viernes, 2 de febrero de 2007

Siempre Nos Quedará Miranda!
(a.k.a. Sin Restricciones - I)


A
Diego,
aquel voluble individuo digital...


La toma comenzaría presentando -a golpe de tres de la tarde- el agitado ritmo de la gente. Deambulando todos de un lado para otro y sin cesar, por aquella inmensa plaza comercial tan atiborrada de salas de cine, concurridas heladerías, tiendas de ropa fashion, selectas panaderías y finas dulcerías, ofreciendo todas ellas manjares de diversas especialidades... entre otros surtidos negocios más. Hombres y mujeres, adultos y jóvenes, ancianos y niños... todos ellos departiendo de un agradable momento juntos y sin dejar de atestar cada uno de estos exclusivos establecimientos, que por estos felices días de verano resultan punto obligado de encuentro para más de un parroquiano o extraño. Radiante y concurrida plaza que por más de tres años transité frecuentemente -solitario o en grata compañía-, deleitando mi vista con sus agraciados concurrentes. Y en la mayoría de ocasiones muy, pero muy feliz y con gustosísimo placer.

Mas la imagen no quedaría allí. La escena continuaría dando un giro gradual, exhibiendo luego la autopista principal que bordea a dicha plaza. Tan congestionada de toda clase de vehículos y de apresurados peatones circulando desorientadamente como en un hormiguero alborotado. Y todos ellos, autos y transeúntes, recorriendo sus destinos por aquella cegadora, amplia y desgastada alfombra incendiaria en que -como de costumbre y por efectos de los candentes rayos solares- se ha tornado aquella deteriorada calzada azabache.

El tercer giro de esta toma mostraría finalmente el frontis del confortable hogar de Diego, pues el inicio de estos acontecimientos se desenvolverían en el interior de su domicilio.

Lo olvidaba: los primeros segundos de "Ven" de Miranda! acompañarían muy convenientemente estas imágenes iniciales.



Aquella tarde del 2 de febrero del 2006 Diego y yo nos encontrábamos en su habitación. Sin embargo, por más turbadora que pudiese resultar esta circunstancia (sobre todo para quienes leen este blog buen tiempo atrás), lo cierto es que motivos completamente ajenos a mis lascivas pretensiones, empujaron a que de pronto y sin pensarlo, ambos nos halláramos en esta curiosa situación. Esa tarde sin embargo, mis habituales turbaciones se hallaban de licencia.

Ahí estaba yo, al interior de su dormitorio (y no por primera vez, dicho sea de paso). De pie y al lado de ésa amplia cama donde cada noche pernoctaba el responsable de mis más compulsivas y apasionantes lujurias. Mientras Diego por su parte, se hallaba algo lejos, a poco más de una cama -su cama- de distancia. Exactamente en su escritorio, algo exaltado y revisando entre sus pertenencias de no olvidar alguna cosa antes de salir.

- ¿A qué horas comienza la cuestión ésa? -preguntaba él, mientras proseguía alborotando frenéticamente un cúmulo de hojas de papel, cuadernos, separatas y fotocopias propias de sus estudios.
- La verdad no lo sé, me enteré de casuela por internet que la cosa se iba a dar en Sur Plaza, pero no tengo muchos datos la verdad. Ojalá que no haya sido una volada nomás... -respondí.
- 'Ta mare... juraba que lo había dejado acá... anoche estaba acá, sobre esta mesa... ¡mierda! -comentaba visiblemente fastidiado, mientras seguía desordenando todo aquello que saltaba a la vista sobre el escritorio.
- Justo ahora que venía para acá, la radio de la combi anunciaba que la presentación se iba a dar de todas mangas, pero no dijeron la hora exacta. Dijeron que hoy iban a estar también allí uno de esos grupos de reguetón que van a presentarse en el festival de mañana.
- ¿Ah sí? ¿Y cómo se llamaban ellos? ¿no sabes?
- Nooseeee Diego... para mí todos esos grupos de reguetón son la misma mierda. Lo que estoy viendo es que por culpa de esos huevones, la cosa allá se va a llenar más de la cuenta y se va a poner jodida.
- 'Ta mare, rollo de mierda, lo había dejado por acá, justo sobre estos libros... de qué nos sirve contar con cámara si no tenemos rollo -maldecía en voz baja.
- Cálmate muchacho, si dices que lo tienes entre tus cosas, pues ya aparecerá. Además, aún es relativamente temprano. Si salimos de acá, a más tardar en media hora, entonces estaremos llegando a Sur Plaza a poco más de las cinco. Y sobrado que la hacemos, porque este tipo de eventos en lugares como ésos fácil comienzan a golpe de seis.
- Pero tú no sabes a qué hora empieza puesss...
- Bueno, sí. Pero igual, con ese grupo hasta el culo de reguetón que irá... para serte franco, ya estoy comenzando a desanimarme de ir.
- Ja ja ja... no seas así. El reguetón no es tan malo después de todo.
- ¡Ésa es TÚ OPINIÓN, muchacho! -resalté-. Para mí, ésa "música" es la peor basura que he podido haber escuchado desde que tengo uso de razón.

A pesar de estas pequeñas divergencias, Diego escuchaba muy atentamente mientras trataba de encontrar desesperadamente aquel rollo fotográfico que nos hacía falta para poder partir juntos, en esta ocasión a un destino algo inusual. Lo oía maldecir en voz baja, una y otra vez, al buscar infructuosamente entre sus gavetas y papeles. Lamenté en aquel momento no haber traído otra cámara fotográfica, pues la mía se hallaba completamente inútil.

- Ni modo. Parece que esta vez la cuestión tendrá que ser sin fotos -comentaba él, visiblemente resignado.
- Ya pues, qué se le va a hacer. Total, no creo que sea la última vez que vengan a firmar autógrafos en Lima... esperemos.
- ¡Pucha! Y todo por un maldito rollo de mierda que... -prosiguió, antes de interrumpirse abruptamente.

De pronto su rostro se iluminó y salió atolondradamente de la habitación. "Espérame un toque, ya vengo" exclamó, mientras el eco de su voz se perdía en el vacío de la casa. Transcurrieron poco más de dos minutos hasta que nuevamente lo escuché desde otra estancia, esta vez más jubiloso:

- ¡Lo encontré! ¡Ya tenemos para las fotos...!

Esperé que regresara al dormitorio para por fin preguntarle.

- ¿Ah si? ¿Y dónde estaba el rollo de tu cámara por fin? ¿dónde la habías dejado?.
- Ehhhmmm... la verdad, no he encontrado el rollo. Ésta es la cámara de mi viejo -respondió, mientras mostraba el artefacto entre sus manos.
- ¿Y no se molestará si la usas?
- No, no lo creo. Además esta cam tiene flash, rollo... está casi nueva, así que igual tendría que usarla sí o sí. El rollo que yo tenía de la mía, pues no sé donde michi está. Seguro que alguien ha entrado a mi cuarto y lo ha movido. Aparte de que esta situación es una "emergencia" ¿no?

Sonreí satisfactoriamente.

