sábado, 31 de diciembre de 2005

MMV


Dos mil cinco. Trescientos sesenta y cinco días que encerraron en su momento cosas inimaginables por quien escribe. Hechos y actitudes que jamás pensé que sucederían, o que por lo menos tuviese yo las agallas de siquiera esbozar o planificar, sino que sencillamente ocurrieron tan naturalmente, como si de leyes naturales de la física se tratasen.

Aún recuerdo tales imágenes, como por ejemplo las discusiones con Diego, la peleíta de rigor con la que empezamos este año que ya se nos va. Ese mail en el que por enésima vez le comenté que lo mejor para los dos era separarnos, que esperaba de él mucho más de lo que verdaderamente podía ofrecerme, que estaba harto de descorazonarme cada quince minutos por su grandísima culpa, que esta situación ya no la soportaba más... Fue tan gracioso que él a su vez aceptara mi decisión y resolviera también "cortar por lo sano", acceder a la idea de no querer verme nunca más y deseándome la mejor de las suertes... para días después arrepentirme espantosamente de mi decisión, escribirle que lo extrañaba un montón y que no deseaba volver a separarme de él.


Sin embargo, durante ese lapso de incomunicación no me quedé de brazos cruzados. Intenté buscar por ahí uno que otro compañero que de alguna forma llene ese vacío que me dejaba la ausencia/dependencia de Diego. Exploré en internet y en mi vieja agenda algún contacto interesante por ahí... pero nada. O todo el mundo se encontraba demasiado ocupado para mí, o sencillamente tenían mejores cosas que hacer, que disponer de algo de tiempo para un encuentro lo suficientemente convincente como para ser tomados seriamente en cuenta.


La sorpresa del año ocurrió (¿coincidentemente?) el mismo día de San Valentín, cuando vía messenger Diego me propone escaparnos a un balneario y pasar la tarde juntos, solos, él y yo. No podía creer lo que me pedía, además de parecerme un preciado sueño encarnado por fin en bendita realidad la posibilidad de verlo junto a mí, echados juntos en la arena en la arena, frente al mar, y sobre todo deleitándome con su velludo torso desnudo, placer tantas veces vedado desde la primera vez que lo conocí y que finalmente pude disfrutar. Unas tarde definitivamente encantadora y que para regocijo de este servidor, hasta la fecha mantenemos en la memoria.


Para marzo, las vacaciones de verano ya habían concluido y la rutina de los estudios nuevamente nos alejó. Tuve que resignarme a privarme de su presencia, sobre todo porque Diego mismo -de cuando en cuando y vía internet- me comentaba lo atareado que se encontraba. Acepté entonces las cosas tal como eran: Diego no era mi pareja, a lo mucho un amigo cercano muy especial. Y si no quería volver a discutirle por su falta de tiempo y atención, no me quedaba otra cosa que abrir mis horizontes y conocer otras personas que sí estuviesen dispuestas a satisfacer mis necesidades. Fue entonces cuando Vicente hizo su aparición.


Riquísimo como él solo, aún gozo de recordar las deliciosas tardes que pasábamos juntos él y yo, en su departamento. Hombre maduro, separado de su familia y con ganas de disfrutar de alguien que lo deseara tan intensamente como yo. ¿Qué más podía pedir? Era mi fantasía hecha realidad, pues siempre he tenido predilección por los hombres maduros. Aparte de disfrutar de una envidiable privacidad en nuestros momentos de intimidad, descubrí también que Vicente era un hombre muy culto. Recuerdo una vez, cuando luego de haber disfrutado una deliciosa tarde de besos y caricias, de pronto y a raíz de una inquietud que le comenté en ese momento, saltó sorpresivamente de la cama, cogió un libro (la verdad no recuerdo cual) y volvió a recostarse al lado mío, para leerme un aleccionador párrafo que hablaba muy probablemente de un punto existencial sobre nuestra conversación de ese momento. Inolvidable la escena de tenerlo desnudo, al lado mío, con gafas, tratando de reconfortar cariñosamente mi impetuosidad leyéndome valiosos textos... cuando me encontraba más que satisfecho al disfrutar cada tarde de su cuerpo, sus besos y abrazos.


Preciosa etapa, quizás la mejor de este año, que lamentablemente no duró mucho, pero que durante su existencia mitigó deliciosamente la fatigante y terrible rutina que a la fecha aún no termino por acostumbrarme. Toda esa pasión y deseo comprimido por la frustrante situación de no tener a Diego a mi lado, la volqué tan avasalladoramente en Vicente que la verdad no me arrepiento para nada de haberlo disfrutado (si hasta me atrevería a pedir volver a vivir tal experiencia una -y otra- vez más). Fue entonces que sin pensar, llegamos a mayo y reparé que la última vez que vi a Diego personalmente fue en aquel mágico balneario, tres meses atrás. La ocasión se presentaba para volver a vernos, a raíz de un popular film que se estrenaba por esos días y que tiempo atrás, tanto Diego como yo manifestamos el deseo de ir juntos a su estreno, por motivos más que suficientes. Desafortunadamente nuestros horarios no coordinaron y la intransigencia de ambos al no llegar a un acuerdo armó otra repetida discusión, logrando como resultado no volver a dirigirnos la palabra, hasta por más de un mes.


