme de su messenger, reiniciando nuevamente nuestra singular relación, no sin antes reconocer a regañadientes (tanto él como yo) nuestra errónea actitud de priorizar en cosas en las que no valía la pena redundar una vez más.


Sin embargo, a pocos días de este amiste (y sin visos de concretarse en un encuentro personal) vía messenger, me atreví a lo inimaginable: declararme a Diego diciéndole que me gustaba. Craso error cometerlo justo días después de reiniciar nuestra tan vapuleada amistad. Y obviamente ello lo asustó sobremanera, además de no ser ni la forma ni el momento adecuado para hacerlo... principalmente porque esto iniciaría algo de lo que estaba muy consciente que ocurriría: una dolorosa y probablemente absoluta separación.


Fue entonces, que luego del golpe que me significó tomar conciencia que quizás no volvería a tener a Diego a mi lado nunca más y en un intento por volcar mis frustraciones de alguna forma, decidí por fin hacerlo mediante un blog. Es así que nace El Futuro Se Fue, bitácora que en su momento cumple la noble función de expresar todas las inquietudes, temores y dudas que por ese entonces me acosaban. Y es que las complicaciones ya no eran sólo sentimentales. Tantos vaivenes afectivos habían dañado seriamente mi rendimiento académico y en ese momento poco me importaba continuar con los estudios o pasar todo por el desagüe de una buena vez, pues lo más importante para mí, sencillamente había dejado de existir.


Julio acaba sin pena ni gloria, salvo con la muy buena noticia de que, a pesar de mis reveses académicos, aún podría continuar con mis estudios. Pero ello poco importó al cumplirse un mes del silencioso adiós de Diego a mi vida. Vanamente revisaba mi correo, casi a diario, con la esperanza de que éste se manifestase, aunque sea con algún reproche, maldición o lo que fuere, pues me sentía con todo el derecho del mundo de exigirle al menos una despedida digna, principalmente en nombre de todos los buenos momentos que pasamos juntos por casi tres años.


Quizás hubiese podido esperar más de agosto. Total, mal que bien, aún contaba con la cómplice amistad de Vicente, que de cuando en cuando, me aconsejaba sobre esta situación, reprochando por ejemplo la mala estrategia al declararme tan estúpidamente por messenger a Diego de forma tan blandengue. La cosa -según él- era ser más osado y audaz. Tomar al toro por los cuernos, aprovechar el momento oportuno, abrazarlo sorpresivamente y... besarlo; luego, ver qué pasaba. Lamentablemente para ese entonces, Vicente comenzó a alejarse cada vez más de mi vida, bajo el pretexto de que la visita de unos familiares hacía imposible que nuevamente lo buscase y disfrutar de unos deliciosos momentos juntos. Me sugirió darle chance hasta los primeros días de setiembre, cuando las cosas para él estuviesen más calmadas y poder así gozar juntos el uno del otro, tal como solíamos hacerlo meses antes.


Solo y sin perro que me ladre, no quedaba más que esperar hasta la fecha propuesta por Vicente, mientras mi corazón sentía con igual o mayor dolor la ausencia de Diego. No había día u hora en que no extrañase su presencia, su imagen, su voz... añorándolo incluso hasta límites patológicos. Y de cuando en cuando, evocaba también las sabrosas caricias, besos y abrazos de mi otro (maduro) galán. Será por eso que di mi brazo a torcer y acepté los requerimientos de un oscuro e interesante personaje que hizo su aparición por ese entonces, cuya propuesta era simple: gozar eventualmente de furtivos encuentros íntimos bajo la más absoluta confidencialidad. Y contra todo pronóstico, acepté.


En vista de que tenía planes trazados para mi primer blog y como me sucedían otras tantas cosas que no encajaban como para colocarlas allí, lanzo a la red otra bitácora con la sencilla intención de expresar hechos más rutinarios, de forma mucho más concisa (¡!) a como lo había intentado hasta la fecha. Nace pues -con un guiño/tributo a la inolvidable Jeanette- Un Día Es Un Día.


Quedaron en el tintero tantas cosas que me hubiesen gustado postear en este nuevo blog, pero que determinadas circunstancias imposibilitaron, como la cada vez más considerable ausencia de Vicente, pero sobre todo, por no tener noticia alguna sobre Diego. Quizás como última esperanza es que decido enviarle un mensaje con la intención de obtener alguna respuesta, pues no saber absolutamente nada de él era un martirio tenaz. Imaginaba lo solo que podría sentirse, el odio que a lo mejor tendría de ahora en adelante por mí... y otras tantas especulaciones que cruzaban mi cabeza, volcándolas en plegarias al Ser Supremo para que de alguna forma intente conmover su pequeño corazón y logre recapacitar en esa actitud tan cortante que tuvo para conmigo, sin siquiera darme la oportunidad de explicarle con más claridad acerca de mis desconcertantes sentimientos.