- Bueno, sí. Tampoco creo que tu papá vea algo de malo en que tomes unas fotos en Sur Plaza -comenté, intentado justificar su decisión.
- ¡De hecho! Mas bien quiero asegurarme, cholo. Quiero ver si esta vaina funca, así que voy a probarla ahorita tomando una foto. No vaya a ser que esta huevada esté jodida, malograda o algo así...
- Claro, claro ¿en dónde quieres tomarla?
- Al cuarto. Que salga la cama, el escritorio, mis cosas...
- Bacán. ¿Dónde quieres que me ponga entonces? ¿Junto al escritorio? ¿Sentado en la cama? ¿Al lado de tus cosas?

De pronto, noté que el semblante de Diego mostraba algo de tensión. Su repentina incomodidad era evidente.

- No te vayas a molestar hermano, pero creo que si tomo esta foto... creo que no deberías salir en ella. Es que... -titubeó-, si mi viejo se entera que has estado aquí, en mi cuarto... no le va a gustar. Se va a empinchar conmigo y no va a dejar de joderme por eso.

Comprendí perfectamente su posición, pues sabía que su padre no pertenecía precisamente a la directiva de mi club de fans.

- Claro muchacho, está bien, comprendo. Toma la foto que dices para ver si funciona la cuestión ésa, que es lo más importante. Ya para irnos de una vez.

Diego no tomó muchos segundos para retroceder algunos pasos hasta la puerta de su habitación y encuadrar su objetivo. Tras el único disparo que efectúo luego, guardó el aparato en su funda rápidamente mientras lo colocaba dentro de su inseparable y desgastada mochila.

- ¡Ya está hermano! Ahora sí, a irnos al toque antes de que nos ganen sitio -comentó más entusiasta.

Bajo el umbral de la puerta del cuarto y dispuestos ya a marcharnos, Diego lo observó por última vez, notando en él algo extraño.

- ¿Qué pasa? -pregunté.
- Chesss... 'ta mare, no me había dado cuenta...
- ¿De qué?
- El cajón de mi ropero estuvo abierto todo el tiempo. Allí, donde guardo mi ropa interior... -señaló avergonzado.

Apenas volteé hacía el lugar que me indicaba con la mirada, cuando recién me di cuenta que efectivamente, un cajón de aquel vetusto mueble se hallaba semiabierto. Sin embargo, no transcurrieron ni dos segundos cuando raudamente Diego volvió hacia allá, cerrándolo de golpe. Mas aquel instante bastó para divisar someramente en el interior de su gaveta, algunas prendas blancas (color que alguna vez Diego me confesó que primaba en sus prendas íntimas) que presumiblemente eran mudas de truzas, boxers... o lo que fuere que él exquisitamente usara bajo los pantalones. Quedé absorto, pero sobre todo me sentí estúpido.

- Felizmente esa parte no saldrá en la foto. No me había dado cuenta sino hasta ahorita... ni habìa enfocado allí. En fin, ahora sí... somos fuga hermano -comentó más aliviado, mientras cruzaba presuroso delante mío dispuesto a bajar las escaleras para fugar de su casa una vez más.

Y mientras lo veía descender por los escalones, interiormente maldije mi grandísima torpeza de no haber aprovechado esos valiosos minutos junto a aquella gaveta que por un descuido providencial estuvo abierta. Favorable y tentadoramente abierta durante todo el tiempo en que Diego me dejase a solas en su habitación.


* * *



Habían transcurrido aproximadamente ya cuatro años de conocer a Diego Mardones. Cuarenta y ocho meses desde que me lo cruzara por primera vez bajo insólitas circunstancias, en marzo del 2002. Y cuarenta meses desde que programáramos nuestra primera cita -como amigos, se entiende-, allá por noviembre de ése mismo año. Mucha agua había corrido bajo el puente desde ese entonces hasta la fecha. Parecía pues increíble que hubiese transcurrido tanto tiempo entre los dos, sin siquiera haberlo percibido... como un chasquido de dedos. Y es que todo era tan diferente para ambos, desde aquel momento en que nos vimos las caras e intercambiamos impresiones por primera vez. Podría incluso afirmar categóricamente, que ninguno de los dos jamás imaginó que el curso de nuestras vidas cambiaría desde ese entonces, de una manera particular. Nunca antes se me había ocurrido toparme con alguien tan diferente y auténtico a la vez, como lo era Diego. E imagino que él tampoco pensó toparse tan de la noche a la mañana con un sincero cariño y apoyo que -anteriormente y en más de una ocasión- trató de encontrar infructuosamente en aquellos "amigos" que por ese entonces le rodeaban

Parecería entonces parte de un cuento de hadas, o de una increíble y fantástica aventura, revisar los incontables y valiosos momentos que sin pensar, Diego y yo vivimos durante todo este tiempo. Desde aquella primera vez en que inexplicablemente me propusiera acompañarlo a solas, rumbo a su lugar favorito -un fresco y alejado parque miraflorino-, o aquella otra extraña invitación a una fiesta de la cual yo no tenía ni la más absoluta idea que existía y que tiempo después se convertiría en compromiso ineludible para ambos -la celebración anual del Matsuri-, así como también compartir a su lado tantas penas y alegrías, algunas objetables discusiones y otras tantas reconciliaciones, amén de uno que otro sinsabor o desaire... pero sobre todo, de disfrutar junto a él de esos emotivos e inolvidables abrazos que no dudaba en ofrecérmelos cada vez que se le venía en gana.

Todo esto parecía pues, algo increíble. El hombre por quien había tomado una especial simpatía y cariño, continuaba a mi lado luego de cuatro imperceptibles años. Muy a pesar de que en el camino sobraran circunstancias que en algún momento amenazaron seriamente en distanciarnos. Por un lado, el aislamiento que le imponían sus padres ante cualquier otro individuo, mas el natural encono que ellos sentían hacia mi persona (por ser alguien peligrosamente mayor, como para buscar amistad o acercamiento en un bisoño Diego que por aquel entonces acababa de cursar la secundaria), sin contar con los exabruptos que por momentos mi apasionada y egocéntrica actitud le provocaban, de una u otra forma mellaron en la conducta y decisiones que Diego resolvería tomar ante tales circunstancias. En un par de ocasiones había decidido cortar por lo sano ante mis "preocupantes" aprensiones. Y el mismo número de veces dio su bendición para retomar nuestra excepcional amistad, que al parecer se fortalecía cada vez más, luego de enfrentar estos serios embates. Ya no nos tratábamos sólo como dos amigos, sino que juntos elevamos un grado más a nuestra peculiar relación. De pronto, Diego se transformó en el "hermano menor" que siempre quise tener. Y él por su parte, veía en mí a aquel "hermano mayor" que por cosas de la vida, el mundo real le negó... ofreciéndole en su lugar a individuos de auténticos vínculos consanguíneos, pero que poco o nada de simpatía o cariño (según me contaba) podían sentir hacia él.

Durante todo ese tiempo, estuve consciente que mis sentimientos hacia Diego estaban colmados de las más nobles y respetables intenciones. Pero también noté que poco a poco, comenzaba a nacer en mí algo más. Algo que nunca antes había sentido por otra persona bajo esa misma intensidad, sea ésta hombre o mujer. Un sentimiento que jamás imaginé pudiese albergar mi corazón con tan osada devoción, que precisamente en nombre de ese cariño y respeto especial que sentía hacía él, traté de ocultar lo más que pude. Hasta que un día, cansado de sobrellevar tanto dolor y decepción ante circunstancias que se tornaban cada vez más indolentes e insoportables, decidí confesarle torpemente mi verdad. Una verdad que a fin de cuentas no le sorprendió tanto, pero que sí le tomó poco más de cuatro meses asimilar, luego de un nuevo distanciamiento entre ambos, acaso el más crítico de todos.

