sábado, 3 de diciembre de 2005

Chao Chao Vicente

Este sábado 3 no distaba mucho de otros tantos. O quizás sí. Hace siete días exactamente, la había pasado de lo más bien con... bueno, ya han de imaginarse, no quiero redundar (por lo menos hoy) en lo mismo. El punto es que esperaba que ocurriese exactamente lo mismo este fin de semana. Me sentía algo inquieto, ansioso, pero ¿cómo hacer para que las cosas sucedan de forma natural y repetir el maravilloso sábado 26 de noviembre, hoy 3 de diciembre? Sólo quedaba esperar agazapado hasta que las cosas de una u otra forma se den.

Mientras tanto...

Mientras tanto, no me quedaba nada más que entrar al messenger de cuando en cuando a ver qué novedades por ahí. Claro, las mismas noticias de siempre: uno que otro compañero universitario en problemas por sus notas finales, leer (una vez más) sus maldiciones y hablar soez sobre lo hijos de puta que pueden resultar muchos profesores por el solo hecho de no subir un maldito e insignificante punto de más al promedio final y cosas como ésas...

Por otro lado, un colega blogger en otra ventanita me comenta que últimamente redundo única y exclusivamente sobre cierto niño que me vuelve loco y que ustedes conocen bien. No lo culpo cuando este amigo me acusa de aburrido, qué se le va a hacer... así es el amor, dicen. Y en parte pues, hay que reconocerlo, tiene mucha razón. ¿Dónde quedó el interés sobre otros temas tan variados como estimulantes? Si pues, creo que antes, mis puntos de conversación eran más diversos, como cuando compartía con poquísimos contactos del messenger mis aventurillas con uno que otro interesante prospecto que aparecía en el camino.

De pronto, mi mente me sorprende viajando a aquellos meses en que conocí a Vicente. Riquísimos eran los días en que solíamos comunicarnos para vernos lo más pronto posible y disfrutar el uno del otro. Imágenes tan lejanas como especiales las que flotaban en mi cabeza mientras la amonestadora conversación con Daniel reincorporaba la imagen de Vicente a mi cabeza. No aguanté más y ni bien el tipo encargado de controlar el ciber donde me encontraba señalaba que mi tiempo ya se había vencido... ni corto ni perezoso volé apresuradamente a buscar un teléfono y llamar nuevamente a Vicente para tratar de recuperar la magia y magnetismo que empujaba a ambos a frecuentarnos tan licenciosamente meses atrás.

La última vez que supe de él fue el 6 de octubre, a dos días de un próximo encuentro previamente pactado y ansiado por quien escribe. Por cosas del destino, a tempranas horas de ese día ocurrió un incidente entre los dos que provocó que horas más tarde recibiera un email suyo en el que claramente reflejaba su incomodidad por el hecho de haber osado visitarlo tan temprano a su departamento aquella mañana. La verdad no creo que estos "trapitos sucios" interesen ser leídos por alguien en particular, salvo la aclaración de que en ese momento me pareció sensato dejar que las cosas se calmen, desapareciéndome prudentemente y por un buen tiempo de su vida. Total ¿qué era lo peor que podía ocurrir?

Mentiría si dijese que durante todo este tiempo lo he extrañado. De cuando en cuando, claro que sí. Pero la verdad, mi atención estaba fija en otras cosas, a lo mejor más importantes, a lo mejor más absurdas... lo dejo a criterio de quienes han leído ésta bitácora desde su primera entrega hasta las líneas que en estos momentos recorren. Esa, definitivamente es otra historia.

Volviendo al punto, decía que de cuando en cuando, en algunas ocasiones (tan solitarias como febriles) a veces tenía puesta la atención en Vicente. Y la verdad me hubiese gustado que durante todo este tiempo en que nos mantuvimos incomunicados, al menos se hubiese tomado la molestia de enviarme un mensaje, o siquiera responder el último mail que le envié hace algunas semanas, en un arranque de fogosidad incontenible y que única pero explícitamente rezaba una sola línea:

Deseo verte, espero que tu también.

El Vicente de los últimos meses no se caracterizaba por ser precisamente propenso a responder mis mensajes, así que poco me sorprendió que no enviase alguna señal de vida o manifestación al respecto. Sólo quedaba pues, echar mano de la agenda y marcar una vez más aquel número de casa que nunca llegué a memorizar. Y ese día, para bien o para mal, había llegado hoy.

- Hola, cómo estás...
- Bien bien, gracias... - respondió en su clásico tono habitual.
- Qué haciendo... no he sabido nada de ti en estos días.
- El trabajo, las obligaciones, uno que otro familiar que viene a visitarme... pero ahora estoy solo, trabajando en unas cosas...
- Ah vaya, eso suena bien... entonces... ¿sabes? Se me antoja que a lo mejor podríamos conversar más tarde... personalmente... qué dices...