A mediados de setiembre y justo un día después de un accidentado encuentro sexual con aquel oscuro personaje mencionado líneas atrás, es que recibo sorpresivamente en mi bandeja de entrada un correo de Diego, a casi tres meses de mantenernos incomunicados. Desafortunadamente no con muy buenas noticias. "Será lo mejor, cada uno por su lado" es como bien podría resumir su mensaje final luego de reflexionar sobre nuestra compleja situación, alegando además sentir una sensación de temor y hasta repugnancia de mis sentimientos por él. Tal parecía que todo ya estaba dicho, la respuesta final estaba dada y nada más había por hacer o esperar... salvo el respectivo "reply", tratando de explicar y defender mi posición ante los acontecimientos. Y de ahí, nada más.


Octubre me encontraba en la desesperanza total. Con la fatal y permanente desaprobación de Diego a seguir frecuentándonos, las cosas no mostraban síntomas de mejoría. Para colmo de males, contaba con la presencia de Vicente... ¡a cuentagotas! Prácticamente era yo quien le insistía cada vez con mayor razón para volver a encontrarnos lo más pronto posible. Postergamos tantas veces nuestras pactadas citas, que la situación comenzaba a caldearse a puntos irritantes. Tal parecía que el interés de Vicente hacia mí, poco a poco iba extinguiéndose, al punto de que casi nada le importaba saber cuánto me incomodaba sentirme tan relegado por él. Y un desliz de mi parte fue la coartada perfecta para ponerle punto final a nuestra relación, acusándome arbitrariamente de ser demasiado impaciente y que ello no podía tolerarlo más. Qué mejor suerte ¿no? Dos hombres que se me van al tiro y sin siquiera darme chance de despedirme por lo menos.


Y si bien es cierto que octubre es el mes de los milagros, pues el mío ocurrió en noviembre, un día domingo. A pocas semanas de celebrarse el Matsuri, fiesta que irremediablemente me recordaba a Diego, éste sorpresivamente hace su aparición vía messenger desbloqueándome (¡otra vez...!) para saludar e indagar si de todas formas había posibilidad de ir juntos a dicha celebración, como años atrás, proponiendo además que demos vuelta a la página respecto al confuso incidente que nos alejó estos últimos meses. Sin pensarlo dos veces acepté, aún a sabiendas de "admitir" que mi insólita declaración hacia él meses atrás, fue producto de la confusión que ambos vivimos en ese momento.


Y bajo la consigna de recuperar el tiempo perdido, nuevamente volvimos a vernos las caras después de nueve largos meses, momento que tanto él como yo disfrutamos aquella tarde, en un encuentro tan imposible de concebir meses atrás. Sin embargo el camino no sería un lecho de rosas, puesto que nuestra reunión en el Matsuri fue tan accidentada (debido sobre todo a la impertinente presencia de una amiga de Diego, invitada precisamente por él) que terminó por deprimirme y odiarme aún más por caer en el interminable juego que Diego me hacía partícipe, de tomar las cosas lo más esperanzadoramente posible, hasta que algo termine por echar a tierra todo y acabar terriblemente frustrado, con el corazón hecho añicos.


Llegaron pues, nuevamente las predecibles discusiones, broncas y enemistes de rigor. Insultos van, insultos vienen, otra vez cortamos comunicación... hasta que como acto de hidalguía reconocí lo mal que me había comportado por intentar ofenderlo con adjetivos de grueso calibre, tanto a él como a su ocasional compañera. Aceptó pues las disculpas y toda disputa quedó en foja cero. O al menos eso fue lo que pensé.


Diciembre llegó en buen momento, anunciando por fin las merecidas vacaciones que quiéranlo o no, nos hacen pensar con la cabeza más fría. Y ya algo más libres de presión alguna, Diego y yo volvimos a frecuentarnos. Aunque poco ayudó su evidente e imprudente actitud "romántica" hacia esa amiga suya (sí, la misma) y que no cesaba de hacerme notar. La cosa fue tan exasperante que sin más ni más, me saqué el clavo de hablarle cara a cara sobre el tema y una vez más le expresé mis sentimientos, para perplejidad (y hasta sorna) suya. Y tras el fallido intento de manifestárselo de la forma más adecuada y madura posible, es que Diego evalúa (nuevamente) la posibilidad de alejarse definitivamente de mi lado, como respuesta ante mi "sorpresiva" (¿?) actitud.