Recordé cuando años atrás, bordeando los dieciséis años, viví un hecho similar. Un amigo cercano de más o menos la misma edad, un buen día decidió confesarme que tenía problemas con su familia por ciertas "actitudes y decisiones" que había asumido por aquel entonces. Yo no imaginaba en absoluto a lo que se refería, hasta que momentos más tarde y en absoluto privado, me confesó de golpe lo que se trataba: todo se resumía a que su familia se había enterado sobre su homosexualidad. En aquellos años, yo no me encontraba preparado para recibir una noticia como ésa (además que por ese entonces, jamás podría haber imaginado tener un amigo mío "así"). Y lo que más recuerdo luego de enterarme de su verdad, fue sentir una enorme sensación de asco y repudio hacia él, al punto que luego de aquella confesión suya, las cosas entre los dos jamás volvieron a ser las mismas, para finalmente terminar por disolver nuestra amistad. Y por un buen tiempo, el estigma de su nombre o de cualquier otra cosa que me lo recordase, de pronto me provocaban miedo, vergüenza... y otros tantos sentimientos encontrados y negativos, que sólo un homofóbico adolescente puede sentir ante una circunstancia similar.

Diego no era un adolescente de dieciséis cuando le dije que me gustaba. Pero su conducta lo revelaba como un chiquillo mucho menor, a pesar de sus diecinueve años, edad que tenía cuando le revelé lo que sentía por él. Eso sí, cuidando mucho de mencionar la palabra "homosexual" en todo este rollo -creo que hasta el día de hoy, me cuesta mucho "rotular" algo bajo ese término-. Sin embargo, a pesar de lo más simple y elemental que pudiese resultar una confesión como esa, comprendí exactamente todo lo que Diego pudiese haber sentido luego. Era natural (y doloroso) verlo reaccionar así, escribiendo que no quería volver a verme nunca más, que sentía un enorme miedo de continuar a mi lado. Pero sobre todo, advertir en sus palabras el enorme desengaño y deslealtad que sentía hacia alguien tan estrechamente cercano como yo y que en aquel momento le confesaba un sentimiento que le parecía tan "repugnante".

Entendí en aquel momento que la suerte estaba echada y obviamente, sabía a lo que me estaba ateniendo. Mas era eso: o decirle toda la verdad, aún a costa de ganarme su desprecio y no volver a verlo nunca más, o callar y seguir lacerando mis heridas ante cada nueva e indolente actitud suya de las cuales ya estaba harto. Y en aquella oportunidad, estaba casi seguro que una vez más tendría todas las de perder. Tal como actué casi trece años atrás con aquel amigo con quien rompí toda clase de vínculo o relación por el solo hecho confesarme su autentica orientación sexual, era un hecho que Diego se comportaría conmigo exactamente de la misma forma. Sabía que a partir de ese momento, las cosas no volverían a ser igual para los dos jamás y que tardaríamos un buen tiempo antes de que pudiésemos olvidarnos el uno del otro, no sin una que otra furtiva lágrima en el camino. Y sin cabida a la más remota esperanza de que esta situación pudiese acabar de mejor manera.

Quien diría que aquel 2 de febrero, a poco más de cinco o seis meses de aquella despedida "definitiva" que Diego me alcanzara por email, nuevamente nos hallaríamos juntos. Y esta vez, rumbo a encontrarnos frente a frente con uno de nuestros grupos favoritos que providencialmente se encontraba en nuestra ciudad. Me refiero a los responsables directos de "Casualidad", canción que tanto disfrutamos los dos y por la cual sentimos una plena identificación durante uno de los momentos más difíciles de nuestra última separación. Y es que esa tarde, de no mediar inconvenientes, nos encontraríamos personalmente con los argentinos de Miranda!

(¿La palabra "bendición" se le pasó por la cabeza a alguien por ahí?)


* * *



- Hoy en la mañana estaba hablando con la gente de la facu y les conté que vendría a conocer a Miranda en la firma de autógrafos de Sur Plaza.
- ¿Ah sí? ¿Y qué te dijeron?
- Pucha, es que esa gente es... 'ta que... comenzaron a joderme, a batirme. No debí de haberles dicho, creo. La otra vez que les dije que me gustaba Miranda, no se cansaron de joderme con eso.
- ¿Joderte? ¿diciendo qué...?
- Que Miranda es un grupo rochoso, que su música, su imagen... es bien faltosa pues. Que es un grupo que sólo hace música para gays, que sólo lo escuchan esa gente "rara"... y comenzaron a batirme con esa huevada. Me sentí palteado, la verdad.
- Ahhhh muchacho... Y tú que le haces caso a las cosas que te dice cualquier huevón. Dime ¿Te fías sinceramente de lo que te dicen esos tipos?
- No puessss, eso ya lo sabes. Es sólo que, esos comentarios joden pues. O sea, me llega que me fastidien de esa forma... y sólo porque me gusta un tipo de música.
- Qué, ¿te batieron feo con eso?
- Noooo... na' que ver, sólo que luego que les conté esa vaina, comenzaron a huevearme más tarde con esa nota y pucha... me sentí palteado.
- Mira Dieguín, a estas alturas como que es un poco tonto que me digas que te sientes "intimidado" por comentarios tan idiotas como esos ¿no? Además, el hecho de que escuches cierto tipo de música no te hace ni más, ni menos gay. Total, tú sabes muy bien lo que eres. Y la música que escuchas o lo que piensen los demás sobre eso, no tienen por qué hacerte sentir mal ¿no?
- Claro, lo sé. Es sólo que... no sé. He visto a Miranda en sus videos, al menos los que salen por la tele. Mira cómo se visten o cómo canta Alex por ejemplo... creo que por ese lado, la gente está en su derecho de pensar que este grupo es medio... "raro".
- Bueno, a mí me gusta su música y el concepto que manejan. Y para serte sincero, me importa bien poco lo que opine la gente de mí, sólo por cantar una de sus canciones.
- Igual... pero ponte... a mí por ejemplo si pudiera, me gustaría preguntarle a Alex si es gay.
- ¡¿What?! ¿y eso para qué?
- No sé... para saber.
- ¿Te estás dando cuenta de lo que me estás diciendo muchacho? ¿quieres saber en verdad si Alex Sergi es gay?
- Uhmmm... seehhh... pero, ¿por qué me miras así...? Es sólo por curiosidad... aparte que, la gente dice tantas cosas del grupo que...
- Oye... no te vayas a molestar por lo que te voy a decir, pero igual me lanzo...
- Habla.
- Sinceramente ¿a ti te gustaría que te preguntasen si eres gay?
- Pues...
- Dime, ¿cómo te sentirías? ¿te gustaría...?
- Estooo... no.
- Entonces ¿no te fastidiaría "un poquito" que alguien te haga una pregunta tan absurda como ésa?
- Mmmmmhhh.... creo que seeeh...
- Okey. Entonces, muy al margen de que seas gay o no (cosa que por cierto, no deseo saber ni es de mi incumbencia) obvio de que una pregunta así, le jode a cualquiera ¿no? Además, si Alex lo fuera... es su culo por último. A nadie debería importarle lo que los demás hacen o dejan de hacer con su vida. Peor aún si son artistas creo. El público, tú y yo consumimos su arte, su música a fin de cuentas. Lo que cada artista haga con su vida bajando del escenario, es cosa suya... sea homosexual, heterosexual, o lo que fuera ¿no lo crees?
- Ehhh... creo que tienes razón.
- Vaya, qué bueno que lo entiendas... y a todo esto cuéntame ¿cuál canción de todo el disco que te he pasado (aparte de "Casualidad" obviamente) te ha gustado más?
- Uhmmm, no he tenido tiempo de oírlo mucho en estos días para serte franco... por esto de los estudios, tú sabes. Pero una cosa sí te digo: mañana, tarde y noche no he dejado de oír "Don", pero más "Casualidad". ¿Te dije que ésa canción cada vez que la escucho me sigue pareciendo de la putamadre?
- Sí, lo sé.
- Peroooo.... a veeeeeeer... aparte de esaaa... uhmmm... en verdad, todo el disco está paja... bien chévere. Pero otra canción... uhmmm... ¡Ya está! "Traición". Ésa también me parece bacán, me está comenzando a vacilar.