Ahhh, los viejos tiempos. Antaño, ni bien terminaba de pronunciar esas palabras, Vicente ni corto ni perezoso asentía para vernos en una hora a más tardar y encontrarnos en su casa, bajo la cómplice oscuridad que nos ofrecía su sala, únicamente él y yo. Momentos después no tardábamos en subir a su habitación y concluir nuestro encuentro de la mejor manera. Obvio que el apático Vicente que vi por última vez dista mucho del encantador Vicente de ese entonces. Y la verdad, me encontraba preparado para que soltase cualquiera de sus clásicas respuestas; más que probable que echase mano de la excusa de siempre, responsable -dicho sea de paso- de nuestra separación estos últimos meses: que se encontraba cansado, que mejor lo dejásemos para otro día, que más tarde tendría visita, que su mamá se encontraba mal o qué se yo...

Sólo quedaba esperar con qué saldría esta vez. Venga pues Vicente... estoy esperando.

- ¿Sabes qué? Olvídalo, de verdad... es mejor que te lo diga directamente... no me gusta andar en dianas.

Su respuesta (obviamente) me sorprendió.

- Ah, vaya. ¿Lo dices en serio?
- Así es, me he dado cuenta de que la verdad, los dos no tenemos química. Y contra eso nada se puede hacer...
- Claro, sí tú lo dices... - comenté algo aturdido.
- Así que, mejor lo dejamos aquí...

La escena me dejó idiota. Nunca antes me había ocurrido algo como esto, ni mucho menos me dio tiempo de responder de forma alguna ante una actitud así. Pero ¿qué podía hacer además? ¿decirle que su respuesta me hacía sentir mal? ¿qué lo odiaba? ¿rebajarme a pedirle más explicaciones? Me sorprendió, eso sí. Pero no imaginé que en algún momento alguien como él llegase a poner punto final (y de qué forma) a una relación que no sé muy bien cómo podría calificarla. En su momento fue algo riquísimo, placentero, estimulante. Y la verdad no me hubiese gustado de que acabase de esta forma tan fría y apática: por teléfono y tan... cortante.

Después de todo, si queda alguna definición, utilizaré la que Vicente mismo me dijo alguna vez: que la nuestra era una relación de amantes, ni más ni menos. Y me sorprende la idea de que él comente que entre ambos (¿ya?) no existiese química, cuando en el sexo sabía muy bien que era todo lo contrario. Me estimulaba mucho compartir a su lado estos momentos íntimos y no dudo que con él también ocurría lo mismo. En todo caso, lamentable que use una excusa tan imprecisa como esa para justificar este break.

En fin, no se tiene todo en la vida. Hace siete días, alguien a quien quiero muchísimo me decía al pie del faro de Miraflores que soy un enviado de Dios para su vida. Y hoy, el hombre con quien compartí más de una vez el lecho, prefiere no verme más por no tener ya más química que disfrutar conmigo. Pero bueno querido Vicente, la verdad no te guardo rencor ni nada parecido. Si no has de quererme ver más, tus razones tendrás y no te puedo culpar. A Dios gracias, esta noticia no me encontró en la desventura y muy por el contrario, quiero agradecerte por todos los buenos momentos que permitiste disfrutásemos juntos. Ten por seguro que parte de tu experiencia me servirá de mucho, para más adelante, cuando descubra a aquella persona especial que continúo esperando y que quién sabe, a lo mejor está más cerca de lo que imagino.

Muchas gracias Vicente por tus vigorosos abrazos, por tus deliciosos besos, por tu estimulante presencia, por tus especiales atenciones, por tu reconfortante comprensión, por tu valioso tiempo... y por otras tantas cosas más que supiste ofrecerme. De corazón querido Vicente, te deseo lo mejor del mundo y ojalá que el Creador me permita encontrar (y sobretodo no perder) otro amigo tan interesante y especial como lo fuiste tú, porque bien sé que así nomás no se encuentran.

Una pena nomás que esta despedida no se haya podido dar de una mejor forma, pero... desde ya, te hago saber que formas parte de mi vida. Y eso es algo que así queramos, no se puede desligar.

Qué más agregar... pues, aunque no leas este mensaje, te mando un beso.

Y hasta siempre.

2 comentarios:

Imoq dijo...

Vaya con la forma que tuvo Vicente de cortar esa relación; no me parece nada adecuada pero supongo que así lo prefirió.

Te envío saludos y un abrazo, a la vez que te recuerdo que aún debes un relato sobre cierto fin de semana con alguien, alejado de todos.

Anónimo dijo...

.

Siento que Vicente haya roto de esa forma. De todas formas, por lo que contabas en las entradas anteriores, se veía venir; así que quizá debieras haberlo dejado difuminarse en tu mente, sin volverlo a llamar, sin pedirle explicaciones.

Un beso.