Las cosas volvieron pues a su cauce, cuando a la mañana siguiente, tratando de enmendar las cosas, le envío un mail expresándole muy puntualmente que no quería perder su amistad, pues a pesar de muchas cosas, era lo más valioso que podía conservar en estos momentos, arriesgándome además al proponerle que demos vuelta a la página (una vez más) acerca de este tan enojoso tema. Quizás su ingenuidad (o su ingenio) le hizo aceptar mi proposición para que las cosas volviesen a ser como antes. Y esa fue la última (y definitiva, espero) conciliación con Diego en este año que ya finaliza.


Mas, de todas las imágenes de este 2005, me quedo finalmente con dos. La primera, una muy enternecedora en la que Diego abre su corazón y con lágrimas en los ojos, al pie de su lugar favorito, busca (con justa razón) consuelo y apoyo en este servidor al sufrir un hiriente abatimiento, producto -entre otras cosas- del rechazo de esa misma amiga por quien guardaba aún interés y que ésta tontamente desdeñó. Pero la segunda, más optimista aún, ocurrió poco más de una semana después, en el mismo lugar donde la tristeza nos conmovió días atrás... cuando me regala esa entrañable mirada suya y me deleita con sus ojos llenos de desbordante alegría, a raíz de un pequeño presente -muestra de mi cariño y afecto hacia él-, con motivo de estas fiestas navideñas. Un modesto regalo que al parecer lo reconfortó muchísimo e hizo que me lo agradeciera en esos momentos por más de una ocasión, a viva voz y con efusivos e intensos abrazos, sin reparar en absoluto que los eventuales transeúntes del parque donde nos encontrábamos se extrañasen por su actitud por momentos lindante en lo escandaloso. Tierna y encantadoramente escandaloso, dicho sea de paso.


Y con ese regocijo en mi corazón, el mejor regalo que Diego pudo ofrecerme hasta la fecha, es que quiero despedir este año. Un año que, a Dios gracias, pude acabarlo de la mejor forma. Con una imagen impensable en su más crítico momento, pero que hoy por hoy agradezco infinitamente, más que nada porque reconozco que volver a tener a Diego al lado mío, es el mejor presente que a fin de cuentas Dios y la vida misma me han podido ofrecer.


Es por ello queridos amigos, que toda esa buena energía, ese cariño, ese regocijo cuasi mágico que experimenté junto a este niño al que quiero de una forma tan especial... Sí, esa misma buena onda es la que quisiera transmitirles a todos y cada uno de ustedes que leen estas líneas, deseándole lo mejor en estos próximos doce meses que se nos avecinan. Que la dicha, el amor y la prosperidad sea lo que más abunde -lo más pronto posible- para todos ustedes. Y sobre todo, al lado de los seres que más quieren y por quienes sienten un cariño y amor muy especial.


¡¡¡ FELICES FIESTAS A TODOS USTEDES... DE TODO CORAZÓN !!!!

sábado, 17 de diciembre de 2005

Un Hombre Solo


El lunes 12 parecía no tener nada de particular. Por la mañana vía messenger interrumpiste una conversación con un amigo muy querido, para pedirme que por favor luego te llame al celular para acordar una probable cita horas más tarde. Y bien sabes que nunca he podido decirte que no cuando de verte se trata.

Cuando horas más tarde llegué a tu casa, no podía sentirme más dichoso. Ingresé por la puerta principal, como pocas veces lo he hecho. Y tú, con una sonrisa de oreja a oreja, feliz por verme y cumplir contigo una vez más. Ya dentro, con la puerta cerrada me diste ese tierno abrazo de costumbre que sólo tú sabes darme. Y eso me reconfortó muchísimo, no sé si puedes imaginar de qué modo, pero no dudo que lo intuirás.


Allí estabas, en la sala y en medio de una vorágine de chucherías propias de estas pascuas de fin de año, pero dispuesto a continuar en tu labor de seguir adornando tu no tan pequeño árbol de navidad y sorprender una vez más a la familia con tu esforzada labor. Y mientras colocabas uno a uno los adornos que debían de colgar en sus ramas, yo te observaba algo lejos y muy atentamente... desnudándote interiormente y deseando una vez más tu cuerpo, querer asirlo contra el mío y abrazarte deliciosamente por detrás, sentir tu blanca piel junto a la mía, perderme en la ruta exquisita que separa tu nívea nuca de tus cabellos y embriagarme con tu aroma, curiosa mezcla de nicotina y colonia for men.