Sonreí. Y creí innecesario agregar que dicho tema fue también uno de los primeros que me gustaron cuando había comenzado a escuchar "En Vivo Sin Restricciones" meses atrás. Y es que, algo me decía que Diego ya lo sabía.


* * *



Se venían días difíciles. Muy al margen de que las cosas entre Diego y yo se conducían de la mejor forma por aquellos días, interiormente sabía que conmigo no todo marchaba muy bien que digamos. Había comenzado el año con mal pie: con uno que otro miedo o dificultad familiar asomando por ahí... pero sobre todo, con serios problemas que se avecinaban por causa de la universidad y que cada día que pasaba me hacían entender que el asunto podía tornarse más peliagudo de lo que alguna vez imaginé.

Cuando atravesaba algún problema como ese, muy pocas veces se los comentaba a Diego con detalles. Una que otra vez me franqueé con él, compartiéndole algún pesar u objetable motivo que me estropeaba el día, la semana o el mes... mientras él me escuchaba lo más atentamente posible. Sin embargo, en casi todas las ocasiones en que le confiaba mis pesares, percibía que de alguna forma lo metía en aprietos. Sentía su tensión, su impotencia de no poder ocurrírsele algo "inteligente" para decirme y calmar mi desazón. "Tal vez no tenga las palabras adecuadas para reconfortarte... y es que no tengo ni la edad ni la experiencia que tú tienes, pero trato lo más que puedo en ayudarte y apoyarte cuando lo necesites" comentó alguna vez. Y precisamente, a causa de esa "dificultad" suya de no poder brindarme lo que en más de una ocasión presumí de ofrecerle en sus momentos de más álgida tristeza, es que decidí no comentarle más de mis problemas. Rollos que fin de cuentas, alguien tan joven e inexperto como él, tardaría en asimilar y comprender.

Cada vez que Diego me preguntaba si todo estaba bien conmigo por estos días, solía responderle que sí. Que con uno que otro problemilla por ahí asomando, pero nada del otro mundo que no pudiera resolverse. "Nada de importancia muchacho, no vale la pena detallar... y es que no quiero contaminarte con mis problemas", puntualizaba antes de que me formulase otra pregunta más sobre el tema.

Y es que era verdad. ¿Para qué complicarle la vida a Diego con lo que pudiera estar ocurriéndome? ¿Acaso él tendría la solución a mis problemas? ¿Tendría una palabra mágica que de pronto calmara mi ansiedad, solucionando cualquier dificultad que se me presentaba en el momento? Sin saberlo o manifestarlo, él hacía mucho más de lo que imaginaba al no contarle los aprietos en los que me encontraba. Y es que, al compartir junto a él de estos memorables momentos en los que se transformaron nuestros inevitables encuentros, sencillamente lo demás no importaba. Su forma de ser, su candor, su inocencia, su infantil conversación, era una magnifica bienvenida para ingresar a ese mundo mágico tan suyo y tan libre de cualquier tipo de tensión o preocupación. Ese universo alterno de donde Diego parecía proceder, era la panacea universal ante cualquier malestar o nube negra que pudiese avecinarse por mi camino en cualquier momento. Qué diantres si luego de separarnos, las preocupaciones y agobios nuevamente mellaran en mí. Que si la siguiente semana se destapaba la olla de grillos que había escondido meses atrás. O que estallase la bomba y una vez más me encontrase en un problema bien gordo, aún a costa de peligrar una vez más con mi estabilidad familiar.

Es cierto que durante el último año y medio, me había comportado como un grandísimo irresponsable en varios aspectos de mi vida personal. Pero, ¿qué ganaba compartiendo estos detalles con Diego? ¿qué conseguía contándole que me había dado al abandono total estos últimos meses, a causa de una tremenda depresión "difícil de explicar"? ¿qué responderle si me preguntaba por la razón de mi desgano hacia todo, meses atrás? ¿debía ser honesto y confesarle que la causa principal por la cual casi mando al tubo todo lo que había alcanzado en los estudios, era debido a su -por momentos- desconcertante actitud hacia mí? ¿decirle que las consecuencias, lo que estaba pagando en estos días, el problemón en el que me hallaba metido... se debía fundamentalmente al hecho de que una vez me dijo que no quería saber de mí nunca más, mandando todos mis alcances universitarios literalmente a la mismísima mierda?

Estúpidamente, me di al abandono en aquel entonces. Y los días siguientes a aquel 2 de febrero pagaría las consecuencias de aquella torpeza. Mas nada ganaba en comentarle a Diego de aquellas preocupaciones. Lo único cierto aquella tarde era disfrutar lo más que pudiese de estar a su lado y pasarla lo mejor posible juntos, ante esta ocasión tan especial que se nos presentaba. Algo que -de una forma u otra- sabíamos sería muy difícil que volviese a repetirse.

Seguía tan ensimismado con estas preocupaciones y demonios internos, cuando repentinamente unas palabras me interrumpieron.

- La otra semana va a estar chévere. Van a dar "La Tormenta", la nueva novela donde sale Christian Meier... no me la quiero perder -comentaba él, como tratando de iniciar una interesante conversación durante el largo trayecto que nos esperaba hacia Sur Plaza.

Aquella ingenuidad suya, era algo realmente envidiable ¿Comprenden ahora a lo que me refiero?



* * *



- Mira, hagamos algo bien bacán. Quiero proponerte algo bien chévere... -comentaba él semanas atrás, mientras viajábamos en una custer que en aquel momento se perdía por las calles de Miraflores, su distrito favorito.
- A ver, tú dirás.
- Esto ya se lo propuse a otros patas de la facultad. Bueno, hace unos días a un par de amigos que son bien cercanos... y también quiero que tú participes.
- De qué.
- Bueno.. hay que comprometernos a que cada año, uno le escriba al otro un testimonial, así todo bacán... en su respetivo 'jaicinco'.

Diego se refería al Hi-5, página virtual muy "popular" de internet.

- ...cosa que así, uno conserva del otro un recuerdo bien paja -prosiguió-. Y así, año tras año, seguir con la costumbre. Qué te parece, está chévere ¿no?