Las cosas no podían estar peor. Por un lado, Vicente comenzaba a alegar falta de tiempo para vernos debido a sus actividades laborales. Y por otro lado, el más importante, Diego mismo me había quitado el habla so pretexto de no comprender su complicada situación y escaso tiempo libre para poder disfrutarlo juntos. Otra vez, no quedó más que esperar pacientemente y ver qué podía suceder durante los próximos días. Y así me perdí -entre otras cosas- de la oportunidad de saludarle por su onomástico, bajo la justificable consigna de no ceder otra vez ante sus ya manoseadas excusas de falta de tiempo y atención para mí. Afortunadamente, para mediados de junio, Diego recapacitó acerca de nuestra última discusión y decide desbloquearme de su messenger, reiniciando nuevamente nuestra singular relación, no sin antes reconocer a regañadientes (tanto él como yo) nuestra errónea actitud de priorizar en cosas en las que no valía la pena redundar una vez más.


Sin embargo, a pocos días de este amiste (y sin visos de concretarse en un encuentro personal) vía messenger, me atreví a lo inimaginable: declararme a Diego diciéndole que me gustaba. Craso error cometerlo justo días después de reiniciar nuestra tan vapuleada amistad. Y obviamente ello lo asustó sobremanera, además de no ser ni la forma ni el momento adecuado para hacerlo... principalmente porque esto iniciaría algo de lo que estaba muy consciente que ocurriría: una dolorosa y probablemente absoluta separación.


Fue entonces, que luego del golpe que me significó tomar conciencia que quizás no volvería a tener a Diego a mi lado nunca más y en un intento por volcar mis frustraciones de alguna forma, decidí por fin hacerlo mediante un blog. Es así que nace El Futuro Se Fue, bitácora que en su momento cumple la noble función de expresar todas las inquietudes, temores y dudas que por ese entonces me acosaban. Y es que las complicaciones ya no eran sólo sentimentales. Tantos vaivenes afectivos habían dañado seriamente mi rendimiento académico y en ese momento poco me importaba continuar con los estudios o pasar todo por el desagüe de una buena vez, pues lo más importante para mí, sencillamente había dejado de existir.


Julio acaba sin pena ni gloria, salvo con la muy buena noticia de que, a pesar de mis reveses académicos, aún podría continuar con mis estudios. Pero ello poco importó al cumplirse un mes del silencioso adiós de Diego a mi vida. Vanamente revisaba mi correo, casi a diario, con la esperanza de que éste se manifestase, aunque sea con algún reproche, maldición o lo que fuere, pues me sentía con todo el derecho del mundo de exigirle al menos una despedida digna, principalmente en nombre de todos los buenos momentos que pasamos juntos por casi tres años.


Quizás hubiese podido esperar más de agosto. Total, mal que bien, aún contaba con la cómplice amistad de Vicente, que de cuando en cuando, me aconsejaba sobre esta situación, reprochando por ejemplo la mala estrategia al declararme tan estúpidamente por messenger a Diego de forma tan blandengue. La cosa -según él- era ser más osado y audaz. Tomar al toro por los cuernos, aprovechar el momento oportuno, abrazarlo sorpresivamente y... besarlo; luego, ver qué pasaba. Lamentablemente para ese entonces, Vicente comenzó a alejarse cada vez más de mi vida, bajo el pretexto de que la visita de unos familiares hacía imposible que nuevamente lo buscase y disfrutar de unos deliciosos momentos juntos. Me sugirió darle chance hasta los primeros días de setiembre, cuando las cosas para él estuviesen más calmadas y poder así gozar juntos el uno del otro, tal como solíamos hacerlo meses antes.


Solo y sin perro que me ladre, no quedaba más que esperar hasta la fecha propuesta por Vicente, mientras mi corazón sentía con igual o mayor dolor la ausencia de Diego. No había día u hora en que no extrañase su presencia, su imagen, su voz... añorándolo incluso hasta límites patológicos. Y de cuando en cuando, evocaba también las sabrosas caricias, besos y abrazos de mi otro (maduro) galán. Será por eso que di mi brazo a torcer y acepté los requerimientos de un oscuro e interesante personaje que hizo su aparición por ese entonces, cuya propuesta era simple: gozar eventualmente de furtivos encuentros íntimos bajo la más absoluta confidencialidad. Y contra todo pronóstico, acepté.