Mientras me embelesaba en tu encantadora figura, en tu rala cabellera, en tus velludos brazos, tu esponjoso torso, tu voluptuoso trasero y tu cándida voz, noté que con algo de pesar tratabas de contarme lo no tan bien que te fue éste último fin de semana. Hasta me dieron ganas de decirte que a mí tampoco me fue tan bien estos últimos días, pero no me pareció nada prudente comentarte acerca del primer y último amante que he tenido hasta la fecha y que no hace mucho prefirió decirme adiós. Ese mismo hombre al que alguna vez le hablé de ti, de cuánto perturbabas mi espíritu y mi corazón cada vez que yo te recordaba y que quizás muy sabiamente me recomendó como bendita solución a todos mis males esperar el momento oportuno e impulsivamente robar un furtivo beso a tus castos labios.


Pero una vez más guardé silencio para escuchar tus pesares, como siempre lo hago, mirando fijamente tus ojos y dejando que ellos orbiten en la nada mientras evocan cada unas de las imágenes que tanto perturban tu corazón cuando éste se siente herido. Sin embargo en ese momento preferiste callar y optaste por que mejor salgamos a caminar por esos lugares tan lindos que disfrutas recorrer, antaño solitario y hoy de cuando en cuando bajo mi humilde compañía. Apuraste lo más que pudiste de terminar con los adornos de tu árbol navideño, tomaste una chompa para el frío, pues sabes muy bien que por Miraflores y sus alrededores corre mucho viento horas más tarde y raudamente salimos en dirección al destino de siempre.


Cuando llegamos al San Isidro más despejado y acogedor, decidiste entonces que lo recorriésemos a pie, mientras buscabas desesperadamente algún vendedor callejero que calme tus ansias del bendito e infaltable cigarrillo que hasta el día de hoy no te atreves a abandonar. Yo me encontraba feliz de que nuevamente tú y yo estuviésemos juntos, así fuera sólo para caminar sin decirnos absolutamente nada nuevo. Total, qué más podríamos decirnos ya. Creo que lo más sabio que pudo ocurrírseme en estos días fue decirte que a estas alturas, luego de tantas adversidades, discusiones, peleas y reconciliaciones, sería absurdo que algo nos separase nuevamente. Y la verdad, no quiero volver a enojarme contigo, pues sé que la mayoría de veces en que nos mantenemos alejados es por la irremediable razón de siempre. Ya sea por una u otra, vives siempre al pendiente de que alguna muchacha se fije en ti y acepte estar contigo. Así yo te haya hecho ver también y en dos oportunidades, que siento algo muy especial por ti. Te lo dije unos meses atrás por messenger y ahora, hace un par de semanas, en persona. Muy torpemente eso sí, pero de verdad, en ese momento no podía ocultar nuevamente mis sentimientos. Y cuando te lo dije, lo tomaste tan a la ligera, cual broma ridícula, mientras yo no sabía qué hacer o decir para que lo entiendas. ¿Acaso es tan difícil comprender mis sentimientos? Tu inmadurez hizo que bromearas sobre la situación y minutos después, muy seriamente me tendiste la mano para despedirte silenciosamente, con evidente intención de no volver a buscarme nunca más.


De todas nuestras separaciones, créeme que ésa es de la que más orgulloso me siento, ya que fue la más corta, apenas con unas horas de duración, pues a la mañana siguiente te escribí un correo contándote que no quería perderte, que eras lo mejor que me había ocurrido en la vida hasta este momento y que estaba dispuesto a dar vuelta a la página con este maldito asunto y no volver a mencionarlo nunca más. Consentiste en que así fuera y esa misma tarde nos volvimos a ver en El Olivar, tomándonos unas preciosas instantáneas como testimonio de lo gratificante que fue volver a aceptar las cosas como siempre fueron, así no me dejes escapar del papel de tu eterno confidente, del que siempre tiene una palabra de aliento especialmente formulada para regocijo de tu corazón.


Pues bien, volviendo a nuestra cita de aquel lunes, oscurecía mientras tú y yo caminábamos por las apartadas calles sanisidrinas, al mismo tiempo que poco o nada querías adelantarme sobre lo que te había ocurrido. La verdad, no me encontraba tan interesado en saberlo, pues sabía muy bien de qué se trataba. Además no era tan difícil imaginar, por lo que me has contado hasta la fecha, que todo giraba en torno a la tipa ésa, de la que tanto me hablas últimamente y que más de un desaire gratuito te ha hecho. Pero tú, empecinado con la idea, sigues al pendiente de lo que ella hace o dice, guardando celosamente la tierna esperanza de que aún sienta algo de interés por ti.