Lo observé con gesto de poco entusiasmo. Nunca me llamó la atención preocuparme por escribir (o que me escriban) palabras que en la mayoría de casos, quedarían registradas únicamente en una pantalla de computador, compartiendo así ante el mundo lo vacías que pudiesen resultar.

- ...aparte que tú escribes chévere pues -continuaba, tratando de convencerme-. Me gustaría que también participaras y me dejes otro nuevo testimonial en mi perfil de 'jaicinco' para los próximos días. El primero que me dejaste la otra vez, estaba bacán. Me gustó bastante.

Recordé el primero y único testimonial que -como respuesta al texto que le dediqué aquella ocasión- recibí de Diego en mi deslucido perfil de Hi-5. Entre otras cosas, rezaba: "Para la próxima, pon más fotos tuyas pues cholo... ya nos desquitaremos en el Matsuri que se nos viene el 2005." Éstas últimas, fatales palabras para quienes saben lo que ocurrió tiempo después.

- Entonces muchacho, ¿qué dices? Ya mis otros dos broders de la facultad han aceptado. ¿Te apuntas también?

Sonreí con evidente resignación.

- ¡Chévere! Entonces, en los próximos días me mandas tu testimonial, mientras yo también estaré pensando qué cosa poner en el tuyo. Quiero que esta vez me salga algo bien bacán, con unas palabras que te merezcas de verdad... aunque de hecho que no me saldrán tan bien como a ti, señor comunicador.

Al mismo tiempo de compartirme tan "importantes" propósitos, el vehículo en el que viajábamos asomaba por la calle de un conocido y discreto sauna "para hombres". Me preparé entonces para divisarlo por la ventana de al lado. Y en el preciso instante en que dicho frontis se desplazaba frente a mí y por detrás de su inocente mirada, imaginé que difícilmente alguien como Diego Mardones pudiese conocer (o visitar) un lugar así.


* * *



Si bien es cierto que no existía un transporte directo que nos llevase hacia Sur Plaza, en esta ocasión ambos nos la ingeniamos para viajar una vez más hacia Miraflores, y de allí tomar algún otro vehículo que nos despachase a nuestro lejano destino. Lugar que dicho sea de paso, ni Diego ni quien escribe conocíamos del todo, salvo de a oídas. Viajábamos pues, únicamente guiados por nuestro "instinto"... y con algo de sentido común.

Aquella veraniega tarde lucía un encanto como pocos. Afortunadamente el agobiante calor de horas antes, daba paso a una deliciosa frescura que desde ya prometía este especial atardecer. Los tibios rayos solares bañando nuestra piel, la interminable fila de gente tras los ventanales del coche, transitando de un lugar a otro y vistiendo cortas prendas propias de esta sofocante temporada, inmensos y diversos árboles que por momentos nos proporcionaban adecuada sombra durante el camino, formaban parte del radiante conjunto de elementos que animaban aún más nuestra alegre marcha.

Particularmente, muy pocas veces soy dado a la conversación en vehículos públicos, entre otras razones por el bullicio del entorno que dificulta escuchar a quien me esté charlando. Creo que nunca se lo había comentado a Diego, sin embargo esto parecía no refrenarlo en absoluto como para seguir hablándome en circunstancias como ésas.

- Dime ¿y ya chequeaste los videos que te presté? ¿qué te parecieron?

Días antes, Diego me había alcanzado unos videos en devedé de una de sus historias favoritas. Mas exactamente, de una suerte de películas en formato de anime, su pasatiempo y obsesión.

- La verdad, no he podido darme tiempo en chequear aún del todo tus películas. Habré visto a lo mucho una hora, u hora y media de todo ese material.
- Okey, entonces de lo que has visto ¿qué te parece?

Aquellos días mi cabeza estaba en cualquier parte, menos en prestar algo de importancia a una película de anime por la cual no me despertaba mucho interés examinar.

- No pues Diego. Yo no puedo dar una opinión de algo que apenas he visto una cuarta parte o incluso menos. Tampoco seas malo, pues. Esa vaina consta de varios discos. No he llegado a la mitad siquiera y ya quieres que te comente mis impresiones. Lo que apenas he visto es algo abstracto, no tendría sentido comentártelo ahora... -respondí, tratando de excusar el desgano que me despertaba afrontar el reto de visionar todo ese material.
- Bueno... la trama de esa película es interesante ¿eh? Como adelanto te cuento que es algo que a mí me sorprendió, me pareció una historia muy bien hecha, con sus cositas y truculencias bien puestas. Tienes que verla un día de estos, para poder conversar sobre el tema, pues me interesa mucho saber tu opinión. Aparte de que la animación en sí... es otra cosa, broder. Tienes que verla de principio a fin, de todos modos... Por lo menos, di que te ha parecido la animación o lo que has visto hasta ahora ¿te convence?

Si alguna vez en la vida me crucé con lo que el mundo conoce como mangas y animes, pues la verdad nunca me llamó la atención lo suficiente como para consagrarme "en cuerpo y alma" ante esta forma de entretenimiento (tal como sí lo hacen sus fanáticos, denominados despectivamente "otakus"). Si he de ser sincero, este mundo tan apasionante para muchos adolescentes, jóvenes y adultos me es tremendamente indiferente. Y me costaba creer (o entender) que todo ese universo fantástico poblado de guerreros justicieros, robots humanoides de otra dimensión o esferas de dragón pudiesen capturar tan impunemente la atención de un individuo, al punto de identificarse buena parte de su vida con tales personajes. Peor aún, si uno de esos individuos se trataba nada más ni nada menos que de Diego Mardones. Curioso que antes de conocerle, yo creyese firmemente en que lo peor que podía tener este género del manga y el anime, eran precisamente sus incondicionales.

- Bueno sí... hasta donde he visto está bonito. Creo que lo han hecho bien. -respondí con las primeras palabras que se me ocurrieron en el momento.
- Bacán, tienes entonces que apurarte en ver los discos que te faltan para que antes que acabe este mes, te preste otra serie que quiero que veas, para que podamos comentarla más adelante.

Por momentos, me parecía que Diego me hablaba con la convicción de convertirme en otro ferviente y tonto "otaku" más.

- Pasa que tú no has visto mucho anime, pues. En todo estos años que nos conocemos nunca hemos hablado de esto y la verdad que me gustaría compartirte algunas películas que tengo para que veas y conozcas un poquito más de lo que a mí me gusta... ese mundo que por ahora no conoces. ¿Te acuerdas que por navidad te iba a regalar un devedé de una serie que quería que tengas...? Ya vas a ver cuando veas éstas y otras películas que tengo. Muchas de ellas son de la putamadre...

Recordé que a su edad, lo último que me interesaba eran los animes. Es más, aberraba profundamente la atención y moda que habían generado uno de ellos por doquier, hacía diez años atrás ("Saint Seiya"). Claro que en la actualidad, toda esa onda me es absolutamente indiferente. Mas la incansable devoción que despertaba esta afición en Diego a sus casi veinte años, por momentos me preocupaba.

- Ya habrá tiempo de ver esa película muchacho... sobre todo cuando me quite otras sogas del cuello -comenté.
- No entiendo ¿de qué estás hablando?
- Nada, nada... que en su momento veré tu película y te avisaré cuando lo haga.
- Bacán broder.