En vista de que tenía planes trazados para mi primer blog y como me sucedían otras tantas cosas que no encajaban como para colocarlas allí, lanzo a la red otra bitácora con la sencilla intención de expresar hechos más rutinarios, de forma mucho más concisa (¡!) a como lo había intentado hasta la fecha. Nace pues -con un guiño/tributo a la inolvidable Jeanette- Un Día Es Un Día.


Quedaron en el tintero tantas cosas que me hubiesen gustado postear en este nuevo blog, pero que determinadas circunstancias imposibilitaron, como la cada vez más considerable ausencia de Vicente, pero sobre todo, por no tener noticia alguna sobre Diego. Quizás como última esperanza es que decido enviarle un mensaje con la intención de obtener alguna respuesta, pues no saber absolutamente nada de él era un martirio tenaz. Imaginaba lo solo que podría sentirse, el odio que a lo mejor tendría de ahora en adelante por mí... y otras tantas especulaciones que cruzaban mi cabeza, volcándolas en plegarias al Ser Supremo para que de alguna forma intente conmover su pequeño corazón y logre recapacitar en esa actitud tan cortante que tuvo para conmigo, sin siquiera darme la oportunidad de explicarle con más claridad acerca de mis desconcertantes sentimientos.


A mediados de setiembre y justo un día después de un accidentado encuentro sexual con aquel oscuro personaje mencionado líneas atrás, es que recibo sorpresivamente en mi bandeja de entrada un correo de Diego, a casi tres meses de mantenernos incomunicados. Desafortunadamente no con muy buenas noticias. "Será lo mejor, cada uno por su lado" es como bien podría resumir su mensaje final luego de reflexionar sobre nuestra compleja situación, alegando además sentir una sensación de temor y hasta repugnancia de mis sentimientos por él. Tal parecía que todo ya estaba dicho, la respuesta final estaba dada y nada más había por hacer o esperar... salvo el respectivo "reply", tratando de explicar y defender mi posición ante los acontecimientos. Y de ahí, nada más.


Octubre me encontraba en la desesperanza total. Con la fatal y permanente desaprobación de Diego a seguir frecuentándonos, las cosas no mostraban síntomas de mejoría. Para colmo de males, contaba con la presencia de Vicente... ¡a cuentagotas! Prácticamente era yo quien le insistía cada vez con mayor razón para volver a encontrarnos lo más pronto posible. Postergamos tantas veces nuestras pactadas citas, que la situación comenzaba a caldearse a puntos irritantes. Tal parecía que el interés de Vicente hacia mí, poco a poco iba extinguiéndose, al punto de que casi nada le importaba saber cuánto me incomodaba sentirme tan relegado por él. Y un desliz de mi parte fue la coartada perfecta para ponerle punto final a nuestra relación, acusándome arbitrariamente de ser demasiado impaciente y que ello no podía tolerarlo más. Qué mejor suerte ¿no? Dos hombres que se me van al tiro y sin siquiera darme chance de despedirme por lo menos.


Y si bien es cierto que octubre es el mes de los milagros, pues el mío ocurrió en noviembre, un día domingo. A pocas semanas de celebrarse el Matsuri, fiesta que irremediablemente me recordaba a Diego, éste sorpresivamente hace su aparición vía messenger desbloqueándome (¡otra vez...!) para saludar e indagar si de todas formas había posibilidad de ir juntos a dicha celebración, como años atrás, proponiendo además que demos vuelta a la página respecto al confuso incidente que nos alejó estos últimos meses. Sin pensarlo dos veces acepté, aún a sabiendas de "admitir" que mi insólita declaración hacia él meses atrás, fue producto de la confusión que ambos vivimos en ese momento.


Y bajo la consigna de recuperar el tiempo perdido, nuevamente volvimos a vernos las caras después de nueve largos meses, momento que tanto él como yo disfrutamos aquella tarde, en un encuentro tan imposible de concebir meses atrás. Sin embargo el camino no sería un lecho de rosas, puesto que nuestra reunión en el Matsuri fue tan accidentada (debido sobre todo a la impertinente presencia de una amiga de Diego, invitada precisamente por él) que terminó por deprimirme y odiarme aún más por caer en el interminable juego que Diego me hacía partícipe, de tomar las cosas lo más esperanzadoramente posible, hasta que algo termine por echar a tierra todo y acabar terriblemente frustrado, con el corazón hecho añicos.


Llegaron pues, nuevamente las predecibles discusiones, broncas y enemistes de rigor. Insultos van, insultos vienen, otra vez cortamos comunicación... hasta que como acto de hidalguía reconocí lo mal que me había comportado por intentar ofenderlo con adjetivos de grueso calibre, tanto a él como a su ocasional compañera. Aceptó pues las disculpas y toda disputa quedó en foja cero. O al menos eso fue lo que pensé.