No soy el indicado para decírtelo. Es más, no sé por qué me consultas estas cosas si imaginarás muy bien lo que pienso al respecto pero... la única vez que vi a tu amiga aquella fatídica noche que arruinó nuestro Matsuri, no me pareció nada simpática. O quizás lo más importante, no me pareció la más adecuada para ti. Y muy al margen de que ella se fije o no en ti de una buena vez, pero por lo que me has contado hasta el momento, francamente no termino de comprender por qué te empecinas tanto en que ella te acepte. Quizás sea esa misma terquedad la que me impulsa a seguir aquí contigo, a tu lado, pero no... no se puede comparar, la verdad. Yo te seguiría hasta el fin del mundo si quisieras, porque sé, conozco tu corazón y he tenido la suerte de que me compartas tantas inquietudes, dudas, miedos y sueños... Eres verdaderamente alguien tan especial, que estoy seguro de que no soy el primero ni seré el último que piense así sobre ti.


Tus ojos se perdían en el vacío mientras evocabas algunos malos momentos que viviste con ella este último fin de semana. Mientras yo, por otro lado, tenía la esperanza de que callaras, quería que te cansaras de repetirme una vez más tus angustias, o de que a lo mejor recibieras alguna llamada al celular desde tu casa, exigiendo que retornes lo más pronto posible y cortar por fin esta fatal entrevista. Pero no, preferiste callar nuevamente y esperar hasta que lleguemos al final, al lugar de siempre, ese que por una extraña razón te encanta visitar y que tantas veces compartiste conmigo... y alguna vez con ella también.


Llegamos pues, finalmente al Faro miraflorino que tanto adoras, cuando la oscuridad ya se apoderaba del cielo, mientras a nuestro alrededor existían sólo una que otra valiente pareja de enamorados que embestían los enérgicos vientos nocturnos únicamente con unos cálidos, fuertes y envidiables abrazos. Algo lejos de ellos, al pie del Faro mismo, sentados muy cerca el uno del otro, estábamos los dos. Dispuesto tú a confesarme una vez más tu idílico pesar, y codiciando yo que alguno de esos abrazos tiernos que divisaba entre la oscuridad tuvieses a bien de ofrecerme en algún momento, aprovechando nuestra estratégica y clandestina ubicación.


Hasta que por fin, hablaste de lo que tanto te apesadumbraba. Nuevamente la niña esa te había desairado de una manera no tan diplomática que digamos y hasta se atrevió a confesarte que muere por un tipo que está por invitarle a salir uno de estos días. No entiendo Dios, por qué te has de sentir tan afligido por una tipa así. Comprendería tu dolor si verdaderamente se tratase de alguien que valga la pena. Hijo mío, si hasta tú, que tanto la veneras, me has contado cosas no tan santas sobre ella... Es lógico pues que me sea tan incomprensible tu dolor (o sorpresa) acerca de su comportamiento. Dudo pues, que ella busque en un hombre lo que yo he tenido la suerte de encontrar en tu corazón, pero... de qué forma puedo hacerte entender. Obviamente no soy el indicado para decírtelo, a menos claro de que sufras de amnesia selectiva y no recuerdes que alguna vez te confesé mis lacerados sentimientos.


Pero esta tarde mutada ya en noche, me habías citado específicamente para hablarme sobre ello, ese pesar que no es el primero que sientes en la vida, pero del cual te sientes harto, cansado, rabioso. Ese mismo pesar que también me envuelve cada vez que nos encontramos, cuando me sonríes, cuando me abrazas, cuando sueles decirme que me quieres mientras me pierdo en esos traviesos ojillos tuyos... y momentos más tarde me hablas de cosas como éstas, de tipas a las cuales estás dispuesto a ofrecer tu corazón en bandeja de plata -para maldición mía- y que ellas muy estúpidamente rechazan, para desazón tuya.


Te escucho, pero dentro mío deseo callar tus labios con mis manos. No es prudente, no lo entenderías, creo que ni con todo lo que nos ha pasado hasta el momento lo puedes comprender completamente. Sólo siento en la vibración de tu voz, cada vez con más fuerza, tus palabras de desaliento, de impotencia, de profunda congoja mientras, de cuando en cuando veo tus ojos tristes y se me viene a la mente esa vieja canción de Jeanette que no dudo que la imaginaron pensando en muchachos como tú. Preferí entonces guardar silencio, escuchándote, mientras que por momentos, tu voz se quebraba y seguías hablándome sobre tu pesar, de sentirte relegado por la gente, de no sentirte sentimentalmente correspondido alguna vez en la vida. Y de pronto, tus palabras cesaron, dando paso a un llanto contenido momentos antes.