Aprovechando de estar ubicados en un asiento doble, a corta distancia del chofer, asomé ligeramente la cabeza con la intención de divisar mi reflejo por el espejo retrovisor. Podía notarse allí también la mirada de Diego aún sin que éste lo notara, sus pequeños ojos tras las emblemáticas gafas y aquel ondeado cabello que danzaba desordenadamente a merced de las corrientes de aire, que desde diversas ventanas abiertas del bus azotaban por doquier.

Y aunque no pude advertir del todo cómo habían castigado estos vientos mi corta cabellera, no me costó mucho imaginar que de seguro una vez más estaría luciendo como el desgreñado de siempre. Con aquel tipo de corte que poco o nada podía notarse, a pesar de salir de casa lo mejor peinado posible. Con ese cabello rebelde tan característico en mi apariencia, que ni las entusiastas manos de Diego pudieron intentar domesticar alguna vez.


* * *



Una de las tantas noches del 2003, ambos nos hallábamos recorriendo los pasillos del inmenso Cultural, lugar que por ese entonces Diego disfrutaba frecuentar en varias ocasiones bajo mi modesta compañía. Y salvo acompañarle a visitar este sitio y toparnos con uno que otro compañero suyo por ahí, no existía otra cosa que me atase a tan ajeno lugar. Sin embargo me hallaba muy a gusto de visitarlo, pues sus instalaciones asemejaban a un colegio muy moderno y silencioso, lleno de pasillos y aulas donde todo el tiempo en que lo frecuentamos, no dejaban de impartir clases de todo tipo: desde cursos de idiomas y manualidades, hasta clases de dibujo de mangas o animes (razón por la cual Diego llegó a estudiar allí alguna vez). Y como bien señalé líneas atrás, si bien la única razón que me empujaba a visitar el Cultural era simplemente acompañarle en sus andanzas, debo reconocer que también disfruté mucho del discreto y particular encanto que este lugar mantenía (espero que hasta el día de hoy).

Muchas veces, mientras Diego se perdía por una de sus aulas conversando con uno que otro compinche suyo, yo decidía prudentemente distanciarme de ellos para dejarlos disfrutar a sus anchas de la trivial conversación que en breve estarían a punto de enfrascarse. Y cuando me alejaba, me dirigía hacia el fondo, a la parte más extrema del pasillo de aquel segundo o tercer piso donde nos hallábamos. Y es que allí, bajo ese mirador y la complicidad nocturna, podían divisarse los jardines del Cultural, rincón que aparte de ser uno de los más apacibles del lugar, capturaba mi atención por su envolvente silencio y tranquilidad. Para nada me sentía relegado al confinarme hacia aquel espacio tan acogedor que invitaba a disfrutar de una paz y sosiego absolutos. Tiempo después, Diego me confesaría que dicha zona apartada de aquel pasillo era también uno de sus lugares preferidos.

En una ocasión, ambos nos hallamos a solas y dentro de los servicios higiénicos del Cultural, próximos al pasillo en cuestión. Al notar en el desgastado espejo cuan desaliñado me encontraba, humedecí mis manos en el lavabo con clara intención de acomodar en algo mi enrevesado cabello. Diego por su parte trataba de hacer lo mismo (con mucho mayor éxito, dicho sea de paso), mientras ambos observábamos al mismo tiempo y sin preocupación alguna nuestras respectivas imágenes. Y si bien es cierto que poco o nada podía hacer yo en mejorar mi desbaratado aspecto, ello poco me importaba pues disfrutaba mucho más al ver la figura de Diego reflejada en el opaco cristal. Contemplándole bajo una furtiva sonrisa esa encantadora y explícita diligencia suya al momento de acomodar tan primorosamente algunos rizos de su limitado cabello.

- ¿Qué pasa? ¿por qué sonríes? ¿se ve mal? ¿o estoy mal peinado acaso? -preguntó algo inquieto.
- Nada, nada... al contrario. Te ves muy bien.
- ¿En serio?
- No tendría por qué mentirte ¿no?
- Pensé que te estabas riendo porque me veía chistoso o algo así...
- Nada que ver, ya te dije que te ves muy bien. Es solo que, admiro esa dedicación que le pones a tu imagen cada vez que tienes un espejo al frente. Me gusta ver ese empeño, esa seriedad, esa concentración y "profesionalismo" que le pones al momento de tener tu cabello entre las manos...
- ¿Ah sí?
- Espero que no pienses mal en lo que te voy a decir, pero... a ver, déjame pensar las palabras adecuadas para que no se malinterprete.
- A ver, habla.
- Se nota que eres bien vanidoso... no. Mejor dicho... eres bien celoso al momento de ver las cosas de tu apariencia. Por ejemplo tu aroma: esa colonia que usas y que huele tan bien, tu peinado bien ordenado y todo eso... Te preocupas bastante en lucir lo mejor posible cuando sales a la calle, ¿verdad?
- Ehmmm, sip ¿por qué lo preguntas? ¿has notado que tiene algo de malo?
- Noooo... todo lo contrario. Pocos chicos de tu edad se preocupan así por la forma de verse ante los demás. Es más, el logro al que has llegado en ese aspecto, sinceramente merece mis felicitaciones.
- Ja ja ja... ¿lo dices en serio?
- ¿Por qué tendría que mentirte? Ese detalle que veo de ti, si quieres que te sea franco, me gusta. Y en verdad, lo celebro.
- Ja ja ja... bueno, gracias... pues, la verdad que sí. Me gusta ver que cuando salgo a algún lugar, las cosas estén arregladas lo mejor posible: una buena colonia, una ropa que me quede bacán, el pelo lo mejor acomodado posible... ¿sabes que cada cierto tiempo cambio de corte de cabello para variar y que se me vea mejor?
- ¿Verdad? Francamente no lo había notado...
- Bueno, es que el poco pelo que tengo también... no deja mucho que mostrar ¿no? Pero igual, me mando y hago uno que otro cambio a mi imagen para variar un poco, que no tiene nada malo. Por cierto, también deberías hacer lo mismo...
- ¡¿Yo?! ¿en qué?
- En cambiar de corte de pelo, pues. Un día deberías dejártelo crecer un poco más y probar con un corte o peinado diferente para que mejores más tu imagen. Deberías intentarlo, en serio.

Me carcajeé tan sonoramente ante semejante ocurrencia, que no dudo que tal resonancia bien pudo haberse escuchado aún en las aulas más alejadas del Cultural.

- Imposible Diego, mi pelo es más rebelde que el carajo. Haga lo que haga, así me peine como me peine, igual se desacomoda y lo único que consigo es lucir como el despeinado de siempre. Sólo rapándome tal vez, podría verse diferente...
- ¿Tanto así? déjame ver... -comentaba él, mientras dejaba de prestar atención al espejo para ver más de cerca mi cabello.
- En serio, no te miento. Mira, por más que lo acomode de una forma u otra, igual no cede, ¿vez? -le explicaba yo a su vez, mientras trataba de aliñarlo con mis dedos, demostrándole así su osada rebeldía.
- Uhmmm, no se te ve trinchudo para nada. A ver, déjame acomodarlo si se puede hacer un tipo de peinado o corte diferente....

Y así, frente a frente y tan cerca uno del otro, Diego posaba sus manos en mi revuelto cabello, tratando de ordenarlo a sus estéticos caprichos. Mas el hecho de sentir esos delgados y tímidos dedos suyos, recorriendo y acariciando mi cabellera una y otra vez, parecía como un sueño que sin proponérmelo, se había tornado en bendita realidad. Cerré los ojos disfrutando interior e imperceptiblemente de aquel maravilloso instante.