Diciembre llegó en buen momento, anunciando por fin las merecidas vacaciones que quiéranlo o no, nos hacen pensar con la cabeza más fría. Y ya algo más libres de presión alguna, Diego y yo volvimos a frecuentarnos. Aunque poco ayudó su evidente e imprudente actitud "romántica" hacia esa amiga suya (sí, la misma) y que no cesaba de hacerme notar. La cosa fue tan exasperante que sin más ni más, me saqué el clavo de hablarle cara a cara sobre el tema y una vez más le expresé mis sentimientos, para perplejidad (y hasta sorna) suya. Y tras el fallido intento de manifestárselo de la forma más adecuada y madura posible, es que Diego evalúa (nuevamente) la posibilidad de alejarse definitivamente de mi lado, como respuesta ante mi "sorpresiva" (¿?) actitud.


Las cosas volvieron pues a su cauce, cuando a la mañana siguiente, tratando de enmendar las cosas, le envío un mail expresándole muy puntualmente que no quería perder su amistad, pues a pesar de muchas cosas, era lo más valioso que podía conservar en estos momentos, arriesgándome además al proponerle que demos vuelta a la página (una vez más) acerca de este tan enojoso tema. Quizás su ingenuidad (o su ingenio) le hizo aceptar mi proposición para que las cosas volviesen a ser como antes. Y esa fue la última (y definitiva, espero) conciliación con Diego en este año que ya finaliza.


Mas, de todas las imágenes de este 2005, me quedo finalmente con dos. La primera, una muy enternecedora en la que Diego abre su corazón y con lágrimas en los ojos, al pie de su lugar favorito, busca (con justa razón) consuelo y apoyo en este servidor al sufrir un hiriente abatimiento, producto -entre otras cosas- del rechazo de esa misma amiga por quien guardaba aún interés y que ésta tontamente desdeñó. Pero la segunda, más optimista aún, ocurrió poco más de una semana después, en el mismo lugar donde la tristeza nos conmovió días atrás... cuando me regala esa entrañable mirada suya y me deleita con sus ojos llenos de desbordante alegría, a raíz de un pequeño presente -muestra de mi cariño y afecto hacia él-, con motivo de estas fiestas navideñas. Un modesto regalo que al parecer lo reconfortó muchísimo e hizo que me lo agradeciera en esos momentos por más de una ocasión, a viva voz y con efusivos e intensos abrazos, sin reparar en absoluto que los eventuales transeúntes del parque donde nos encontrábamos se extrañasen por su actitud por momentos lindante en lo escandaloso. Tierna y encantadoramente escandaloso, dicho sea de paso.


Y con ese regocijo en mi corazón, el mejor regalo que Diego pudo ofrecerme hasta la fecha, es que quiero despedir este año. Un año que, a Dios gracias, pude acabarlo de la mejor forma. Con una imagen impensable en su más crítico momento, pero que hoy por hoy agradezco infinitamente, más que nada porque reconozco que volver a tener a Diego al lado mío, es el mejor presente que a fin de cuentas Dios y la vida misma me han podido ofrecer.


Es por ello queridos amigos, que toda esa buena energía, ese cariño, ese regocijo cuasi mágico que experimenté junto a este niño al que quiero de una forma tan especial... Sí, esa misma buena onda es la que quisiera transmitirles a todos y cada uno de ustedes que leen estas líneas, deseándole lo mejor en estos próximos doce meses que se nos avecinan. Que la dicha, el amor y la prosperidad sea lo que más abunde -lo más pronto posible- para todos ustedes. Y sobre todo, al lado de los seres que más quieren y por quienes sienten un cariño y amor muy especial.


¡¡¡ FELICES FIESTAS A TODOS USTEDES... DE TODO CORAZÓN !!!!

3 comentarios:

Imoq dijo...

Vaya que disfruté de tu relato como lo he hecho con los anteriores. La mayor parte de las cosas que aquí cuentas ya las conocía, pues las habías contado ya anteriormente, pero de todas maneras me vino bien una refrescada de memoria.

Que el 2006 esté lleno de agradables sorpresas para ti.

Un abrazo desde México.

Anónimo dijo...

Vaya! un pequeño resumen de lo vivido... me alegra que al final las cosas salieran de una manera menos gris de lo que me temía...felizmente equivoqué en todo lo que decía....
Espero que este nuevo año se presente renovado.
Un abrazo. y suerte

Eduardo Villanueva dijo...

claro, yo siempre q entro a tu blog digo: ya pues, leeré un poco y de ahi la x para cerrar, pero siempre termino leyendo todo también. un abrazo