Allí estabas, al pie de tu lugar favorito, con el alma quebrada, reclamando lo injusta que ha sido la vida contigo, no sólo por negarte el amor, sino además por otras tantas experiencias personales no tan gratas que no vienen al caso mencionar aquí, pero que comprendo muy bien lo terribles que han de ser. Cediste al llanto querido amigo, y de verdad que me sentí impotente, sin saber qué hacer o decir. O mejor dicho, me hubiese encantado en ese momento tener a la mano la palabra adecuada para calmar tu dolor. Ironías de la vida que le dicen: reclamabas a la vida, al mundo, a Dios mismo por no tener alguien con quien compartir tu vida, mientras al lado tuyo me encontraba yo, dispuesto a entregarte todo eso y más... pero que lamentablemente no estás dispuesto a aceptar. Más eso no fue impedimento para abrazarte lo más firme y consoladoramente posible, tratando de darte ánimos con una que otra gastada frase, que fue lo único que pudo ocurrírseme en ese momento.


Tus lágrimas me enternecieron. Sé que no eres ningún cobarde, ni mucho menos. Y he de sentirme muy honrado para que hayas cedido al llanto en mi presencia, o lo que es mejor, respaldándote en mí, pues eso significa la gran confianza y cariño que me tienes. Para aquellos (y aquellas) ignorantes que no comprendan el significado absoluto de todo esto, poco me importa la verdad. No existe nada más valioso en la vida que una persona a la cual quieres mucho, te abra su corazón de esta forma y sienta esa plena confianza en ti, esperando quizás unas palabras de aliento para seguir adelante, tal como ocurrió esa noche y que efectivamente, te las hice llegar.


Luego de ese momento muy personal, te sentiste aliviado por descargar todo tu pesar. Me agradeciste el apoyo y una vez más me hiciste saber cuán importante he llegado a ser para ti durante todos estos años que nos conocemos. Sabes muy bien que el sentimiento es recíproco y te lo dije. Lamentablemente el tiempo nos quedó corto, las horas habían pasado volando y cuando te diste cuenta, te sentiste perdido. Tomamos un taxi que nos llevase rápidamente a tu casa y la incomodidad de tener que soportar al taxista como acompañante hizo que no mencionaras palabra alguna mientras nos dirigíamos a nuestro destino de regreso. Apenas podía divisar desde el asiento trasero tu rostro adusto en el espejo retrovisor durante el viaje. Y para cuando llegamos a tu hogar, imploraste que te esperase un par de minutos, cuadras más abajo mientras avisabas de tu llegada a la familia.


Ya no había nada más que esperar en esta noche especial. Me sentí tan cerca de ti horas antes, tan galardonado por confiarme tu vida una vez más. Quizás sea muy estúpido de mi parte seguir pensando así de alguien por quien siento algo más que una simple amistad. Recordé lo que te dije horas antes, que hoy por hoy somos algo más que amigos, pero... no sé si entiendas lo que significa esto. Eres un maldito deleite, una perversa esperanza, un amor pérfido que no sé a fin de cuentas si me hace daño o si sólo se trata de un angustiante preámbulo para lo que se viene en el futuro. Por lo pronto, lo único claro es seguir aquí, ahora, contigo, esperándote tan furtivamente como aquella noche cerca de tu casa, mientras nuevamente tú salías de allí buscando ese sincero abrazo que jamás olvidas de ofrecerme al despedirte y que yo ansío cada día que extraño a mares tu presencia.


Tiempo después, llego a mi casa y luego de cenar, me lanzo a la cama pues el cansancio es fulminante. Horas y horas caminando junto a ti merecen un reparador descanso. Pero antes de entregarme al sueño más profundo, recuerdo una vez más tu deliciosa figura, tu encantadora belleza. Deseo entonces que estés al lado mío, en mi cama, para entregarte esos millones de besos y caricias que desesperan por ser entregados a tu bendito cuerpo. Me excita la idea de poder cumplir mis pretensiones y doy rienda suelta al placer onanístico más infame, mientras este sueño prohibido me carcome los sentidos y se apodera completamente de mí.


Y ya, para cuando todo acaba, mientras la mirada se me pierde en la oscuridad de la habitación, me quedo pensando una vez más si alguna vez tú te has excitado pensando en mí, si alguna vez me has deseado tan lascivamente como yo a ti, o si por lo menos has deseado alguna vez de esta forma a otro mortal. Pienso, recapacito... y hasta el día de hoy no puedo hallar una respuesta completamente satisfactoria. Creo por momentos que no puedes entender un deseo tan febril como el que siento yo por ti, querido Diego. Aún así no me encuentre tan seguro de poder esperarte durante tanto tiempo, pero cada vez me convenzo más de ésta idea. ¿En verdad, habrá que esperarte diez años más para que puedas comprenderme?