- Tu pelo es un poco jodido, pero no creo que algo de gel o reacondicionador que puedan ponerte en una peluquería, no arreglen ese problema... -me comentaba luego de desbaratar mi cabello (aún más) por varios largos segundos.
- Yo te dije, no es algo fácil... y que me cambie de corte o peinado, para serte franco lo veo bien difícil. Tendría que ver cuál corte me queda bien. Y que sobre todo, no me quede huachafo o ridículo.
- Eso es lo de menos Mauricio, además te digo algo. A mí me gusta mucho la idea de estar manyando y craneando esto de los cortes de pelo, ver cuál queda bien, cual queda mejor... y franco que sigo pensando que un buen corte te haría ver mucho mejor que como te ves ahora.
- Uy curuju... no me digas que ahora te gusta esa huevada del estilismo y esas cosas...
- No puessss.. yo te hablo en serio. La vaina de los cortes de pelo y peinados, alucinar cómo lo llevarían mejor algunos patas, me parece algo bacán y hasta importante, porque la apariencia dice mucho de las personas ¿no?
- Tienes razón, mi querido "Diego's Coiffure"
- Ja ja ja... ¡huevón!
- Bueno, cuando decida hacer algún cambio radical a mi look, pues te avisaré para que me recomiendes a tu peluquero de moda y ver qué se puede hacer.
- ¡Ah! Por siaca, quien me corta el pelo es una chica... bien buena gente ella. De hecho que encontrará una solución para ese corte tan pasado de moda que tienes... pásame la voz entonces.
- Hecho.

Para cuando salimos de los desiertos baños del Cultural, aún no terminaba de creer que minutos antes, Diego había acariciado una y otra vez mi cabello con sus tiernas y adolescentes manos. Y es que en toda mi vida, nunca antes hombre alguno se había atrevido a hacer lo mismo... salvo mi peluquero, claro está.


* * *



La tarde se tornaba cada vez más templada. Por momentos, los refulgentes rayos solares pretendían ocultarse, percibiéndose luego un nublado y tibio ambiente alrededor. Aquella atmósfera generaba entonces un entorno perfecto para disfrutar aún más de las variadas escenas veraniegas proyectadas ante nuestros ojos, tras las ventanas de aquel custer que nos despachaba hacia el destino más viable a Plaza Sur. El deambular callejero de gente que parecía cada vez más jovial, la nutrida policromía de helados y refrescos que grandes y pequeños degustaban en el camino, el rozagante verdor distinguible en cada plaza, parque o berma que atravesábamos en cada calle, el alborozo que minutos antes Diego provocara al expresarme la felicidad que sentía de tenerme a su lado una vez más, el breve roce de una de sus rodillas junto a la mía, la tenue percepción del calor de su cuerpo en mi piel, componían una escena perfecta. Una más de las tantas que este verano procuraba prometernos. Tal y como efectivamente ya había acontecido durante estos últimos cuatro años juntos.

- ¿Sabes una cosa? Somos muy afortunados -decía él, en el preciso momento que me hallaba distraído con el agradable panorama divisado tras el vidrio.
- Ah vaya, ¿crees tú? ¿y por qué lo dices?

Sabía que Diego se encontraba tan a gusto como yo en ese momento. La idea de pasar una tarde fuera de casa, disfrutando de un ambiente completamente diferente al que forzosamente nos había impuesto la rutina, era de por sí reconfortante. Y anteriormente, en más de una ocasión yo también le había comentado que su compañía era algo muy valioso e invaluable para mí. En un principio, la impresión de mis palabras le generaban cierto desconcierto ("¿a qué te refieres con eso de que he cambiado tu vida más de lo que imagino?"). Posteriormente comenzó a tomarlas de muy buen grado y con el pasar del tiempo hasta se atrevía a retribuir bajo insólitas muestras de afecto, cada vez que le hacía entrever que su compañía en estos últimos años me hacía inmensamente feliz.

- Te voy a dar un tiempo para que lo adivines ¿ok? -contestó él, con una inevitable sonrisa dibujada en su rostro.

Su respuesta me preocupó por un momento. Si bien es cierto que cuando lo conocí, Diego era un muchacho muy escrupuloso y hasta algo prejuicioso en público, he de reconocer que con el tiempo "colaboré" en que se soltara un poco más. Por un lado ello me parecía genial, pues por fin su cándida cabecita había comprendido que ciertas "composturas" que estúpidamente le inculcaron algunos cretinos compañeros de colegio en los últimos años, no le servían absolutamente de nada. Pero por otro lado, me ruborizaba la idea de que soltara alguna confesión personal -de esas que habitualmente tratábamos a solas- dentro de un vehículo considerablemente lleno de pasajeros. Y a decir verdad, aún me ruborizaba el incidente de "Casualidad" en la última navidad.

- ¿Lo dices porque vamos a ver a quienes tú sabes? -pregunté con cierta reserva.
- Uhmmm, también... pueder ser. Pero aparte de eso.
- ¿Por tus clases que ya van a acabar?
- Nop. Por eso no.

Temía preguntarle si se refería a lo "otro", es decir a nosotros dos. O más exactamente, a mí. Miré de un lado a otro con la intención de ver si había alguna otra persona lo demasiado cerca como para escuchar nuestra conversación. Y a pesar de sentirme completamente inseguro de continuar, señalé mi pecho con el pulgar mientras en voz baja pero lo más audible posible, pregunté:

- ¿Lo dices entonces... por mí?
- Hermano, eso es obvio. Pero no, no lo decía por eso. Aunque sí... también es otra de las razones.

Respiré aliviado. Aún no me acostumbraba a la idea de platicar con Diego sus impresiones sobre "nosotros" en lugares tan incómodamente públicos, como un bus por ejemplo. Pero no se malentienda, no me avergonzaba para nada que Diego me expresara tan libremente sus sentimientos ante tales circunstancias, sino más bien por la dificultad de responderle a mis anchas todo lo que sentía u opinaba ante sus sorprendentes declaraciones. Y es que hasta el día de hoy, conversar de estas cosas frente a extraños, me cohíbe tremendamente.

- Pues no sé. No tengo idea qué cosa puede ser lo que nos hace tan afortunados -manifesté rendido.

Diego me observó directamente a los ojos. Su mirada eran tan fulminante que sentía me atravesaba hasta el pecho. Tenía ganas de decirle lo que en más de una ocasión y en otras circunstancias, ya le había confesado. Que el sólo hecho de tenerlo al lado mío era ya de por sí, un enorme privilegio para mí. Y que no quería que nada, absolutamente nada nos volviese a separar. O como bien me dijo alguna vez, que estaríamos juntos para siempre, hasta el final.

- Mira todo esto, a nuestro alrededor: los parques, los árboles, las calles... -apuntaba la mirada de un lado a otro hacia los ventanales del vehículo-. Miraflores es lo máximo, de hecho. Te apuesto que en ninguna otra parte del mundo las calles son tan bacanes como acá. Habrán mejores quizás, pero... como las que conocemos, ni hablar. Has visto cómo el sol se pone tan paja cuando atardece... el mar, cuando se hunde allá, en el fondo... las playas, tan radiantes y con tanta gente visitándolas... la brisa del mar, refrescándote la cara todo el tiempo... Dime, ¿acaso no te parece de putamadre todo esto, Mauricio?
- Si te refieres a la parte donde estamos ahora...
- Claro, claro. Te hablo de esta zona... más allá también, cerca al Faro. También por el otro extremo, por la ruta hacia Larcomar y a los otros parques que siempre vamos...
- Bueno, sí. Es bonito. No lo puedo negar.
- ¿Ves? Dime, ¿dónde vas a encontrar otro lugar así de paja en Lima? No lo vas a encontrar porque simplemente no lo hay. Por eso me encanta venir por acá... sentir la libertad que se respira aquí... el aire fresco ingresando a mi interior, sentir el viento rozando mi cara mientras imagino tantas cosas...

Entendía perfectamente a lo que se refería. Más que al escenario al que describía con tanto entusiasmo, Diego disfrutaba mucho más de la libertad, su vulnerable libertad. Por un momento cerró los ojos, como tratando de capturar interiormente aquel mágico momento.

- Ojalá podamos salir de nuevo cuando acaben mis clases, cholo. Se vienen mis evaluaciones y por lo menos hasta quincena de febrero estaré con los libros y las tareas que para variar, una vez más no me dejarán respirar. Lo de San Bartolo fue tan de putamadre, que ojalá este año se pueda repetir también... -comentó luego, ya más sosegado.

Lo observé directamente. Tras la ventana, se distinguía el agradable paisaje en movimiento al que minutos antes se refería. Pero más importante era verlo, deleitarme con su tierno mirar, sus claros ojos, su deliciosa sonrisa. De ser un poquito más sinvergüenza, en aquel mismo instante hubiese tomado sorpresivamente con ambas manos sus rebosantes mejillas, estampándole un sublime beso a sus tiernos labios de niño, sin importarme en absoluto la gente alrededor.

Diego también clavaba sus ojos en los míos. Por momentos sonreía, moviendo la cabeza al ritmo de una imaginaria melodía, bajo una expresión carente de malicia. ¿Acaso estaba adivinando mis deseos? ¿Conocía tan bien sobre mí, que leía mis pensamientos aún considerando que éstos le inspiraron miedo y repulsión alguna vez? ¿Qué era lo que realmente pensaba él, luego de haberle confesado que me gustaba, hace pocos meses atrás? ¿Le era tan simple dar vuelta a la página e imaginar que este episodio nunca ocurrió? ¿Había olvidado lo que yo sentía por él? O mejor dicho ¿qué era lo que realmente Diego sentía por mí, después de todo? ¿Volveríamos a tocar el tema alguna vez? ¿Era posible que Diego también sintiera lo mismo que yo? Por momentos el corazón me daba leves esperanzas.

- Tenemos que bajar en el Cine Pacífico, muchacho. De allí tomamos otro carro que nos deje en Plaza Sur, pero no sé cuál exactamente, ni cuánto tiempo nos tomará ir hasta allá. Supongo que de treinta a cuarenta y cinco minutos -le comenté, como tratando de justificar nuestro intercambio de miradas.
- Ajá.
- Lo malo es que no sé a qué altura, o por dónde está Plaza Sur. Supongo que el cobrador o la gente que suba al micro tendrá una idea.
- Fácil. Ojalá no lleguemos muy tarde nomás.
- Esperemos que no.

Cuando el vehículo ya se encontraba a pocas cuadras de nuestro paradero, me acordé de agregar algo más.

- Oye, cuando bajemos me das un time para llamar por teléfono a un pata de la universidad. También le pasé la voz para que vaya a Plaza Sur y me dijo que le avise cuando estemos rumbo para allá.
- Ah ya, bacán. ¿Y tu pata es de confianza...? O sea ¿no tiene paltas con lo que se dice de Miranda?
- ¡Para nada! Más bien, por poco y hasta me exigió que lo mantenga informado con el itinerario de ellos. Poquísimos sabemos lo que han hecho desde que han arribado a Lima (entre ayer y hoy, eso no lo sé muy bien) y lo que harán después del concierto. Hasta donde pude enterarme, lo de la firma de autógrafos ha resultado bien caleta. Vieras lo que me costó encontrar esa información.
- ¿Ah sí? Bueno... yo no estaba enterado por ejemplo. Supongo que nadie más sabe.
- No tanto... pero para eso existe internet. ¡Bendito internet!
- ¡Viva internet carajo...! -comentó, levantando la voz.

Debido al fuerte tráfico, la custer se había detenido a poco menos de media cuadra de nuestro paradero. Cuando lo advertimos, de inmediato dejamos nuestros asientos bajando raudamente del vehículo. Ya en la acera, traté de ubicar con la mirada algún teléfono cercano. Por fortuna, había una cabina disponible a casi treinta metros de donde nos encontrábamos. Entonces con mucha prisa me adelanté lo más que pude hacia allá, serpenteando el paso entre la muchedumbre que transitaba por todos lados y que por momentos obstaculizaba exasperadamente el camino. Para cuando llegué a la cabina y cogí del auricular, volteé ligeramente hacia mi derecha, mientras hurgaba en los bolsillos del pantalón por mi pequeña agenda telefónica.

- No tardaré mucho, muchacho. Llamo, le digo que ya estamos por Miraflores y que en un toque llegamos a Plaza Sur. Lo bueno de esta avenida es que a cada rato salen carros para allá, así que no creo que perdamos mucho tiem...

Mas cuando por fin lo noté, no había absolutamente nadie a mi lado. Y no sólo eso, pues no había rastro alguno de Diego en varios metros a la redonda. "¿Y este huevón, dónde miércoles se ha metido?", pensé. Por un momento me aterró la idea de que hubiese desaparecido tan rápidamente, como si de un parpadeo se lo hubiese tragado la tierra. Entonces recordé que de ocurrirle cualquier cosa, la responsabilidad sería únicamente mía.

Colgué el teléfono y salí disparado de la cabina, mirando de un lado a otro entre la multitud de transeúntes que se atropellaban entre sí. Con un temor cada vez más creciente y hasta de puntillas, revisaba por todas partes una y otra vez, buscando algún indicio que me diese razón sobre Diego: los escaparates de las tiendas, los kioskos de golosinas y cigarros, algún escaño donde estuviese sentado o agachado atándose las zapatillas quizás... ¡lo que fuera! Era imposible que se hubiese extraviado tan rápidamente, pues tanto él como yo conocíamos a la perfección esta calle. Sin embargo, a la luz de los hechos Diego sencillamente había desaparecido.

No habían transcurrido ni dos minutos de comenzar a especular sobre su paradero, cuando a una prudente distancia por fin pude localizarlo. Se hallaba de pie, detrás de un mar de cabezas, exactamente en el mismo lugar donde minutos antes el bus nos había despachado. Se le notaba preocupado, mirando de un lado a otro y con la nariz levantada. Parecía un conejito asustado que por primera vez trataba de salir de su madriguera. Y más que molestarme, verlo así sinceramente me enterneció.

Cuando a los pocos segundos por fin sus ojos me encontraron en la lejanía, esbocé una paciente sonrisa. Mientras él, ya más aliviado, acercaba lentamente sus pasos hacía mí.

"El día que deje de estar a tu lado, qué será de ti...", pensé.