God only knows...

sábado, 3 de diciembre de 2005

Chao Chao Vicente

Este sábado 3 no distaba mucho de otros tantos. O quizás sí. Hace siete días exactamente, la había pasado de lo más bien con... bueno, ya han de imaginarse, no quiero redundar (por lo menos hoy) en lo mismo. El punto es que esperaba que ocurriese exactamente lo mismo este fin de semana. Me sentía algo inquieto, ansioso, pero ¿cómo hacer para que las cosas sucedan de forma natural y repetir el maravilloso sábado 26 de noviembre, hoy 3 de diciembre? Sólo quedaba esperar agazapado hasta que las cosas de una u otra forma se den.

Mientras tanto...

Mientras tanto, no me quedaba nada más que entrar al messenger de cuando en cuando a ver qué novedades por ahí. Claro, las mismas noticias de siempre: uno que otro compañero universitario en problemas por sus notas finales, leer (una vez más) sus maldiciones y hablar soez sobre lo hijos de puta que pueden resultar muchos profesores por el solo hecho de no subir un maldito e insignificante punto de más al promedio final y cosas como ésas...

Por otro lado, un colega blogger en otra ventanita me comenta que últimamente redundo única y exclusivamente sobre cierto niño que me vuelve loco y que ustedes conocen bien. No lo culpo cuando este amigo me acusa de aburrido, qué se le va a hacer... así es el amor, dicen. Y en parte pues, hay que reconocerlo, tiene mucha razón. ¿Dónde quedó el interés sobre otros temas tan variados como estimulantes? Si pues, creo que antes, mis puntos de conversación eran más diversos, como cuando compartía con poquísimos contactos del messenger mis aventurillas con uno que otro interesante prospecto que aparecía en el camino.

De pronto, mi mente me sorprende viajando a aquellos meses en que conocí a Vicente. Riquísimos eran los días en que solíamos comunicarnos para vernos lo más pronto posible y disfrutar el uno del otro. Imágenes tan lejanas como especiales las que flotaban en mi cabeza mientras la amonestadora conversación con Daniel reincorporaba la imagen de Vicente a mi cabeza. No aguanté más y ni bien el tipo encargado de controlar el ciber donde me encontraba señalaba que mi tiempo ya se había vencido... ni corto ni perezoso volé apresuradamente a buscar un teléfono y llamar nuevamente a Vicente para tratar de recuperar la magia y magnetismo que empujaba a ambos a frecuentarnos tan licenciosamente meses atrás.

La última vez que supe de él fue el 6 de octubre, a dos días de un próximo encuentro previamente pactado y ansiado por quien escribe. Por cosas del destino, a tempranas horas de ese día ocurrió un incidente entre los dos que provocó que horas más tarde recibiera un email suyo en el que claramente reflejaba su incomodidad por el hecho de haber osado visitarlo tan temprano a su departamento aquella mañana. La verdad no creo que estos "trapitos sucios" interesen ser leídos por alguien en particular, salvo la aclaración de que en ese momento me pareció sensato dejar que las cosas se calmen, desapareciéndome prudentemente y por un buen tiempo de su vida. Total ¿qué era lo peor que podía ocurrir?

Mentiría si dijese que durante todo este tiempo lo he extrañado. De cuando en cuando, claro que sí. Pero la verdad, mi atención estaba fija en otras cosas, a lo mejor más importantes, a lo mejor más absurdas... lo dejo a criterio de quienes han leído ésta bitácora desde su primera entrega hasta las líneas que en estos momentos recorren. Esa, definitivamente es otra historia.

Volviendo al punto, decía que de cuando en cuando, en algunas ocasiones (tan solitarias como febriles) a veces tenía puesta la atención en Vicente. Y la verdad me hubiese gustado que durante todo este tiempo en que nos mantuvimos incomunicados, al menos se hubiese tomado la molestia de enviarme un mensaje, o siquiera responder el último mail que le envié hace algunas semanas, en un arranque de fogosidad incontenible y que única pero explícitamente rezaba una sola línea:

Deseo verte, espero que tu también.

El Vicente de los últimos meses no se caracterizaba por ser precisamente propenso a responder mis mensajes, así que poco me sorprendió que no enviase alguna señal de vida o manifestación al respecto. Sólo quedaba pues, echar mano de la agenda y marcar una vez más aquel número de casa que nunca llegué a memorizar. Y ese día, para bien o para mal, había llegado hoy.

- Hola, cómo estás...
- Bien bien, gracias... - respondió en su clásico tono habitual.
- Qué haciendo... no he sabido nada de ti en estos días.
- El trabajo, las obligaciones, uno que otro familiar que viene a visitarme... pero ahora estoy solo, trabajando en unas cosas...
- Ah vaya, eso suena bien... entonces... ¿sabes? Se me antoja que a lo mejor podríamos conversar más tarde... personalmente... qué dices...

Ahhh, los viejos tiempos. Antaño, ni bien terminaba de pronunciar esas palabras, Vicente ni corto ni perezoso asentía para vernos en una hora a más tardar y encontrarnos en su casa, bajo la cómplice oscuridad que nos ofrecía su sala, únicamente él y yo. Momentos después no tardábamos en subir a su habitación y concluir nuestro encuentro de la mejor manera. Obvio que el apático Vicente que vi por última vez dista mucho del encantador Vicente de ese entonces. Y la verdad, me encontraba preparado para que soltase cualquiera de sus clásicas respuestas; más que probable que echase mano de la excusa de siempre, responsable -dicho sea de paso- de nuestra separación estos últimos meses: que se encontraba cansado, que mejor lo dejásemos para otro día, que más tarde tendría visita, que su mamá se encontraba mal o qué se yo...

Sólo quedaba esperar con qué saldría esta vez. Venga pues Vicente... estoy esperando.

- ¿Sabes qué? Olvídalo, de verdad... es mejor que te lo diga directamente... no me gusta andar en dianas.

Su respuesta (obviamente) me sorprendió.

- Ah, vaya. ¿Lo dices en serio?
- Así es, me he dado cuenta de que la verdad, los dos no tenemos química. Y contra eso nada se puede hacer...
- Claro, sí tú lo dices... - comenté algo aturdido.
- Así que, mejor lo dejamos aquí...

La escena me dejó idiota. Nunca antes me había ocurrido algo como esto, ni mucho menos me dio tiempo de responder de forma alguna ante una actitud así. Pero ¿qué podía hacer además? ¿decirle que su respuesta me hacía sentir mal? ¿qué lo odiaba? ¿rebajarme a pedirle más explicaciones? Me sorprendió, eso sí. Pero no imaginé que en algún momento alguien como él llegase a poner punto final (y de qué forma) a una relación que no sé muy bien cómo podría calificarla. En su momento fue algo riquísimo, placentero, estimulante. Y la verdad no me hubiese gustado de que acabase de esta forma tan fría y apática: por teléfono y tan... cortante.

Después de todo, si queda alguna definición, utilizaré la que Vicente mismo me dijo alguna vez: que la nuestra era una relación de amantes, ni más ni menos. Y me sorprende la idea de que él comente que entre ambos (¿ya?) no existiese química, cuando en el sexo sabía muy bien que era todo lo contrario. Me estimulaba mucho compartir a su lado estos momentos íntimos y no dudo que con él también ocurría lo mismo. En todo caso, lamentable que use una excusa tan imprecisa como esa para justificar este break.

En fin, no se tiene todo en la vida. Hace siete días, alguien a quien quiero muchísimo me decía al pie del faro de Miraflores que soy un enviado de Dios para su vida. Y hoy, el hombre con quien compartí más de una vez el lecho, prefiere no verme más por no tener ya más química que disfrutar conmigo. Pero bueno querido Vicente, la verdad no te guardo rencor ni nada parecido. Si no has de quererme ver más, tus razones tendrás y no te puedo culpar. A Dios gracias, esta noticia no me encontró en la desventura y muy por el contrario, quiero agradecerte por todos los buenos momentos que permitiste disfrutásemos juntos. Ten por seguro que parte de tu experiencia me servirá de mucho, para más adelante, cuando descubra a aquella persona especial que continúo esperando y que quién sabe, a lo mejor está más cerca de lo que imagino.

Muchas gracias Vicente por tus vigorosos abrazos, por tus deliciosos besos, por tu estimulante presencia, por tus especiales atenciones, por tu reconfortante comprensión, por tu valioso tiempo... y por otras tantas cosas más que supiste ofrecerme. De corazón querido Vicente, te deseo lo mejor del mundo y ojalá que el Creador me permita encontrar (y sobretodo no perder) otro amigo tan interesante y especial como lo fuiste tú, porque bien sé que así nomás no se encuentran.

Una pena nomás que esta despedida no se haya podido dar de una mejor forma, pero... desde ya, te hago saber que formas parte de mi vida. Y eso es algo que así queramos, no se puede desligar.

Qué más agregar... pues, aunque no leas este mensaje, te mando un beso.

Y hasta siempre.